El miedo a que “el otro” se aleje, nos deje de amar, nos engañe con otra persona, nos esté mintiendo al decir que nos ama, se de cuenta de que no somos maravillosos, puede generarnos mucha ansiedad.
Esa clase de temores pueden rastrearse a situaciones que hemos vivido con anterioridad: alguien nos ha rechazado antes, nos ha abandonado y no lo esperábamos o no comprendimos las razones, tal vez nos han dicho que somos imperfectos, nos han menospreciado.
En nuestras primeras relaciones amorosas con otros, por ejemplo nuestros padres o cuidadores primeros, sufrimos toda clase de vicisitudes: demasiada protección, indiferencia, cambios bruscos de actitud ante nosotros. Tal vez las personas que nos rodearon o cuidaron estaban enfermas o deprimidas, eran alcohólicas o drogadictas, estaban muy preocupadas por situaciones económicas o sociales.
La ansiedad ante la idea de que en la vida se nos repitan las malas experiencias en nuestras relaciones con personas que se vuelven muy importantes para nosotros, indispensables para nuestro bienestar emocional, puede en ocasiones generar reacciones intensas ante la persona amada o necesitada, que pueden entrar en alguno de los siguientes rubros:
** Se le trata de controlar obsesivamente para no perder detalle de lo que hace, dice, con quién se relaciona, en qué gasta su dinero, etc.
** Se le piden muestras constantes de amor, pruebas de que se es amado.
** Se es demasiado solícito, se llena al otro de detalles y muestras de amor.
** Se trata de generar una gran dependencia del otro pagando sus cuentas, haciendo sus pendientes, sirviéndole de chofer, haciendo sus trámites.
El balance natural del “toma y daca” (yo te doy, tu me das, yo te doy, tu me das) se rompe, se perturba, se desbalancea. La espontaneidad se corrompe, se arruina.
Cuando eso sucede, el “otro” puede sentirse demasiado demandado, asfixiado, controlado, falto de libertad, enojado y hasta paradójicamente maltratado.
La ansiedad que impide que las relaciones se den con naturalidad, con sus tiempos y destiempos, suele generar grandes tensiones en las parejas.
Muy a menudo el más ansioso se hace cargo de las preocupaciones de ambos, lo cual también genera desbalances y resentimientos.
Curiosamente en el ansioso se pueden dar sentimientos de “injusticia”: “yo que hago todo por él o ella… y mira qué mal me paga”.
En las relaciones interpersonales, sobre todo en las amorosas, es todo un arte el dejar que los tiempos de uno y otro se den: de ser intensos y no serlo, de querer estar y también de no estar.
La ansiedad ante la cercanía y la distancia es una plaga que acecha las relaciones cercanas. ¿Lo bueno de todo ésto? Siempre hay un roto para un …(ya saben)
Esa clase de temores pueden rastrearse a situaciones que hemos vivido con anterioridad: alguien nos ha rechazado antes, nos ha abandonado y no lo esperábamos o no comprendimos las razones, tal vez nos han dicho que somos imperfectos, nos han menospreciado.
En nuestras primeras relaciones amorosas con otros, por ejemplo nuestros padres o cuidadores primeros, sufrimos toda clase de vicisitudes: demasiada protección, indiferencia, cambios bruscos de actitud ante nosotros. Tal vez las personas que nos rodearon o cuidaron estaban enfermas o deprimidas, eran alcohólicas o drogadictas, estaban muy preocupadas por situaciones económicas o sociales.
La ansiedad ante la idea de que en la vida se nos repitan las malas experiencias en nuestras relaciones con personas que se vuelven muy importantes para nosotros, indispensables para nuestro bienestar emocional, puede en ocasiones generar reacciones intensas ante la persona amada o necesitada, que pueden entrar en alguno de los siguientes rubros:
** Se le trata de controlar obsesivamente para no perder detalle de lo que hace, dice, con quién se relaciona, en qué gasta su dinero, etc.
** Se le piden muestras constantes de amor, pruebas de que se es amado.
** Se es demasiado solícito, se llena al otro de detalles y muestras de amor.
** Se trata de generar una gran dependencia del otro pagando sus cuentas, haciendo sus pendientes, sirviéndole de chofer, haciendo sus trámites.
El balance natural del “toma y daca” (yo te doy, tu me das, yo te doy, tu me das) se rompe, se perturba, se desbalancea. La espontaneidad se corrompe, se arruina.
Cuando eso sucede, el “otro” puede sentirse demasiado demandado, asfixiado, controlado, falto de libertad, enojado y hasta paradójicamente maltratado.
La ansiedad que impide que las relaciones se den con naturalidad, con sus tiempos y destiempos, suele generar grandes tensiones en las parejas.
Muy a menudo el más ansioso se hace cargo de las preocupaciones de ambos, lo cual también genera desbalances y resentimientos.
Curiosamente en el ansioso se pueden dar sentimientos de “injusticia”: “yo que hago todo por él o ella… y mira qué mal me paga”.
En las relaciones interpersonales, sobre todo en las amorosas, es todo un arte el dejar que los tiempos de uno y otro se den: de ser intensos y no serlo, de querer estar y también de no estar.
La ansiedad ante la cercanía y la distancia es una plaga que acecha las relaciones cercanas. ¿Lo bueno de todo ésto? Siempre hay un roto para un …(ya saben)