Llegaron al bar y pidieron un desayuno abundante: huevos, panceta ahumada, salchichas, tomate frito, champiñones y tostadas. Elain solía tener buen apetito, pero no tanto como para desayunar frituras. Sin embargo, aquella mañana estaba hambrienta.
—Sabes cómo abrir el apetito a una chica —dijo.
Devoró su desayuno en un tiempo récord y miró la mesa en busca de algo más.
—¿Te vas a comer eso?
Math rió.
—Sírvete.
Pidió otra taza de café y recostó en el respaldo de la silla.
—¿Te importa si te hago una proposición mientras comes?
Elain lo miró, sorprendida.
—Adelante. ¿Tiene algo que ver con lo que dijiste anoche?
—¿Has leído el Mabinogion?
—Aún no.
Elain hizo una mueca. Math le había dejado un ejemplar, pero lo único que había leído era El Sueño de Rhonabwy.
—Me gustaría que lo leyeras, avísame cuando lo termines. Quiero que me digas si te resultaría interesante pintarlo. Algunas escenas de cada cuen­to del Mabinobion —dijo— Ya te dije que quería escribir un libro. Creo que podríamos hacerlo jun­tos. Yo me encargaría del texto y tú de las ilus­traciones. ¿Qué te parece?
Elain respiró profundamente, emocionada. Aquél era un proyecto fascinante, y el argumento de El Sueño de Rhonabwy merecía la pena. Había algo que la atraía en la sencillez de la historia y en la descripción de los trajes. Podía tratarse de su trabajo más importante, la oportunidad de desarrollar un tema en varios cuadros.
—Me encantaría hacerlo —dijo—. ¿Puede haber alguien interesado? ¿Tendremos posibilidades de publicarlo?
Math sonrió, le tomó la mano y la besó.
—Creo que te lo puedo garantizar —dijo.
Por la tarde dieron un largo paseo y visitaron unos yacimientos romanos y una iglesia del siglo doce. Después volvieron al hotel. Olwen salió de la oficina, donde estaba viendo la televisión.
—Ha tenido una llamada —le dijo a Elain.
—¿Sally?
Era la única amiga a la que había dado el número del White Dame.
Olwen miró a Math.
—No —dijo—. Era un hombre, Raymond. Quiere que le devuelva la llamada.
Elain se quedó boquiabierta. Aquello la hizo des­pertar de su sueño y volvió a tomar contacto con la realidad. Se había olvidado por completo de Ray­mond y de su trabajo. Durante las últimas veinte horas, fue como si no existiera. Miró a Olwen y se sonrojó. Estaba segura de que creía que tenía una relación con otro hombre y que Math era sólo un entretenimiento. Pero lo que no imaginaba era lo que Math pensaba. Estaba detrás de ella, sin decir nada.
—Gracias. ¿A qué hora llamó?
Intentó que su voz sonara indiferente.
—A las nueve de la mañana. Jan fue a buscarla a la habitación, pero no estaba.
—No.
Elain pensó que lo único que faltaba era poner un anuncio en el periódico que dijera: MATH Y ELAIN HAN PASADO LA NOCHE JUNTOS.
—Gracias. Lo llamaré.
Se preguntó qué querría Raymond. Era extraño que llamara.
—Si quiere, puede llamar desde la oficina.
Era evidente que pensaba que Elain quería hablar en privado. Pero Olwen estaba demasiado interesada como para arriesgarse a llamar desde el hotel. Decidió que bajaría a Pontdewi.
—Gracias —dijo—. Creo que le llamaré más tarde. No corre prisa.
—¿Qué demonios pasa, pelirroja? Deberías haber llamado ayer. ¿Qué ocurre?
Ella misma se sorprendió. Había perdido por completo la noción del tiempo.
—Lo siento. Me olvidé. No hay nada nuevo por aquí, Raymond. Quiero decir que sigo convencida de que él no lo hizo. De hecho, no creo que nadie provocara el incendio, a menos que fuera el fantasma. Fue un accidente.
—Vaya, estoy deseando decírselo a nuestro cliente —dijo, con ironía—. Mira, me da igual con quién te estés entreteniendo, pero no bajes la guardia, ¿de acuerdo? Los del seguro están decididos a demostrar que el dueño provocó el incendio. Si no consigues encontrar pruebas, me va a resultar muy difícil justificar todo el tiempo que llevas allí. Así que por las noches haz lo que quieras, pero durante el día, quiero que hagas algo que merezca la pena.
Elain estaba asombrada. Parecía como si todo el mundo lo supiera.
—No seas estúpido, Raymond —se defendió.
Pensó que el tono de su voz la traicionaría, descubriendo sus verdaderos sentimientos.
—Muy bien, intentaré pensar algo. Tal vez deberíamos centrarnos en los clientes. A fin de cuentas, con excepción de las parapsicólogas, los demás residen aquí de manera permanente y estaban cerca cuando el fuego empezó. Todo el personal es galés. Podrías fingir que creemos que existe una conexión con los nacionalistas.
—No se lo tragarían. ¿Tiene novia?
—¿Qué? —preguntó, sorprendida.
—¿Está liado con alguna clienta?
—No lo sé —contestó, dudando—. Creo que no.
—¿Tal vez en el pueblo? Averígualo. Pon el cerebro en marcha, cariño, y llámame mañana.
Pasó la tarde pintando y no vio a Math hasta la hora de cenar. No le hizo ningún comentario respecto a la llamada telefónica. A juzgar por la cara de Jan, Math debió pedirle una botella de un vino muy especial. Después entablaron una conversación trivial. Pero el brillo en sus ojos le daba otra impresión. Era como si creciera una llama mientras la observaba, absorbiéndola por completo.
No sabía qué ocurriría, pero de lo que estaba segura era de que Math pretendía hacer el amor con ella de nuevo, y volver a pasar la noche a su lado. Aquella idea la inquietó y estuvo nerviosa durante toda la velada. Sus ojos la trastornaban, y temblaba al ver la seguridad con que cogía la copa de vino, y al escuchar aquella voz que despertaba sus instintos.
Math sonrió con tristeza y sacudió la cabeza. De repente, Elain se sobresaltó. Jeremy estaba golpeando su vaso con una cuchara para llamar la atención. Todos los residentes estaban allí, y había algunos clientes más. La mayoría de ellos había acabado con el plato principal. Todos guardaron silencio.
—¿Vas a leernos otro poema, Jeremy? —dijo alguien.
Jeremy se levantó. llevaba una hoja de papel. Hizo una reverencia.
—«Cinco años antes del eclipse» —anunció, y después empezó:
«Cinco años antes del eclipse,
Mi padre
Despertando en la cama
Vio la sombra de su futuro en el abigarrado
Armario de la vida
Cinco años antes del eclipse
Vio la sombra de la tierra
Y su fragilidad
Lo hizo llorar
Por la luna llena que nunca volvería a ver
Por su esplendor.
Cinco años antes del eclipse
Mi padre sabía
Que la vida ya no lo esperaría».
Todo el mundo aplaudió y lo felicitó. Elain no había entendido el poema, pero también se sumó a los aplausos.
—No entiendo mucho de poesía —le dijo a. Math. Él se inclinó sobre la mesa.
—En este caso no necesitas entender nada. —su­surró Math—. Tengo la impresión de que el autor tampoco lo entiende.
Ella rió con ganas.
—¿Tan malo es?
—Un poco pomposo.
—Ni siquiera sé lo que significa.
Math sonrió.
—Imagínate un plato de fabada fría.
Elain rió con tanta fuerza que algunas personas se volvieron para mirarla.
—¿Y consigue publicarlo?
—Eso dice. Imagino que lo hará en alguna pretenciosa revista literaria.
Jan llegó con el postre y el café.
—No debería tomar café —dijo Elain, una vez que Jan se fue—. Después no podré dormir.
—Si el café no lo consigue, yo me encargaré —le prometió Math.
Elain era incapaz de explicar el efecto que su voz le causaba. Sentía un nudo en el estómago, se quedaba sin habla y una corriente le recorría el cuerpo. Lo miró, estuvo a punto de hablar un par de veces pero no pudo hacerlo. Math la miraba a los ojos todo el tiempo.
—¿De verdad? —dijo por fin.
Math sonrió.
Elain tomó un sorbo de café.
—Éste sitio es un poco raro, ¿verdad? —dijo.
—¿Tú crees?
—Bueno, no es normal que en un restaurante uno de los clientes se levante y recite un poema —se encogió de hombros y sonrió—. ¿Lo hace a menudo?
—Cada dos por tres.
—Me sigue pareciendo extraño.
—Tal vez sea el amor que sienten los galeses por la poesía —sugirió—. La costumbre de recitar poesía está muy arraigada aquí. Se llama eisteddfod.
Elain tenía en la habitación un folleto sobre los diferentes certámenes de poesía y música que se celebraban por todo Gales.
—Pero suele hacerse en galés, ¿no?
—Bueno, de vez en cuando usamos el inglés —sonrió—. ¿Te gustaría ir a un certamen de eis­teddfod auténtico?
—¿Va a haber alguno pronto?
Math asintió.
—Dentro de dos semanas. Te llevaré.
Aquello la devolvió a la realidad. No podría que­darse una vez que hubiera acabado el trabajo.
—Bueno, no sé si aún estaré aquí—dijo con torpeza.
Math la miró, dispuesto a decir algo, pero se contuvo.
Se encogió de hombros.
—Bueno, te llevaré si estás.
Lo dijo como si no le importara demasiado, pero Elain presentía que aquello no era lo que sentía.
—Sabes cómo abrir el apetito a una chica —dijo.
Devoró su desayuno en un tiempo récord y miró la mesa en busca de algo más.
—¿Te vas a comer eso?
Math rió.
—Sírvete.
Pidió otra taza de café y recostó en el respaldo de la silla.
—¿Te importa si te hago una proposición mientras comes?
Elain lo miró, sorprendida.
—Adelante. ¿Tiene algo que ver con lo que dijiste anoche?
—¿Has leído el Mabinogion?
—Aún no.
Elain hizo una mueca. Math le había dejado un ejemplar, pero lo único que había leído era El Sueño de Rhonabwy.
—Me gustaría que lo leyeras, avísame cuando lo termines. Quiero que me digas si te resultaría interesante pintarlo. Algunas escenas de cada cuen­to del Mabinobion —dijo— Ya te dije que quería escribir un libro. Creo que podríamos hacerlo jun­tos. Yo me encargaría del texto y tú de las ilus­traciones. ¿Qué te parece?
Elain respiró profundamente, emocionada. Aquél era un proyecto fascinante, y el argumento de El Sueño de Rhonabwy merecía la pena. Había algo que la atraía en la sencillez de la historia y en la descripción de los trajes. Podía tratarse de su trabajo más importante, la oportunidad de desarrollar un tema en varios cuadros.
—Me encantaría hacerlo —dijo—. ¿Puede haber alguien interesado? ¿Tendremos posibilidades de publicarlo?
Math sonrió, le tomó la mano y la besó.
—Creo que te lo puedo garantizar —dijo.
Por la tarde dieron un largo paseo y visitaron unos yacimientos romanos y una iglesia del siglo doce. Después volvieron al hotel. Olwen salió de la oficina, donde estaba viendo la televisión.
—Ha tenido una llamada —le dijo a Elain.
—¿Sally?
Era la única amiga a la que había dado el número del White Dame.
Olwen miró a Math.
—No —dijo—. Era un hombre, Raymond. Quiere que le devuelva la llamada.
Elain se quedó boquiabierta. Aquello la hizo des­pertar de su sueño y volvió a tomar contacto con la realidad. Se había olvidado por completo de Ray­mond y de su trabajo. Durante las últimas veinte horas, fue como si no existiera. Miró a Olwen y se sonrojó. Estaba segura de que creía que tenía una relación con otro hombre y que Math era sólo un entretenimiento. Pero lo que no imaginaba era lo que Math pensaba. Estaba detrás de ella, sin decir nada.
—Gracias. ¿A qué hora llamó?
Intentó que su voz sonara indiferente.
—A las nueve de la mañana. Jan fue a buscarla a la habitación, pero no estaba.
—No.
Elain pensó que lo único que faltaba era poner un anuncio en el periódico que dijera: MATH Y ELAIN HAN PASADO LA NOCHE JUNTOS.
—Gracias. Lo llamaré.
Se preguntó qué querría Raymond. Era extraño que llamara.
—Si quiere, puede llamar desde la oficina.
Era evidente que pensaba que Elain quería hablar en privado. Pero Olwen estaba demasiado interesada como para arriesgarse a llamar desde el hotel. Decidió que bajaría a Pontdewi.
—Gracias —dijo—. Creo que le llamaré más tarde. No corre prisa.
—¿Qué demonios pasa, pelirroja? Deberías haber llamado ayer. ¿Qué ocurre?
Ella misma se sorprendió. Había perdido por completo la noción del tiempo.
—Lo siento. Me olvidé. No hay nada nuevo por aquí, Raymond. Quiero decir que sigo convencida de que él no lo hizo. De hecho, no creo que nadie provocara el incendio, a menos que fuera el fantasma. Fue un accidente.
—Vaya, estoy deseando decírselo a nuestro cliente —dijo, con ironía—. Mira, me da igual con quién te estés entreteniendo, pero no bajes la guardia, ¿de acuerdo? Los del seguro están decididos a demostrar que el dueño provocó el incendio. Si no consigues encontrar pruebas, me va a resultar muy difícil justificar todo el tiempo que llevas allí. Así que por las noches haz lo que quieras, pero durante el día, quiero que hagas algo que merezca la pena.
Elain estaba asombrada. Parecía como si todo el mundo lo supiera.
—No seas estúpido, Raymond —se defendió.
Pensó que el tono de su voz la traicionaría, descubriendo sus verdaderos sentimientos.
—Muy bien, intentaré pensar algo. Tal vez deberíamos centrarnos en los clientes. A fin de cuentas, con excepción de las parapsicólogas, los demás residen aquí de manera permanente y estaban cerca cuando el fuego empezó. Todo el personal es galés. Podrías fingir que creemos que existe una conexión con los nacionalistas.
—No se lo tragarían. ¿Tiene novia?
—¿Qué? —preguntó, sorprendida.
—¿Está liado con alguna clienta?
—No lo sé —contestó, dudando—. Creo que no.
—¿Tal vez en el pueblo? Averígualo. Pon el cerebro en marcha, cariño, y llámame mañana.
Pasó la tarde pintando y no vio a Math hasta la hora de cenar. No le hizo ningún comentario respecto a la llamada telefónica. A juzgar por la cara de Jan, Math debió pedirle una botella de un vino muy especial. Después entablaron una conversación trivial. Pero el brillo en sus ojos le daba otra impresión. Era como si creciera una llama mientras la observaba, absorbiéndola por completo.
No sabía qué ocurriría, pero de lo que estaba segura era de que Math pretendía hacer el amor con ella de nuevo, y volver a pasar la noche a su lado. Aquella idea la inquietó y estuvo nerviosa durante toda la velada. Sus ojos la trastornaban, y temblaba al ver la seguridad con que cogía la copa de vino, y al escuchar aquella voz que despertaba sus instintos.
Math sonrió con tristeza y sacudió la cabeza. De repente, Elain se sobresaltó. Jeremy estaba golpeando su vaso con una cuchara para llamar la atención. Todos los residentes estaban allí, y había algunos clientes más. La mayoría de ellos había acabado con el plato principal. Todos guardaron silencio.
—¿Vas a leernos otro poema, Jeremy? —dijo alguien.
Jeremy se levantó. llevaba una hoja de papel. Hizo una reverencia.
—«Cinco años antes del eclipse» —anunció, y después empezó:
«Cinco años antes del eclipse,
Mi padre
Despertando en la cama
Vio la sombra de su futuro en el abigarrado
Armario de la vida
Cinco años antes del eclipse
Vio la sombra de la tierra
Y su fragilidad
Lo hizo llorar
Por la luna llena que nunca volvería a ver
Por su esplendor.
Cinco años antes del eclipse
Mi padre sabía
Que la vida ya no lo esperaría».
Todo el mundo aplaudió y lo felicitó. Elain no había entendido el poema, pero también se sumó a los aplausos.
—No entiendo mucho de poesía —le dijo a. Math. Él se inclinó sobre la mesa.
—En este caso no necesitas entender nada. —su­surró Math—. Tengo la impresión de que el autor tampoco lo entiende.
Ella rió con ganas.
—¿Tan malo es?
—Un poco pomposo.
—Ni siquiera sé lo que significa.
Math sonrió.
—Imagínate un plato de fabada fría.
Elain rió con tanta fuerza que algunas personas se volvieron para mirarla.
—¿Y consigue publicarlo?
—Eso dice. Imagino que lo hará en alguna pretenciosa revista literaria.
Jan llegó con el postre y el café.
—No debería tomar café —dijo Elain, una vez que Jan se fue—. Después no podré dormir.
—Si el café no lo consigue, yo me encargaré —le prometió Math.
Elain era incapaz de explicar el efecto que su voz le causaba. Sentía un nudo en el estómago, se quedaba sin habla y una corriente le recorría el cuerpo. Lo miró, estuvo a punto de hablar un par de veces pero no pudo hacerlo. Math la miraba a los ojos todo el tiempo.
—¿De verdad? —dijo por fin.
Math sonrió.
Elain tomó un sorbo de café.
—Éste sitio es un poco raro, ¿verdad? —dijo.
—¿Tú crees?
—Bueno, no es normal que en un restaurante uno de los clientes se levante y recite un poema —se encogió de hombros y sonrió—. ¿Lo hace a menudo?
—Cada dos por tres.
—Me sigue pareciendo extraño.
—Tal vez sea el amor que sienten los galeses por la poesía —sugirió—. La costumbre de recitar poesía está muy arraigada aquí. Se llama eisteddfod.
Elain tenía en la habitación un folleto sobre los diferentes certámenes de poesía y música que se celebraban por todo Gales.
—Pero suele hacerse en galés, ¿no?
—Bueno, de vez en cuando usamos el inglés —sonrió—. ¿Te gustaría ir a un certamen de eis­teddfod auténtico?
—¿Va a haber alguno pronto?
Math asintió.
—Dentro de dos semanas. Te llevaré.
Aquello la devolvió a la realidad. No podría que­darse una vez que hubiera acabado el trabajo.
—Bueno, no sé si aún estaré aquí—dijo con torpeza.
Math la miró, dispuesto a decir algo, pero se contuvo.
Se encogió de hombros.
—Bueno, te llevaré si estás.
Lo dijo como si no le importara demasiado, pero Elain presentía que aquello no era lo que sentía.