Si te sientes triste por las presiones que recibes de tu pareja, porque no te está dando tu lugar, porque tiene exigencias desmedidas, porque no te trata como te mereces o por la razón que consideres válida, ¡ha llegado el momento de “pintar la raya”!
Para poner límites:
No es preciso enojarse ni gritar, sino estar seguros del lugar que ocupamos y de qué queremos (o no queremos) en nuestra vida. Desde la seguridad interna, será fácil hacerlo con naturalidad. Hablemos claramente para explicar nuestra posición, con actitud firme.
Tengamos congruencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Si no sostenemos nuestras palabras con nuestros actos, no estamos poniendo un límite, sino malgastando nuestro tiempo y nuestra energía, y lo que es peor, desvalorizamos nuestras palabras. ¡Ya no creerán en ellas en el futuro!
No hace falta esperar a que una situación estalle: si te molesta una, dos o tres veces, es más que suficiente para que actúes.
Es necesario saber qué estamos dispuestas a aceptar y qué no, y defender nuestra postura. En una pareja, siempre se cede en algo y se hacen concesiones lógicas, es útil saber en qué situaciones no lo haremos.
También debemos saber qué queremos lograr (por ejemplo, que nos respeten, que no nos griten, que no hagan lo que quieran en situaciones que nos involucran).
En una pareja, además de las metas en común y de los proyectos compartidos, cada persona necesita alcanzar sus propios objetivos y poner sus propios límites. Si uno de los miembros de la pareja no lleva las riendas de su propia vida, le está dando al otro la posibilidad de que lo haga.
Recuerda que un límite flojo o poco claro se diluye en el tiempo… ¡Poner límites es sinónimo de protegerte y de respetarte!
Con Cariño,
Mel.