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Querido Enemigo por Alexandra Seller

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26Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 10 continuación Miér 11 Mar 2009, 16:29

Martha.

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Llegaron al bar y pidieron un desayuno abundante: huevos, panceta ahumada, salchichas, tomate frito, champiñones y tostadas. Elain solía tener buen apetito, pero no tanto como para desayunar frituras. Sin embargo, aquella mañana estaba hambrienta.

—Sabes cómo abrir el apetito a una chica —dijo.

Devoró su desayuno en un tiempo récord y miró la mesa en busca de algo más.

—¿Te vas a comer eso?

Math rió.

—Sírvete.

Pidió otra taza de café y recostó en el respaldo de la silla.

—¿Te importa si te hago una proposición mientras comes?

Elain lo miró, sorprendida.

—Adelante. ¿Tiene algo que ver con lo que dijiste anoche?

—¿Has leído el Mabinogion?

—Aún no.

Elain hizo una mueca. Math le había dejado un ejemplar, pero lo único que había leído era El Sueño de Rhonabwy.

—Me gustaría que lo leyeras, avísame cuando lo termines. Quiero que me digas si te resultaría interesante pintarlo. Algunas escenas de cada cuen­to del Mabinobion —dijo— Ya te dije que quería escribir un libro. Creo que podríamos hacerlo jun­tos. Yo me encargaría del texto y tú de las ilus­traciones. ¿Qué te parece?

Elain respiró profundamente, emocionada. Aquél era un proyecto fascinante, y el argumento de El Sueño de Rhonabwy merecía la pena. Había algo que la atraía en la sencillez de la historia y en la descripción de los trajes. Podía tratarse de su trabajo más importante, la oportunidad de desarrollar un tema en varios cuadros.

—Me encantaría hacerlo —dijo—. ¿Puede haber alguien interesado? ¿Tendremos posibilidades de publicarlo?

Math sonrió, le tomó la mano y la besó.

—Creo que te lo puedo garantizar —dijo.



Por la tarde dieron un largo paseo y visitaron unos yacimientos romanos y una iglesia del siglo doce. Después volvieron al hotel. Olwen salió de la oficina, donde estaba viendo la televisión.

—Ha tenido una llamada —le dijo a Elain.

—¿Sally?

Era la única amiga a la que había dado el número del White Dame.

Olwen miró a Math.

—No —dijo—. Era un hombre, Raymond. Quiere que le devuelva la llamada.

Elain se quedó boquiabierta. Aquello la hizo des­pertar de su sueño y volvió a tomar contacto con la realidad. Se había olvidado por completo de Ray­mond y de su trabajo. Durante las últimas veinte horas, fue como si no existiera. Miró a Olwen y se sonrojó. Estaba segura de que creía que tenía una relación con otro hombre y que Math era sólo un entretenimiento. Pero lo que no imaginaba era lo que Math pensaba. Estaba detrás de ella, sin decir nada.

—Gracias. ¿A qué hora llamó?

Intentó que su voz sonara indiferente.

—A las nueve de la mañana. Jan fue a buscarla a la habitación, pero no estaba.

—No.

Elain pensó que lo único que faltaba era poner un anuncio en el periódico que dijera: MATH Y ELAIN HAN PASADO LA NOCHE JUNTOS.

—Gracias. Lo llamaré.

Se preguntó qué querría Raymond. Era extraño que llamara.

—Si quiere, puede llamar desde la oficina.

Era evidente que pensaba que Elain quería hablar en privado. Pero Olwen estaba demasiado interesada como para arriesgarse a llamar desde el hotel. Decidió que bajaría a Pontdewi.

—Gracias —dijo—. Creo que le llamaré más tarde. No corre prisa.



—¿Qué demonios pasa, pelirroja? Deberías haber llamado ayer. ¿Qué ocurre?

Ella misma se sorprendió. Había perdido por completo la noción del tiempo.

—Lo siento. Me olvidé. No hay nada nuevo por aquí, Raymond. Quiero decir que sigo convencida de que él no lo hizo. De hecho, no creo que nadie provocara el incendio, a menos que fuera el fantasma. Fue un accidente.

—Vaya, estoy deseando decírselo a nuestro cliente —dijo, con ironía—. Mira, me da igual con quién te estés entreteniendo, pero no bajes la guardia, ¿de acuerdo? Los del seguro están decididos a demostrar que el dueño provocó el incendio. Si no consigues encontrar pruebas, me va a resultar muy difícil justificar todo el tiempo que llevas allí. Así que por las noches haz lo que quieras, pero durante el día, quiero que hagas algo que merezca la pena.

Elain estaba asombrada. Parecía como si todo el mundo lo supiera.

—No seas estúpido, Raymond —se defendió.

Pensó que el tono de su voz la traicionaría, descubriendo sus verdaderos sentimientos.

—Muy bien, intentaré pensar algo. Tal vez deberíamos centrarnos en los clientes. A fin de cuentas, con excepción de las parapsicólogas, los demás residen aquí de manera permanente y estaban cerca cuando el fuego empezó. Todo el personal es galés. Podrías fingir que creemos que existe una conexión con los nacionalistas.

—No se lo tragarían. ¿Tiene novia?

—¿Qué? —preguntó, sorprendida.

—¿Está liado con alguna clienta?

—No lo sé —contestó, dudando—. Creo que no.

—¿Tal vez en el pueblo? Averígualo. Pon el cerebro en marcha, cariño, y llámame mañana.



Pasó la tarde pintando y no vio a Math hasta la hora de cenar. No le hizo ningún comentario respecto a la llamada telefónica. A juzgar por la cara de Jan, Math debió pedirle una botella de un vino muy especial. Después entablaron una conversación trivial. Pero el brillo en sus ojos le daba otra impresión. Era como si creciera una llama mientras la observaba, absorbiéndola por completo.

No sabía qué ocurriría, pero de lo que estaba segura era de que Math pretendía hacer el amor con ella de nuevo, y volver a pasar la noche a su lado. Aquella idea la inquietó y estuvo nerviosa durante toda la velada. Sus ojos la trastornaban, y temblaba al ver la seguridad con que cogía la copa de vino, y al escuchar aquella voz que despertaba sus instintos.

Math sonrió con tristeza y sacudió la cabeza. De repente, Elain se sobresaltó. Jeremy estaba golpeando su vaso con una cuchara para llamar la atención. Todos los residentes estaban allí, y había algunos clientes más. La mayoría de ellos había acabado con el plato principal. Todos guardaron silencio.

—¿Vas a leernos otro poema, Jeremy? —dijo alguien.

Jeremy se levantó. llevaba una hoja de papel. Hizo una reverencia.



—«Cinco años antes del eclipse» —anunció, y después empezó:



«Cinco años antes del eclipse,

Mi padre

Despertando en la cama

Vio la sombra de su futuro en el abigarrado

Armario de la vida

Cinco años antes del eclipse

Vio la sombra de la tierra

Y su fragilidad

Lo hizo llorar

Por la luna llena que nunca volvería a ver

Por su esplendor.

Cinco años antes del eclipse

Mi padre sabía

Que la vida ya no lo esperaría».



Todo el mundo aplaudió y lo felicitó. Elain no había entendido el poema, pero también se sumó a los aplausos.

—No entiendo mucho de poesía —le dijo a. Math. Él se inclinó sobre la mesa.

—En este caso no necesitas entender nada. —su­surró Math—. Tengo la impresión de que el autor tampoco lo entiende.

Ella rió con ganas.

—¿Tan malo es?

—Un poco pomposo.

—Ni siquiera sé lo que significa.

Math sonrió.

—Imagínate un plato de fabada fría.

Elain rió con tanta fuerza que algunas personas se volvieron para mirarla.

—¿Y consigue publicarlo?

—Eso dice. Imagino que lo hará en alguna pretenciosa revista literaria.

Jan llegó con el postre y el café.

—No debería tomar café —dijo Elain, una vez que Jan se fue—. Después no podré dormir.

—Si el café no lo consigue, yo me encargaré —le prometió Math.

Elain era incapaz de explicar el efecto que su voz le causaba. Sentía un nudo en el estómago, se quedaba sin habla y una corriente le recorría el cuerpo. Lo miró, estuvo a punto de hablar un par de veces pero no pudo hacerlo. Math la miraba a los ojos todo el tiempo.

—¿De verdad? —dijo por fin.

Math sonrió.

Elain tomó un sorbo de café.

—Éste sitio es un poco raro, ¿verdad? —dijo.

—¿Tú crees?

—Bueno, no es normal que en un restaurante uno de los clientes se levante y recite un poema —se encogió de hombros y sonrió—. ¿Lo hace a menudo?

—Cada dos por tres.

—Me sigue pareciendo extraño.

—Tal vez sea el amor que sienten los galeses por la poesía —sugirió—. La costumbre de recitar poesía está muy arraigada aquí. Se llama eisteddfod.

Elain tenía en la habitación un folleto sobre los diferentes certámenes de poesía y música que se celebraban por todo Gales.

—Pero suele hacerse en galés, ¿no?

—Bueno, de vez en cuando usamos el inglés —sonrió—. ¿Te gustaría ir a un certamen de eis­teddfod auténtico?

—¿Va a haber alguno pronto?

Math asintió.

—Dentro de dos semanas. Te llevaré.

Aquello la devolvió a la realidad. No podría que­darse una vez que hubiera acabado el trabajo.

—Bueno, no sé si aún estaré aquí—dijo con torpeza.

Math la miró, dispuesto a decir algo, pero se contuvo.

Se encogió de hombros.

—Bueno, te llevaré si estás.

Lo dijo como si no le importara demasiado, pero Elain presentía que aquello no era lo que sentía.

27Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 11 Dom 15 Mar 2009, 10:50

Martha.

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ELAIN salió de su habitación, apoyó en la pared el caballete y la caja de pinturas, y cerró con llave. Después volvió a coger sus cosas y empezó a bajar las escaleras.

Solía bajar por la escalera principal. Pero había unas escaleras antiguas y estrechas que subían des­de la cocina hasta el apartamento de Math; y aque­lla mañana, sin saber por qué, decidió bajar por ellas. En el piso siguiente tendría que ir por el pasillo hasta la escalera principal si no quería aca­bar en las cocinas. La distribución de la casa era un tanto extraña; había zonas que no se comu­nicaban entre sí, y varios tramos de escaleras. Elain aún no las conocía muy bien.

Iba tarareando mientras bajaba con el aparatoso equipo. Math había cumplido su promesa de la noche anterior, y no la había dejado dormir hasta después del amanecer. Elain había dormido hasta tarde y se despertó cansada, pero contenta al des­cubrir que Math ya estaba trabajando en el estudio.

Decidió empezar un nuevo cuadro aquella maña­na. No le parecía que la luz fuera apropiada para Excalibur, aunque su humor era el adecuado. Tal vez lo intentara.

Cuando estaba llegando al siguiente piso, la caja de pinturas resbaló y se abrió. Todos los tubos, pinceles, trapos y botes saltaron por las escaleras. Por mucho que Elain intentó sujetarlos no sirvió de nada, y el bote de aguarrás salió disparado, cayó en el suelo y fue. a parar en la puerta de una habitación, donde se rompió en varios trozos.

El olor inundó todo el lugar y se formó un charco que empezó a extenderse hasta el interior de la habitación. Elain no pudo evitar una exclamación; el aguarrás podía estropear el suelo. Lo dejó todo en el suelo y corrió hacia la habitación.

Golpeó la puerta.

—¿Oiga? —llamó, pero no obtuvo respuesta.

La puerta estaba cerrada con llave. Acercó el oído y volvió a llamar. Escuchó algo parecido a un murmullo, tal vez el sonido de un pequeño motor, pero nadie respondió. Se dio la vuelta y bajó hasta la cocina.

—¡Jan! —gritó—. ¡Jan!

Era un poco más tarde de las once. La cocina estaba resplandeciente, y Jan y Myfanwy estaban de pie, tomando una taza de té, antes de proseguir con el trabajo. Las dos se sobresaltaron al verla.

—Elain, ¿qué ocurre?

Les explicó lo que había ocurrido. Jan cogió un cubo, un trapo y un juego de llaves, y subió con ella las escaleras.

—¡Vaya! —dijo.

Se tapó la nariz al sentir el olor del aguarrás.

—Es la habitación de Davina y Rosemary —dijo mientras buscaba la llave—. Voy a limpiarlo. Salie­ron temprano y dijeron que no volverían hasta la tarde.

Abrió la puerta y la dejó abierta, como acos­tumbraba a hacer cuando limpiaba. No había nadie dentro, pero el murmullo que Elain había escu­chado se oía con más fuerza y Jan se quedó boquia­bierta y dio un pequeño grito. Elain se asomó para ver de qué se trataba.

En un rincón de la habitación había una enorme gotera. El papel de la pared ya estaba empapado, al igual que un trozo de alfombra, pero no parecía que hubiera grandes daños. Había una manta sobre un baúl de madera. Jan la cogió y la metió en la tubería rota para evitar que siguiera fluyendo el agua.

—¡Vete a avisar a Evan! —gritó a Elain—. Dile que corte el agua.

Cuando Elain ya se iba a marchar, añadió:

—¡Y que traiga la caja de herramientas!

Elain no perdió el tiempo, y en cinco minutos, el encargado de mantenimiento del hotel cerró el agua, llegó a la habitación y reparó la avería, mien­tras Jan, Olwen y Elain lo recogían todo.

Metieron la manta empapada en un cubo de basura para llevarlo a la cocina. Después, Jan y Evan levantaron la cama para que Elain y Olwen pudieran recoger la alfombra.

—¡Vaya! —exclamó Elain, al levantar la alfombra.

Debajo de la cama descubrió dos libros de bol­sillo, echados a perder por la humedad. Estaban abiertos y boca abajo, como si alguien que los estaba leyendo por la noche los hubiera puesto bajo la cama antes de dormirse. Elain los recogió y los dejó sobre la cama.

Se llevaron la alfombra, fregaron el suelo, y después Elain cogió los libros y los llevó hacia la ventana abierta. El sol brillaba con fuerza, y soplaba una suave brisa procedente de la colina. Los libros habían engrosado con el agua, pero Elain pensó que una vez secos se podrían leer.

Fantasmas de Gran Bretaña, y El diccionario de los Fantasmas. Elain sonrió. Sin duda Davina se estaba documentando para escribir su propio libro. La ilustración de la portada no parecía gran cosa, y las de dentro resultaban demasiado extravagantes para un trabajo serio. Parecían propias de un aficionado. Elain pensó que ella podría haberlas hecho mejor.

«¡Una explosión fantasmagórica! En el bonito pueblo de Cheslyn Slade, Wiltshire, hubo una explosión que nadie pudo explicar en términos científicos. En la noche del 13 de junio de 1944 ... »

Elain dejó de leer, riendo. Era un libro para niños. No parecía una documentación muy valiosa para una parapsicóloga. Se preguntó qué haría Davina con un libro así. Abrió el otro libro. El estilo era parecido y no empleaba términos técnicos. Tenía algunas ilustraciones, pero la de la portada parecía del mismo autor del otro libro.

Elain frunció el ceño, y después empezó a reír desmesuradamente. La autora de ambos libros era Diane Middleton. Parecía que descubría todos los pseudónimos al mismo tiempo. Davina, la parapsicóloga, la mujer que despreciaba el término «médium» y cualquier comparación con Madame Arcati, escribía libros baratos sobre fantasmas.

Se volvió, pero Olwen y Jan se habían ido con las sábanas de la cama. Pensó que tal vez sería mejor que nadie más conociera el secreto de Davina.

Aunque a Math sí se lo contaría. Era el tipo de broma que sabría apreciar.



A las doce estaban todos en la cocina, tomando otra taza de té y riendo, aliviados por haber evitado un posible desastre.

—Gracias a Dios que se le cayó la caja de pinturas —dijo Olwen, mientras rellenaba la taza de Elain­—. Afortunadamente, no ha pasado nada, pero de no haber sido por ti no nos habríamos dado cuenta en dos o tres horas.

—O incluso en todo el día —añadió Jan—. Yo acababa de limpiar la habitación. Y Davina y Rosemary se habían ido de picnic, así que no regresarían hasta tarde. El agua habría llegado hasta el salón, pero nadie lo habría notado, porque no se suele usar en un día normal —respiró profundamente y sacudió la cabeza—. Habría sido un desastre: todas sus ropas arruinadas, los colchones y las alfombras empapadas... ¡Gracias, Elain, por tirar la caja!

Elain sonrió y asintió. Pero estaba recordando que si no hubiera bajado por aquellas escaleras jamás habrían encontrado la tubería rota.

Frunció el ceño mientras pensaba. No solía utilizar aquellas escaleras, pero algo la había impulsado a hacerlo. Y mientras bajaba, se había sentido extraña.



Hacía un bonito día. Elain subió hasta la fortaleza y trabajó en el cuadro que había empezado una semana atrás, el de la mujer que observaba el valle. Era extraño, muy diferente a lo que solía pintar. Era la clase de cuadro que había pintado a veces para Stephen, el director de su tesis.

—Pareces captar el lado oculto de las cosas —le había dicho en una ocasión—. Espero que alguna vez seas capaz de captar tu lado oculto.

Se sentía incómoda trabajando con Stephen, sobre todo porque era incapaz de reconocer que tenía razón en lo que decía. Aunque con él había realizado sus mejores trabajos. En aquella época, lo único que sabía era que lo temía, pero desconocía la razón. Todo el mundo se sorprendió cuando decidió que un profesor distinto la ayudara en su tesis, y ahora lo comprendía. Durante el año que trabajó con el nuevo profesor, su trabajo no tenía la misma fuerza.

Siempre se había preguntado por qué temía tanto a Stephen y quería alejarse de él por todos los medios posibles. Ahora lo sabía. Era por la misma razón por la que había tenido miedo de Math. Se había sentido atraída por él, una atracción demasiado fuerte para ocultarla. Y seguramente, si alguien se lo hubiera insinuado entonces, lo habría negado.

Sentía algo más que una atracción sexual por Math. Desde el primer momento, había tenido la extraña sensación de que lo conocía. La presencia de Math la había impulsado a descubrir su lado oculto. Si no hubiera tenido un trabajo que hacer, se habría alejado de él, y seguiría negándose a ser deseada, a ser amada. Odiaría y temería al hombre que la atraía.

Seguiría siendo una artista mediocre y pintaría ilustraciones de libros como Fantasmas de Gran Bretaña.

Cogió otro lienzo y lo puso en el caballete. Se trataba de una vista inacabada del hotel y el valle. Había algo más a lo que no había tenido el valor de enfrentarse. Rápidamente, puso sobre la paleta un poco de naranja, rojo, amarillo, azul, marrón y negro. Con ligeras pinceladas, empezó a pintar el hotel en llamas; un incendio terrible propio de la peor pesadilla.

Con unos pequeños trazos perfiló la silueta de un hombre en una de las ventanas superiores. Estaba mirando la habitación en llamas en el momento en que el tejado se derrumbaba.

Abajo, en el exterior, un hombre alto llevaba en brazos a una niña vestida con un camisón rosa, que miraba hacia la ventana profiriendo un grito desesperado.

«Lo supe entonces», pensó Elain mientras pintaba. «Desde el momento en que escuché aquel ruido infernal supe que no volverían. El resto fue una farsa.»



Elain estaba abriendo la puerta de la habitación cuando Davina y Rosemary llegaban a la suya, en el piso inferior.

Oyó la voz de Rosemary al abrir la puerta.

—Qué extraño.

—¡Rosemary! —gritó Davina.

Elain se mordió los labios. Al parecer, no se habían encontrado a nadie que les avisara de lo que había sucedido, aunque Olwen había dicho que estaría pendiente de su regreso.

—¿Qué ocurre, Davina? —preguntó Rosemary, esperando algo horrible.

Su voz sonaba alarmada y Elain pensó que la expresión de Davina debía ser algo digno de ver. Aunque en realidad no había de qué asustarse. Sólo había desaparecido la alfombra y faltaban las sába­nas de la cama.

—¡Dios mío! —exclamó Davina, al cabo de un momento—. ¿Qué ha pasado aquí?

—No tengo ni idea —dijo Rosemary.

Elain dejó sus cosas dentro de la habitación, cerró la puerta y bajó las escaleras. Olwen ya había llegado y encontró a las tres mujeres dentro de la habitación, con la puerta abierta.

—Lo siento. Quería haberos avisado antes de que subierais. Afortunadamente, no ha habido nin­gún daño importante.

—Jessica otra vez —dijo Davina, categórica.

28Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 11 continuación Dom 15 Mar 2009, 10:50

Martha.

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—Estoy segura de que sí habrá causado algún daño. ¿Se han manchado nuestras cosas?

—No, sólo la alfombra y parte de las sábanas. Se rompió una cañería. El agua empezó a salirse, pero pudimos detenerlo a tiempo. Hemos pensado trasladarlas al otro extremo del vestíbulo, a la Guar­dería. Desde allí se ve el valle.

Hubo un momento de silencio.

—Pero siempre hemos estado en la Capilla —dijo Davina, horrorizada—. Siempre que hemos venido hemos reservado esta habitación.

—Sí, pero Math ha pensado...

—Vamos a inspeccionar la otra habitación, Davi­na —dijo Rosemary, interrumpiendo a Olwen.

—Pero ...

Las dos hermanas se miraron entre sí, y después a Olwen.

—Mi hermana necesita sentirse cómoda en su habitación —dijo Rosemary—. Ésta era la antigua capilla, por supuesto. Pero hay otras habitaciones en las que le sería imposible quedarse, sobre todo ahora que el fantasma está en plena transición. Si la otra habitación es de nuestro agrado, no ten­dremos ningún inconveniente en trasladarnos. Vamos, Davina.

Pero a Davina aún no la habían abandonado las vibraciones negativas. Tan pronto como lle­garon a la otra habitación y abrió la puerta, se volvió.

—No —dijo con voz lastimera— Por favor, Rosemary.

Rosemary se mordió un labio.

—Sólo esta noche, Davina. Si mañana sigues teniendo la misma impresión... —se volvió hacia Olwen—. Espero que la Capilla esté preparada para mañana por la mañana.

—Por supuesto —dijo.

—Creo que no voy a poder pegar ojo en toda la noche —dijo Davina.



—¿Por qué demonios no me lo dijiste antes? —preguntó Raymond.

Elain no le había contado el incidente de la alfombra quemada.

—Porque pensé que no tenía importancia. Pero ahora ha ocurrido algo, y a decir verdad, todo me parece muy misterioso.

Le habló acerca de la cañería rota.

—Esto empieza a ponerse serio. Nadie habría resultado herido, pero habría sido motivo suficiente para reclamar el seguro.

—Ya entiendo —dijo Raymond.

—No pudo ser él. No sería tan estúpido. Eso empeoraría su situación con la compañía de seguros, y tendría menos posibilidades de cobrar.

—¿Crees que alguien lo está saboteando?

—No lo sé. Si quieres hacer caso a las parapsicólogas, ellas dicen que el fantasma está cambiando, o algo parecido. ¿Te lo dije? Dicen que ahora, después de pasar varios siglos gastando bromas inocentes, se ha vuelto siniestra y peligrosa.

—Cuando las hermanas se recuperaron del susto, Davina había dicho a Math que podía ver la mano de Jessica en todo aquel asunto.

—No las creo —dijo Raymond, sin más.

—Muy bien. Empezaré a investigar a los demás.

Se sentía como una traidora al darle los nombres de los demás clientes y del personal y al contarle lo que sabía de ellos. Nunca había tenido una relación tan cercana con las personas a las que había investigado. Le contó todo lo que había averiguado a lo largo de las dos semanas anteriores, incluida la muerte del marido de Vinnie, en Arnhem; que Jeremy, emparentado con la nobleza, era un poeta que publicaba en pequeñas revistas presuntuosas; que Davina escribía libros sobre fantasmas bajo el pseudónimo de Diane Middleton; que Jan estaba casada con un granjero del pueblo; que el primo de Gwen, la camarera del bar, había trabajado para Math; y muchas otras cosas.

Era una traidora, pero no podía hacer otra cosa. Si dejaba el trabajo, la compañía de seguros enviaría a otra persona, que con toda seguridad se esforzaría por demostrar la culpabilidad de Math. Si el incendio había sido provocado por otra persona, Elain era la única que podía demostrarlo, y al menos, lo intentaría.

Y si no continuaba, tendría que volver a Londres. Era una idea que no soportaba, aunque no sabía muy bien por qué. Quería quedarse allí, y después de todo tenía sus motivos. Gales era un bello lugar, la tierra de sus antepasados. Y estaba pintando buenos cuadros. Tenía muchas razones para quedarse.



—Mira —dijo Elain.

Estaban cenando en el restaurante del hotel. Math cogió la gruesa hoja de papel que Elain le tendía. Lo miró y levantó las cejas. Acercó el candelabro de la mesa para tener más luz.

—¿Cómo has podido hacerlo? —preguntó sorprendido.

Era una acuarela que representaba «El Sueño de Rhonabwy».

—Es igual que el tapiz —dijo, como un niño.

—¿Está bien? —preguntó Elain.

—Si no es una copia perfecta., se acerca mucho —dijo.

Volvió a mirarlo. Elain podía apreciar que le había gustado.

—¿Encontraste una fotografía o algo parecido? —preguntó Math.

Miró hacia la mesa en la que estaban cenando Vinnie, Rosemary y Davina.

—¿O es que los poderes psíquicos se contagian?

Elain rió.

—Vinnie encontró una vieja fotografía en blanco y negro, no del tapiz, sino de alguien que posaba delante. Había olvidado que la tenía. Se aprecian la mayoría de los detalles. Sólo tuvo que recordar los colores. Por supuesto, la descripción de la historia me ayudó mucho.

Math sonrió y colocó el boceto en un lado de la mesa. Después apartó la sal y la aceitera que tenía delante y volvió a mirarlo. Cogió la mano de Elain y se la besó.

—No creo que la copia resulte demasiado gratificante a un artista, pero me gustaría tener un mural al óleo de esta escena. ¿Te interesa?

—Me interesa, pero no creo que pueda conseguir una copia perfecta. Habrá algún toque personal y notarás la diferencia.

—Razón de más para que lo pintes —dijo Math.

Subieron a través del bosque hasta lo alto de la colina. Habían dejado el camino hace tiempo, ya que Math quería llevarla a un sitio especial. Los últimos treinta metros habían sido lo suficientemente escarpados para que Elain llegara jadeando. Cuando por fin llegaron, Elain respiro profundamente, mientras miraba a su alrededor.

Era un lugar mágico, iluminado por el sol, con un enorme roble en el centro. Los viejos árboles de Gales proliferaban sobre el manto de hierba y flores silvestres.

Cerca del roble, cubierto de líquenes, se levantaba un menhir. Debía medir poco más de un metro. Aunque, de alguna manera, parecía tener algún poder. Los menhires siempre llamaban la atención, pero aquél lo hacía de una manera especial. Capturó la atención de Elain de inmediato.

—Es absolutamente mágico —dijo después de tomar aire—. ­¿Cuánto tiempo lleva aquí?

Math negó con la cabeza.

—Debieron celebrar algún tipo de ceremonia aquí. Se puede sentir. ¿Tú crees que adorarían a los árboles?

—Antes de Cristo asociaban a la Diosa Blanca con los árboles —dijo Math.

Elain avanzó por la hierba y bajo las ramas extendidas de los árboles, para tocar la piedra. Podía sentir el poder de la tierra bajo la mano.

—¿Vienes aquí con frecuencia? preguntó.

Tenía la extraña necesidad de hablar en voz baja, como si estuvieran en una iglesia.

Math asintió.

Elain seguía recibiendo mensajes de la piedra.

—¿Y qué haces?

Math se encogió de hombros.

—Leo, escribo, o simplemente me siento a pensar.

—¿Vamos a merendar aquí?

—Si tú quieres.

—Sería poco menos que un sacrilegio.

—Supongo que habrán celebrado más de una ceremonia sagrada en este lugar. Es difícil saberlo.

Por fin, extendieron la manta y la comida bajo las ramas del roble y se dispusieron a comer en aquel lugar sagrado. Cuando saciaron el hambre, Elain volvió a llenar los vasos con el suave vino blanco, y se tumbó, apoyándose en una raíz que emergía de la tierra.

—Deberías contarme alguna historia del Mabinogion —dijo.

—Muy apropiado —asintió Math.

—Alguna que quieras que pinte.

—Está la historia de Math ap Mathonwy y la de Elen de las Huestes. ¿Cual prefieres?

Elain dudó.

—¿Las dos pertenecen al Mabinogion?

—Más o menos. ¿Quieres que te hable del sueño de Máximo? Elen tiene algo que ver.

—Sí, por favor.

—Máximo el soberano.

Math empezó a contar la historia con una suave y profunda voz, mientras Elain contemplaba el árbol y el cielo perfecto y azul.

—Máximo era Emperador de Roma. Era sabio y apuesto, e idóneo para el gobierno. Un día reunió a todos sus cónsules y fueron a cazar a un valle cercano a Roma. Cuando el sol se levantaba sobre sus cabezas y el calor era insoportable, Máximo sintió sueño y decidió tumbarse a descansar a la orilla de un río. Y tuvo un sueño. Soñó que viajaba a través de montañas y llanos, siguiendo el curso de un gran río, hasta que llegó al mar. Allí embarcó en un colosal barco y navegó hasta una isla, y cruzó la isla para alcanzar el otro extremo. Llegó a una gran fortaleza. El tejado y las puertas eran de oro, y las paredes estaban incrustadas de joyas. Dentro, en una silla dorada, estaba la mujer más bella que jamás había contemplado. La abrazó y se tendió con ella, pero entonces lo despertaron el ruido de los caballos y el clamor que el viento le traía a través de los campos.

—Ah.

Math rió.

—Así que Máximo se enamoró de aquella mujer, y se sintió tan desgraciado al despertar y no encontrarla que se sumió en una profunda melancolía. Ya no quería cazar con sus hombres, ni escuchar canciones, ni beber. Sólo quería dormir, para soñar con su dama. Por fin, su hombre de confianza fue a hablar con él y le dijo que sus hombres estaban desolados, porque jamás se dirigía a ellos y no sabían qué hacer. Era preciso que reaccionara. De modo que reunió a sus sabios y les contó que estaba enamorado de una mujer que había visto en un sueño y era incapaz de interesarse por nada más. Los sabios le sugirieron que enviara mensajeros en busca de la mujer del sueño, y así al menos viviría con la esperanza de encontrarla. Máximo los envió por todo el mundo, pero al cabo de un año regresaron sin haberla encontrado. Entonces uno de los cónsules le propuso que tratara él mismo de encontrar el lugar de sus sueños.

Elain estaba absorta en la historia.

29Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 11 continuación Dom 15 Mar 2009, 10:51

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—Máximo viajó hasta encontrar el río —continuó Math—, y entonces mandó a sus mensajeros que lo siguieran. Así lo hicieron, y encontraron todos los lugares que él les había descrito, hasta llegar a la fortaleza de la isla. Entraron y encontraron sentada en una silla dorada a Elen, hija de Eudav, con su padre y sus hermanos, Kynan y Avaori. Se arrodillaron delante de ella y, en nombre de Máximo, el emperador de Roma, le pidieron que se fuera con ellos. Pero Elen se negó, alegando que debía ser Máximo quien fuera hasta ella. Los mensajeros volvieron a Roma e informaron a Máximo, que emprendió viaje con su ejército. Conquistó la isla de Britania y llegó a la fortaleza de Eudav. Allí vio a Elen, tal como la había visto en el sueño. Aquella noche durmieron juntos y por la mañana ella le pidió la dote que merecía, pues cuando la encontró era virgen. Máximo le dijo que la eligiera ella misma y Elen le pidió la isla de Britania para su padre y las tres islas mar adentro para ella, y también le pidió que construyera tres fortalezas en Arvon, Caerleon y Carmarthen. Más tarde tres caminos unirían las fortalezas.

Math hizo una pausa y después continuó:

—Máximo se quedó con Elen durante siete años, y al cabo de ese tiempo, le comunicaron que en Roma habían elegido a otro emperador. Se puso en marcha para reconquistar Roma, pero tras un año de asedio a la ciudad no conseguía la victoria. Mientras tanto, los hermanos de Elen reunieron un ejército con su nombre y lo enviaron a Roma, para ayudarlo. Máximo recuperó el trono y dejó que los hermanos conquistasen cuantos territorios desearan. Se hicieron con castillos y ciudades, y después Avaon y sus hombres volvieron a Britania, mientras que Kynan y su ejército se quedaron en la tierra que habían conquistado. Para preservar el idioma cortaron la lengua a las mujeres y, según la leyenda, ése es el motivo por el que aún se habla el celta en Gran Bretaña. Los tres caminos que unían las fortalezas se llamaron desde entonces los Caminos de Elen de las Huestes. Eligieron ese nombre porque los hombres de Britania se reunieron gracias a ella.

Elain estaba sumida en una especie de ensueño, mientras escuchaba la voz de Math y evocaba cua­dros en su mente. Ahora el único sonido que escu­chaba era el del viento sobre las hojas. Abrió los ojos y se resguardó del sol.

—¿Ya se ha acabado?

—Me temo que sí —dijo Math—. No solían exce­derse en los argumentos. Antiguamente, las leyen­das se daban a conocer a través de la música y la poesía.

—Ya veo —dijo Elain—. ¿Y quieres que el resto de la información lo reflejen mis cuadros?

Sonrió, contento de que ella hubiera captado la idea.

—Eso es —dijo.

—Bueno, ya tengo ideas para unos cuantos cua­dros. El río, la fortaleza y la mujer en la silla dorada. Y los ejércitos, claro. ¿Es una historia real?

—Está basada en algunos hechos reales. Hubo un hispano llamado Magno Máximo que prestó sus servicios al ejército británico durante el siglo cuatro. Las tropas lo proclamaron emperador, y cruzó el canal, venció a los ejércitos romanos en Galia, Hispania y el norte de Italia, pero el empe­rador Teodosio lo derrotó en el 388 y lo decapitó. Incluso es posible que se fugara con alguna mujer galesa de la alta sociedad.

—Es curioso que los romanos tomen parte en las leyendas de Gales —dijo Elain.

—Los romanos gobernaron durante tres siglos en estas tierras. Es lógico que dejaran algún legado —dijo Math—. Me gusta esta historia porque creo que sugiere que, cuando los romanos conquistaron Gales la sociedad era matriarcal, y bajo la influencia romana cambió por completo.

—¿Sí? ¿Qué quieres decir?

A Elain la historia no le había sugerido nada parecido.

—Era Elen quien estaba sentada en la silla dora­da, aun cuando su padre y sus hermanos estaban cerca. La silla debía de ser su trono. Y, aunque su padre estaba vivo, los romanos no le pidieron a él su mano, como sucede en las sociedades patriar­cales. Se dirigieron directamente a Elen. Y se negó a ir a Roma cuando el emperador la pidió en matri­monio, exigiendo que fuera él.

Elain parpadeó bajo la luz del sol.

—Es verdad.

—Cuando pide su dote, no lo hace como si se tratara de un favor, como la mayoría de las mujeres. Exige el dominio de los territorios que Máximo ha conquistado. Y construye castillos y los une mediante caminos que después recibirán su nom­bre. Como cualquier gobernante, ella aprovechó los conocimientos de los conquistadores para el bien de su pueblo.

Math cogió una manzana y se la frotó en el pantalón, con aire ausente.

—Avaon y Kynan, sus hermanos, reunieron un ejército bajo su nombre, no el de su padre.

—Ya veo.

—¿Y qué ocurrió? Máximo les otorgó el poder necesario para conquistar cuanto desearan. De repente, Kynan y Avaon obtenían poder, cuando antes lo recibían de su hermana. Ya ves, tomaron el concepto de la superioridad masculina de los romanos. ¿Y qué es lo primero que hicieron cuando tomaron el poder?

—¿Qué?

—Cortaron la lengua a las mujeres. Silenciaron sus voces, como ocurrió desde entonces en todos los patriarcados.

Se inclinó y acarició la mejilla de Elain.

—Creo que los romanos trajeron la idea de la superioridad masculina a Gales. Me gustaría que pintaras a Elen como una poderosa reina celta, Elain. El verdadero poder femenino.

30Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 12 Dom 15 Mar 2009, 10:52

Martha.

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BAJO LOS efectos del sol y de la relajante historia, Elain se sumió en un profundo sopor. Estaba adormecida y soñaba con ríos azules y torres resplandecientes.

Se despertó y vio a Math a su lado. Estaba dormido, boca arriba y con los brazos bajo la cabeza. Lentamente se incorporó y lo miró. Le fascinaban sus formas masculinas, sus líneas y sus curvas. Era un placer que desconocía. Nunca había mirado a un hombre de forma tan directa y ahora sabía la razón: mirar podía significar desear.

Math llevaba pantalones cortos y una camina de algodón por fuera. Con cuidado, le desabrochó la camisa y se la abrió para poder observar su torso. Se movía despacio, a causa del calor, pero sentía que no había prisa y que podía disfrutar de las sensaciones.

El vello oscuro y rizado de Math se extendía sobre el pecho y bajaba hasta el estómago, invitando a acariciarlo. Pero Elain no quería despertarlo. No era delgado ni grueso, pero aunque su complexión era musculosa, tenía un pequeño exceso de grasa. No tenía el cuerpo de un deportista, sino el de un hombre que monta a caballo y camina para mantenerse en forma, y que come lo que quiere.

Las piernas eran más musculosas, con muslos delgados y fuertes y pantorrillas redondeadas, tobillos fuertes y pies cuidados.

Pensó que le gustaría pintarlo tal como estaba, como si fuera un dios que descansaba en el bosque después de cazar o de mantener una aventura con la hija de los árboles o del río.

Pero no quería pintarlo vestido. Se acercó y le desabrochó un botón de los pantalones, y después, como hipnotizada, le desabrochó otros tres más. Abrió la tela y la echó hacia los lados.

Se sorprendió al ver que no llevaba nada debajo y que estaba excitado. Lo miró a la cara, pero estaba dormido. Pensó que tal vez, como Máximo, estaba soñando con una princesa galesa en un trono dorado.

La fuerza de su virilidad la estremecía y no podía apartar la mirada. Decidió que lo pintaría así, como un dios en un lecho de hierba, desnudo y excitado. Se inclinó sobre él, y de la manera más natural, besó aquel miembro.

Sintió que se excitaba más y volvió a besarlo, sonriendo. Entonces recordó el placer que la boca de Math le había hecho sentir. Abrió los labios y abrazó el pene con suavidad.

Al contacto con la mano pareció cobrar vida propia, presionó los labios contra él y sintió un estremecimiento en la espalda, el abdomen y los muslos.

Elain se movía por instinto, intentando recordar lo que Math había hecho para proporcionarle tanto placer. Descubrió que le agradaba deslizar la lengua y se lo introdujo más en la boca. Después besó sus muslos y su abdomen.

Cuando se arrodilló sobre Math, sintió una mano en la cabeza, lo miró y descubrió que la estaba mirando, con los ojos entrecerrados por el placer. Sonrió y se acercó para besarlo en la boca, al mismo tiempo que se levantaba la falda del vestido estampado.

Math la acopló sobre él, de manera que sus sexos estuvieran en contacto. Se quitó el pantalón de algodón para ofrecerle su cuerpo desnudo, y después, la penetró.

Elain se quedó inmóvil por un momento. El vestido extendido sobre los dos parecía un manto de flores. Se miraron a los ojos, sonriendo, y ambos se sintieron unidos en un mismo cuerpo.

Elain pensó que, de alguna manera, los antiguos dioses habían despertado y contemplaban con aprobación el viejo rito bajo el árbol y la piedra sagrados.

Después se inclinó hacia delante, con las manos apoyadas en los hombros de su amante, y se movió, sintiendo dentro su propia parte de divinidad. El largo cabello le caía y cubría sus rostros, mientras ambos compartían sus mundos. Math le sujetaba las caderas y se movía a su mismo ritmo.

Lentamente, parecían seguir el ritmo de la creación. Después aceleraron, hasta sentir los latidos de la madre tierra y de su amante, el cielo. El cielo despertó y ofreció su bendición a los adoradores, y la madre los acogió en su pecho. Después, aquel ritmo grandioso los arrastró y vibraron al sentir el más profundo misterio del mundo. Sus pulsos se aceleraron. La piel de Elain resplandecía y pareció que su rostro se transformaba en el de una diosa que obtenía placer de su amante terrenal.

El cielo abrió sus tesoros y los derramó sobre los amantes, la hierba y los árboles. Y la diosa tierra los aceptó, porque era el ritual de la fertilidad.

Entonces ambos gritaron, al sentir que formaban parte de la creación. Pero, como eran humanos, no podían mantenerse en unidad durante mucho tiempo, y el ritmo se quebró. Sus cuerpos se estremecieron conscientes de lo que habían perdido.

Math la rodeó con los brazos, y Elain, de nuevo humana, se recostó junto a él, inmóvil.

Los dioses habían sido satisfechos. Sonreían y aplaudían.



—¿Eso ha sido un trueno? ¡Dios mío!, pero si está lloviendo.

Math rió.

—¿Ahora te das cuenta?

Mientras hacían el amor había levantando la cabeza para beber de la lluvia, como otra contribución a su rito sensual.

—No, claro que no. Pero no noté que fuera tan fuerte. Nos vamos a empapar.

—Es estimulante. Si nos quedamos debajo del árbol estaremos más protegidos.

Colocaron la manta y el resto de las cosas bajo las ramas de árbol y acabaron el vino mientras esperaban a que escampara. Cayeron algunos relámpagos sobre el valle y se escucharon varios truenos, pero por fin dejó de llover, el cielo se despejó y volvió a brillar el sol.

—Elain, te presento a Theresa Kouloudos, mi representante. Theresa, Elain Owen. Se va a encargar del trabajo artístico.

—Encantada.

Elain saludó a una rubia delgada y vestida con elegancia, que parecía saber moverse en el peligro.

—¿Cómo estás?

Theresa le devolvió el saludo y se sentó. Estaban en el piso de Math.

—¿Eres canadiense?, por el apellido se diría que eres de Gales.

—Bueno, algo parecido. Mi bisabuelo nació aquí.

Theresa asintió. Aceptó el whisky con hielo que Math le ofrecía y bebió un trago que a Elain le hubiera hecho ver doble.

—Mmm —asintió, pensativa—. Sí, eso funcionará. Volver a tus raíces y todo lo demás. ¿Hay algo de especial interés en tus ancestros?

Todo parecía ir muy deprisa.

—Bueno, quería obtener información en la biblioteca de Aberystwyh, pero aún no he podido ir.

—Bien. Podemos poner a alguien a trabajar en tu árbol genealógico, si es necesario. Mientras tanto, ¿podrías escribirme tus datos, incluyendo todos los detalles que conozcas sobre tus orígenes galeses?

Transcurrió media hora antes de que le pidiera ver sus cuadros, y en aquel tiempo, discutieron el proyecto desde todas las perspectivas posibles. Theresa era inteligente y conocía bien su trabajo, pero también resultaba muy exigente. A medida que pasaba el tiempo Elain estaba más nerviosa, convencida de que su trabajo no encajaría en la mentalidad de una agente comercial y de que, si lo aceptaba, era sólo por hacerle un favor a Math.

—Muy bien —dijo Theresa por fin—. ¿Puedes enseñarme algo que hayas pensado para el libro?

Nerviosa, abrió el portafolios. Llevaba varios dibujos y se los entregó uno por uno: la fortaleza, con la multitud que subía por la colina desde el valle; la figura de Excalibur sobre el valle; los hombres de Arturo y el coche en el bosque; y otros más. Sólo tenía un dibujo que pertenecía al Mabinogion: el de la bella Elen en el trono dorado; y algunos bocetos de otras historias, como la del tapiz. En el último momento, y tras muchas dudas, había añadido el dibujo de la mujer que observaba el valle. Pero el cuadro del incendio aún no estaba acabado.

Theresa los observó todos con detenimiento. Después los extendió a su alrededor, apoyándolos en la chimenea vacía y en varios taburetes y sillas. Se sentó y los miró otra vez.

—Mmm —murmuró, después de una angustiosa demora.

Después miró a Math.

—Sí, ya veo. Son muy sensuales y ricos en detalles —se dirigió a Elain— Muy bien. No habrá problema en incluirlos.

—Queremos que el producto final sea de alta calidad. Costará una fortuna, pero vale la pena. Conozco un par de editores que estarán interesados en financiarnos. Hablaré con ellos esta semana.

Volvió a mirar los cuadros.

—¿Puedo llevarme alguno? —preguntó a Elain.

Aún no había sonreído. Era como si su cerebro funcionara al máximo y se olvidara de la función de los músculos faciales.

Elain asintió.

—Llévate lo que quieras.

Theresa escogió sin dudar tres cuadros, uno tras otro, y después decidió llevarse uno más.

—Te los devolveré, por supuesto.

Recogió el resto y se lo devolvió a Elain. Sólo quedó un cuadro, apoyado en la chimenea.

Era el cuadro de la mujer, cuyo mundo estaba vacío. Era distinto a los demás. Theresa se sentó, con la barbilla apoyada en los dedos, y Elain deseó que no le pidiera que pintase algo parecido para el libro.

Por fin, Theresa se movió. Se volvió hacia Elain y señaló al cuadro.

—¿Me lo venderías? Me gustaría tenerlo en mi piso.

—¿Qué dices? —preguntó Elain.



La línea no era muy buena, y tenía problemas para escuchar la voz de Raymond.

—Que no está relacionado con Althorpe —repitió Raymond—. Lo siento. Por Spencer, claro.

—¿Bill? Bill es un perro —dijo Elain, asombrada,

—¡Wilkes! —gritó Raymond—. Maldita sea, Elain.

—Lo siento, no te oigo. ¿Dices que Jeremy no es primo del conde? Entonces, ¿quién es?

—Un actor fracasado de clase media —respondió, con brusquedad.

Un tractor pasó cerca de la cabina y Elain se tapó un oído.

—Pero Raymond, eso es imposible. ¿De dónde saca el dinero? Él dice que recibe una renta familiar.

—Pues miente. Vive de los intereses de un dinero que heredó.

—Pero, ¿de quién?

El tractor subió por la carretera y por fin, Elain pudo oír bien.

—De su pareja, que murió de sida hace dos años. Y está agotando todo su capital. Al paso que va, estará sin fondos en dos o tres años.

—¿Y es cierto que ha publicado?, ¿tiene un agente?

31Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 12 continuación Dom 15 Mar 2009, 10:52

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—Si lo tiene, no lo hemos encontrado. Y si ha publicado algo, tampoco hemos dado con ello.

—Dice que cuando viaja a Londres, va a ver a su agente.

—Sí, aquí tengo la nota de la última vez que hablamos. Avísame la próxima vez que venga. Le seguiré el rastro.

—¿Algo más?

—La historia de tu amiga, Vinnie Daniels, también tiene altibajos, por lo que sabemos. No te ha contado nada que no sea cierto, excepto que no consta en ningún registro que llegara a casarse con su novio antes de que él muriera en Arnhem. Adoptó su apellido cuando se trasladó a Gales.

Elain empezó a sentirse enferma. Le parecía mal escarbar en el pasado de Vinnie. Decidió que cuando acabara aquel trabajo, dejaría a Raymond para siempre.

—Y lo mismo ocurre con la camarera galesa —continuó Raymond—. Si tiene alguna conexión con los nacionalistas, lo oculta muy bien. No hemos descubierto nada más. No hemos encontrado nada sobre las hermanas parapsicólogas. Intenta obtener más información, de dónde vienen, dónde nacieron y cosas parecidas.

Elain deseó que hubiera tenido más dificultades para obtener información sobre Vinnie, y no sobre Davina. No le importaría descubrir ante todos que Davina era una charlatana.

—De todas formas, no estaban aquí cuando el fuego empezó —dijo—. Pero me gustaría que encontraras algo sobre la autora de esos libros.

—Los imprimieron hace veinte años y ya están descatalogados. La editorial está intentando conseguirnos información, pero llevará tiempo.

—Ponme al corriente cuando sepas algo.

—Lo haré. Y ahora, ¿tienes algo para mí?

—No mucho. Math ha decidido empezar la restauración del hotel sin el dinero del seguro. Dice que tanto si pagan como si no, está cansado de esperar.

—¿La compañía lo ha aprobado? —preguntó Raymond.

—No lo sé. Pero su perito estuvo aquí hace unas semanas y no le dijo que tuviera que volver. Aunque existiera alguna prueba que se le hubiera pasado por alto, ha estado lloviendo, así que ya se habrá borrado.

—Muy bien, ¿algo más?

Elain no tenía más información y le prometió que se emplearía a fondo en el trabajo. Salió de la cabina, aliviada. No le gustaba lo que estaba haciendo, así que decidió no pensar en ello. Ahora tenía una doble personalidad. La Elain que pintaba y estaba con Math era real, pero la otra Elain cobraba vida sólo en determinados momentos, cuando hacía preguntas supuestamente inocentes a la gente, y cuando entraba en la cabina telefónica roja.



Math salió del estudio y se dirigió a Elain. Estaba en el sofá, con las piernas extendidas, absorta en los bocetos del Mabinogion.

—¿Te apetece comer? —preguntó Math.

Elain asintió, dejó el cuaderno de dibujo y se incorporó.

—Sí, por favor —enseñó un boceto a Math—. ¿Quién es?

No le importaba que Math viera los dibujos inacabados.

Math se acercó, se inclinó para besarla y cogió el boceto. Representaba un jinete que galopaba en un río y arrojaba una cascada de agua a unos hombres que estaban asentados en una pequeña isleta. Uno de aquellos hombres llevaba la espada desenvainada, otro vestía ropas religiosas, y el tercero llevaba un gran anillo. Estaban rodeados de tiendas y pabellones.

—Avaon, hijo de Talyessin, arrojando agua sobre Arturo y su obispo. Muy bonito —dijo.

—Estupendo —dijo Elain.

Se puso de rodillas en el sofá, descansando las manos en la parte de atrás, y le ofreció el rostro a Math para recibir otro beso.

—Y ahora, ¿qué te parece si comemos?

—¿Hace mucho calor para una sopa?

—Una ensalada estaría mejor.

—Muy bien, ¿y unos sandwiches?

Cuando estaban comiendo, alguien llamó a la puerta. Math abrió y entró un hombre corpulento, con la cara y las manos manchadas de hollín.

—Math —dijo—, quiero hablarte de la zona que estamos restaurando.

Elain aún estaba sentada a la mesa, pero le dio la impresión de que Math estaba preocupado.

—Dime —apremió.

—Hemos encontrado algo que creo que te gustaría ver. Creo que deberías venir.



El techo tenía forma de L, como la casa, aunque era más pequeño en extensión. En la parte principal del edificio habían bajado el nivel del suelo, habían revestido las paredes y habían instalado la electricidad. En aquella zona estaban la lavandería y los almacenes del hotel.

Pero el espacio bajo el ala más grande, donde tuvo lugar el incendio, estaba a un nivel más bajo, era oscuro y estrecho y no lo habían modernizado. Ambas secciones se comunicaban por un muro grueso de piedra, en el que había unos escalones para acceder al nivel más alto, aunque el techo tenía la misma altura. Se detuvieron, ya todo estaba sucio y oscuro y no tenían electricidad. George encendió una linterna. Las paredes de piedra no se habían modernizado, y la estrecha estancia estaba casi vacía. Más adelante, donde el fuego había causado más estragos, el sol se filtraba a través del tejado quemado y confería al lugar un aspecto irreal propio de una fotografía de posguerra,

Elain nunca había vuelto a la casa en la que murieron sus padres. Se estremeció y se preguntó si tendría el mismo aspecto que aquel lugar, donde reinaban la destrucción y la desolación.

Por todas partes había maderos, soportes, enchufes y una serie de materiales que demostraban el trabajo que se estaba haciendo. Cuando llegaron Math, Elain y George, encontraron a los trabajadores y a todos los clientes del hotel, que se volvieron en aquel momento para mirarlos.

Math sacudió la cabeza al verlo.

—¿Estáis todos locos o qué? ¿Qué demonios hacéis aquí? ¡Esto se os puede derrumbar encima!

—Pero, Math... —dijo Davina débilmente—. Creo que deberías detenerlos. No deben seguir. Por favor, ¡escucha!

Math miró a George.

—Te juro que no estaban aquí cuando salí a buscarte —le dijo George, y después miró a su ayudante—. Alguien debe haber corrido la voz.

El ayudante empezó a balbucear una disculpa, pero Davina lo interrumpió.

—¡No! Nadie nos lo ha dicho. Algo me atrajo, Math. Sentí el peligro. Por favor, escúchame.

Math soltó una exclamación.

—Si te mantuvieras alejada, lo comprendería mejor. Ahora quiero que todos los que no estén trabajando se vayan inmediatamente, por favor. Si quieren estar por aquí, manténgase apartados de la zona en obras.

Hablaba despacio, pero con firmeza.

Vinnie, Davina, Rosemary y Jeremy desfilaron entre los escombros hacia un lugar más seguro y allí se quedaron esperando, expectantes como niños. Math se volvió hacia Elain.

—¿Vas a quedarte aquí?

Elain asintió. Había un fuerte olor a quemado. Si había algún peligro no dejaría sólo a Math, Ya había perdido a sus padres en un incendio.

Math pareció entender.

—Muy bien —dijo—. No te alejes de mí. Quiero que estés cerca por si hay algún problema. George, ¿qué posibilidades hay de que esto se derrumbe?

George sacudió la cabeza.

—No muchas. Hemos estado limpiándolo todo y parece que lo que queda es sólido. Hoy hemos estado comprobando los cimientos. No se encuentran en muy buen estado, como puedes ver.

La luz se filtraba a través de parte de la pared derecha, donde había un gran agujero. Math frunció el ceño.

—¿Qué demonios ha causado esto? —preguntó.

—Bueno, las latas de gasolina estaban justo ahí, así que supongo que la explosión se concentró en ese lugar.

—No pudo ser tan fuerte como para agujerear una pared de piedra.

George asintió.

—Es lo mismo que yo pensé. Pero lo hemos comprobado y no hay ninguna duda. Detrás, debe de haber una habitación o un pasadizo que no conocíamos.

32Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 13 Dom 15 Mar 2009, 10:53

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—MATH! —la voz procedía de la oscuridad, tras ellos—. Es peligroso, Math. Puedo sentirlo. Hay un mal que acecha desde hace mucho tiempo. No entres.

—Gracias, Davina, pero confiaré en mi propio juicio. Antes que nada, averiguaré de qué se trata.

George los guiaba a lo largo del muro, en dirección a la sección que no se había quemado, donde un enorme armario se apoyaba contra la piedra.

—Hemos intentado moverlo, pero es un mueble muy pesado. No lo hemos conseguido entre cuatro.

—¿Qué crees que oculta? ¿Una puerta, tal vez? —preguntó Math.

—De hecho, supongo que hay una puerta oculta en el fondo del armario, pero me temo que el calor ha derretido los goznes. Sólo podremos pasar con un hacha.

—De acuerdo—dijo Math.

—¡Math! —rogó Davina.

Se había acercado para mirar el armario. Math se volvió y le sujetó el codo con la mano.

—¿Qué sientes exactamente?

En aquella situación, la vidente se volvió insegura.

—Algo horrible está encerrado ahí.

—Es posible que tengas razón. Tal vez vayamos a encontrar un cuerpo emparedado. Pero será un esqueleto de varios siglos, y esas cosas no me dan miedo. Si la perspectiva te parece desagradable, puedes irte.

Elain recordó de pronto la historia de Jessica. De modo que Math pensaba que era posible que la hubieran emparedado viva. Se estremeció.

—No, no lo entiendes. Es un mal más profundo, más espiritual.

—Si hay un mal espiritual en el sótano de mi casa, quiero conocerlo.

Un hacha golpeó a sus espaldas la antigua madera.



Cuando apartaron los tablones, descubrieron una puerta que medía aproximadamente un metro y treinta centímetros de alto por algo menos de un metro de ancho. Detrás todo estaba oscuro. Todos se acercaron, arremolinándose alrededor de la entrada secreta. La brillante luz de la linterna cayo en un muro, que se encontraba a poca distancia.

—Ése debe ser el muro original —dijo George.

Math cogió otra linterna.

—Vamos a ver si hay huesos —dijo, entrando.

George lo siguió, y los dos desaparecieron de su vista. Poco después, los demás empezaron a pasar.

Se trataba de un estrecho pasillo que ocupaba toda la longitud del ala quemada, bajando hacia la colina. Las linternas arrojaban extrañas formas sobre las paredes de piedra.

—¡Un pasadizo! —murmuraban todos asombrados—. ¡Es un pasadizo secreto!

—Eso parece —dijo Jeremy, con el tono de un niño con zapatos nuevos—. Vamos a ver adónde llega.

Math se volvió hacia los demás y se encogió de hombros. No tenía sentido que intentara mantenerlos al margen. Todos parecían perros que hubieran olfateado su presa.

Cuando Elain avanzó para alcanzarlo, pisó algo.

—¿Qué es esto? ¿Tenéis otra linterna?

—Sí, yo llevo una —dijo uno de los obreros a su espalda.

No era muy potente, pero iluminaba lo bastante para ver lo que Elain había encontrado. Sobre un montículo grisáceo que parecía de tierra había restos de tejido. Elain se agachó.

—Parece un saco de cemento o algo así —comentó.

Vinnie, que tenía una vista excelente a pesar de su edad, examinó el sello del fabricante en el saco de arpillera.

—No es cemento —anuncio—. Es harina. Recuerdo estos sacos, de antes de la guerra.

Math y George habían vuelto al oír a Elain, pero no tenían mucho que decir sobre un saco de harina, cuando esperaban encontrar huesos humanos.

—Es posible que haya ratas —advirtió Math. Pero a nadie pareció importarle, de modo que todos siguieron. Poco después sintieron una corriente de aire frío a la altura de los tobillos. George y Math murmuraban algo entre ellos. De repente, bajo la luz de las antorchas, la piedra de los muros pasó a ser roca sin pulir, y el pasadizo se convirtió en un túnel.

—Ahora debemos estar debajo del muro del final de la casa —comentó George.

—¿Qué será esto? —preguntó Jeremy—. ¿Una mina de oro?

—No seas ridículo —reprochó Rosemary—. Cualquiera puede ver que es un túnel.

—Supongo que llega hasta la fortaleza —dijo Math—. Esperadme aquí o volved. No hay bastante luz, y podríamos tener un accidente. Y es posible que haya murciélagos.

Algunos miembros de la expedición contuvieron un estremecimiento.

—A los cinco no les dan miedo unas cuantas ratas voladoras —dijo Jeremy, decepcionado.

—De todas formas, prefiero que no sigáis.

George y Math empezaron a bajar por el túnel, mientras los demás se quedaban reunidos alrededor de la pobre iluminación de la linterna.

—¿Conocías este pasadizo? —preguntó Elain a Vinnie.

—No. Ni siquiera creo que mi padre supiera que estaba. No creo que tuviera ningún motivo para ocultármelo.

—Es posible que no se haya usado en varios siglos —comentó Davina.

—Ese saco de harina no debe ser tan antiguo —señaló Vinnie—. Desde luego, es de este siglo.

—Me encanta esto —dijo Jeremy— Este verano los cinco van a estar bastante ocupados investigando.

—Puede ser muy peligroso —dijo Rosemary—. Me sorprende que Math nos haya dejado llegar hasta aquí. Por supuesto, él sería el responsable si a alguien le ocurriera algo.

—Ya se lo advertí —dijo Davina con voz cavernosa.

—Algún día alguien tendrá que explicarme quiénes son los cinco —intervino Elain, para aliviar el ambiente—. Tengo la impresión de que me he perdido algo.

—Son los protagonistas de una serie de libros infantiles, de Enyd Blyton —dijo Rosemary en tono de desaprobación—. ­Actualmente, se consideran racistas y esnobs, entre otras cosas.

—Pero a los niños les encantaban—dijo Vinnie—. La verdad es que cuando salieron esos libros yo ya no estaba en edad de leerlos, pero mis hermanas pequeñas disfrutaban mucho con su lectura. Y la escritora no era más racista o sexista que el resto de la gente de su época. No es justo culpar a una persona por los pecados de su entorno.

—Piensa en todos los escritores del siglo veinte que serán condenados en el futuro por despreciar la homosexualidad —convino Jeremy—. Pero ahora mismo eso no llama demasiado la atención.

Entre Vinnie y Jeremy consiguieron acallar a Rosemary. A Elain le habría encantado ver su rostro, porque sabía que no le hacía mucha gracia que pusieran sus opiniones en duda.

De repente, la luz que había en la distancia se reflejó en una piedra.

—Han alcanzado el final del túnel —anuncio Rosemary.

Math y George se detuvieron, y el murmullo de sus voces llegó del túnel. Después se volvieron y caminaron hacia el grupo, Los demás los espe­raron en silencio.

—Parece que hubo un desprendimiento de rocas. Es inaccesible.

—¿Quieres decir que es más largo aún? —pre­guntó Davina.

—¿Crees que conducía a la fortaleza? —intervino Elain.

Math se encogió de hombros.

—Puede ser. No sé muy bien cuándo se cons­truyó. Vamos.

Elain notó que no estaba concentrado en lo que decía. Estaba pensando en otra cosa, algo que lo preocupaba.

Todos volvieron sobre sus pasos. Cuando se acercaban a la puerta, las luces de las linternas iluminaron otra cosa. El pasadizo se extendía en los dos sentidos. Habían avanzado hacia la izquier­da, pero ahora veían que también podían haber tomado la derecha.

En aquella dirección, sólo medía unos metros, y llegaba a un muro de piedra. Pero no era aquello lo que les interesaba. Junto a las dos paredes había un montón de cajas y sacos, en avanzado estado de descomposición.

—Parece que es un almacén olvidado —dijo Math—. Alguien debía estar esperando un asedio.

—¿De quién? —preguntó Jeremy—. Esto parece interesante. Los alimentos parecen demasiado modernos como para pensar en Owen Glendower.

Todos guardaron silencio durante un momento. Vinnie fue la primera en hablar.

—De los alemanes, por supuesto. Esto debe estar aquí desde la guerra. El último descendiente de la familia que poseía el castillo murió en 1942, y después de la guerra, el estado se lo vendió a tu padre. Supongo que estas cosas se guardarían antes de que llegara el racionamiento, y cuando el dueño murió, nadie supo de su existencia.



Cuando volvieron, todos estaban llenos de polvo. Jan se desesperó al ver que estaban esparciéndolo por todas partes.

Se quitaron los zapatos y subieron con precau­ción a sus habitaciones, como niños traviesos.

En el piso de Math, Elain fue la primera en usar el baño. Se miró en el espejo. Tenía la ropa muy manchada, pero suponía que no era nada que no pudiera arreglar el detergente.

Se desnudó, se duchó y después salió envuelta en una toalla para meter la ropa en la lavadora. Math se había desnudado en la cocina. Mientras se duchaba, Elain puso en marcha el aparato y se puso un vestido de algodón.

Cuando Math salió del baño, Elain estaba deseo­sa por hablar de su hallazgo,

—¿Qué piensas? ¿Crees que el pasadizo estaba ahí desde que se construyó la fortaleza? ¿Quién lo haría? —preguntó cuando se sentaron a acabar la comida que habían dejado dos horas atrás.

—Supongo que el pasadizo se debió construir junto con esa parte de la casa, o poco tiempo des­pués. Pero me encantaría saber el motivo. También me pregunto si el túnel pertenecería al edificio original.

—Por lo menos, ahora sabemos cómo entró Jes­sica en la casa.

Math mordió un trozo de pan y la miro,

—Por supuesto. Además, eso resuelve otro pro­blema. Ya sabemos de dónde salió la gasolina que originó el incendio. Pero eso deja una pregunta sin respuesta. ¿Quién sacó las latas del pasadizo? ¿Y para qué querrían quemar el castillo?



—¿Qué?—gritó Elain.

Raymond maldijo.

—Has estado a punto de dejarme sordo. Ya me has oído. Los peritos dicen que el tapiz no se quemó.

33Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 13 continuación Dom 15 Mar 2009, 10:53

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—Eso es imposible. Además, ¿cómo lo saben?

—Se puede averiguar mucho a partir del tejido. Había restos en el lugar que ocupaba el tapiz, pero las muestras que tomaron resultaron ser de algo­dón, del siglo veinte.

—¿Quieres decir que el tapiz se salvó del fuego y que Math miente?

—Me parece más probable que lo retirasen antes de provocar el incendio.

Aquello inculpaba directamente a Math. Nadie más habría tenido la oportunidad de quitar el tapiz.

—No lo creo. Lo más probable es que el perito extrajera muestras del tejido incorrecto. Supongo que tendrían el tapiz colgado delante de un paño, para protegerlo de la pared.

Se hizo una breve pausa. Después, Raymond se aclaró la garganta.

—No te estarás involucrando personalmente en el asunto, ¿verdad? —preguntó incómodo.

—Bueno; vivo aquí. Naturalmente, tengo que relacionarme con todos ellos. Pero no se trata de eso. No me han nublado el juicio, si es lo que insinúas.

—Eso era lo que insinuaba, en efecto.

—En cualquier caso, si el tapiz no se quemó, ¿por qué no lo dicen los del seguro? Lo único que tienen que hacer es negarse a abonar su valor. Eso no demuestra que el incendio fuera provocado, ni que el resto no se haya destruido.

Raymond suspiró.

—Eso demuestra —explicó con paciencia— que alguien sabía que iba a haber un incendio. Y cuando un incendio ha sido previsto, eso significa que ha sido provocado.

—¡Venga! El tapiz podría haber sido retirado por miles de razones. Para limpiarlo, para restaurarlo, para tasarlo, para colgarlo en otro lugar. Las coincidencias existen.

Pero su corazón se encogió, porque cualquiera de aquellas explicaciones significaba que Math esta­ba involucrado en un fraude, incluso en el caso de que no hubiera provocado el incendio. Y ella trabajaba para la empresa a la que había intentado estafar.

En efecto, la respuesta de Raymond fue la esperada.

—Pero reclamó su valor de todas formas, ¿no> A lo mejor se le olvidó que lo había llevado a¡ tinte.

—Hay otra explicación. Debió quemarse. El peri­to ha cometido un error.

—Mira —dijo su jefe con amabilidad—, éste no es el único motivo que tienen para desconfiar. Te aseguro que aquí ha habido un incendio provocado y un fraude, y el propietario es culpable de ambas cosas.

Elain se quedó sin palabras.

—¿Tienes algo que decirme? preguntó Ray­mond.

—Rosemary y Davina son de un pueblo cercano a Godalming. Es lo único que he podido averiguar.

—Muy bien. ¿Qué más?

Se detuvo. No sabía si decírselo. Había decidido no hablarle del descubrimiento del pasadizo, para que fuese Math quien lo dijera. Sabía que algo lo preocupaba.

—Venga —Insistió Raymond—. Suéltalo.

Cuando tomó aquella decisión, Elain estaba convencida de la inocencia de Math, y pensaba que en cualquier momento la compañía de seguros admitiría su error y pagaría.

Abrió la puerta de la cabina telefónica y respiro profundamente. Se apoyó el auricular en el pecho y dijo al aire:

—Lo siento. Ahora mismo termino.

Después volvió a colocarse el auricular para hablar con Raymond.

—Perdona. Alguien quiere usar el teléfono. De momento no hay nada más. Mañana volveré a llamarte.

Colgó antes de que su jefe pudiera protestar y salió de la cabina telefónica. Estaba cubierta de sudor. Se enjugó la frente con una mano. Después se dirigió al bar, confundida. Probablemente, nece­sitaba tomar algo.

Era posible que necesitara un golpe así para reaccionar y reconocer la verdad: estaba enamo­rada de Math.

—Hola —dijo Gwenn al verla—. ya has hecho tu llamada?

—Sí —respondió Elain, de forma automática.

Se lo había buscado ella misma. El sentido común la había prevenido contra aquel hombre. Su trabajo consistía en descubrir los fraudes, y no debía involucrarse demasiado con los sospechosos.

—¿Quieres un café?

—Sí, por favor.

Math había provocado un incendio en el que podían haber muerto varias personas. La tempo­rada alta no había empezado aún, por lo que el hotel estaba lleno, pero Vinnie le había comentado que dos personas habían tenido suerte de salir con vida. Se preguntaba si Math sería capaz de arriesgar las vidas de otras personas por dinero. No sabía nada de él. Su corazón le había dicho que era inocente, y no había investigado más. Pero también recordó que nada más verlo había tenido la sensación de que era culpable. Se había convencido de que no era así engañándose a sí misma, porque se sentía muy atraída por él. Pero en realidad, no sabía absolutamente nada.

—Aquí tienes tu café. Has tenido malas noticias, ¿no?

Elain parpadeó para volver al presente.

—¿Cómo?

—Tu llamada telefónica. Parece que las noticias no han sido muy buenas.

De repente, Elain se dio cuenta de que Gwenn le había preguntado al verla entrar si había hecho su llamada. Al parecer, todo el pueblo controlaba cada una de sus acciones.

Pero era lógico. El sentido común también debería habérselo advertido. El hecho de que una persona que se alojaba en el hotel bajara al pueblo casi todos los días para llamar por teléfono desde la cabina no podía pasar inadvertido.

Sabía con certeza que Math acabaría por averiguar algo que despertara sus sospechas. Y al darse cuenta de aquello, reparó en una cosa más: la reacción que tendría Math al darse cuenta de lo que estaba haciendo. Ninguna explicación podría ocultar el hecho de que mientras estaba con él llevaba una doble vida.

Había sentido la tentación de confesárselo todo varias veces, y ahora deseaba haberlo hecho. Pero ya no tenía sentido. Si Math había provocado el incendio, ella no podría soportar que empezara a contarle mentiras.

De pronto se dio cuenta de que estaba en una carrera contra reloj. Debía averiguar si Math había tenido algo que ver en el incendio antes de que él se enterase de que era una farsante.



El desconocido llegó al día siguiente, a la hora de la comida, con sus maletas y sus excusas, y nada más verlo, Elain supo que debería haber sospechado que ocurriría algo así. Los huéspedes y los trabajadores estaban en las mesas del jardín, comiendo la ensalada y los bocadillos que Vinnie y Jeremy habían preparado. El restaurante estaba cerrado a los externos mientras las reparaciones tuvieran lugar, y Myfanwy se había tomado la mañana libre.

Elain los había visto desde la colina, donde estaba aprovechando la mañana soleada para pintar, y había bajado a su encuentro. Math había llegado unos minutos después. Elain suponía que había estado trabajando en su estudio, pero no estaba segura, ya que la noche anterior había dormido sola. Había pasado en vela la mayor parte de la noche, pero no había llegado a ninguna conclusión. Había dos posibilidades: Math podía ser culpable o inocente. Sí era inocente, ella era la persona indicada para demostrarlo. Si dejaba su trabajo ahora y se marchaba, la compañía de seguros enviaría a otra persona, que estaría predispuesta contra Math. Algunos investigadores parecían creer que su trabajo consistía en demostrar la culpabilidad de los sospechosos, en vez de averiguar si eran o no culpables.

Por otro lado, si se quedaba, aumentaría el riesgo de que Math la descubriera. Pero no podía marcharse, y tampoco podía renunciar al trabajo, porque no podía correr con los gastos del alojamiento en un hotel tan caro si Raymond no pagaba su factura.

Se sentó en una mesa de la terraza y cogió un bocadillo. Saludó a los demás mientras Math avanzaba hacia ella, por el jardín. Inocente o culpable, se pondría furioso si empezara a sospechar de ella. Pero si era inocente y ella lo demostraba, era posible que tuviera una oportunidad de obtener su perdón.

Si era culpable, nada importaba.

—Hola—le dijo—. ¿Te encuentras mejor?

La noche anterior había dicho que prefería estar sola porque le dolía mucho la cabeza.

—Sí, gracias —respondió.

Sin embargo, el ceño fruncido de Math indicaba que no la creía.

—Deberías ponerte un sombrero para trabajar al sol.

En aquel momento llegó el coche y se detuvo en el camino, frente a las mesas. Un hombre se apeó, saludó y entró en el hotel. Math levantó una ceja al verlo, pero no dijo nada.

—¿Quién será? —dijo Rosemary.

Math negó con la cabeza.

—Tal vez un cliente potencial —dijo Vinnie.

Olwen apareció en la entrada. Parecía agitada.

—Math —gritó—, ¿puedes venir?

Jeremy emitió un sonido de sospecha.

—¿Qué pasa? —le preguntó Elain, volviéndose—. ¿Quién crees que es?

Jeremy se encogió de hombros.

—No tengo ni idea.

—Entonces,¿por qué has dicho eso?

—Bueno; es evidente que hay algún problema, ¿no? Tal vez su visita tenga algo que ver con el túnel que descubrimos ayer.

Cuando Math volvió, el hombre iba con él.

—Ahora no hay ruido —explicaba Math— porque los obreros están comiendo. Pero estamos de obras, y el hotel no resulta muy relajante.

—Eso es cierto —decía el hombre.

Math lo acompañó a las mesas.

—Les presento a Brian Arthur —anunció.

—¿Se va a alojar aquí? —preguntó Vinnie, tendiéndole su elegante mano.

Math se encogió de hombros.

—Al parecer, hemos perdido otra reserva. Es posible que se extraviara algún registro con el lío del incendio.

Elain sintió que su garganta se cerraba.

—¿Va a quedarse aquí? —preguntó.

Nadie sabía mejor que ella que no se había per­dido ninguna reserva a causa del incendio. Pero al parecer, alguien se había enterado ya de que aquella excusa funcionaba para conseguir una habitación. Además, aquel hombre le recordaba a alguien.

—Si no tiene inconveniente —respondió él, estrechando su mano.

Elain intentó en vano localizar su acento.

Math terminó con las presentaciones, se apoyó en una mesa y cogió un bocadillo.

—Brian es uno de los voluntarios del ferrocarril y se va a quedar aquí dos semanas.

—¿De verdad? —preguntó Davina—. ¿Está trabajando en el ferrocarril de Talyllyn?

—Exactamente. ¿Ha montado ya?

Math le sirvió una copa de vino, mientras Davina asentía.

—¿Qué trabajo ocupa en el ferrocarril?

—Este año soy bombero.

34Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 13 continuación Dom 15 Mar 2009, 10:54

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—Es un tren precioso —comentó Jeremy—. Yo no he montado, pero tengo entendido que está muy bien.

—En efecto —respondió Brian Arthur, volviéndose hacia Elain—. ¿Y usted? ¿Ha montado ya en el tren?

Elain negó con la cabeza. Había visto el folleto, pero no lo había leído. Al parecer, unos cuantos trabajadores voluntarios estaban restaurando una antigua línea de ferrocarril.

—Deberías ir —le dijo Vinnie—. Es una preciosidad, y todo el mundo lo pasa muy bien. Los amantes del ferrocarril de toda Gran Bretaña vienen a pasar las vacaciones haciendo de ingenieros, conductores y expendedores de billetes.

Tal vez fuera así, pensó Elain. Pero el hombre que acababa de pedir una habitación en el White Lady no se encontraba entre ellos.

De repente se dio cuenta de que la persona que le recordaba era Raymond Derby. Si Brian Arthur no era otro detective, estaba dispuesta a comerse la mesa además de los bocadillos.

35Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 14 Dom 15 Mar 2009, 10:54

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—HAN ENVIADO a otra persona —gritó Elain. La lluvia golpeaba las paredes de la cabina telefónica con tanta fuerza que apenas se podía oír nada. Elain estaba empapada, pero quería hablar con Raymond inmediatamente, y si hubiera cogido el coche, la gente se habría preguntado por qué lo hacía. El chaparrón la había sorprendido a mitad de camino.

Pero aquélla era la última llamada que podía hacer desde el pueblo.

—¿Quién lo ha enviado?

—Tus clientes, por supuesto. Raymond, por favor, si lo sabes no me digas que no. Quiero saber qué está ocurriendo.

—Te aseguro que no sabía que fueran a enviar a alguien más.

—Entonces, son ellos los que tienen un doble juego.

—¿Hasta qué punto estás segura de que ese hombre es detective?

Elain pensó durante un momento. Setenta por ciento. Ochenta.

—Ya veo. ¿Se puede saber por qué?

—Es evidente. Por lo que me dijiste. No creen que el tapiz se consumiera en el incendio.

—No me convences. Se alegran de que estés ahí, aunque no hayas averiguado gran cosa por ahora. Están dispuestos a darte más tiempo para que te ganes su confianza.

El estómago de Elain se encogió. Por supuesto, lo estaba haciendo muy bien. Se estaba ganando su confianza. Un trueno ensordecedor se desató en el cielo.

—Ha usado para conseguir habitación la misma excusa que yo. Dijo que había hecho una reserva y que se debía haber extraviado. Aparte de ti, de mí y de tus clientes, ¿quién más crees que puede saber que esa excusa funciona?

—Todo el hotel —respondió—. De todas formas, tengo la impresión de que hay algo que no me cuentas. Por eso ha aparecido ese tipo. Ahora, dímelo todo y a lo mejor averiguamos a qué se debe su presencia.

—El incendio reveló un pasadizo oculto en el sótano. Alguien había estado acumulando provisiones durante la guerra, y siguen ahí. Math sospecha que de allí salió la gasolina.

—Estoy seguro de que tiene razón —dijo.

—Pero eso significa que alguien la cambió de sitio. Porque cuando se incendió, estaba al otro lado de la pared del pasadizo, justo debajo de la habitación donde estaba el tapiz.

—¿Adónde conduce el pasadizo?

—Probablemente llegaba hasta la fortaleza de la que te hablé, pero parece que un derrumbamiento bloqueó el paso, y ahora no lleva a ningún sitio.

—Pero bueno, ¿dónde tienes la cabeza?

—¿Qué quieres decir?

—Nadie se arriesgaría a provocar un incendio con gasolina y después salir por la casa, ¿no? Eso era lo único que no cuadraba en la teoría del incendio provocado. El túnel conduce a algún sitio, y tú tienes que averiguar adónde.

Fuera, en la calle, un relámpago iluminó un coche aparcado. Durante un segundo, Elain se quedó contemplándolo. Inmediatamente después, un trueno hizo estremecerse la cabina.

—Me temo que estoy en el corazón de la tormenta —comentó Elain.

Pero la comunicación se había cortado.



—¿Se te ha ocurrido pensar que puede haber alguien interesado en echarte de aquí? —preguntó a Math con tono despreocupado, mientras cenaban.

Aquélla era la única posibilidad que se le ocurría para demostrar la inocencia de Math.

—¿Fuera de la casa, quieres decir?

—Sí.

—¿Por qué crees que alguien podría querer hacer eso?

—No lo sé. ¿Has recibido alguna oferta de compra últimamente.

Math sonrió.

—Pregunta a Vinnie durante cuánto tiempo tuvo el hotel en venta hasta que yo se lo compré. Empezaba a pensar que nunca conseguiría colocarlo. Además, su valor ha descendido desde entonces, como el valor del resto de las propiedades. No tengo intención de vender, así que me da igual. Si quisiera deshacerme del castillo, tendría un problema.

—¿Nadie se ha ofrecido a comprártelo? —insistió.

—Nadie ha insinuado que le interese tenerlo. Necesita demasiadas reformas antes de convertirse en un hotel decente. Es necesario instalar cuartos de baño y modernizar las cocinas. Como verás, la disposición es un poco rara. Hay muchos pasillos y escaleras que llevan de un extremo a otro, y para llegar a los puntos intermedios, hay que dar un rodeo. Sería muy difícil hacer sitio para los cuartos de baño sin destrozar las proporciones. Éste no es un hotel que visitarían regularmente los turistas japoneses.

—Pero en verano solías llenarlo.

—Tenemos un grupo reducido de clientes, bastante excéntricos, a los que les gustan el aislamiento, la piedra y la fontanería antigua. Pero ese grupo se reduce año tras año. Ése era el motivo que impulsó a Vinnie a vender. Además de su edad, naturalmente. Pensó que podría interesar a alguna cadena hotelera, o que alguien podría querer convertirlo en un palacio de congresos. Pero no tuvo mucha suerte.

—Ya veo. ¿Tienes enemigos? —preguntó directamente.

—Que yo sepa, no —cogió su mano y le besó las puntas de los dedos—. Ahora dime por qué piensas que podría tenerlos.

Elain lo miró. Imaginó qué ocurriría si le contaba la verdad sobre quién era y qué hacía. Podía decirle que estaba convencida de su inocencia y quería ayudarlo a demostrarlo. Pero también cabía la posibilidad de que fuera culpable.

—He oído que habéis encontrado un pasadizo debajo de la casa —comentó un hombre, acercándose a la mesa.

Se trataba de uno de los clientes habituales del restaurante, un inglés que se dedicaba a escribir guías de viajes y que vivía por los alrededores.

—Veo que los rumores se extienden rápidamente —dijo Math, resignado—. Pero si no te importa, te agradecería que digas a quien te pregunte que no es nada del otro mundo. Unas cuantas provisiones de la época de la guerra, y ya está. No conduce a ningún sitio, y no es nada interesante. Lo único que me faltaría ahora sería que un par de turistas tuvieran un accidente en el sótano y me pusieran una denuncia.

El hombre rió y se alejó de la mesa, después de charlar un poco más.

Elain volvió a la carga.

—¿Estás segura de que Brian Arthur es quien dice ser?

Aquello cogió a Math por sorpresa.

—No me lo he planteado. ¿Quién crees que es?

—Para estar enamorado de los trenes, sale muy poco del hotel.

—Ha estado lloviendo.

Math no intentaba encontrar excusas para el comportamiento del hombre. Simplemente, no le interesaba. Elain no sabía cómo podía prevenirlo, aunque ni siquiera sabía contra qué lo tenía que prevenir. Math tenía razón. Nadie quería nada de él, y no era probable que tuviera un enemigo tan acérrimo y no lo supiera.

Le gustaría que la tomara más en serio. Si se lo propusiera, tal vez pudiera recordar algo, algún indicio que lo condujera a sospechar de alguien.



Math llenó las copas de coñac, entregó una a Elain y cogió la suya, mirando el líquido con gesto ausente.

Elain había ido a su piso porque no podía volver a pretextar un dolor de cabeza. No sabía qué hacer. Estaba traicionando a Math, aunque por otro lado, él podía haber provocado el incendio.

Ahora le resultaría más difícil escapar. No sabía qué excusa poner para que él no sospechara nada. Math intentaría averiguar qué le ocurría, y Elain no sabía si podría encontrar una explicación verosímil que justificara su comportamiento. Hasta entonces nunca se había sentido muy presionada cuando trabajaba para Raymond.

Además, si conseguía convencerlo de que no ocurría nada, sólo acumularía más mentiras.

Math se sentó en el suelo frente a ella, con los codos apoyados en los muslos. Levantó la cabeza, pidiéndole un beso, y Elain reaccionó inmediatamente. Daba igual lo que pensara su cabeza; su corazón y su cuerpo pertenecían a Math. Su sonrisa de deseo era completamente auténtica,

Math subió una mano para acariciarle la mejilla mientras el beso deshacía los sentidos de Elain, disolviendo sus reproches.

—Tengo la menstruación —mintió contra sus labios.

Math se apartó de ella ligeramente y siguió sonriendo.

—No me importa.

Volvió a besarla, arrodillándose para llegar a su boca. Dejó las copas en un taburete y después se tumbó en la alfombra, arrastrando a Elain tras sí. Ella se tumbó sobre su pecho y lo miró con los ojos llenos de amor.

Math la había liberado de su prisión. No podía pagarle delatándolo.

—Te amo —susurró Math.

Elain sintió que su sangre bullía, ensordeciéndola con el eco de aquellas palabras.

—¿De verdad?

Math la abrazó con fuerza.

—Eres todo lo que siempre quise. Eres mi vida. Quiero estar siempre contigo.

—Yo también te amo —respondió ella—. Nunca he querido tanto a nadie.

No podía evitar decirlo, aunque sabía que no era lo más apropiado. Su corazón se desgarraba por el amor que sentía. Nunca había vivido una experiencia semejante.

Siguieron besándose, rodando por la alfombra. Cuando se detuvieron, Math estaba encima de ella.

—Nunca tendré bastante de ti —dijo él—. No sabes cuánto te amo. Desde el momento en que te vi supe que nunca podría haber nadie más.

Aquellas palabras salían de lo más profundo de su alma. Mientras hablaba, la besaba y la abrazaba con frenesí, devorado por la pasión.

Elain gimió mientras Math le quitaba el vestido y las braguitas. Abrió las piernas para abrazarlo con un grito de pasión, y lo acogió en su interior.

—Te amo, Elain. Dime que me amas.

Era cierto. En el todo el universo nada más era verdad, salvo su amor.

—Te amo —susurró

Después, cuando todo estallaba a su alrededor, cuando parecía que el placer que los devoraba no iba a detenerse nunca, volvieron a gritarse su amor.

Más tarde, dormida junto a su amante, Elain lo recordó y lloró.



—¿Por qué no subimos tus cosas? —propuso Math mientras desayunaban.

Elain estuvo a punto de atragantarse con el café.

—¿Qué quieres decir?

—No tiene sentido que sigas teniendo tu equipaje en la habitación, ¿verdad?

—Bueno, mi pintura...

—Ven conmigo.

36Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 15 Dom 15 Mar 2009, 10:56

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MUDPIE SE estiraba con sensualidad en el sol, restregándose contra la alfombra. Cuando Elain abrió la puerta, la gata se enderezó y la miró con reproche.

Math, que estaba sentado en el escritorio, se volvió a mirarla y sonrió.

—Vaya —dijo, entrecerrando los ojos—. Parece que te has estado divirtiendo.

Elain se había limitado a lavarse la cara, pero aún llevaba la ropa manchada de negro.

—He vuelto a bajar al túnel —anunció.

—¿Tú sola? ¿Estás loca? Eso puede ser muy peligroso. ¿Qué habría pasado sí te hubieras caído y te hubieras roto una pierna?

—Bueno, la verdad es que me caí, pero sólo rompí la linterna. Pero he descubierto una cosa. El pasadizo no se bloqueó con el desprendimiento. Hay una salida a un lado.

—Y por supuesto la has encontrado.

Math no parecía sorprendido.

—¿Tú también la viste? —preguntó.

Él asintió. Después rodeó su cintura con los brazos y apoyó la cabeza en su cadera.

—Se me rompió la lámpara antes de que pudiera verlo todo. ¿Qué crees que es? ¿Una mina?

—Probablemente, pero no parece muy reciente. Hay unos cuantos artefactos de madera, y unos cuantos picos. Parecen romanos.

—¿De qué crees que sería la mina? ¿De plomo?

Math se encogió de hombros.

—O de oro, o de hierro. Los romanos extraían las tres cosas en Gales. No sé demasiado sobre las características geológicas de esta zona.

—¿Tiene más salidas?

—Sí. Va a parar a la fortaleza. Justo al pozo que está protegido con barrotes —se puso en pie—. Aún no has comido, ¿verdad?

Elain negó con la cabeza y lo siguió a la cocina.

—Esto es muy emocionante —dijo, buscando inspiración en la nevera—. ¿Tú no estás intrigado?

Math sacó una lechuga, queso y un par de huevos.

—Creo que menos que tú.

—¿Es que no te das cuenta de que fue por ahí por donde entraron?

—¿Quiénes?

—Las personas que provocaron el incendio, por supuesto. Sea quien sea quien ro...

Se contuvo justo a tiempo. Había estado a punto de mencionar el robo del tapiz.

—Sea quien sea quien incendió la casa —continuó—, encontró la gasolina en el pasadizo, la sacó al sótano, y después volvió a huir por el túnel. ¿No te das cuenta?

Math estaba batiendo los huevos.

—Sí. Lo que no puedo entender es quién fue. Ni por qué lo hizo.

Elain se quedó mirándolo. Aquélla era la pregunta. Y ella tendría que encontrar la respuesta.



—Hola, Elain, perdona que te moleste —dijo Rosemary.

—Tranquila. No estaba trabajando.

Era cierto. Estaba en su cama, leyendo el Mabinogion, y se había quedado dormida. Rosemary la había despertado al llamar a su puerta, y ella había abierto sin pensárselo dos veces. Recordó demasiado tarde que aún tenía en el caballete el cuadro que representaba el hotel en llamas, y la habitación estaba llena de bocetos. No le importaba quién viera su trabajo una vez terminado, pero le molestaba que la gente mirase sus cuadros inacabados. Sobre todo si se trataba de alguien como Rosemary.

—Siéntate —dijo, abriendo su carpeta.

Se apresuró a guardar el cuadro del incendio en el compartimiento especial para los óleos frescos.

—¿Te has recuperado de tu caída?

—Sí, no ha sido nada grave. No me he torcido un tobillo, ni nada parecido.

—Supongo que volviste a bajar por el túnel.

Si lo reconocía, era posible que a los otros clientes les diera por hacer lo mismo que ella, y no quería que todo el mundo averiguara que no se acababa al llegar al desprendimiento.

—No. Estaba fuera, buscando algo que pintar, y ...

—¡Dios mío! —gritó Rosemary.

Elain miró rápidamente la cabeza hacia el lugar al que apuntaban los ojos de la vidente. Pero allí estaban sólo los bocetos del Mabinogion.

—¡Qué interesante! —dijo Rosemary, con un tono que parecía de horror.

Elain se apresuró a recoger los bocetos y dejó el montón boca abajo.

—Lo siento, pero no me gusta que nadie vea mis trabajos antes de que los termine. Es una manía.

—¿No podrías enseñarme...? Bueno, lo entiendo. En fin; había venido a preguntarte si podemos contar con tus dotes culinarias esta noche. Recuerda que es lunes.



—¿Se puede saber qué estáis haciendo? —preguntó Elain en la puerta de la cocina.

Math estaba delante de la cocina, con el delantal de Myfanwy puesto y una espumadera en la mano, mirando fijamente una sartén. Jeremy parecía estar amasando algo, junto a la encimera. Vinnie, con la cara llena de harina, batía huevos con energía. Mudpie y Bill olfateaban el suelo, con la esperanza de encontrar algo comestible.

—¿Insinúas que esto es un desastre? —preguntó Math con aire jovial.

—¿Sabes cómo se puede recoger la harina del suelo? ¿Crees que hay forma de recuperar ese montículo?

—Espero que no pretendas que nos lo comamos —dijo Elain con ironía.

—Es todo lo que quedaba en el paquete —replicó Jeremy, mirando con preocupación el montón de harina.

—Dios mío —dijo Vinnie, alzando la vista al techo.

Mudpie estaba arañando el suelo, como si quisiera enterrar todo aquello, mientras que Bill estaba sentado, mirando a Elain. Movía con alegría el rabo, esparciendo la harina por todas partes.

Jeremy se encogió de hombros. No parecía aceptar el juicio de Elain ni de Vinnie, pero al parecer acabó por desistir al ver lo que hacían los animales.

—¿Sabes si hay más harina, Math?

—Prueba en el sótano, pero no te recomiendo que uses la del pasadizo.

Todos se miraron entre sí y rieron la broma. Habían pensado en lo mismo, al mismo tiempo.

—Supongo que alguien usaría el pasadizo secreto durante la guerra —comentó Vinnie.

Jeremy se limpió las manos y dijo:

—Vaya desastre.

—Yo me encargaré de arreglarlo si tú sigues cocinando —intervino Elain.

Jeremy le dio las gracias y se marchó por las escaleras. Elain cogió un trapo y sujetó a Bill para limpiarle la harina que tenía por todo el cuerpo.

—Tus animales parecen tener la costumbre de sentarse en los peores sitios —comentó a Math.

—En Bill es normal. Pero Mudpie se dejaba guiar por un instinto muy femenino.

—¿Cual?

—Embadurnarse de cualquier cosa que huela bien.

Elain rió mientras seguía limpiando. Al aspirar se le metió un poco de harina en la nariz y no pudo evitar un estornudo.

—¿Whisky como perfume? —preguntó con incredulidad.

—No era un whisky normal y corriente, sino mi mejor whisky de malta escocés.

Cuando terminó de limpiar, le preguntó:

—¿Qué puedo hacer ahora?

—Siéntate a charlar con nosotros —contestó—. Tres cocineros son demasiados. Ya verás cómo lo estropeamos todo.

—Rosemary dijo que me necesitabais aquí.

—Pues Jeremy se te ha adelantado.

Por alguna razón, Elain recordó en aquel momento el comentario que había hecho Raymond. Según su jefe, Jeremy estaba gastándose su fortuna a toda velocidad, y no le duraría más de tres o cuatro años. Se preguntó si tendría los contactos necesarios para vender el tapiz de manera discreta.

La pregunta estribaba en quién necesitaba más el dinero. Una cuestión que odiaba preguntarse. Vinnie no lo necesitaba, puesto que su trato con Math le permitía quedarse allí toda la vida. Aunque hubiera robado el tapiz, no habría hecho algo tan estúpido como quemar su propia casa para que no la descubrieran.

Pensó en Rosemary y en la escena que se había desarrollado en su habitación. Algo la sorprendía y la empujaba a sospechar. Elain recordó que, justo en el instante en que había apartado el cuadro que representaba el incendio, la parapsicóloga había tenido aquella extraña reacción. No comprendía que se hubiera asustado tanto. Sólo era pura invención.

—Pareces preocupada esta noche —dijo Math con suavidad.

Elain regreso a la realidad a tiempo de observar que Math se había inclinado sobre la silla en la que estaba sentada, sonriendo. Le devolvió la sonrisa. Pero aunque no fuera consciente de ello, frunció el ceño al mismo tiempo.

—¿Qué sucede? —preguntó él—. ¿Qué es lo que te preocupa?

Sus emociones se notaban demasiado. Desde luego, no daba la talla de detective fría e impenetrable. Nunca había tenido que esforzarse tanto en un trabajo, ni durante tanto tiempo. Hasta entonces no se había enamorado de ningún sospechoso, y le resultaba muy difícil ocultar a Math sus sentimientos.

Miró a su alrededor. Jeremy se encontraba al otro extremo de la cocina, mezclando algo con la batidora. Vinnie había desaparecido.

—¿Se te ha ocurrido pensar que alguien pudo incendiar el edificio para que no descubrieran que había robado el tapiz?

—¿Cómo? —preguntó, aparentemente sorprendido—. ¿El tapiz robado? ¿Qué te hace pensar tal cosa?

—Que no encuentro otro motivo más claro.

—Pues yo no encuentro nada claro en este asunto. A menos que... ¿Qué te hace pensar que el tapiz no se quemó?

Elain quería decirle la verdad, pero no podía.

—No lo sé. El fuego empezó debajo de aquella habitación, ¿no es cierto?

Él frunció el ceño y consideró lo que había dicho. Después, hizo un gesto de negación con la cabeza.

—No puede ser. El perito de la compañía de seguros examinó los restos de tejido. De no haber sido el tapiz, lo habrían descubierto —declaró, mirándola—. Pueden saber la edad de la tela, aunque esté quemada.

—¿Te lo dijo el perito?

—No era necesario. Es algo que casi todo el mundo sabe. Además, es el tipo de cosas que los arqueólogos conocen.

37Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 15 continuación Dom 15 Mar 2009, 10:57

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Ahora sabía que Math era inocente del robo del tapiz. Con sus conocimientos, no habría cometido la estupidez de intentar engañar a la compañía de seguros un truco tan burdo.

—Pues no han dicho nada de...

Elain dejó de hablar cuando Jeremy apagó la batidora.

—Bueno, bueno, aquí está la masa —dijo, acercándose con un gran bol.

—¿Qué vamos a comer? —preguntó ella.

—Crepes —contestó Jeremy—. Al parecer, la especialidad olvidada de Math.



Todos se sentaron en la mesa redonda una vez más, siguiendo la costumbre de los lunes. Aquél era el cuarto lunes para Elain, lo que significaba que llevaba tres semanas allí. Le maravillaba observar que la vida podía cambiar tanto y tan profundamente en tan poco tiempo.

Aquella noche, Math estaba sentado a su lado. Recordó que la primera noche se había sentido muy aliviada al no tener que sentarse junto a él. Estaba nerviosa; pensaba que era peligroso, pero no podía adivinar que lo único peligroso que tenía era que la atraía poderosamente. Al mirarlo, estuvo a punto de reír. Había sido una estúpida. Math era muy atractivo, encantador, maravilloso, y sus ojos estaban llenos de promesas cuando la miraba. Estaba segura de que lo había notado de forma subliminal, aunque no consciente.

Ahora sabía que resultaba ridículo sospechar de él. Para empezar, si hubiera tenido alguna razón para intentar quemar su hotel, no habría puesto en peligro la vida de las personas que vivían en él. Tal vez lo había dudado en algún momento, pero ahora estaba segura.

Debía ser otra persona, y por otra razón. Fuera cual fuera la lógica de la situación, que apuntaba hacia Math como principal sospechoso, era incorrecta. Había algo que todavía no habían descubierto, simplemente.

Sonrió a Math y empezó a comer. De pronto tomó una decisión. Era posible que Raymond la despidiera si lo averiguaba, pero no le importaba. Aquella noche se lo confesaría todo. Era posible que estuviera en posesión de información que ella desconocía. Si contrastaban sus datos, podían descubrir algo.

—¿Así que los huéspedes nos turnamos para preparar la cena de los lunes? —Preguntó Arthur cuando terminaron—. No soy muy buen cocinero, pero sé preparar algunas cosas.

—¿Te vas a quedar más tiempo? —preguntó Elain con dulzura, desconfiando de la estupidez que tan bien sabía fingir.

El hombre la miró con la misma expresión que adoptaba Raymond cuando pretendía hacerse el tonto.

—Hasta la semana que viene. Tú vives aquí, ¿no?

—Por ahora no —respondió.

—¿Así que trabajas?

Elain se dio cuenta de que intentaba obtener información mientras aparentaba mantener una conversación trivial.

—En efecto —dijo, sonriendo y volviéndose hacia Vinnie.

Pero antes de que pudiera pronunciar una palabra más, Brian Arthur preguntó:

—¿A qué te dedicas normalmente?

Durante un horroroso momento estuvo convencida de que él lo sabía e intentaba destrozar su coartada. Después se dijo que aquello era imposible. Hacía lo mismo que ella: intentaba averiguar sobre la gente que lo rodeaba para buscar pistas.

—Soy pintora. ¿A qué te dedicas tú?

Davina se agitó nerviosa en su silla al captar el tono hostil de Elain.

—A muchas cosas —respondió con un tono evasivo que enfureció a Elain—. ¿Vives de la pintura?

Le llevaba la delantera. Elain intentó salir de aquella situación, pero no sabía cómo hacerlo.

Math se levantó.

—Disculpadme, pero tengo que hacer una llamada —dijo a modo de despedida.

Apretó el hombro de Elain y ella entendió el mensaje: esperaba que más tarde subiera a su piso.

Elain sonrió y asintió de forma imperceptible, pero Vinnie los miraba embelesada. Elain sospechaba que todos sabían lo que había entre ellos.

Brian Arthur se despidió poco tiempo después, y Elain no lo sintió demasiado. No le apetecía seguir enfrentándose a él aquella noche. Todos se levantaron y empezaron a recoger la mesa. Olwen salió para llevarse a la cocina el carrito de los platos sucios. Los demás inquilinos empezaron a caminar hacia el salón, pero Elain se dirigió a la escalera.

Se detuvo en su habitación unos minutos y después subió al piso de Math. Mudpie esperaba en la puerta.

—Por mucho que te restriegues contra mis piernas, no estoy dispuesta a darte más whisky —le dijo— Math me mataría.

La gata no la creyó, o pensó que no era culpa suya y decidió perdonarla. En cualquier caso, siguió restregándose contra ella.

La luz del salón estaba encendida. Math ya estaba allí. Elain saludó en voz alta, se detuvo para dejar unas cosas en el cuarto de baño, cogió en brazos a la gata y volvió al salón.

De repente frunció el ceño al darse cuenta de que Math no había respondido a su saludo. Estaba sentado en el sofá, mirando unos papeles.

—¿Negocios? —preguntó, sonriendo.

Sabía que, fuera lo que fuera, Math lo dejaría ahora que había llegado. Era consciente de que prefería estar con ella antes que trabajar, de modo que aquella noche se había acabado el papeleo.

Pero cuando Math alzó la cabeza para mirarla, con la mandíbula firmemente apretada, se sintió como un niño que estuviera jugando con un tigre. No tenía ningún poder sobre él. Había sido estúpida al pensarlo.

—Math —dijo casi sin aliento.

Él se levantó y se quedó mirándola fijamente.

—¿Conoces a un hombre llamado Raymond Derby?

Hablaba con suavidad, pero la expresión de sus ojos la dejó paralizada.

38Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 16 Dom 15 Mar 2009, 10:57

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—PUEDO explicarlo —dijo Elain, desesperada. Pero incluso si hubiera tenido algo que decir no habría encontrado las palabras. Mucho menos con los ojos de Math clavados en los suyos.

A juzgar por la expresión de rabia de Math, se dio cuenta de que él no lo había creído. No sabía lo que le habían dicho, pero no había querido creerlo. Si ella lo hubiera negado, habría aceptado su negativa. Confiaba en ella.

—Lo siento. Math, yo...

Se quedó sin habla. No podía reaccionar.

—A ver si me entero. ¿Eres detective? ¿Inves­tigadora privada?

Se sentía completamente indefensa, como cuan­do los niños se reían de ella en el colegio.

—Te lo iba a decir esta noche. Iba a...

—¿Trabajas para la compañía de seguros?

Elain guardó silencio.

—¿Eres tú el motivo por el que se niegan a darme la indemnización? ¿Es algo que tú les has dicho? ¿Algo que crees que has averiguado mientras te revolcabas conmigo en la cama?

Elain se limitaba a mirarlo.

—¡Contéstame!

—No. Me enviaron porque sospechaban de ti.

—¿De mí? ¿Se puede saber qué sos­pechaban que había hecho?

Elain jamás había visto tanta frialdad en los ojos de Math. Se equivocaba, todos se equivocaban. En el infierno no había fuego, sino hielo. Había muerto y aquél era su infierno.

—Provocar el incendio.

En el silencio que siguió, Elain escuchó su cora­zón, sorprendida de que siguiera funcionando.

—¿Has estado esperando a que confesara que había quemado mi propia casa? Esto ardía como una antorcha. Tuve suerte de que no se destruyera por completo. Podríamos haber muerto todos.

—No creo que lo hayas hecho tú. Tardé poco en darme cuenta de que eras inocente. He estado intentando demostrar que no fuiste tú —dijo desesperada.

—La inocencia no se demuestra. Sólo hay que demostrar la culpabilidad. ¿O es que las compañías de seguros opinan lo contrario?

—No, claro que... Pero...

Se detuvo. No era posible. Ninguna explicación podía justificar lo que había hecho. Ahora se daba cuenta de aquello. Incluso en el caso de que hubiera sido ella quien se lo hubiera confesado, no habría tenido oportunidad de justificarse. Estaba soñando cuando pensó que aquello tenía arreglo.

—Te amo —susurró—. Es verdad.

Math profirió una carcajada.

—Estoy seguro.

—Me amas, ¿no es así? —imploró, sintiéndose desnuda.

Sabía lo que Math iba a responder antes de que abriera la boca. Era como si lo hubiera oído en una vida anterior.

—No te amo. Maldita hipócrita, ¿encima quieres eso?

Había estado mirándolo todo el rato. Al fin cerró los ojos y dejó caer la cabeza. Se llevó una mano a los ojos y sintió las lágrimas. Se preguntó por qué no le había dicho alguien que lo del corazón destrozado no era sólo una frase hecha, que dolía de verdad. Se preguntó por qué nadie le había advertido que el dolor le impediría articular palabra.

—Te amo —sollozó—. Math...

—¿Se puede saber qué más quieres? Lárgate de aquí ahora mismo. ¡Fuera de mi hotel! ¡Fuera de mi vida!

—¿Adónde voy a ir? —preguntó desesperada.

—¿Yo qué sé? Al lugar al que va la gente como tú cuando termina su trabajo. Vuelve al agujero del que saliste. Ya he tenido bastante.

Elain abrió la puerta y salió corriendo.



—¿Y te ha echado del hotel? ¿En mitad de la noche?

Elain contuvo un sollozo. Había huido de él, había huido de la casa sin detenerse más que a coger el bolso, donde llevaba las llaves del coche.

No sabía muy bien cómo había conseguido llegar hasta Pontdewi sin acabar en la cuneta.

La voz de Sally le había devuelto la cordura. Había escuchado todo lo que Elain tenía que decir sin hacer preguntas, aunque, en realidad, apenas había entendido lo ocurrido.

—Es horrible —dijo Elain—. Me siento fatal. Lo que he hecho ha sido horrible.

Aquello era innegable, y Sally no lo intentó.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—No lo sé. No lo sé.

Volvió a hipar. Había logrado contener el llanto, pero había pasado media hora sollozando antes de ser capaz de llamar por teléfono. En primer lugar, había llamado al club, pero después había recordado que Sally libraba los lunes. La había despertado en la única noche que podía dedicar a dormir en toda la semana.

—Qué horror —dijo su amiga—. Me gustaría poder... No sé qué decirte. Debe estar furioso, y muy dolido.

—Es tan frío como el hielo —replicó Elain.

—¿Dónde estás?

—En la cabina telefónica del pueblo.

—Es muy tarde. ¿Dónde vas a pasar la noche?

—No lo sé. El bar es también una pensión. Si no, me iré a Dolgelau. Tengo que encontrar algo.

—Cuelga antes de que sea demasiado tarde para buscar alojamiento. Llámame por la mañana. Da igual que sea temprano. De todas formas, no voy a ser capaz de dormir, pensando en ti.

—No te preocupes, encontraré algo. Gracias por escucharme.

Pero no resultó tan fácil encontrar un hotel libre en medianoche, en una pequeña localidad galesa y en temporada alta. La pensión de Pontdewi no tenía habitaciones libres, y en Dolgellau, la ciudad más cercana, estaba todo ocupado.

Tendría que pasar la noche en el coche, y aquella idea la aterrorizaba. La criminalidad no era dema­siado elevada allí, pero no era demasiado recomen­dable que una mujer durmiera sola en un coche. Condujo durante un rato buscando algún lugar que pareciera seguro, pero al final volvió al White Lady. Cuando atravesó la puerta de la verja apagó los faros y se dirigió a oscuras a los edificios accesorios. Metió el coche en una antigua cuadra, apagó el motor, se tapó con una manta y se durmió, com­pletamente agotada.



Unos golpes en la ventanilla la despertaron. Se incorporó sobresaltada, y tardó unos segundos en recordar dónde estaba. Se frotó los ojos. Era de día. Le dolía todo el cuerpo por haber dormido en el asiento del coche, y creía que su cabeza iba a estallar, pero su corazón parecía aturdido, afortunadamente.

Volvió a oír los golpes y se volvió. Math estaba inclinado sobre el coche.

—¿Se puede saber qué haces aquí? —preguntó.

—Me echaste del hotel, y no pude encontrar una habitación en ningún sitio.

—¿Así que volviste? —dijo con incredulidad­—. ¿Crees que aquí estarás a salvo?

—Me daba miedo...

Se interrumpió, abatida.

Math le dedicó una sonrisa diabólica, fría y sin sentimientos.

—Estás loca si crees que te encuentras a salvo cerca de mí.

Elain sabía que aquello era cierto.

—De todas formas, tengo que recoger mis cosas y pagar la factura.

—Ya veo. Honrada hasta el final.

—Además, tengo intención de lavarme y cam­biarme de ropa antes de irme—dijo cada vez más furiosa—, así que no esperes haberme perdido de vista en cinco minutos. Tendrás que soportar que contamine tus propiedades durante más tiempo.

—Voy a pasar una hora fuera. Será mejor que hayas desaparecido cuando vuelva.

Math se marchó, y un minuto después, Elain oyó el sonido de las herraduras. Por supuesto, Balch estaba en la cuadra contigua, y Math había visto su coche al pasar.



—No sabía que te marcharas hoy.

—Ha surgido un imprevisto, y tengo que irme.

—¿Lo sabe Math?

—Claro que sí.

—Bueno; de todas formas, no tienes nada que pagar. Nos dio instrucciones para que no acep­táramos tu dinero —le dijo con una sonrisa—. Me lo pidió hace unos días, ¿lo ves? Lo tengo apuntado en tu ficha.

Elain tuvo que hacer un esfuerzo para conte­nerse. Bajó la vista, apretó fuertemente los labios y volvió a mirar a la recepcionista.

—Creo que averiguarás que ha cambiado de idea —dijo con el tono más neutro que pudo encontrar.

Olwen se quedó un rato en silencio, sin saber qué decir.

—Entonces creo que debería...

—Olwen, por favor, deja que pague mi factura y que me marche.

La recepcionista la miró y supo que sería mejor hacerle caso.

—¿Quieres que te lo cargue a la tarjeta de crédito?

Elain asintió y le entregó la tarjeta. Después rechazó el recibo.

—¿No te vas a despedir de los demás? ¿Ni siquie­ra de Vinnie?

Se sintió culpable al pensar en cómo la miraría Vinnie si lo supiera. También a ella la había trai­cionado al averiguar cosas sobre su pasado que no eran asunto suyo.

—Le mandaré una carta. Dile que lo siento.



—¿Cómo es posible? —preguntó Raymond—. ­¿Quién se lo dijo?

—No lo sé. Después de cenar dijo que tenía que hacer una llamada y se marchó. Media hora después me dijo que... Media hora después me echó del hotel.

—¿Dónde estás ahora?

—En Dolgellau.

—Muy bien. Será mejor que vuelvas. Los de la compañía de seguros lo sentirán mucho, pero no es culpa tuya.

—¿De verdad?

—No. Es culpa mía. El otro día vino un potencial cliente, y hablé demasiado de ti. Le dije que en este momento estabas ocupada en otro trabajo, y que no estarías disponible hasta la semana que vie­ne, más o menos. Por supuesto, no era un cliente. Era alguien que quería averiguar si trabajabas para mí. Qué estúpido fui.

—Pero, para empezar, ¿quién podría saber que trabajaba para ti?

—No tengo ni idea. Cualquier persona. Un anti­guo cliente, tu compañera de piso, tus amigas. Eres pintora, ¿no? Supongo que les dirías que te ibas a Gales.

39Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 16 continuación Dom 15 Mar 2009, 10:59

Martha.

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—¡No! Sí, pero...

Empezó a hablar y se detuvo.

—Como verás, no es muy difícil seguirte el rastro. Probablemente alguien invitó a una copa a tu com­pañera de piso y se interesó por ti. Debería haber supuesto que podía ocurrir algo así.

—Sí—convino Elain con desmayo.

—Llamaré a mis clientes para decírselo. Ven a verme en cuanto llegues a Londres, ¿de acuerdo?



Había una cafetería cerca de la cabina que Elain había utilizado, y entró para meditar. Había algo que no le cuadraba, y no estaba dispuesta a irse de allí hasta que no hubiera descubierto de qué se trataba.


Desde el momento en que averiguó que el tapiz no se había quemado, había estado preguntándose quién, si no Math, podía haberlo hecho. Porque nada más parecía tener sentido. Si un ladrón hubie­ra querido la tela, sólo habría tenido que robarla. De hecho, la había robado, a juzgar por lo que decían los peritos. Era una locura pensar que alguien fuera a incendiar el hotel, arriesgando su propia vida, para ocultar la desaparición de una obra de arte que valía como mucho cincuenta mil libras. Sin duda, nadie se arriesgaría a la condena que suponía la provocación de un incendio en un edificio habitado a cambio de una cantidad de dine­ro tan reducida, que podría haber obtenido de todas formas una vez robado el tapiz.

Ni siquiera entendía por qué lo habían robado. No era tan fácil de vender como un anillo de diamantes, Por ejemplo. A no ser que alguien lo hubiera visto o hubiera oído hablar de él y hubiera encar­gado su robo. Aquello significaría que iría a parar directamente a una colección privada. No había necesidad de ocultar el robo, porque no volvería a verlo nadie más que el nuevo propietario y su círculo más íntimo. El ladrón no tendría que preo­cuparse por la posibilidad de que lo sorprendieran intentando buscarle salida en el mercado.

De modo que no tenía sentido que hubieran incendiado el hotel.

Sólo Math podía beneficiarse tanto de la desa­parición del tapiz como del fuego, Aquél era el motivo por el que sospechaban de él.

Pero sabía que Math no había salido beneficiado de aquel incendio. Había perdido para siempre cosas que tenía en gran estima, como el mobiliario anti­guo. Estaba convencida de que Math era inocente. Sabía que no podía haber puesto en peligro la vida de nadie por obtener ganancias, y sabía que no mentía cuando le dijo que el tapiz se había quemado. Parecía completamente convencido de ello,

De repente algo empezó a cobrar forma entre toda aquella confusión.

El hecho de incendiar un hotel para ocultar el robo de un tapiz de cincuenta mil libras sólo podía ser obra de un demente. De modo que, a no ser que estuvieran enfrentándose a un psicópata, el hotel había sido incendiado por otro motivo.

Alguien quería quemar el hotel de Math. Pero había algo más. Estaba el soplo que había llegado a la compañía de seguros. También querían que Math fuera sospechoso de haber provocado el incendio. Era posible que el tapiz hubiera sido reti­rado no porque alguien lo quisiera, sino porque supieran que los aseguradores iban a descubrir que no había ardido. Era posible que sólo hubieran robado el tapiz para convertir a su dueño en el principal sospechoso.

No podían saber que no estaba tasado en su valor real. Pero Math lo sabía. Si hubiera tenido intención de quemar su propia casa para obtener el dinero del seguro, habría esperado a que un experto valorara la tela.

Alguien quería quemar el hotel. Había entrado por un túnel secreto cuya existencia desconocía todo el mundo. A última hora de la noche, alguien había entrado en el sótano por la cocina. Había cogido el tapiz y lo había llevado al pasadizo. Después había llevado al sótano las latas de gasolina y las había prendido. A continuación, había cerrado la puerta secreta del fondo del armario para después salir por la fortaleza.

Cerca de las ruinas pasaba un camino que conducía al pueblo. Se preguntó adónde llevaría en la otra dirección.

También había presenciado otros incidentes sospechosos. El carbón que ardía en la alfombra del salón, que había descubierto el perro, y la cañería rota, que también había sido descubierta por casualidad antes de causar daños más serios.

Y aquellas estúpidas hermanas videntes, con toda su charlatanería sobre los fantasmas siniestros, habían cegado a todo el mundo sobre lo que ocurría en realidad. Alguien estaba saboteando a Math, y no le importaba poner en peligro otras vidas.

—No voy a volver —anunció.

—¿Qué? Quieren hablar contigo. Quieren que les presentes un informe —dijo Raymond, sorprendido.

—¿Quién es ahora el que parece salido de una película? Me da igual lo que quieran. Aquí pasa algo raro, y no estoy dispuesta a irme antes de averiguar qué es.

—Lo único que pasa es que el propietario provocó un incendio —dijo Raymond—. Está más claro que el agua. Como no saques las narices de este asunto, mis clientes se van a enfadar conmigo.

—Yo estoy aquí y tú no. Sé lo que digo.

Raymond asimiló sus palabras en silencio.

—A los del seguro no les va a gustar nada todo esto. Y desde luego, no estarán dispuestos a seguir corriendo con tus gastos.

—Me da igual. Me despido.

—¿Te vas a pasar al enemigo? Ten cuidado con lo que le dices.

—Tranquilo. Sólo quiero averiguar la verdad. ¿O no es eso lo que quieren tus clientes?

—Sabes que ellos prefieren tener una mentira y no pagar a tener la verdad y soltar el dinero. Las compañías de seguros no son ángeles. Pero te entiendo. ¿Dónde te vas a alojar? Supongo que no te quedarás en el White Lady.

—No. Por el momento, daré una vuelta e intentaré encontrar otro hotel.

—Llámame. Empiezas a preocuparme. Y otra cosa...

—¿Sí?

—Si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela.



Había otra cosa que la preocupaba. Math era la única persona a la que había mencionado la escuela de arte Slade.



La puerta se abrió, y él estaba allí, mirándola con frialdad.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con indignación contenida.

Elain vaciló, pero no se echó atrás.

—Quiero hablar contigo.

—Ni hablar. No quieres hablar conmigo si sabes lo que te conviene. No me interesa hablar con hipócritas.

—Dijo la sartén al cazo.

No tenía intención de decir algo así. Quería exponerle sus sospechas de forma calmada y razonable, para convencerlo. No quería acusarlo directamente de haberla investigado mientras él la investigaba a ella.

—Déjame en paz.

—¿Quién contrató a alguien para que averiguara algo sobre mí, Math? ¿Quién sabía que había estudiado en la escuela Slade? ¿A quién había hablado de Sally? Sólo tú. Tú eres la única persona que puede haber puesto sobre mi pista al detective que averiguó para quién trabajo.

Entró en la habitación, y Math se lo permitió, pero se quedó mirándola inmóvil, con la mano en el picaporte.

—Yo no pedí a nadie que te investigara.

—Entonces, ¿se le ocurrió a algún amigo tuyo tener el detalle de regalarte el informe? Porque lo miraste, ¿no? Lo leíste y lo creíste.

—¿Insinúas que lo que ponía en él no era cierto?

Aquello era ridículo. No iba a llegar a ninguna parte diciéndole lo dolida que estaba.

—Math —dijo con tono apremiante—, ¿no te das cuenta de que aquí pasa algo muy raro? El tapiz fue robado. No se quemó en el incendio, y no hay ni rastro de él. Se supone que no debería decírtelo. Alguien está detrás de ti o quiere este lugar, ¿no te das cuenta? Quiero ayudarte.

—¿Es eso lo que querías decirme?

40Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 16 continuación Dom 15 Mar 2009, 10:59

Martha.

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—¿Quién te contó lo mío? ¿Con quién hablaste?

Math se limitó a mirarla con hastío.

—¿No ves que es muy importante? —insistió Elain—. La persona que lo hizo debió darse cuenta de que yo quería demostrar tu inocencia. Querían detenerme. Querían que se te acusara de provocar el incendio.

Math la miró con resignación, como si le hubiera tocado un interlocutor aburrido en una fiesta, esperando a que acabara para marcharse.

—¿Quién es Brian Arthur? ¿Te lo has preguntado alguna vez? —preguntó, desesperada—. ¿Qué está haciendo aquí? Puedo asegurarte que no es lo que parece.

—Pocas personas lo son hoy en día.

Elain sintió que le rompía el corazón. Había intentado no hacerse demasiadas esperanzas, pero no había tenido éxito. No podía soportar que la mirara de aquel modo, odiándola por lo que había hecho. Corrió hacia él y se abrazó a su cuerpo, pero sólo obtuvo una completa falta de respuesta.

Math estaba tenso. La cogió de los brazos y la apartó lenta pero inexorablemente, de forma que no pudo resistirse. La presión de sus manos dolía. Sabía que le dejaría alguna marca, porque tenía una piel muy sensible.

—¡Math! —rogó, cuando la soltó por fin.

—Si vuelves a acercarte a mí, no me hago responsable de las consecuencias.

—Math, te amo ...

La miró sin sentimiento alguno. De forma inconsciente, ella se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja.

—Te aseguro que no he experimentado nada más repugnante y feo que tener que escuchar una mentira así de tus labios —espetó él.

Aquella frase acabó con todos los sueños de Elain, con todas las esperanzas que albergaba para el futuro.

Se quedó allí, impotente y sin habla, mientras él abría la puerta. En aquel instante, su corazón parecía de piedra. Pero sabía que cuando se quedara a solas volvería a ser de carne y hueso, y entonces la hoja de su odio lo cortaría en dos.

En aquel instante apareció Theresa Kouloudos.

—Qué oportuno. Precisamente estaba a punto de llamar. Ya veo que recibiste mi mensaje. Ah, hola, Elain.

—Hola, Theresa. Precisamente me marchaba en este momento.

—Oh, no te marches, por favor. Quiero hablar con vosotros dos. Tenemos un contrato.



Elain pensó que Theresa no era el tipo de persona con quien le habría gustado encontrarse en un callejón oscuro. Arrollaba a cualquiera que se interpusiera en su camino. De algún modo, se las había arreglado para sentarse a la mesa con ellos.

—Pero ya he metido las maletas en el coche —protestó la detective—. No puedo quedarme. Tengo que irme de viaje para pintar unos cuantos cuadros.

Estaba dispuesta a seguir mintiendo para que no supiera que Math la había echado. Miró al dueño del hotel y se preguntó por qué no decía algo que reafirmara su excusa. Obviamente, no quería que permaneciera en aquel lugar.

Pero Math no dijo nada. Se imitó a mirar a las dos mujeres como si estuvieran en una obra de teatro.

—¿Cómo puedo convencerte para que te quedes hasta... No sé —dijo Theresa, casi en tono de orden—. Henrietta quiere presentar el libro a unos editores estadounidenses, y pretende tenerlo preparado el mes que viene. Cuanto más completo sea el libro, más oportunidades tendremos de que lo publiquen. Le gusta mucho la idea, pero no puede embarcarse en una edición tan cara sin la ayuda de editoriales importantes. De modo que le dije que no teníais ningún otro compromiso y que os pondríais a trabajar a fondo durante las próximas semanas. No tienes nada importante que hacer por el momento, ¿verdad, Math?

La expresión de Math era inescrutable.

—¿Cuándo quiere que lo tengamos"

—Se marcha a los Estados Unidos el diez de septiembre.

—De acuerdo —dijo, encogiéndose de hombros.

Theresa los miró, como si su falta de entusiasmo la hubiera contagiado. Pero en cualquier caso, no era una persona que dejara que los problemas amorosos de los demás interfirieran en el contrato de un libro.

—Muy bien —sentenció—. En tal caso, haremos que Elain se instale abajo. Tendréis que estar cerca para poder colaborar.

El rostro de Math no denotaba emoción alguna.

41Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 17 Dom 15 Mar 2009, 11:00

Martha.

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REGRESO a la habitación de Llewelyn y se sen­tó mirando las paredes. No sabía qué estaba haciendo allí.

No podía olvidar la frase que había dicho Math. Pensaba que había mentido al decir que lo amaba. Cerró los ojos. Durante unas cuantas semanas, había creído que el amor podía vencer cualquier obstáculo, pero acababa de despertar del sueño, y de manera brutal. No estaba dis­puesta a dejarse atrapar de nuevo en la trampa de la seducción. Math era menos patoso que Greg, pero mucho más peligroso. Llevada por la desesperación y por sus propios traumas, había interpretado la frase de Math como una prueba de que la consideraba fea. A la luz de aquella interpretación, hasta pensaba que Greg había sido más sincero, porque cuando vio su defor­midad no pretendió en ningún momento hacerle creer lo contrario.

En cierto modo, la herida que le había inflingido era relativamente limpia. Un solo golpe, seco y profundo. Math la había destrozado con una sola frase, y dudaba que pudiera olvidar nunca la expresión de sus ojos.

Una vez más, se preguntó qué estaba haciendo allí. Math no la quería, y ya no lo deseaba. Elain no deseaba hacer nada, excepto taparse bajo las sábanas y dormir. Dormir y despertar en otra vida, donde pudiera ser más fuerte, más hermosa, más invulnerable. No quería ser fea, débil y sentimental.

De hecho, consiguió dormir. Y cuando despertó, se sentía enferma y algo marcada. Ni siquiera bajó a tomar el té. Se limitó a ducharse en el antiguo cuarto de baño y a pasear por su habitación, incapaz de concentrarse en la simple tarea de deshacer las maletas.

Mientras se vestía, ni siquiera se miró en el espejo. Cuando quiso cenar, condujo hasta el pub cercano. La tormenta que había amenazado durante todo el día no había estallado aún. Pidió pollo con patatas fritas y se sentó en una esquina, sola, escuchando las risas y las conversaciones cercanas y levantando el escudo protector que siempre llevaba, para que nadie se fijara en ella.

Sin embargo, había bajado el escudo con Math. Y le había gustado experimentar aquella sensación de libertad, de carencia de inhibiciones. De todas formas, la desconfianza formaba parte de su naturaleza, y rápidamente había levantado de nuevo los muros. Apenas era consciente de que lo que consideraba una simple estrategia defensiva constituía la peor de sus prisiones. Sólo sabía que una vez más controlaba su vida. Y no necesitaba ningún hombre.



La tormenta estalló mientras estaba comiendo, pero no duró demasiado. Cuando salió del pub se dirigió hacia el coche. Pero al pasar por delante de una cabina se detuvo y entró.

—Éste es el contestador automático de Derby Investigations. En éste momento no podemos atender su llamada. Por favor, dejé su mensaje cuando termine la señal.

—Raymond, soy Elain —empezó a decir—. Sólo quería...

En aquel instante alguien descolgó el teléfono.

—Hola, pelirroja —dijo Raymond—. ¿Cómo van las cosas?

Raymond tenía la costumbre de no contestar las llamadas a partir de cierta hora, porque los clientes lo llamaban siempre a casa.

—Nada importante. Sólo quería decirte que voy a alojarme en el White Lady.

—Ah.

No hizo ninguna pregunta. En cualquier caso, no sabía lo que había sucedido. No podía saber la terrible traición que había cometido Elain.

—Supongo que me quedaré un par de semanas, hasta que descubra algo más. ¿Algo nuevo?

Estaba dispuesta a averiguar lo sucedido. No dejaría que Math la asustara.

Elain pudo oír que su jefe consultaba su agenda.

—Ah, sí, algo sobre esas dos hermanas. Esterhazy. Por fin hemos conseguido encontrar algo sobre ellas.

—¿Entonces es cierto que escribe libros?

—No solo no es escritora, sino que ni siquiera están en el negocio.

—¿A qué negocio te refieres? ¿Al de escribir? Pero si...

—No, no. Al negocio de las videntes. Davina no es médium, ni echadora de cartas, ni una de esas charlatanas que estafan a los ignorantes con el más allá y el destino. Ninguna de sus amigas ha oído nunca que utilice la palabra «vibraciones» —dijo con ironía.

—¿Cómo? —preguntó la detective, pensando con rapidez—. ¿Qué quieres decir?

—Que es una impostora.

—Pero, ¿por qué?

Raymond guardó silencio durante unos segun­dos. Elain se dio cuenta de que se estaba quedando sin monedas y echó unas cuantas más.

—No lo sé muy bien. En cuanto a la otra, la hermana...

—Rosemary.

—Rosemary Esterhazy es profesora en un cole­gio. Da clases de inglés e historia en un colegio femenino bastante caro. Va a jubilarse este año.

—Me extraña que no se dedique al teatro.

—¿Cómo?

—Nada, nada. ¿A qué se dedica Davina?

—Vive en casa de su hermana. Era secretaria, pero dejó el trabajo hace cinco años. Desde enton­ces, no ha estado empleada.

—Eso no tiene sentido, Raymond. Ni siquiera estaban aquí cuando empezó el fuego.

—Tampoco estaban en su casa. Se marcharon a pasar unas largas vacaciones la última semana de mayo.

—El fuego se produjo en la segunda semana de junio, ¿no es cierto? Y creo que llegaron diez días más tarde. ¿No existe alguna forma de que poda­mos averiguar lo que estuvieron haciendo entre tanto?

—Resultaría difícil de averiguar, Elain. Y no ten­go a nadie que pueda encargarse de ello. La infor­mación que te acabo de proporcionar me ha cos­tado doscientas libras. Digby es bueno, pero caro.

—¿No podrías hablar con tus clientes para con­tarle lo que sospechas? Supongo que les encantaría descubrir que se trató de un pirómano, fuera quien fuese.

—Si pensaran que pueden demostrarlo, lo harían. De acuerdo, hablaré con el cliente. Les diré que sigues trabajando en el caso e intentaré sacarles dinero.

—De todas formas, no tiene sentido —tuvo que admitir—. ¿Por qué querrían quemar el hotel las dos hermanas?

—Me gustaría saberlo. Ah, una cosa más. Tenías razón con respecto a Brian Arthur. Es detective.



—Escúchame —rogó—. ¡Por Dios, escúchame aunque sólo sea cinco minutos!

Math la miró con aburrimiento, como si se tratara de una cargante vendedora de productos de limpieza.

—No me interesa lo que tengas que decir.

— Te equivocas. Por favor, Math. Olvídate de todo durante un momento y escucha. Sólo te pido cinco minutos. Eso es todo.

Math la dejó entrar, y ella caminó hacia la mesa. Estaba llena de recuerdos, pero habría sido peor de tratarse del sofá. Se sentó y sacó una pequeña libreta en la que había escrito unas notas. Math permaneció de pie. Cogió el vaso de whisky que estaba bebiendo, pero no le ofreció nada. El fuego estaba encendido y había un libro abierto sobre el sofá. Bill dormía sobre la alfombra. Obviamente, había interrumpido una tranquila e íntima velada. Math no parecía estar sufriendo. No la necesitaba. Nunca la había necesitado.

Le habría gustado que se sentara, pero no lo hizo.

—Muy bien. ¿Te interesaría saber que Davina Esterhazy no es ni ha sido nunca vidente?

—No.

—Pero Math, se ha hecho pasar por algo que no es. En realidad...

—Mucha gente empieza a creer en esas cosas cuando tiene problemas. Y si no cree, al menos puede estafar a algún incauto. Es como una enfermedad.

—Pero dijo que estaba escribiendo un libro. Se ha hecho pasar por...

—El mundo está lleno de farsantes. ¿O es que no te habías dado cuenta?

Elain suspiró, bajó la cabeza y leyó sus notas.

—Te lo diré de todas formas. Salieron de su casa la última semana de mayo.

—Lo sé. Por eso no recibieron el mensaje cuando las llamé para cancelar sus reservas.

42Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 17 continuación Dom 15 Mar 2009, 11:00

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—Oh —dijo, algo derrotada—. Jeremy Wilkes no es pariente del conde Spencer. Y no ha publicado nada con su propio nombre, por lo que he podido averiguar.

Math rió.

—Jeremy no engañaría a nadie. Cuando lo conozcas mejor, si es que tienes la oportunidad, te darás cuenta de que no engaña a nadie con sus fantasías.

—¿Y por qué sigue aquí?

—Supongo que no tiene a dónde ir —contestó, encogiéndose de hombros—. Antes del incendio tuvimos una chica que trabajaba limpiando las habitaciones, a la que consiguió impresionar con sus hipotéticas conexiones con la aristocracia. Siempre lo trató como si perteneciera a la realeza. Aquí puede hacerse pasar por lo que quiera, y nadie mete la nariz en sus asuntos. Pero si piensas decirme que él incendió el hotel...

—No. Sólo observaba que...

—Al parecer hay muchas personas aquí que no son lo que parecen. Pero ya me había dado cuenta —dijo con ironía.

Elain decidió no decir nada sobre Vinnie, sabiendo que no llegaría a ninguna parte.

—Brian Arthur es detective privado. Pero nadie sabe para quién trabaja. Desde luego, no lo ha contratado la compañía de seguros.

—Ya veo —dijo, sin inmutarse.

—¿Cómo? —estalló—. ¿Es que no te das cuenta de lo sospechoso que es todo esto" Algo raro está ocurriendo, y tú eres el objetivo.

—Sí, claro.

—¿No te das cuenta? Si uniéramos la informa­ción que tenemos los dos...

—No creo que sea posible —la interrumpió—. ­Trabajar contigo en un proyecto es más que suficiente.

Elain comprendió que nunca creería en ella. Ni siquiera la escuchaba.

Se levantó y guardó la libreta y el bolígrafo.

—Estás loco —dijo enfadada.

Math sonrió con dureza.

—Nunca lo he dudado.

Sin pensarlo, se acercó a él y colocó las manos sobre su pecho. Él la cogió por los hombros, y Elain supo que iba a empujarla violentamente, Pero entonces sintió que temblaba, y que su auto­dominio se derrumbaba como un castillo de naipes. Para su sorpresa, sus manos empezaron a moverse, pero no para rechazarla, sino para atraerla hacia él. La abrazó con fuerza y la besó.

Elain gimió al sentir el contacto y se frotó con­tra él. Sintió que su espalda chocaba con la mesa mientras la besaba de forma apasionada. Empezó a juguetear con su cabello mientras Math asaltaba su boca dominado por la pasión. Sintió su mano en la falda, subiendo, mientras sus labios se posaban sobre su cuello, en su garganta, en todos los puntos que estaban a su alcance.



Excitada, notó que la pasión ardía en sus venas.

—¡Math! —gimió.

Pero no la escuchó. Introdujo una mano por debajo de sus braguitas y empezó a acariciarla.

Después echó la cabeza hacia atrás, la cogió por el pelo y dio la impresión de que hacía un esfuerzo sobrehumano por recuperar el control de la situación. Durante unos segundos, pudo con­templar el deseo en el rostro de Elain. Entonces dijo:

—No te importará que me tome una pequeña venganza, ¿verdad? Eres una bruja sin corazón. ¿Crees que podrás convencerme entregándome tu cuerpo? ¿Crees que podrás engañarme de nuevo acostándote conmigo?

Elain se quedó helada. Pero Math no se alejó de ella. Bien al contrario, la atrajo hacia sí.

—No. No es como tú crees...

Math sonrió.

—¿No? ¿Es que no te gusta oír la verdad? ¿Pre­fieres tus mentiras?

—¡No eran mentiras! ¡No es cierto!

Entonces rió y la soltó. Y su rostro no denotó emoción alguna. Ni siquiera desprecio.



El camino que pasaba junto a la fortaleza, ade­más de conducir a Pondewi, como Elain sabía, seguía en la otra dirección por un valle, y acababa en una colina con vistas al estuario. Había estado allí, pintando las vistas.

Si alguien había usado el camino para llegar al túnel, pensó, no habría salido del pueblo. No se podía arriesgar a ser visto. En los pueblos pequeños, la gente no tenía mejor cosa que hacer que observar los movimientos de los demás y hacer conjeturas sobre ellos. La gente que había provocado el incendio sólo podía querer dos cosas: que el hotel se quemara o que Math fuera acusado del delito. En cualquier caso, esperarían una investigación policial, y en tal caso, habrían interrogado a la gente del pueblo para preguntar a quién habían visto aquella noche. Por tanto, era probable que hubieran ido en la otra dirección.

Elain empezó a caminar hacia el estuario, y al cabo de poco tiempo, llegó a lo que había estado buscando: una bifurcación en el camino. A la izquierda se extendía la ruta que ya había recorrido para ir a pintar, y por la derecha, en un camino casi oculto por la vegetación, se llegaba a la carretera principal.

Cerca de allí, había un hueco en el que cabían unos cinco vehículos. Era bastante frecuente que hicieran aparcamientos en las partes de las carreteras que accedían a las vías peatonales.

De modo que habían dejado allí el coche, habían ido a pie hasta el muro de la fortaleza, lo habían saltado y habían soltado uno de los tablones que bloqueaban el acceso a la mina. Después, habían bajado al túnel. Una vez robado el tapiz y provocado el incendio, habían recorrido el mismo camino de vuelta y se habían marchado. A sus espaldas., las llamas ya debían alzarse hacia el cielo, mientras Math libraba una terrible batalla para salvar su casa y las vidas de sus inquilinos.



Ahora todos sabían lo suyo, aunque nadie se lo había dicho. No se sabía de dónde había salido la información, pero se había difundido, y el ambiente era bastante frío.

—¿Crees que soy una persona terrible? —preguntó a Vinnie.

—Bueno, querida, habría sido peor si hubieras aceptado el trabajo después de conocernos. Supongo que encontramos desagradable este asunto porque parecías encajar perfectamente.

—Pero eso no era fingido. Era cierto. Es lo que lo hizo tan difícil para mí.

—Pero seguiste con ello.

—Sólo porque... Me gustaría poder explicártelo. Estaba atrapada.

Vinnie sonrió con tristeza.

—Supongo que todos conseguiremos perdonarte con el tiempo. Y, por supuesto, resulta emocionante haber sido el objeto de una investigación. Estoy segura de que el mes que viene, Jeremy ya se estará dedicando a exagerar tu personaje cuando te describa.

—¿Crees que Math llegará a perdonarme?

—Bueno, con Math tienes la historia en tu contra.

—¿La historia? —repitió desconcertada.

—Me preguntaba si lo sabrías. Entonces, ¿no averiguaste eso? El padre de Math era juez. Se trataba del primero de su familia que conseguía llegar tan lejos. Su esposa, la madre de Math, se quedó inválida cuando tenía unos cincuenta años, más o menos. Siguieron amándose, pero ella estaba incapacitada para el amor físico.

—No tenía ni idea de eso.

—No. Todo se publicó en los periódicos hace quince o veinte años, pero nunca se ha vuelto a hablar del tema. Pero recuerdo cuando lo conocí.

—¿Por qué se habló de eso en los periódicos? ¿Qué ocurrió?

—Tal vez en la actualidad sea más normal, o al menos esas cosas salen ahora a la luz con más frecuencia que antes. Pero en aquella época, fue una conmoción. El padre de Math tenía una que­rida. Al parecer, la trataba muy bien. Le dijo la verdad; le confesó que seguía enamorado de su mujer y que nunca se casaría con ella. Le abrió una cuenta para asegurarse de que nunca le faltaría el dinero. Fue un trato amistoso. Después, lo arma­ron caballero.

—¿El padre de Math era caballero? —preguntó sorprendida.

—Llegó al Tribunal Supremo. Todos sus miembros son armados caballeros casi automáticamente, porque el mismo Tribunal Supremo los apoya. Para él era un logro increíble, ya que procedía de una familia de granjeros. Pero el encanto de la publi­cidad resultó irresistible a la chica. Cuando el nom­bramiento se hizo oficial, ella vendió su historia a los periódicos.

43Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 17 continuación Dom 15 Mar 2009, 11:01

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—¿A los periódicos? —preguntó Elain con incre­dulidad.

Sin embargo, no se trataba de nada nuevo. Suce­día todos los días.

—Bueno, a un periódico sensacionalista. En aquella época sólo había dos, pero los tiempos han cambiado, y en Gran Bretaña no se lee otro tipo de prensa. Ya sabes cómo es la gente de quisquillosa en este país con la vida privada de los personajes públicos, de modo que el juez tuvo que dimitir. Nadie se había enterado de que la madre de Math no podía mantener relaciones sexuales, pero todo salió a la luz. Puedes imaginar con qué palabras. Sin duda, ella entendía el acuerdo al que había llegado su marido, aunque no sé si estaba informada antes de que se publicara. Pero el caso es que murió a las dos semanas. Ya sabes cómo es la prensa. Su muerte sólo añadió más leña al fuego.

—Dios mío —dijo Elain, intuyendo adónde con­ducía aquello.

—Sí, debió ser horrible. El padre de Math se suicidó dos días después de la muerte de su mujer.

Elain estaba horrorizada.

—¿Cuántos años tenía?

Vinnie supo a quién se refería.

—Pocos. Quince o dieciocho.

—¿Dónde está la mujer que...?

—No tengo ni idea. Cayó en el olvido.

—Supongo que escribe bajo seudónimo para evi­tar que la historia salga de nuevo a la luz.

—Es posible. Siempre me pareció un hombre muy reservado.

—Y ahora me ve a mí como otra vendida.

—Pero los casos son muy distintos —dijo Vinnie, intentando tranquilizarla.

Pero no era así. Desde el punto de vista de Math, desde cualquier punto de vista, los casos eran demasiado parecidos.



Debía concentrarse en el trabajo, en el Mabinogion. Ocurriera lo que ocurriera, aquélla era una importante oportunidad para ella. Sería estúpida si la desperdiciaba.

Sacó todos los bocetos que había hecho, los que había apartado cuando Rosemary había entrado en su habitación. No los había mirado desde entonces. Tal vez se inspirase si los repartía por su habitación.

Pero nunca volverían a inspirarla. Alguien los había emborronado con un rotulador negro, destrozando a conciencia todos los bocetos tan cuidadosamente dibujados. Y en los trazos veía una violencia que la dejaba helada.



—Mira —dijo—. ¿Te das cuenta de que puede haber algún peligro?

—Te estás poniendo pesada. ¿Qué quieres ahora?

La puerta de Math estaba abierta. Elain había entrado y lo había encontrado en su escritorio.

—No me creerías si te lo dijera. ¿Has pensado en todo esto? Si no fue el fantasma el que puso el carbón en la alfombra y rompió la cañería, como afirma Davina, ¿quién lo hizo, y por qué?

—Los accidentes ocurren.

—¿Preguntaste a Evan en qué estado se encontraba la cañería? Yo sí. Dijo que alguien la había roto deliberadamente. Y dime cómo puede ser que un carbón encendido acabe a un metro de una chimenea que tiene panel protector.

—Olvídalo —dijo Math—. No tienes motivos para preocuparte, y tus jefes preferirían que te concentraras en demostrar mi culpabilidad.

—He dejado el trabajo. Ya no tengo jefes —dijo rápidamente.

—Sin duda, ahora que se ha descubierto tu tapadera ya no sirves para nada.

—Es posible que tú pienses eso, pero hay alguien que no está tan segura.

Dejó los bocetos en la mesa, delante de él.

Math se quedó mirándolos, y Elain se dio cuenta de que aquello lo había impresionado. Durante un instante vio al verdadero Math. Después él bajó los párpados, apretó la mandíbula y recuperó su frialdad habitual.

—¿Y bien? —preguntó Math.

—¿Lo hiciste tú?

Durante unos segundos, cuando los vio, había pensado en aquella posibilidad. Había recordado la cólera de Math y lo había creído capaz de hacer aquello. Pero sabía que con ello sólo pretendía ocultar su culpabilidad.

—No —respondió con frialdad—. No he sido yo —la miró a los ojos—. ¿Has sido tú?

Elain contuvo la respiración como si hubiera recibido una bofetada. Cogió los papeles, furiosa.

—¿Por qué iba a hacer yo algo así?

—No lo sé. Ya no me engaño, convenciéndome de que sé cómo funciona tu cabeza. Pero si creías que esto te iba a servir para hacerme bajar la guar­dia, te has equivocado.

Elain no había estado nunca tan cerca de pegar a alguien. Nunca había sentido algo tan cercano al odio.

—Créeme, me da igual que subas o bajes la guar­dia —dijo, lanzándole las palabras como dardos envenenados—. No me interesa en absoluto acer­carme a ti. Me he hartado para siempre de ese tipo de mentiras.

—Me alegro. Por lo menos, he conseguido salvar a otro pobre hombre.

Su mano se disparó sola, pero la de Math fue igual de rápida. Se puso en pie, sujetándola por la muñeca. Todos los dibujos salieron volando, y la silla cayó al suelo. La gata huyó a toda prisa.

—No se te ocurra —dijo, mirándola a los ojos.

—Por supuesto, si nos peleáramos, ganarías tú.

—Puedes estar segura.

Durante un momento se quedaron en silencio, mirándose a los ojos como adversarios. Elain cono­cía muy bien aquella sensación de amenaza, y recor­dó lo que había sentido al principio, antes de ser tan estúpida como para creer que lo amaba. Desde el principio, había sabido que aquel hombre era su enemigo. Apartó la muñeca, y Math la soltó.

—Me da igual lo que te pase —dijo Elain, jadean­do— Pero te lo contaré de todas formas. Falta la acuarela que representaba el tapiz.

Math no dijo nada. Elain rió sin humor antes de seguir.

—Supongo que esperaban que no me diese cuen­ta. Al parecer, tus enemigos están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de encubrir el robo del tapiz.

—¿Por qué no te olvidas de eso? —dijo Math con hastío.

—Supongo que tenían miedo de que entregara el boceto a la policía. Te lo enseñé en el restaurante, cuando estaba lleno, pero es posible que, si te esfuerzas, recuerdes quién estaba allí —dijo con frialdad—. Porque tu enemigo es una de las per­sonas que estuvieron en el restaurante aquella noche. Y no sé qué es lo que pretende, pero parece que aún no se ha detenido.



Ya no sabía qué era lo que la movía. No se trataba del deseo de proteger a Math, ni siquiera de la necesidad de demostrarle nada. Ahora lo odia­ba. Había mentido tanto como ella, o quizás más, y con menos motivo. Había dicho que la amaba. Había afirmado que era bella. Aquello era peor que ninguna de las mentiras que ella le hubiera contado.



Había comprado la linterna más potente que había podido encontrar, y otra de bolsillo, más pequeña. También tenía una chaqueta y unos pan­talones impermeables. Y una cuerda fuerte. Aparcó después de media noche. No había nadie cerca. La noche de verano era cálida, y el cielo estaba lleno de estrellas. Un búho ululaba, y la luna acababa de entrar en el cuarto menguante. Elain recorrió el camino sin servirse apenas de la linterna.

La fortaleza tenía un aspecto sobrecogedor a la luz de la luna, con sus irregulares bordes blancos recortados contra el cielo negro. Su sombra parecía moverse cuando una nube pasaba por delante de la luna, y los árboles se agitaban con el viento.

Recordaba a Jess, a la mujer que esperaba y a las ratas. No quería estar allí, y mucho menos de noche. Pero estaba decidida a encontrar la respuesta, aunque sólo fuera para tirársela a Math a la cara.

Antes, cuando aún era de día, había examinado la entrada. Habían añadido más tablones para mantener alejada a la gente, pero ella había aflojado un par, y ahora los retiró sin demasiada dificultad.

Era posible que los romanos hubieran construido aquel orificio como un respiradero., pero habían labrado unos escalones en la piedra. Eran escarpados y empinados, y Elain necesitaba la cuerda que había llevado. La dejó colgando por si acaso, aunque no tenía intención de volver por el mismo camino. Se levantaría a primera hora de la mañana para hacer desaparecer las pruebas de su intempestiva visita.

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El agua goteaba en algún lugar, y podía sentir la humedad en el rostro. La oscuridad era absoluta, tanto que parecía tragarse el haz de luz, que sólo conseguía crear sombras. Avanzaba con precaución, puesto que el suelo era muy irregular.

Golpeó algo con el pie, y cayó lejos, con un sonido distante que la aterrorizó. Aquello era mucho peor de lo que había imaginado.

Siguió caminando, iluminando sus alrededores de vez en cuando. Ni siquiera sabía qué buscaba. Tal vez la prueba de que alguien había estado allí, o tal vez algo que indicara por qué podía alguien querer destruir el White Lady.

Se preguntó cuántos trabajadores habían pasado allí abajo sus vidas. Todos los mineros romanos eran esclavos. Era probable que muchos hubieran muerto en los túneles.

Tenía intención de explorarlos, pero ahora se daba cuenta de que era imposible. Le faltaba el valor. Aquél no era un lugar adecuado para estar sola por la noche, acompañada del sonido del agua y del silbido del viento.

Se preguntó qué hacía allí. Debía haberse vuelto loca. El último encuentro con Math debía haber anulado su capacidad de raciocinio. Allí no podía encontrar ninguna prueba, a no ser que se encontrara de frente con el culpable.

Allí sería muy fácil cometer un asesinato. No resultaría muy difícil hacer que pareciera que alguien había caído y se había golpeado la cabeza, o que había resbalado y se había ahogado en el agua que oía en algún sitio.

Decidió que lo mejor sería volver. Se volvió e iluminó el camino que había tomado. No veía los escalones de piedra. Tal vez hubiera recorrido ya más de la mitad del camino. Debía conservar la calma y seguir avanzando lentamente. No podía dejarse llevar por el pánico., ni intentar correr. Podría caer y golpearse la cabeza, y tardarían mucho en encontrar la nota en su habitación.

Reconoció aliviada el desprendimiento de rocas. Lo peor había pasado ya. No le quedaba demasiado camino por recorrer. Entró por la abertura y salió al túnel que conducía al pasadizo. Afortunadamente, pronto estaría en la cocina.

La puerta del sótano había sido tapiada.



Sintió un sabor amargo en la garganta, y su estómago se encogió con un miedo animal. No podía volver. No era capaz de adentrarse de nuevo en la mina, con sus fantasmas y sus ratas.

Se preguntó si alguien la oiría si gritaba con fuerza. Tal vez alguien derribara el muro y le abriera el paso. Pero sabía que en cuanto empezara a gritar perdería la poca calma que le quedaba. Se vería reducida al terror que esperaba para consumirla. Y si no la encontraban, si no llegaban...

En una ocasión, Math había acudido a su llamada, aunque ella no había sido consciente de estar llamándolo. Pero ahora no iría a su encuentro. Podía gritar hasta quedar afónica, y Math no aparecería. Estaba segura de ello.

Tenía que volver, No le quedaba otro remedio. Tenía que caminar lentamente, paso a paso. No debía correr ni gritar, ni hacer nada que pusiera en peligro su control. No tardaría mucho. Ilumino su reloj de pulsera con la linterna. Era la una y diez. Llegaría a la salida a la una y veinte, o a la una y veinticinco, como mucho. Diez minutos, nada más. Podía aguantar durante diez minutos.

Volvió a pasar por la abertura temblando. Estaba muerta de frío, y se sentía enferma. Pero no debía rendirse. Quedaba muy poco.

La oscuridad de la cueva la aterrorizo mas que la primera vez. Podía, sentir otra presencia, como si su paso hubiera despertado a los fantasmas del lugar. Ya no estaba sola. Se quedó inmóvil y miró a su alrededor, pero era inútil que intentara ver algo. La linterna sólo arrojaba sombras sobre las paredes.

Pensó que debía apagarla, pero se sentía incapaz de hacerlo. Ya conocía la oscuridad absoluta de la mina. Si antes la había aterrorizado, ahora la mataría.

Había alguien más allí. Podía sentirlo con cada poro de su piel. Podía oír su respiración.

—¿Quién hay ahí? —preguntó con una voz casi inaudible.

No hubo más respuesta que el goteo del agua y el silbido del viento, como antes. Empezó a avanzar por la cueva, y volvió a oírlo. Se quedó congelada, y apuntó con la linterna en todas direcciones, intentando ver, sabiendo que la otra persona jugaba con ventaja.

De pronto, sin aviso, vio una gran sombra que avanzaba hacia ella, mucho más cerca de lo que había imaginado. Estuvo junto a ella en una décima de segundo. Gritó, y entonces sintió un brazo alrededor del cuello y unos fuertes dedos que apretaban por la muñeca la mano con que sujetaba la linterna. Elain supo que estaba perdida.

45Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 18 Dom 15 Mar 2009, 11:02

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SU GRITO había sido involuntario, una respuesta puramente animal. Pero no malgastó tiempo ni aire en volver a gritar, dedicó todas sus energías a la lucha. Si pudiera liberar la muñeca lo golpearía con la linterna. Echó una pierna hacia atrás y rozó su tobillo con el pie.

Intentó zafarse, pero su oponente no soltaba. Apretó su muñeca con más fuerza, y ella se vio obligada a soltar la linterna, que se estrelló contra las rocas. Se vio envuelta en la oscuridad y supo que iba a morir.

El miedo confirió a sus músculos una fuerza que no reconocía. Empezó a descargar puñetazos sobre su atacante, dándole patadas a ciegas, resistiéndose a ser inmovilizada, Oyó un gruñido de dolor, y utilizó la ventaja para descargar sobre él un puñetazo, que desgraciadamente lo golpeó en el pecho o en el brazo. Siguió golpeando, buscando su cara. descargando en la violencia todo su miedo.

Lucharon en silencio, interrumpido sólo por los gemidos de dolor y el sonido de sus respiraciones entrecortadas. El hombre era más fuerte que ella, pero no podía soltarla. ya que en la oscuridad podría escapar fácilmente, y ella sabía que él no deseaba que aquello ocurriera.

Estaba protegida por su grueso traje impermeable, pero los golpes resultaban igualmente dolorosos. Al final, el hombre logró inmovilizarla.

Fue como si el tiempo se escabullera en la oscuridad y traspasara alguna frontera. Entonces lo reconoció como un antiguo y terrible enemigo, y supo que aquella batalla había estado predestinada a tener lugar durante vidas enteras.

Estaba aterrorizada. Él era más fuerte que ella. Cayeron al suelo. Elain siguió debatiéndose en vano, mientras el hombre intentaba buscar algo con su mano libre, probablemente una piedra para estrellársela en la cabeza. Elain supo que aquéllos eran sus últimos segundos de vida.

Los instantes eran eternos. Con la clarividencia de la cercanía de la muerte, Elain pensó de repente en lo poco que había amado. Toda su vida había estado escondida tras un muro de miedo, protegiéndose del amor.

Pero al menos había amado a Math, por completo, con todo su corazón. Daría cualquier cosa con tal de tener más tiempo para amar. Para amar a Math como sabía que podía hacerlo, durante toda la vida, durante toda la eternidad.

—¡Math! —gritó desesperadamente.

Le daba igual que aquello no tuviera ningún sentido. Lo único que sabía en aquel momento era que lo amaba, y que no podía soportar la idea de separarse de él tan pronto.

De repente, su atacante se quedó inmóvil, y profirió una maldición.

—¿Elain? —dijo como si se estuviera muriendo—. ¿Elain? Dios mío, ¿qué demonios pasa aquí?

—¿Math? —susurró Elain—. ¿Eres tú, Math? —empezó a sollozar—. Dios mío, creí que ibas a matarme.

—La verdad es que sólo pretendía atarte. Había visto una cuerda por aquí.

Salieron de la cueva utilizando la pequeña linterna que Elain llevaba en el bolsillo. Después se tumbaron en la hierba, a la luz de la luna. No dijeron una sola palabra durante mucho tiempo.

—¿De dónde has salido" —preguntó Elain al cabo de un largo rato.

—Te vi por la ventana cuando llegabas a la fortaleza. Pensé que eras... No sé, la persona que ha estado haciendo todo esto. Pero sabía que no conseguiría entrar en el hotel, así que me quedé a esperar. ¡Dios mío! Estás sangrando —le acarició el rostro con una mano temblorosa—. ¿Qué hacías ahí abajo, Elain? ¿Se puede saber por qué...?

—No lo sé. Tenía la impresión de que podría encontrar algo.

Math rió desesperanzado.

—¿Y lo has encontrado?

—No. Me di cuenta de que no tenía ningún sentido lo que estaba haciendo. Sólo quería salir de allí, pero la puerta estaba tapiada.

—No te reconocí —susurró Math—. Al principio sólo quería darte un susto, pero de repente tuve la impresión de que eras...

—Tu enemiga. Lo sé. Yo tuve la misma sensación.

—No sé qué más habría podido hacerte si no me hubiera dado cuenta de que eras tú.



Al fin se levantaron para marcharse. A pesar de sus gruesos ropajes, Elain estaba tiritando.

—Necesitamos tomar un trago —comentó Math.

Siguieron caminando en silencio.

De repente, cuando se acercaban al hotel, Math sujetó por el brazo y le dijo al oído que se detuviera. Elain se paró en seco.

—Hay alguien en el salón —susurró Math—. Agáchate.

Se agazaparon y se ocultaron a la sombra de unos árboles. En efecto, por las ventanas del salón se veía claramente una tenue luz que se movía.

—¿Qué crees que están haciendo? —preguntó Elain.

—Vamos a averiguarlo.

Avanzaron con precaución entre las sombras, y al final, llegaron al muro del ala quemada. Math avanzó rápidamente junto a la pared.. y Elain lo siguió en silencio hasta el lugar donde se juntaban las dos alas, y por fin llegaron a las ventanas.

Ya no estaban ocultos por la sombra, Math se acercó a la vidriera y volvió a apartarse.

—¿Qué hacen? —preguntó Elain.

—No lo sé. Moverse.



Una nube decidió ocultar la luna, y los dos aprovecharon para mirar. Una persona que llevaba un vestido o una bata de color blanco se desplazaba por la estancia, con una minúscula linterna en la mano. El haz de luz era demasiado pequeño para iluminar ninguna característica que permitiera identificar a la persona. Pero Elain estaba segura de que se trataba de una mujer. Volvieron a agacharse cuando la nube se retiró.

—Está moviendo los muebles —dijo Elain—. Eso es lo que parece.

Math frunció el ceño. Lanzó otra mirada furtiva y se agachó de nuevo.

—Sí. Creo que ahora está moviendo la alfombra.

—¿Es posible que haya una trampilla en el suelo?

—No lo sé. Que yo sepa, debajo está el sótano. Pero con una construcción como ésta es difícil estar seguro de las direcciones y las dimensiones.

Otra nube ocultó la luna, y volvieron a enderezarse.

—Ha desaparecido —murmuró Elain.

—En la esquina. Junto a la chimenea.

Math tenía razón. Elain la vio levantar un brazo, y pareció que tiraba algo. De repente, hubo una luz brillante y una explosión, y la mujer desapareció de su vista.

Igual que Math. Estaba dentro del edificio, corriendo hacia el salón. Elain lo siguió a toda prisa.

Cuando lo alcanzó, vio que Math estaba golpeando la puerta con el hombro. Se oían pasos procedentes del piso superior. Al final, la puerta cedió bajo el peso de Math, que se apresuró a encender la luz.

Elain observó dos cosas. La habitación tenía el mismo aspecto que si una bomba hubiera estallado en ella, y allí estaban sólo ellos dos.

—¿Adónde puede haber ido? —preguntó—. ¿Crees que le habrá dado tiempo a salir por esta puerta y cerrarla?

Math se llevó un dedo a los labios.

—Viene gente.

Poco tiempo después todos los clientes bajaban por la escalera. Jeremy encabezaba la marcha, seguido de cerca por Davina y Vinnie. Olwen llegó corriendo por el pasillo, atándose el cinturón., seguida por Evan. Arriba podían oír a Rosemary que preguntaba a gritos qué había pasado. Después, Rosemary y Brian Arthur llegaron al recibidor, completando el número.

Todos ellos entraron en el salón, entre exclamaciones de horror.

—Dios mío, ¿qué ha pasado aquí? —preguntó Olwen, atónito.

—Ha sido una explosión psíquica —dijo Davina con voz tenebrosa— Puedo sentir la energía. Por fin se ha transformado.

Con un pijama oscuro debajo de una bata roja y completamente despeinada, su aspecto se parecía más que nunca al de Madame Arcati. Se volvió hacia Math, acusadora.

—Te lo advertí.

—Pero ¿qué ha hecho? —preguntó Jeremy—. ¿Tirar una bomba?

46Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 18 continuación Dom 15 Mar 2009, 11:03

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En efecto, aquello era lo que parecía, pero no había trazas de fuego. Todos los muebles parecían haber sido arrojados desde algún lugar cercano a la chimenea. Los sillones estaban volcados, las alfombras estaban contra la pared, y los espejos y los cuadros habían caído, pero no había ningún punto negro en el lugar en que había tenido lugar la explosión. Había pocas cosas rotas.

Si no hubiera visto aquello por la ventana, Elain habría sentido la tentación de pensar que una presencia muy poderosa se había manifestado allí, como decía la vidente.

—¡Dios mío! —dijo Jeremy, mirando a Math—. ¿Estabas aquí? Estás herido.

Todos los ojos se volvieron hacia él. Sus brazos desnudos estaban llenos de golpes y arañazos, y resultaba evidente que se iba a llenar de cardenales.

—No —respondió.

—¡Y Elain también! ¡Te sangra la cara! —exclamó Rosemary.

—No estábamos aquí —insistió Math.

Todos estaban impresionados. Se pusieron a intercambiar comentarios entre ellos. Elain los observó. Olwen llevaba una bata amarilla, pero era más gruesa que la mujer que habían visto.

Jeremy se encendió un cigarrillo y se guardó la pitillera de plata en el bolsillo de la bata de terciopelo. Elain observó que llevaba un pijama de rayas.

De forma sorprendente, Rosemary parecía estar desnuda bajo su bata. Brian Arthur seguía vestido, con un pantalón y una camisa. Vinnie llevaba un albornoz corto sobre un camisón de color claro que le llegaba por las rodillas.

Elain se sintió de nuevo tentada a pensar que habían visto un fantasma. La mujer iba vestida de blanco, y había desaparecido sin dejar huella. Pero no creía que los fantasmas utilizaran linternas de bolsillo.

—Ha sido una buena explosión —protestó Jeremy, examinando las alfombras—. Debería haber dejado una marca, ¿verdad? Pero no hay nada.

—No entiendes las explosiones psíquicas —dijo Davina.

—Desde luego que no —intervino Elain— Dinos qué crees que ha pasado aquí.

Se sorprendió de no haber observado antes que Davina se ponía muy nerviosa cuando le pedían detalles.

—La verdad es que me cuesta pensar con claridad. La presencia sigue siendo tan fuerte... Las explosiones psíquicas tienen lugar en el nivel del éter. Hay luz, sonido y fuerza, pero no dejan manchas.

—¿Y tú crees que ha sido Jessica?

—Sin duda, ha sido una entidad que reside en esta casa. Tal vez se haya desencadenado una energía maligna al abrir ese pasadizo del sótano. Ya advertí que era peligroso.

—Tonterías —dijo Math—. La «entidad» que ha hecho esto tiene tanto de fantasma como todos nosotros. Ahora, ¿os importaría iros a la cama? Voy a cerrar esta habitación. Me gustaría que la policía le echara un vistazo.



Rosemary, que había estado mirando a su alrededor, tenía el semblante pálido por el terror.

—Espero que tengas razón.

Elain se sorprendió al reconocer el verdadero miedo en su voz. Parecía estar a punto de desmayarse.

—Bueno—dijo Rosemary con determinación—, me voy a la cama, como ha propuesto Math. Creo que todos deberíamos irnos. Es muy tarde, y estas cosas no sientan muy bien a mi edad.

Su tono dominante era imposible de desobedecer. Todos empezaron a retirarse a regañadientes.

—Sí —confirmó Math—. ¿Os importaría iros a la cama? Ya hablaremos mañana de este asunto.

Obedecieron con reticencia, lanzando miradas furtivas a la habitación. Al cabo de unos minutos, sólo Math, Brian Arthur y Elain estaban en el lugar de los hechos.

—¿Qué has visto? —preguntó Math a Brian en voz baja.

El detective miró a Elain y después a Math, que asintió.

—Esta joven ha sido la única que ha salido de su habitación después de retirarse —respondió—. Los demás se han quedado en sus habitaciones.

Elain se quedó mirándolos atónita.

—¿Tú?—dijo a Math con incredulidad—. ¿Fuiste tú quien lo contrató?

—¿No se te había ocurrido? —preguntó él, mirando la chimenea.

De repente indicó a los otros dos que se callaran.

—Muy bien —dijo en voz alta—. Buenas noches. Mañana nos encargaremos de este asunto.

Se agachó y pareció sujetar algo. Elain se aproximó lentamente. Entre dos de los antiguos paneles de madera que cubrían el muro de piedra había un trozo triangular de tela blanca, que era lo que Math tenía en la mano. Elain tardó un momento en entender lo que era aquello: había algo detrás de aquellos paneles.

Obedeciendo su señal, Brian Arthur caminó hasta la puerta y se despidió de ellos. Elain hizo lo mismo, y apagaron la luz. Después, volvieron a entrar en el salón antes de cerrar la puerta.

La luz de la luna iluminaba la habitación a través de las cristaleras, confiriendo un aspecto aún más sobrecogedor al desorden. Guardaron silencio absoluto durante varios minutos, mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad. De repente, se oyó un tenue susurro, y el trozo de tela que Math sujetaba empezó a disminuir.

Al parecer, la mujer de blanco se había ocultado tras los paneles. Debía haberse quedado allí todo el tiempo, esperando para desengancharse la ropa y marcharse.

A pesar de la terrenal explicación, sintió un estremecimiento cuando el panel se corrió y una mano salió por la abertura para tirar de la tela. El momento pareció eterno, pero Math no debió tardar más de una décima de segundo en agarrarla por la muñeca.

Se oyó un grito, pero Math tiró de su prisionera hacia el salón, mientras Elain encendía la luz.—Vaya, Rosemary, cuánto me alegro de verte —dijo Math con tono jovial

47Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 19 Dom 15 Mar 2009, 11:04

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—SUÉLTAME! —dijo Rosemary, furiosa.

—Ni lo sueñes.

—Quítame las manos de encima —le ordenó—. Esto es indignante.

Pero Math parecía ser inmune a su tono de institutriz.

—Estoy de acuerdo contigo. Podrías haber matado a alguien.

Siguió tirando de ella, mientras una voz, procedente del piso superior, dijo con precaución:

—¿Rosemary?

Estaba aferrada a un camisón blanco. Math entregó a su prisionera a Brian Arthur y después asomó la cabeza por la abertura.

—¿Por qué no bajas tú también, Davina? —invitó.

—¿Es una escalera? —preguntó Elain, encantada—. Qué raro.

—No tiene nada de raro —dijo Rosemary con desprecio—. Ni siquiera es poco frecuente. Lo raro es encontrar una edificación de esta época que no tenga un pasadizo secreto cerca de la chimenea del salón. Por supuesto, el detalle de la escalera hace que éste sea algo más elaborado que la media.

—¿Cómo no ibas a saberlo? —dijo Elain con sarcasmo—. Como profesora de historia, estarás muy informada sobre estos detalles.

—Cualquier persona que tuviera un mínimo de cultura general lo sabría —respondió Rosemary, poniendo a Elain en su sitio.

Davina apareció por el hueco, llorando.

—Sabía que saldría mal —sollozó.

—Cállate, estúpida —espetó su hermana.

Alguien llamó a la puerta, y Jeremy asomó la cabeza.

—Me pareció oler una aventura. ¿Os importaría que me uniera a vosotros?

Math alzó la vista al cielo pero no dijo nada, de modo que Jeremy entró en el salón. Enderezó un par de sillones y se dejó caer en uno de ellos, mirando a su alrededor.

—¡Vaya! —exclamó, levantándose al ver la entrada del pasadizo—. Supongo que conduce al sótano —comentó.

Al oírlo, Elain se levantó a inspeccionar. En efecto, la escalera no sólo llegaba al piso superior; también bajaba un nivel.

—¿Eres tú, Elain? —preguntó Vinnie, asomando la cabeza por la habitación de las hermanas—. ¿No te parece fascinante? ¡Y pensar que he pasado tanto tiempo viviendo en esta casa sin saber los secretos que ocultaba!

Se recogió la bata y empezó a bajar por la escalera.

—Esto resuelve un montón de misterios —anunció al llegar a la altura de los demás—. Ahora sabemos cómo llegó a la alfombra el carbón encendido. Rosemary bajó por aquí cuando no había nadie y volvió a marcharse de la misma forma.

—Ten cuidado —le dijo Elain—. Hay otro agujero debajo de donde estás, y va a parar al sótano.

—¡Qué emocionante! Supongo que éste era el camino que seguía el amante de Jessica para entrar en la casa, Y que fue así como desapareció cuando creyeron que lo tenían atrapado.

—Es posible —convino Jeremy—. Y también fue así como se rompió la cañería. ¡Y pensar que sos­pechábamos de la pobre Jess!

—Ahora ya sabemos cómo lo hicieron —dijo Math—, pero seguimos sin conocer sus motivos. ¿Os importaría explicárnoslo? —añadió, dirigiéndo­se a las hermanas.

—¿Me puedes dar un cigarrillo? preguntó Rose­mary a Jeremy.

Lo encendió y aspiró una profunda bocanada antes de contestar.

—Supongo que a estas alturas... Sin duda ya habrás encontrado la abertura del túnel —dijo a Math.

Él asintió, mientras los huéspedes empezaban a asaetearlo a preguntas. Todos se callaron cuando Rosemary volvió a hablar.

—¿Entendiste lo que era? —dijo con el tono de una profesora que examinara a un alumno.

—Una mina romana, ¿no?

—Exactamente. Una mina romana. ¿Sabes lo que extraían de ella?

Math frunció el ceño y se quedó mirándola atónito.

—¡No puede ser! ¿Oro?



—Lo que queríamos era convencerte para que vendieras, a cambio de menos dinero del que habías pagado. Algo que pudiéramos permitirnos. No teníamos intención de quemar la casa. No sabíamos que el incendio se fuera a extender tan deprisa —dijo Davina, sin dejar de llorar—. Sólo queríamos que cerraras el hotel. Nos quedamos horrorizadas al enterarnos de que alguien había estado a punto de morir.

Math no parecía impresionado.

—Si incendiasteis un edificio lleno de gente que dormía, podéis estar contentas de no ser culpables de asesinato.

—Ya lo veo, pero pensamos que como no está­bamos en temporada alta y el hotel no estaba lleno... Rosemary fue quien lo hizo todo. A mí me daba miedo entrar en la mina. Aparcamos y subimos por la colina. Después, Rosemary bajó y lo hizo. ¡Dios mío! La explosión fue horrible. Estaba aterro­rizada viendo cómo se consumía el edificio, y mi hermana no había salido aún. Pero entonces volvió...

—Con el tapiz— interrumpió Elain.

—No te atrevas a hablarme con ese tono tan arrogante —dijo Rosemary— Eres una maldita espía. No sé ni cómo no se te cae la cara de ver­güenza. No tienes idea de lo que es el juego limpio.

Elain sintió que se sonrojaba, a pesar suyo. Quería responder, pero como de costumbre, no encontraba las palabras adecuadas.

—¿Y tú sí? Elain hizo lo que hizo para descubrir un delito. ¿A quién ha hecho daño, o a quién ha intentado hacer daño? A ti te habría dado igual matar a quien fuera con tal de lograr tu objetivo.

—Ésa no es la cuestión.

—Yo creo que sí. ¿Dónde está el tapiz?

—No sé nada de ningún tapiz.

—Oh, Rosemary, ¿qué sentido tiene negarlo? —dijo Davina, temblorosa— Ya no sirve para nada. Lo tenemos guardado —añadió, mirando a Math—. Lo vimos la primera vez que vinimos de vacaciones, pero hasta el año pasado, que encontramos el pasadizo... —empezó a balbucear de forma inconexa—. No fue por casualidad, porque Rosemary decía que en un edificio de esta época tenía que haber un pasadizo. Sólo queríamos enseñártelo cuando lo encontráramos, pero Rosemary estaba segura de que era una mina de oro, y...

—¿Qué te hace pensar que aún queda algo?

—No es que lo piense. Extraje unas muestras y las llevé a analizar. Queda por lo menos una veta bastante rica. ¿Crees que hice todo esto por un sueño? En esta zona, hay minas que no se abandonaron hasta principios de este siglo y que ahora se han vuelto a abrir. Esta no se ha tocado desde la época de los romanos, por lo que veo.

—Entonces soy rico —dijo Math secamente— De modo que hicisteis vuestros planes y este año revelasteis vuestra condición de videntes. ¿De verdad creéis que una historia de fantasmas me iba a impulsar a vender el castillo?

—Bueno, si no paraban de pasar cosas, al final te quedarías sin inquilinos. La gente no querría venir a un hotel quemado en el que no paran de pasar cosas. Y sobre todo, si esparcíamos el rumor de que el fantasma era maligno, no podrías salir adelante y tendrías que vender.

—Basura —dijo Math con frialdad— Esperabais obligarme a dejar de pagar la hipoteca. Imaginabais que el banco me embargaría la propiedad si no conseguía atraer clientes. ¿Qué oportunidad tendría de encontrar un comprador a última hora? Esperabais adquirirlo en una subasta bancaria por una décima parte de su valor. Y eso habríais hecho, si hubiera estado completamente quemado.

Davina lo miraba aterrorizada.

—Y como no fue así —dijo Elain, que había recuperado la calma—, supusisteis que si la compañía de seguros se negaba a pagar Math tendría problemas. Así que les disteis el soplo de que el incendio había sido provocado.

—¡No! —exclamó Davina— No lo sabía —rectificó, al ver la expresión de su hermana.

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—¿Qué vas a hacer? —preguntó Rosemary a Math.

No parecía dispuesta a implorar.

—La mayor parte de vuestras acciones no tuvieron el efecto que esperabais. Pero hicisteis algo que es imperdonable.

—Qué melodramático —dijo Rosemary con sarcasmo—. ¿Qué fue lo que hice que te pareció tan imperdonable? ¿Intentar robarte? La gente lo hace continuamente y se le perdona.

—Me refiero a algo mucho peor. Destruisteis los cuadros de Elain.

—¿De verdad? —preguntó Vinnie, preocupada.

—Sólo eran unos estúpidos bocetos. Esa maldita zorra entrometida tiene suerte de que no le hiciera nada más.

—Esta historia merecería estar en un libro de los cinco —comentó Jeremy.

—Quería ser escritora —comentó Rosemary como si estuviera charlando con unos amigos—. Pero no me dejaron. Me obligaron a estudiar magisterio.

Nadie respondió. El silencio se apoderó de la habitación.

Brian Arthur, que se había marchado un rato atrás, entró en el salón y anunció:

—La policía está de camino.

Davina prorrumpió en sollozos. Pero Rosemary no se dejó amilanar.

—¿Y tú te consideras una buena persona? —preguntó a Math—. ­Eres el dueño de una mina de oro. Yo fui quien la descubrió. Deberías darme las gracias. Ahora puedes vender esto por una fortuna. ¿Y cómo me lo pagas? ¡Entregándome a la policía!

En aquel momento, los agentes llamaron a la puerta.



—Así que sospechaste desde el principio? —pregunto Elain.

Estaba amaneciendo.

—Era evidente que ocurría algo raro.

—¿Así que pediste a Brian Arthur que me investigara?

Tenía la esperanza de que fuera así. Si la desconfianza había sido mutua, era posible que...

—Sólo le pedí que averiguara qué pasaba aquí. Te investigó por su cuenta. Igual que tú investigaste a los demás inquilinos.

—Sé que no puedes perdonarme. Sé que soy fea. Pero sólo quería decirte que lo siento.

Habían subido juntos por la escalera, y habían llegado al piso en el que se encontraba la habitación de Elain.

Math la miró muy serio.

—¿Puedo entrar?

—¿Qué quieres? —susurró ella.

—Lo único que quiero es no perderte de vista. Abrazarte y saber que respiras.



Al día siguiente, Elain, Math y Brian Arthur exploraron el pasadizo, bajando por la escalera oculta del salón. Allí se abría la pared al pulsar un gran resorte oxidado, y se llegaba al lugar en que se ocultaban las provisiones de la guerra.

—La mina fue abandonada cuando se marcharon los romanos, ¿verdad? —preguntó Brian—. No sé demasiado de historia.

—Cuando el imperio romano empezó a decaer fueron abandonando los territorios ocupados —explicó Math—. Más tarde, se construyó una fortaleza en el lugar del asentamiento. Supongo que los túneles les parecían útiles, sobre todo en tiempo de ataques. No sabemos cuántas entradas puede haber.

—Y después construyeron este castillo y también aprovecharon los túneles —concluyó Elain.

La noche anterior no habían hablado, ni habían hecho el amor. Se habían quedado abrazados, sin decir nada, hasta que se durmieron.

—Jessica debía conocer la existencia del pasadizo, y le dijo a su amante cómo utilizarlo.

—Sin duda.

—Me pregunto dónde la emparedarían.

—Es posible que el desprendimiento no fuera accidental —respondió Math—. O tal vez forme parte del mito. También es posible que más adelante volvieran a tirar el tabique.

Después de tantos siglos, el secreto se había perdido. Elain suspiró.

—Me alegro de que se haya descubierto. Pero siento que haya tenido que ser Rosemary.



Más tarde, Math y Elain paseaban por la colina, con la fortaleza a sus espaldas. El sol brillaba, los pájaros cantaban, y el día era perfecto. Algo había cambiado. Por algún motivo, no necesitaban las palabras.

Subieron a la fortaleza, y Elain se encaramó a la torre. El sol iluminaba el interior del edificio derruido.

—¿Recuerdas el día que estabas aquí, yo vine a caballo y tú bajaste? —preguntó Math.

Elain contuvo la respiración al oír su tono.

—Lo recuerdo.

—Aquel día lo supe —dijo Math—. Incluso el día que llegaste, cuando te vi desde lejos, algo me atrajo hacia ti. Y cuando hablé contigo, sentí la necesidad apremiante de conservarte a mi lado. Pero cuando nos vimos aquí lo supe sin lugar a dudas. Pensé que tú también lo sabías.

—Sí. Creía que era la otra mujer, la que esperaba, pero también era yo. Era yo, y quería correr a tus brazos. Pero tenía mucho miedo.

—En aquel momento deseé hacer el amor contigo. Sentí más deseo del que he sentido nunca por una mujer. Sabía que me tomarías por loco si decía algo. Nunca había necesitado controlarme tanto.

Pero Elain sabía que en otro tiempo, después, había necesitado controlarse para no volver a expulsarla de allí. Cuando la miraba con odio helado.

Math acarició su rostro con ternura.

—Anoche estuve a punto de perderte. Podía haberte matado cuando nos peleamos en la cueva. Entonces entendí que me resultaba imposible vivir sin ti.

—¿No tienes a veces la sensación de que somos enemigos?

—No tengo explicación para esas cosas. Pero no volveremos a ser enemigos nunca más.

—Siento lo que hice —insistió Elain—. No sabía qué hacer. Estaba enamorada de ti, pero te espiaba, y ...

Math la calló con un beso.

—No te preocupes. Rosemary te llamó espía y farsante, como yo, y entonces me di cuenta de lo ridículo que era decir eso de ti. Tú eres una persona distinta.

—¿Quién soy?

—Eres mi mujer. Lo eres todo para mí. Y lo que dije anoche fue la verdad que habría visto antes si no me hubiera vuelto loco de indignación. Tú nunca intentaste hacer daño a nadie. Sólo desempeñabas tu trabajo, y de una manera muy justa.

Elain parpadeó, porque sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—¿Confías en mí, Math?

—Absolutamente. Por completo. Con todo lo que soy y lo que tengo. Anoche me dijiste que sabes que eres fea, y yo supe que era el culpable de que pensaras eso. Eres tan bella que se me parte el corazón cada vez que te miro. ¿Podrás perdonarme?

—No hay nada que perdonar.

Lo abrazó y lo besó en la boca.



—Últimamente somos muy pocos —comentó Jeremy—. Espero que acabes con las reparaciones antes de que termine la temporada.

—Yo también —respondió Math, sonriendo.

—Aunque por supuesto no tengo queja de vuestra compañía —añadió Jeremy . La comida que ha preparado Elain es deliciosa. Y siempre es agradable comer a la luz de las velas, tanto si hay un apagón como si no. Pero lo mejor es no tener que aguantar a Rosemary. Me hartaban sus comentarios y sus quejas sobre la pobre Jessica. A veces me resultaba difícil ser educado.

—Como a todos.

—Era una mujer muy desagradable. Y me inquieta la inteligencia que demostró al trazar su plan. Todo estaba previsto a la perfección. Yo nunca habría sospechado de ellas. Nunca parecía que anduvieran por los sitios en los que ocurrían las cosas.

49Querido Enemigo por Alexandra Seller - Página 2 Empty Capitulo 19 continuación Dom 15 Mar 2009, 11:05

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—Desde luego, no es tan estúpida como nos hizo creer —convino Math—. Y su sangre fría es impresionante. Tengo la impresión de que Davina es su verdadera debilidad.

—¿Recordáis el día que se quemó la alfombra? —comentó Vinnie—. Habían salido a comer fuera, y al volver, montaron un número para que todo el mundo supiera que ellas no habían podido ser.

—Claro que Bill ayudó a montar el número —comentó Elain.

El perro enderezó las orejas al oír su nombre.

—Fue el único de todos nosotros que expresó a Rosemary sin tapujos su opinión sobre ella —rió Jeremy—. Realmente, me parece admirable.

—¿Cómo lo hicieron exactamente? —preguntó Jeremy—. No me había parado a pensar que estaban fuera.

—En aquella ocasión fueron a la fortaleza, pasaron por el túnel y entraron en el salón. Supongo que Rosemary eligió un día lluvioso porque así habría menos posibilidades de que alguien las viera.

—Y porque era más probable que la chimenea estuviera encendida —añadió Vinnie.

—Recuerdo que la gabardina de Rosemary estaba muy embarrada —murmuró Elain—. Por supuesto, cuando yo bajé al túnel, Rosemary se dio cuenta de que mis manchas eran parecidas. Por eso fue a mi habitación, para intentar enterarse de lo que había averiguado.

—Le debía aterrorizar que alguien más supiera que había una mina de oro.

—Cuando vio mi boceto del tapiz se debió asustar mucho. No podía saber el motivo por el que lo pinté.

—Supongo que ella fue la que menos se sorprendió al enterarse de que eras detective —dijo Vinnie.

Elain miró a Math, que se limitó a sonreír.

—Claro que los demás también sospechábamos algo —dijo Jeremy—. No tienes el típico aspecto de los pintores.

—Pero soy pintora —protestó Elain.

—Ya, no es eso lo que quiero decir. Lo que quiero decir es que no pareces la típica pintora.

Los demás comensales guardaron silencio mientras se esforzaban por encontrar algún sentido a sus palabras.

—Además, me alegro de que hayan dejado en paz a Jessica —añadió Jeremy—. Nunca pensé que estuviera transformándose y quisiera matarnos a todos, como decían las hermanas.

—Yo tampoco —convino Vinnie—. Era una idea estúpida.

—Pero todos esos trucos, no os hicieron sospechar. No parecía que hubiera otra explicación.

—Jess no era la explicación — insistió Vinnie—. He vivido con ella durante casi cincuenta años, y conozco su estilo. Sus trucos son siempre inocentes.

De repente, Elain dejó los cubiertos en la mesa y los miró con expresión de haber descubierto algo.

—Ya sé lo que pasó —anunció—. Cada vez que Rosemary y Davina hacían algo, ocurría otra cosa que impedía que el daño fuera serio. Cuando puso el carbón en la alfombra, Bill se volvió loco y hubo que encerrarlo. Y cuando rompieron la cañería de su habitación, se me abrió el maletín y entró trementina por debajo de su puerta.

—Sí, ya lo sabemos, querida —dijo Vinnie, sin seguir el hilo—. Pero no veo...

—¿No os dais cuenta de que fue Jessica quien hizo estos trucos? Cuando Rosemary se ponía grosera, le tiraba hollín en la cara, o algo así. ¿Os dais cuenta? Jess sabía desde el principio quién estaba haciendo todo eso, y saboteaba sus intentos de sabotaje.

—Creo que tienes razón —dijo Vinnie—. Por supuesto, Jess querría defender su reputación. ¿Por qué no se nos ocurriría antes? Pero lo del perro y lo de la trementina no fueron sus mejores grupos. ¿Por qué a Rosemary se le enganchó el camisón entre las tablas? De no ser por esto, tal vez no la habríamos atrapado.

Jeremy rió.

—¡Pobre Rosemary! ¿Os la imagináis subiendo por la escalera desnuda para ponerse la bata a toda prisa y hacernos creer que la había despertado la explosión?

—Como Superman en las cabinas telefónicas —rió Elain— Me habría encantado verlo.

—Supongo que Jessica lo vio todo —dijo Jeremy entre carcajadas—. Seguro que se moría de risa. Seguro que tienes razón. Eso parece obra suya. Nunca le cayó bien Rosemary, y una jugada así sí que es propia de su sentido del humor.

—Estoy seguro de que le encantó —dijo Math, alzando su copa de vino— Creo que esto merece un brindis. Por Jess, esté donde esté.

Lentamente, las llamas de las velas disminuyeron y se apagaron. Todos contuvieron la respiración y estallaron en una carcajada. El tintineo de las campanas de plata se unió a ellos.

—Por Jessica —dijeron al unísono antes de apurar sus copas.

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