Cuando se pregunta a las madres y a los padres sobre qué necesitan para resolver las dificultades que viven con los hijos responden prioritariamente: tener más tiempo, paciencia, orientación y formación.
La paciencia me parece una cualidad fundamental para todas las personas con responsabilidades educativas. Se suele definir como la capacidad de saber esperar sin alterarse. La prisa, querer hacer muchas actividades, la competitividad, la intolerancia o pretender que los hijos se adecúen a nuestro modelo, suelen activar la impaciencia y el estrés.
Tener una actitud paciente no está en contradicción con poner límites adecuados, ni tampoco hay que identificarla con inactividad o pasotismo. Conviene no confundirla con “aguantar”, pues cuando aguantamos sucede que no aceptarnos determinadas conductas de los hijos e hijas y nos vamos “cargando” hasta que “explotamos” y acabamos en drama.
Para no impacientarse es primordial que los padres comprendamos que, aunque los hijos vienen a través de nosotros, ellos necesitan hacer su propio proceso; son criaturas con intereses, ritmos, capacidades diferentes... A veces podemos comprobar que los problemas no están en los niños sino en los padres que volcamos en ellos las propias insatisfacciones, miedos o frustraciones. Se requiere aceptar y querer a los hijos de manera incondicional, cuidarles, orientarles y permitir que hagan su camino sin interferirles, salvo que detectemos riesgos.
Para aumentar la paciencia es útil entender que la vida no consiste en hacer muchas cosas e ir acelerado, sino en hacer lo necesario, disfrutar el proceso y no pensar solo en el resultado final. Además va bien plantearse que los errores de los hijos -que tanto nos exasperan-, son ingredientes de su aprendizaje; hacen ensayos, “se equivocan” y con ello encuentran las formas más óptimas de resolver las cuestiones.
Uno puede ayudarse relativizando las cosas; lo que en un momento nos parece fundamental, puede pasar a un segundo plano si se presenta otro asunto más sustancial. También es útil dejar “el qué dirán o qué pensarán”, que nos descentra y absorbe mucha energía, y poner la atención en lo que precisan el padre, la madre y cada uno de los hijos. Por último, para ganar en tranquilidad son recomendables: ejercicios de respiración, relajación, visualizaciones o recibir masajes.