Ante un bloqueo, desarrollamos rutinas defensivas que ahogan nuestra creatividad y nos llevan al caos, al aislamiento, al silencio, la desilusión. Identificar el problema es el primer paso, y no dejarnos vencer por el miedo el segundo, para el encuentro de una solución. |
Desde el punto de vista biológico, el miedo es un esquema adaptativo, y constituye un mecanismo de supervivencia y de defensa, surgido para responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. En ese sentido, es normal y beneficioso para el individuo y para su especie.
El miedo es una característica inherente a la sociedad humana: está en la base de su sistema educativo (que, en buena medida se define por el esquema básico del premio y del castigo) y es una herramienta de control social.
Es así como a menudo sentimos miedo a actuar por temor al error, al fracaso, a las consecuencias, a las críticas, al cambio, al engaño... en una palabra: al sufrimiento.
Incluso a veces sentimos miedo de nuestra propia reacción ante los cambios por la falta de modelos y referentes a los que agarrarnos, o porque puede que identifiquemos algunas decisiones tomadas en el pasado como desacertados o poco felices. Perdonarnos por el pasado y confiar en el futuro es el camino para hacernos la vida más fácil, y además sólo depende de nosotros mismos.
Pero ante el miedo, podemos desarrollar todo nuestro potencial y optar por una alternativa más rentable: la apuesta por el talento, el cambio y la innovación.
Para ello debemos estar dispuestos a romper las reglas del juego. Debemos tener la voluntad y flexibilidad suficientes para sopesar distintas soluciones, incluso aquellas que nos parecen más descabelladas porque no se ajustan a nuestro modelo de vida, porque a partir de ellas podemos encontrar nuestro camino.
Se trata de romper con los esquemas que no nos están funcionando, y para ello hay que huir tanto de la compasión como del victimismo, aceptarnos y experimentar cosas nuevas que pueden ser buenas o malas pero en cualquier caso serán diferentes.
Lo mejor es no convertir las equivocaciones en complejos, sino en experiencias que nos permiten conocernos mejor y crecer como personas.
Con cariño,
Mel.