Cómo me convertí en una geisha en dos horas
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Por ANA DÍAZ CANO (SOITU.ES)
KIOTO.- Sí, todavía existen geishas. Se calcula que en Kioto quedan aún unas 80 geishas y 100 maikos (aprendiza de geisha). Hay quien dice que tienen sus días contados: su elevado coste (unos 3.000 dólares, dos geishas para animar un evento social o fiesta), y la falta de interés de los jóvenes japoneses por la cultura tradicional hacen difícil su supervivencia. Por si acaso, hay que darse prisa para conseguir ver a estas mujeres de misteriosa belleza. Y una vez por aquí, ¿por qué no vivir la experiencia de 'convertirse' por unas horas en una de ellas?
Nuestra corresponsal, transformada en geisha.
Kioto, último reducto del Japón tradicional, templos y más templos, jardines zen, casas con el tradicional shoji (típico cerramiento de la casa japonesa en cuadrículas)… Recorriendo sus callejuelas, me parece que voy a encontrarme en cualquier momento con un imponente guerrero samurai o a cruzarme con la etérea figura de una blanca geisha… ¡Un momento!!! ¿dije geisha? ¡Me acabo de cruzar con una de verdad!!!
Sí, lo creáis o no, todavía es posible ver geishas en Kioto, sobre todo en el barrio de Gion (¿recordáis 'Memorias de una Geisha'?, pues el mismo donde transcurre gran parte de la historia). Se las ve muy de tarde en tarde, normalmente al anochecer, envueltas en el mágico 'fru frú' de sus kimonos, acudiendo a alguna cita o yendo al encuentro de su maiko.
Yo quiero ser geisha
Siempre me ha fascinado la imagen de estas mujeres de lánguida belleza y exótico maquillaje, así que, ya que estoy por aquí, ¿por qué no intentar conocerlas un poco más?, ¿por qué no vestirme y maquillarme como una de ellas?, ¿por qué no experimentar lo que se siente pareciendo una geisha? Concierto una cita con una casa especializada, hay varias en Kioto y no me resulta difícil encontrar una. Me explican que normalmente son las propias japonesas las que solicitan esta clase de servicios y sólo en unos pocos casos occidentales como yo. Me aconsejan que en vez de geisha me vista de maiko (de la aprendiza, vamos). Les digo que no, que yo quiero ser geisha, pero me convencen cuando me explican que el maquillaje y kimono de una maiko resulta mucho más espectacular. Si es así, vale.
El proceso de transformación, me advierten, durará unas dos horas, así que más vale que me lo tome con calma. Antes de empezar, Izumi, la encargada de mi 'caracterización', me explica que un error muy común en Occidente es creer que una geisha es una prostituta refinada. Esto es un insulto en toda regla: en la cultura japonesa, la geisha se considera una profesional del entretenimiento. Las geishas reciben una cuidada formación en las más diversas artes durante años, tras los cuales llegan a ser verdaderas especialistas en el canto, danza o artes narrativas. De hecho, el prefijo 'gei' en japonés significa 'artes', así que 'geisha' viene a ser como una 'artesana' o 'artista'. Sin embargo, es innegable que el concepto de geisha está cargado de connotaciones claramente eróticas, y lo que voy a aprender en esta sesión es que no hay nada en su aspecto dejado al azar. Cada pieza del vestuario, cada toque de maquillaje es en realidad un juego de ambigüedad y sensualidad.
Paso a paso
Empezamos por el maquillaje. Primero, me aplican una especie de cera o aceite (bintsuke-abura). A continuación, una base del maquillaje blanco tan característico de las geishas. Este maquillaje blanco permite la recreación de ilusiones ópticas como ahora se verá.
Ana, con un precioso kimono.
En la cara me dejan un pequeño margen de piel sin cubrir alrededor del pelo, lo que se pretende es que parezca una máscara. A continuación, el cuello. Es necesario apuntar algo con respecto a esta parte del cuerpo en Japón. Los hombres japoneses sienten por el cuello y la nuca una gran fascinación. Por eso, las geishas llevan el kimono muy caído por detrás, de modo que se les pueda ver incluso las primeras vértebras. Cerca de la nuca, la maquilladora me deja una zona sin pintar, lo que se llama sanbon-ashi, que significa 'tres piernas' (ver foto), una manera de acentuar esta zona erótica. Al parecer tiene un gran efecto en los hombres, es como si miraran la piel a través de unos dedos de mujer.
Frente al espejo poco a poco me voy transformando. Las manos habilidosas de Izumi delinean mis ojos, las cejas y finalmente los labios, en forma de capullo de flor (de nuevo nada casual). Finalmente me colocan una peluca y ya está. Ni yo misma me reconozco. No podría decir que parezco totalmente oriental pero desde luego me es muy difícil adivinar mis rasgos bajo la espesa capa de maquillaje.
Los hombres japoneses sienten por el cuello y la nuca una gran fascinación. Por eso, las geishas llevan el kimono muy caído por detrás
Me llevan hasta una habitación donde hay colgados decenas de kimonos primorosamente bordados. Elijo uno azul de flores y dos ágiles mujeres se preparan para vestirme entre montones de lazos, telas y demás elementos que nunca antes había visto (¡glup! ¿qué me van a hacer?).
En primer lugar, me colocan una banda de seda alrededor de las caderas (koshimaki). Encima de ésta, un corpiño sin mangas y luego me llenan de almohadillas atadas con cintas. Después, va una enagua de vistosos colores. Y por fin, el glorioso kimono. Es una pieza realmente difícil de poner, hasta tal punto que, en tiempos, las geishas contaban con un vestidor profesional que se encargaba de realizar todos los fruncidos y de colocar los pliegues para asegurar que el resultado fuera impecable. La tela es gruesa y pesada, y las mangas son tan largas que ¡casi tocan el suelo!
Finalmente el obi (especie de cinturón que se ata en la zona comprendida entre el esternón y la parte baja del ombligo), una media docena de cintas y broches son necesarios para ponerlos en su sitio. Ya está, debo de pesar unos 200 kilos más, y con todo lo que llevo encima me cuesta moverme, hasta dar un paso me parece toda una proeza. Me pregunto cómo harán las geishas para bailar con movimientos gráciles y ligeros con toda esta cantidad de ropa.
El último paso sería subirme sobre unos altos zuecos de madera (okobo), pero ante la posibilidad más que real de caerme y matarme, prefiero quedarme con mis calcetines 'de dedo' (los tabi).
El resultado como podéis apreciar es increíble. Ni mi marido fue capaz de reconocerme cuando me vio vestida así. Una experiencia realmente única y una forma creativa de entender mejor la cultura de este fascinante país.