La dependencia emocional se produce cuando una persona siente y cree que no puede vivir sin otra, y deja en manos de su pareja (u otra gente) la toma de decisiones de prácticamente todas las áreas de su vida. Además, busca agradar excesivamente, haciendo cualquier cosa por obtener la aprobación de los demás (esto incluye, soportar humillaciones y malos tratos).
El origen suele ser la falta de aprobación (¡haces todo mal!), de amor (si no haces eso no te querré más) o de valoración (¡mi hija sólo puede obtener notas perfectas en la escuela!) cuando éramos pequeños, lo que genera adultos sumisos, dependientes y demasiado complacientes. Por lo general, una persona criada de este modo busca a alguien que le repita el mismo patrón con el que creció, ¡es lo que tuvo en su hogar!
Hay ciertas características que suelen presentarse en las personas que sufren este tipo de dependencia:
1. Temor desmedido a la soledad, que hace que en caso de una ruptura, enseguida se busque otra pareja con características similares.
2. La necesidad imperiosa de aprobación y de afecto, a cualquier costo. Sólo se sienten validados si agradan y hacen felices a otros, aún a costa de sus propios deseos y necesidades.
3. Se sienten responsables (o culpables) por la felicidad (o la falta de ella) de quienes les rodean.
4. No pueden tolerar el rechazo, por eso no dicen lo que realmente piensan, e incluso hacen cosas contrarias a sus creencias para no ofender a nadie. Precisan la opinión positiva de otros para lograr su propia autoestima.
5. Creen que la sumisión evita el abandono.
Lógicamente, como en toda interrelación entre personas, las dos partes tienen su responsabilidad. Quien depende, espera de algún modo que el otro le solucione conflictos intrapersonales (internos) irresueltos, que cubra todas sus carencias (la mayoría, emocionales y de larga data), tal vez incluso que cambie y deje esa manera de ser tan “poco demostrativo, egocéntrico, irrespetuoso, infiel (por ejemplo)”. El dependiente relega sus necesidades a un segundo plano, lo que secretamente resiente. Suelen agobiar a sus parejas con demandas de atención desmedidas, al punto de hacer escenas de celos (o querer hacerlas) o de invadir su privacidad.
Quienes generan dependencia en su pareja también tienen su grado de responsabilidad. Quieren tener gente al lado que baile al compás de su música (descartando o menospreciando la ajena), buscan tener el control sobre la otra persona (serán más o menos permisivos, pero no darán libertad de acción). Suelen ser manipuladores y narcisistas, y tener un ego exacerbado.
Si dejas que otra persona maneje tu vida, y sientes que relegas tus necesidades en función de los demás, sistemáticamente, sin darte tu lugar, probablemente formes parte de una relación de dependencia emocional. Una cosa es pedir ayuda y aceptarla cuando la necesitamos, otra es no poder tomar decisiones importantes de manera personal, estar pendiente de qué decimos o hacemos para no enojar al otro, pensar que sin esa persona nuestra vida no tendría sentido.
Compartir la vida en un terreno de igualdad es hermoso, someter o ser sometido, una tortura que implica infelicidad asegurada. Para salir de una relación como la que describí, es esencial que la persona quiera realmente modificar esta realidad, asuma los riesgos que eso puede implicar (cambios en su relación de pareja actual, que pueden culminar en una ruptura), sepa que existe y es bien posible acceder a la felicidad emocional, que mucha gente ha dejado esta manera de ser atrás, e iniciar un tratamiento con un profesional responsable. ¡Tu equilibrio emocional bien lo vale!
Con cariño,
Mel.
El origen suele ser la falta de aprobación (¡haces todo mal!), de amor (si no haces eso no te querré más) o de valoración (¡mi hija sólo puede obtener notas perfectas en la escuela!) cuando éramos pequeños, lo que genera adultos sumisos, dependientes y demasiado complacientes. Por lo general, una persona criada de este modo busca a alguien que le repita el mismo patrón con el que creció, ¡es lo que tuvo en su hogar!
Hay ciertas características que suelen presentarse en las personas que sufren este tipo de dependencia:
1. Temor desmedido a la soledad, que hace que en caso de una ruptura, enseguida se busque otra pareja con características similares.
2. La necesidad imperiosa de aprobación y de afecto, a cualquier costo. Sólo se sienten validados si agradan y hacen felices a otros, aún a costa de sus propios deseos y necesidades.
3. Se sienten responsables (o culpables) por la felicidad (o la falta de ella) de quienes les rodean.
4. No pueden tolerar el rechazo, por eso no dicen lo que realmente piensan, e incluso hacen cosas contrarias a sus creencias para no ofender a nadie. Precisan la opinión positiva de otros para lograr su propia autoestima.
5. Creen que la sumisión evita el abandono.
Lógicamente, como en toda interrelación entre personas, las dos partes tienen su responsabilidad. Quien depende, espera de algún modo que el otro le solucione conflictos intrapersonales (internos) irresueltos, que cubra todas sus carencias (la mayoría, emocionales y de larga data), tal vez incluso que cambie y deje esa manera de ser tan “poco demostrativo, egocéntrico, irrespetuoso, infiel (por ejemplo)”. El dependiente relega sus necesidades a un segundo plano, lo que secretamente resiente. Suelen agobiar a sus parejas con demandas de atención desmedidas, al punto de hacer escenas de celos (o querer hacerlas) o de invadir su privacidad.
Quienes generan dependencia en su pareja también tienen su grado de responsabilidad. Quieren tener gente al lado que baile al compás de su música (descartando o menospreciando la ajena), buscan tener el control sobre la otra persona (serán más o menos permisivos, pero no darán libertad de acción). Suelen ser manipuladores y narcisistas, y tener un ego exacerbado.
Si dejas que otra persona maneje tu vida, y sientes que relegas tus necesidades en función de los demás, sistemáticamente, sin darte tu lugar, probablemente formes parte de una relación de dependencia emocional. Una cosa es pedir ayuda y aceptarla cuando la necesitamos, otra es no poder tomar decisiones importantes de manera personal, estar pendiente de qué decimos o hacemos para no enojar al otro, pensar que sin esa persona nuestra vida no tendría sentido.
Compartir la vida en un terreno de igualdad es hermoso, someter o ser sometido, una tortura que implica infelicidad asegurada. Para salir de una relación como la que describí, es esencial que la persona quiera realmente modificar esta realidad, asuma los riesgos que eso puede implicar (cambios en su relación de pareja actual, que pueden culminar en una ruptura), sepa que existe y es bien posible acceder a la felicidad emocional, que mucha gente ha dejado esta manera de ser atrás, e iniciar un tratamiento con un profesional responsable. ¡Tu equilibrio emocional bien lo vale!
Con cariño,
Mel.