Un dicho popular de Austria afirma que “ningún maestro ha caído del
cielo” sino que se hace con la práctica, pero Mozart “sí ha caído del
cielo”, asegura el experto conocido por sus interpretaciones
“revolucionarias” de este compositor.
Si bien es verdad que “el niño prodigio” a los nueve años no podía
haber escrito el famoso réquiem, última obra que no pudo terminar, su puño y letra se desmarca desde la infancia del resto de los
contemporáneos, puesto que desde el primer momento Mozart “escribió una música inconcebible”, asegura el director.
El genio de Salzburgo es “un iceberg cuya mayor parte flota en la
oscuridad”, afirma el director de orquesta y cellista austríaco.
Según dijo Harnoncourt en una entrevista con el semanario austríaco
“Profil”, sorprende que la música de Mozart sea accesible a un público amplio y al mismo tiempo oculte bajo una superficie brillante tanta profundidad que “rasgándola un poco surgen una y otra vez capas nuevas”.
Sobre el efecto de su “Flauta Mágica”, el propio compositor dijo en
su día que los necios la encontrarían igual de agradable que los
expertos.
Quien oiga superficialmente la Sinfonía en Sol Menor, la encontrará
“linda”, pero quien la escuche de veras, llegará a experimentar “cosas tremendas”, explica Harnoncourt.
Por otra parte, critica que “de ningún compositor se ha abusado tan
descaradamente, han chupado de él y le han exprimido como un limón para fines que no tienen nada que ver con el arte”, puesto que Mozart se oye en cualquier ascensor de hotel y supermercado, o como trasfondo de un anuncio comercial.
“Me molesta que un aeropuerto (como el de Salzburgo) lleve el nombre de Mozart, y cuando salgo a comer, pido que apaguen la música en el restaurante, porque si no, no consigo comer ni un solo bocado”, añade.
Además, las diversas interpretaciones según el estilo de la época han servido también para fines ideológicos.
Así por ejemplo, el Tercer Reich utilizó las melodías de Mozart para
simular el “mundo intacto”, y en la Austria de la posguerra este estilo
dulzón siguió en boga, aunque para consolar a la gente.
“En aquellos años, cuando me encontraba sentado en el estrado
tocando el cello, me sacaba de quicio ver las miradas melosas del
público, mientras que yo veía en esas notas la pura desesperación”,
cuenta Harnoncourt.
“Pero ahora comprendo mejor que la gente, después de la guerra,
tuviera ansias de belleza, y tal vez fue ésa la tarea de Mozart en
aquella situación”, añade.
Harnoncourt sostiene que las obras del compositor del siglo XVIII no
son autobiográficas en el sentido de que, si bien reflejan sentimientos como rabia, desesperación y muerte, no tienen nada que ver con las situaciones de vida de su autor, por ejemplo no se les notaba que Mozart se había casado, o que había muerto su padre.
Por otra parte, hay pocas familias cuya vida privada ha sido tan
transparente para el público como la de los Mozart, ya que Wolfgang
Amadeus era una estrella de su época, comercializada por su padre y
posteriormente por su mujer.
De la correspondencia entre padre e hijo se desprende que había
tensiones, susceptibles sin embargo a interpretaciones muy divergentes, de modo que los unos consideran a Leopold Mozart un tirano y, otros, un genio pedagógico.
Preguntado quién necesita el Año de Mozart, el músico responde que
“el propio Mozart, desde luego no”, sino más bien la economía, y añade que haría falta “un trato más respetuoso con su música” del compositor salzburgués.
Tomado de agencia noticias EFE