Hace mucho, mucho tiempo, existían los andróginos, seres poderosos que constaban de dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas, sus rostros eran idénticos. Eran tan poderosos que prontos se vieron presos de la ambición.
Un mal día tuvieron la idea de osar conquistar el Olimpo, construyendo una torre. Cuando los dioses se enteraron de tal blasfemia decidieron castigarlos con premura y el peor castigo en el cual Zeus pensó fue en separarlos, ya no volverían a ser esos seres completos, unidos en cuerpo y alma.
Las criaturas comenzaron a morirse de desesperación, se abrazaban con fuerza, anhelando nuevamente volver a ser uno. Zeus se apiadó de ellos y les permitió tener sexo, para volverse a unir, aunque sea por unos instantes. Es por eso que existe ese deseo de fundirse con el otro, esa búsqueda eterna de un alma gemela que nos llene y finalmente, después de tanto tiempo, nos convierta en seres completos.
Si bien este mito es sumamente romántico y hermoso, tiene muchos fallos. Y el principal radica en hacernos creer que sin otro ser humano somos incompletos, que no podemos ser plenos ni felices a menos que haya una persona completando nuestra carencia afectiva.
Los vínculos con los demás incrementan nuestra felicidad, de eso no hay duda, pero cuando hacemos que nuestra vida gire en torno a los otros es ahí cuando el problema aparece. No necesitamos de otra persona para estar completos, para explotar nuestro potencial, para vivir libremente. Si convertimos las relaciones con los demás en necesidad, se pierde el verdadero propósito de la compañía de los otros. Si necesitamos algo estamos perdidos, porque el verdadero amor no se basa en la necesidad, en el morir si nos hace falta su presencia, en el entregarnos por entero a los caprichos de otro ser tan imperfecto como nosotros. El verdadero amor se basa más que nada en el compañerismo, en el respeto en su amplio sentido, en el entendimiento de que son dos seres individuales con sus propios deseos, con sus propios espacios y a su vez con sus propios vínculos afectivos con otras personas, que han decidido estar juntos para nutrirse mutuamente, no para lastimarse o denigrarse.
Cuando se idealiza el amor se cae en una trampa dolorosa, primero porque es muy despiadada la noción de creer que existe UNA SOLA persona para nosotros ahí afuera y si la perdemos, o peor, no la encontramos jamás, estaremos condenados al infierno de la soledad eterna. Esto está muy, pero muy lejos de ser cierto. Podemos enamorarnos varias veces, de distintas maneras, con diferente intensidad e incluso, algo que muchas personas olvidan, podemos enamorarnos apasionadamente o simplemente enamorarnos de la misma persona con la que compartimos varios años juntos. El amor es cambiante incluso con nuestra pareja estable.
El amor no tiene demasiadas reglas, es natural, no hay que forzarlo. No podemos tratar de encasillarlo en una sola definición, porque eso es limitarnos a nosotros mismos. Si vamos a intentar imponer cánones externos vamos por un muy mal camino, porque es algo que vamos construyendo con el otro. Y no es necesario que nuestro amor sea perfecto, sumamente apasionado, dramático o aventurero como nos intentan vender en las películas o las historias, basta sencillamente con que sea amor y nos enriquezca la vida, nada más y nada menos que esto.
Así que intenta amar de una manera más libre, no intentes fundirte con el otro porque lo único que lograras es desintegrarte, cultiva tus espacios privados y alienta a tu pareja a hacer lo mismo, tu pareja no es el centro del mundo, están juntos para disfrutarse mutuamente no para condenarse ni lastimarse. Por supuesto que se equivocarán en el camino, porque nada en este mundo es perfecto y mucho menos el amor, lo importante es que crezcan juntos.
Cuando aprendemos a tener una visión más realista del amor es cuando comprendemos que hay mucho más para nosotros que simplemente el príncipe azul o la hermosa doncella. No necesitas del otro para poder ser completo, es simplemente un compañero. Jamás permitas que tu felicidad duerma en las manos de otra persona, porque tu felicidad es tu responsabilidad.
Lic. en Psicología Mariana Alvez