Lecciones de una amante II
Por: Gaby Vargas
¿Qué te pareció, comadrita? -me dice Cristy-.
Yo, por lo pronto, recibí la lección de mi vida. Las dos nos quedamos pensando. Dos parejas de amigos muy queridos, Pablo y yo, salimos muy animados de una boda como a la una de la mañana, por lo que decidimos continuar la fiesta en un antro de música de salsa.
Una vez sentados, entre la penumbra y el juego de luces del lugar, cruzamos miradas con un amigo recién divorciado que, con la mente perlada, bailaba entusiasmado con una mujer joven de pelo largo y negro, muy atractiva.
¿Es Carlos?, alguien pregunta.
¿Qué hace aquí, si nunca le gustó bailar?
Una vez que la música se detiene Carlos, con respiración agitada y tres botones abiertos, se acerca a nuestra mesa.
¡Qué tal! Les presento a... Mucho gusto, soy Fabiola. Siéntense por favor... He de confesar que, conociendo a la esposa, las mujeres de la mesa les abrimos espacio con un poco de reticencia.
La plática comenzó y las amigas nos dedicamos a observar, como en una película que se ve por primera vez, a la nueva acompañante. En el transcurso de la conversación nos dimos cuenta de lo cariñosa que Fabiola es con Carlos, de la atención que le pone, de cómo lo escucha, pero sobre todo ¡de cómo se ríe de sus chistes de siempre!
Contra lo esperado, las amigas no tenemos otra opción que aceptar que Fabiola es encantadora. Juntas reflexionamos cómo quizá se nos ha olvidado ser cariñosas, quizá ya no escuchamos con atención cuando nuestros esposos hablan, quizá desatendemos los pequeños detalles pero, sobre todo, ¡ya no nos reímos de sus chistes!
Recuerdo entonces esa frase que leí en algún lado: Te amo no sólo por lo que eres, sino por lo que soy cuando estoy contigo. Y compruebo lo cierta que es.
Cuando alguien nos ama, no lo hace por lo inteligentes que somos, por lo trabajadores, por lo bien que cocinamos, por lo cultos o guapos que podamos ser: nos ama por cómo lo o la hacemos sentir.
Esta semana me ocupo una vez más de los Consejos de una vieja amante a una joven esposa, libro de Michael Drury, editorial Océano, para la siguiente semana platicar acerca de lo que a una mujer la enamora y lo que desea en un compañero de vida.
[b](Mujeres: se aceptan todas las sugerencias).
Comparto contigo algunos fragmentos que estoy segura te harán reflexionar:
1) Con el tiempo, esposas y amantes, si son lo bastante sabias, pueden aprender la una de la otra. No afirmo que ser una amante sea una posición moralmente superior; intento demostrar por qué y cómo puede una mujer casada hacer inevitable la existencia de una amante.
2) Las mujeres casadas y las amantes tienen relojes diferentes. Una esposa puede estar a tal punto preñada de futuro, que casi deja de vivir el presente. Todo es para mañana: la educación de los hijos, la casa más grande, la promoción del año próximo o la jubilación. Una amante quizá vive demasiado en el presente, pero su misma inmediatez, física y espiritual, es una estrella. Más de un hombre ha dicho o pensado que, con su amante, al menos sabe que está vivo.
3) Un día, José me dijo: si alguna vez quieres que te deje, dedícate a las tareas del hogar. No quiso decir que no hubiera que hacerlas; quiso decir que no se conviertan en el centro de nuestra vida. Una esposa sabia cultiva al menos un campo a su gusto y siembra nuevas semillas en él continuamente. Si los niños y las tareas del hogar se resienten en cierta forma por ello, es algo que no puede evitarse. Ambos sufrirán mucho más si el matrimonio se hunde en la monotonía y la indiferencia. Se nace de sexo femenino, pero ser una mujer es un logro personal. Estudia algo, aprende algo, arriesga más de lo que crees que puedes, preocúpate por algo, conviértete en algo, si en verdad quieres ser amada.
4) Si quieres que te amen, no ayudes. Demasiadas mujeres casadas cumplen el papel de ayudante en la carrera de sus maridos y quedan desilusionadas y estupefactas cuando no se les aprecia. Cualquier hombre digno de serlo quiere llegar a su destino profesional por mérito propio. Uno ayuda a los niños o a los ancianos, a los enfermos, a los pobres, pero esa misma ayuda, en el contexto de la pareja, a menos que sea conscientemente temporal, configura una situación neurótica que logra que la masculinidad del hombre se hunda. No ayudes, mejor apoya.
5) Un hombre me dijo: me enamoré de mi esposa porque no le importó empaparse durante una tormenta y porque tenía pecas en la nariz y la volvían loca las palomitas del cine. Cualquier cosa puede funcionar si la gente hace que funcione. No soy cartógrafa para trazar el mapa del camino que le toca a cada matrimonio; lo que hace falta es estar dispuesto a arreglárselas sin mapas o, más bien, a trazar el propio. Ser inventivo, imaginar y atreverse. Aventurarse en ello es como entrar a un desierto que a muchos asusta. Tener miedo es sensato; lo que no es tan sensato es creer que cerrar los ojos hará que el desierto desaparezca.
6) En el matrimonio, nadie puede garantizar que seguiremos sintiendo de una determinada manera. Jurar amor eterno es como prometer sentir a perpetuidad cualquier otra emoción, temor, dolor, admiración o alegría. Lo que uno puede jurar es que seguirá esforzándose por ser amada, un voto que es más flexible, más factible de cumplirse y verdadero.
Te amo no sólo por lo que eres, sino por lo que soy cuando estoy contigo...
[b]
Por: Gaby Vargas
¿Qué te pareció, comadrita? -me dice Cristy-.
Yo, por lo pronto, recibí la lección de mi vida. Las dos nos quedamos pensando. Dos parejas de amigos muy queridos, Pablo y yo, salimos muy animados de una boda como a la una de la mañana, por lo que decidimos continuar la fiesta en un antro de música de salsa.
Una vez sentados, entre la penumbra y el juego de luces del lugar, cruzamos miradas con un amigo recién divorciado que, con la mente perlada, bailaba entusiasmado con una mujer joven de pelo largo y negro, muy atractiva.
¿Es Carlos?, alguien pregunta.
¿Qué hace aquí, si nunca le gustó bailar?
Una vez que la música se detiene Carlos, con respiración agitada y tres botones abiertos, se acerca a nuestra mesa.
¡Qué tal! Les presento a... Mucho gusto, soy Fabiola. Siéntense por favor... He de confesar que, conociendo a la esposa, las mujeres de la mesa les abrimos espacio con un poco de reticencia.
La plática comenzó y las amigas nos dedicamos a observar, como en una película que se ve por primera vez, a la nueva acompañante. En el transcurso de la conversación nos dimos cuenta de lo cariñosa que Fabiola es con Carlos, de la atención que le pone, de cómo lo escucha, pero sobre todo ¡de cómo se ríe de sus chistes de siempre!
Contra lo esperado, las amigas no tenemos otra opción que aceptar que Fabiola es encantadora. Juntas reflexionamos cómo quizá se nos ha olvidado ser cariñosas, quizá ya no escuchamos con atención cuando nuestros esposos hablan, quizá desatendemos los pequeños detalles pero, sobre todo, ¡ya no nos reímos de sus chistes!
Recuerdo entonces esa frase que leí en algún lado: Te amo no sólo por lo que eres, sino por lo que soy cuando estoy contigo. Y compruebo lo cierta que es.
Cuando alguien nos ama, no lo hace por lo inteligentes que somos, por lo trabajadores, por lo bien que cocinamos, por lo cultos o guapos que podamos ser: nos ama por cómo lo o la hacemos sentir.
Esta semana me ocupo una vez más de los Consejos de una vieja amante a una joven esposa, libro de Michael Drury, editorial Océano, para la siguiente semana platicar acerca de lo que a una mujer la enamora y lo que desea en un compañero de vida.
[b](Mujeres: se aceptan todas las sugerencias).
Comparto contigo algunos fragmentos que estoy segura te harán reflexionar:
1) Con el tiempo, esposas y amantes, si son lo bastante sabias, pueden aprender la una de la otra. No afirmo que ser una amante sea una posición moralmente superior; intento demostrar por qué y cómo puede una mujer casada hacer inevitable la existencia de una amante.
2) Las mujeres casadas y las amantes tienen relojes diferentes. Una esposa puede estar a tal punto preñada de futuro, que casi deja de vivir el presente. Todo es para mañana: la educación de los hijos, la casa más grande, la promoción del año próximo o la jubilación. Una amante quizá vive demasiado en el presente, pero su misma inmediatez, física y espiritual, es una estrella. Más de un hombre ha dicho o pensado que, con su amante, al menos sabe que está vivo.
3) Un día, José me dijo: si alguna vez quieres que te deje, dedícate a las tareas del hogar. No quiso decir que no hubiera que hacerlas; quiso decir que no se conviertan en el centro de nuestra vida. Una esposa sabia cultiva al menos un campo a su gusto y siembra nuevas semillas en él continuamente. Si los niños y las tareas del hogar se resienten en cierta forma por ello, es algo que no puede evitarse. Ambos sufrirán mucho más si el matrimonio se hunde en la monotonía y la indiferencia. Se nace de sexo femenino, pero ser una mujer es un logro personal. Estudia algo, aprende algo, arriesga más de lo que crees que puedes, preocúpate por algo, conviértete en algo, si en verdad quieres ser amada.
4) Si quieres que te amen, no ayudes. Demasiadas mujeres casadas cumplen el papel de ayudante en la carrera de sus maridos y quedan desilusionadas y estupefactas cuando no se les aprecia. Cualquier hombre digno de serlo quiere llegar a su destino profesional por mérito propio. Uno ayuda a los niños o a los ancianos, a los enfermos, a los pobres, pero esa misma ayuda, en el contexto de la pareja, a menos que sea conscientemente temporal, configura una situación neurótica que logra que la masculinidad del hombre se hunda. No ayudes, mejor apoya.
5) Un hombre me dijo: me enamoré de mi esposa porque no le importó empaparse durante una tormenta y porque tenía pecas en la nariz y la volvían loca las palomitas del cine. Cualquier cosa puede funcionar si la gente hace que funcione. No soy cartógrafa para trazar el mapa del camino que le toca a cada matrimonio; lo que hace falta es estar dispuesto a arreglárselas sin mapas o, más bien, a trazar el propio. Ser inventivo, imaginar y atreverse. Aventurarse en ello es como entrar a un desierto que a muchos asusta. Tener miedo es sensato; lo que no es tan sensato es creer que cerrar los ojos hará que el desierto desaparezca.
6) En el matrimonio, nadie puede garantizar que seguiremos sintiendo de una determinada manera. Jurar amor eterno es como prometer sentir a perpetuidad cualquier otra emoción, temor, dolor, admiración o alegría. Lo que uno puede jurar es que seguirá esforzándose por ser amada, un voto que es más flexible, más factible de cumplirse y verdadero.
Te amo no sólo por lo que eres, sino por lo que soy cuando estoy contigo...
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