Cuando nos enamoramos, percibimos al otro como si fuese el doble de nosotros, dotado de rasgos que corresponden a la imagen idealizada de lo que quisiéramos ser.
A medida que pasa el tiempo, la relación va pasando por varios acontecimientos, el espejo deja de serlo y aparece el deseo natural de recuperar la identidad.
Al inicio sentirse amado, admirado, era el mayor deseo y no importaba que nos tomaran por otro.
Llegará un momento, que el otro nos mostrará su realidad que no podrá ocultar, y empezará a ver nuestro yo, que no podremos esconder para siempre, por hermoso y halagador que nos parezca sentirnos enamorados.
Será como despertar de un sueño. Aparecerá poco a poco una persona diferente a la que creíamos nos habíamos unido, creemos que el otro ha cambiado y en realidad lo que pasa es que han cambiado los ojos con los que miramos.
El enamoramiento es amar las coincidencias, una locura gratuita inevitable. El amor, en cambio, es un producto cuerdo y costoso, duradero, menos turbulento, que hay que trabajarlo para sostenerlo.
Llevamos dentro un niño herido, los dolores que no pudimos expresar en nuestra infancia los cargamos a cuestas y los expresamos instintivamente sin tener consciencia de ello. Estas reacciones son las que nos causan más problemas en las relaciones íntimas.
Ese niño herido, está tan adolorido que cuando ese dolor se hace presente, dominará nuestra vida y no podremos pensar en otra cosa. Hasta que no nos ocupemos de él, seguirá reaccionando y empeorando nuestras relaciones íntimas.
Es habitual que creamos que la pareja es la causa de nuestro conflicto interno que no tenemos consciente. La propuesta, para comenzar a sanar la relación y empezar a hacerlo diferente, es usar la misma energía que invertimos para pelearnos con ella, utilizarla para descubrir qué nos pasa con ese asunto que tanto nos irrita y molesta.
Pretendemos que la pareja resuelva nuestras angustias, aburrimiento, la falta de sentido de la vida, esperando que llene nuestros huecos. La invitación es a resolver mi propia vida, sin esperar que alguien lo haga por mí y no intentar resolverle la vida al otro.
El mejor, el más preciso y cruel de los espejos, es la relación de pareja; único vínculo donde podrían reflejarse de cerca nuestros peores y mejores aspectos.
Es común que las parejas inviertan mucho tiempo intentando convencer al otro de que hace las cosas mal. Lo más sano es aprender a pactar, en lugar de convertirse en jueces o pretender cambiar al otro. Dedicarse a mostrarle al otro permanentemente sus errores, dará como resultado que se sienta descalificado, disminuido, que se vaya de tu lado o que se quede para aborrecerte.
Amar es aceptar al otro como es. Este es todo un desafío, que empieza por uno mismo. Aceptarnos no quiere decir renunciar a mejorar, se trata de vernos como somos, tener una actitud amorosa, respetuosa y gentil con nosotros mismos, esto es lo que nos ayuda a crecer.
María Eugenia Gascue Schwarts
Diario El Universal
A medida que pasa el tiempo, la relación va pasando por varios acontecimientos, el espejo deja de serlo y aparece el deseo natural de recuperar la identidad.
Al inicio sentirse amado, admirado, era el mayor deseo y no importaba que nos tomaran por otro.
Llegará un momento, que el otro nos mostrará su realidad que no podrá ocultar, y empezará a ver nuestro yo, que no podremos esconder para siempre, por hermoso y halagador que nos parezca sentirnos enamorados.
Será como despertar de un sueño. Aparecerá poco a poco una persona diferente a la que creíamos nos habíamos unido, creemos que el otro ha cambiado y en realidad lo que pasa es que han cambiado los ojos con los que miramos.
El enamoramiento es amar las coincidencias, una locura gratuita inevitable. El amor, en cambio, es un producto cuerdo y costoso, duradero, menos turbulento, que hay que trabajarlo para sostenerlo.
Llevamos dentro un niño herido, los dolores que no pudimos expresar en nuestra infancia los cargamos a cuestas y los expresamos instintivamente sin tener consciencia de ello. Estas reacciones son las que nos causan más problemas en las relaciones íntimas.
Ese niño herido, está tan adolorido que cuando ese dolor se hace presente, dominará nuestra vida y no podremos pensar en otra cosa. Hasta que no nos ocupemos de él, seguirá reaccionando y empeorando nuestras relaciones íntimas.
Es habitual que creamos que la pareja es la causa de nuestro conflicto interno que no tenemos consciente. La propuesta, para comenzar a sanar la relación y empezar a hacerlo diferente, es usar la misma energía que invertimos para pelearnos con ella, utilizarla para descubrir qué nos pasa con ese asunto que tanto nos irrita y molesta.
Pretendemos que la pareja resuelva nuestras angustias, aburrimiento, la falta de sentido de la vida, esperando que llene nuestros huecos. La invitación es a resolver mi propia vida, sin esperar que alguien lo haga por mí y no intentar resolverle la vida al otro.
El mejor, el más preciso y cruel de los espejos, es la relación de pareja; único vínculo donde podrían reflejarse de cerca nuestros peores y mejores aspectos.
Es común que las parejas inviertan mucho tiempo intentando convencer al otro de que hace las cosas mal. Lo más sano es aprender a pactar, en lugar de convertirse en jueces o pretender cambiar al otro. Dedicarse a mostrarle al otro permanentemente sus errores, dará como resultado que se sienta descalificado, disminuido, que se vaya de tu lado o que se quede para aborrecerte.
Amar es aceptar al otro como es. Este es todo un desafío, que empieza por uno mismo. Aceptarnos no quiere decir renunciar a mejorar, se trata de vernos como somos, tener una actitud amorosa, respetuosa y gentil con nosotros mismos, esto es lo que nos ayuda a crecer.
María Eugenia Gascue Schwarts
Diario El Universal