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¡No creo en la suerte!, fue la afirmación de aquel hombre de edad madura y complexión robusta que estaba sentado en una banca metálica, misma que estaba colocada bajo la sombra de un árbol frondoso en el parque de la vuelta de mi casa.
Detuve un poco mi paso para atenderle creyendo que me había hablado a mí, así que volteé mi mirada al mismo tiempo que le preguntaba, -Perdón, ¿Me hablaba usted a mí?, – e inmediatamente me di cuenta de que el señor estaba hablando por teléfono, utilizando su sistema de manos libres, razón por la cuál era obvio que no estaba hablando conmigo.
Un poco apenado seguí mi camino en el circuito que regularmente utilizo para hacer ejercicio, un par de kilómetros mas tarde volví a pasar por donde se encontraba el señor y en esta ocasión hizo evidente que se dirigía a mí al hablar, detuve de nuevo mi paso y me dijo, -Es que estaba en el teléfono, hablaba con mi hija, mañana va a presentar un examen de admisión en la universidad y me estaba pidiendo que le deseara suerte, sin embargo, yo le dije que no creo en la suerte, no creo que exista, yo creo que las cosas solo son y punto.
Definitivamente, este hombre de cabello entrecano tenía ganas de charlar y más aún, de discutir sobre el tema de la suerte, así que aprovechando que estaba por terminar con mi rutina de ejercicios, le comenté que yo en verdad si creía en la suerte, y que si me lo permitía, le hablaría del porqué yo sí creo en ella.
-Me llamo Fidencio, – Me comentó al mismo tiempo que estiraba su mano para estrecharla con la mía, en una especie de señal que daba por aceptada la propuesta que yo apenas había hecho. Así que le pregunté un par de cosas: ¿Conoce usted a alguien que sin esfuerzo le lleguen las cosas?, el inmediatamente asintió con su cabeza, mientras escuchaba atento por mi segunda pregunta, ¿Usted cree que estas personas merecen esas cosas?, mientras terminaba mi pregunta, Fidencio cambió el movimiento de su cabeza por un bamboleo que marcaba un rotundo NO. Definitivamente, Fidencio, pensaba que algunas de las personas que obtenían esas cosas, aparentemente sin esfuerzo, estaban gozando de un beneficio no ganado.
Fidencio rápidamente me respondió, es precisamente por ello que me refiero a que la suerte no existe, porque si bien es cierto que hay algunos pocos individuos que están gozando de buenas cosas sin merecerlas, son solo unos cuantos y por supuesto yo no quiero que mi hija corra el riesgo de estar ubicada entre ellos, porque, después de todo, solo serían unos cuantos los que estarían siendo afortunados.
Fue precisamente ahí que interrumpí a Fidencio para sugerirle, entonces usted, como yo, piensa que la suerte sí existe; sin embargo se opone a la idea de atenerse a ella para justificar el hecho de lograr o no nuestros objetivos. ¿Es correcto? Fidencio asintió con su cabeza a la vez que me dijo, lo que yo quiero es que mi hija se aplique en el logro de sus objetivos, que haga todo lo que este de su parte para obtener lo que desea, y sobre todo, que se responsabilice en caso de no obtenerlos.
Sin duda alguna, le comenté a Fidencio, la suerte existe, sin embargo forma parte de un muy complicado diagrama de interactuaciones, tiene un rol y un peso, pero no es tan azaroso como comúnmente se le considera. Bien decía mi abuelito, que no había “mala suerte” que resistiera ocho horas verdaderamente dedicadas al trabajo. Obviamente se refería a que la suerte formaba parte del entorno, mas sin embargo, su veredicto, no era de tanto peso como el que se le atribuía.
Le pregunté a mi compañero de charla en el improvisado campo de debate en el parque; De lo que usted tiene ahora, ¿Cuántas cosas han sido obtenidas por suerte?; inmediatamente me dijo que ninguna, que en definitiva todas sus posesiones eran producto del esfuerzo y el trabajo y que nada tenían que ver con la suerte, que mas bien se había tratado de oportunidades bien aprovechadas; como la vez que se le presentó la oportunidad de comprar aquel terreno en el que después fincaría su residencia. Se trataba de una zona inalcanzable para él en aquel entonces, en un prestigiado barrio de la ciudad, con vecinos que ganaban por mes, más de lo que él podría ingresar en un año, definitivamente algo inalcanzable para él en aquel entonces; sin embargo, se propuso ser autorizado para obtener el crédito requerido para tal inversión, y gracias a su buen historial crediticio y a la buena cartera de clientes con la que contaba su entonces pequeño negocio, fue que consiguió el crédito necesario.
Después de varios años y con la constancia y dedicación que ya lo caracterizaba, había logrado lo que en un principio parecía inalcanzable. Eso no fue suerte; replicó; para nada fue suerte. Fue trabajo puro y constancia plena, mismos ingredientes que me llevaron al éxito que hoy disfruto.
Fue ahí donde me permití interrumpir a Fidencio de nuevo, La suerte existe, aunque sea para algunos cuantos, sin embargo coincido con usted, es mucho más seguro buscar el éxito que esperar la suerte.
¿Cómo es eso de la suerte y el éxito?, me preguntó Fidencio, a lo que respondí. La suerte está por ahí y juega un rol, que aunque poco importante, existe. Sin embargo, yo como usted, prefiero apegarme a buscar el éxito, en lugar de relajarme y esperar la buena suerte. Sin duda alguna para entonces ya tenía la atención de mi amigo Fidencio, así que procedí a explicar la diferencia que en mi opinión ambos términos distinguen.
La suerte existe, repetí, hay algunos individuos que sin trabajar por ello, sin esforzarse, incluso sin desearlo al menos de manera consciente, reciben beneficios para los cuales no encuentro otra definición más que la de suerte. Sin embargo, aseguro que existen muchos otros seres humanos que reciben beneficios de todo tipo; y en esta ocasión si me refiero a la mayoría, a la gran mayoría de ellos, estos individuos se esfuerzan, se preparan y desean ampliamente lograr sus objetivos, y después de un tiempo los logran. Sería injusto decir que estos últimos han tenido también suerte, sería en mi opinión verdaderamente una ofensa el colocarlos en la misma categoría, y no me estoy refiriendo a que unos valgan más o menos que los otros, sino solamente a que han optado por caminos distintos en su vida. Los primeros abandonas al exterior, permitiendo que el control de sus objetivos y por lo tanto su destino esté en manos de otros; mientras que los otros, el grupo en el que seguramente se encontrará usted, mi amigo Fidencio, es el grupo de los que se preparan, se esfuerzan y van en busca de una oportunidad para sacarle el mayor provecho y seguir así su avance hacia el futuro; al éxito de estos yo no le llamo suerte, sino EXITO.
El Éxito en mi opinión es el resultado de un cruce entre la preparación y la oportunidad, y para ejemplo bastaría con lo que me acaba usted de compartir acerca de ese terreno que por lo visto es parte importante de sus pertenencias. Usted se preparó, contaba con un buen historial crediticio, y con habilidades personales que le permitían reconocer oportunidades así como saberse capaz de lograr aprovecharlas. Esto es preparación y lo que enfrentó fue una oportunidad. Simplemente eso, una oportunidad, y por lo que me ha contado sabemos que fue exitoso.
Es por ello que en la vida, prefiero el éxito a la suerte, y no es que no quisiera ganarme el premio mayor de la lotería, definitivamente ayudaría mucho, sino que me parece que tengo más oportunidades, cuando tomo control de mi vida, acepto mis circunstancias y me abalanzo al logro de mis objetivos.
Sin darnos cuenta, habíamos pasado varias horas platicando con respecto a la suerte y el éxito, así que una vez conscientes de la hora, decidimos dar por terminada la charla y dirigirnos a casa, sin duda alguna un poco diferentes, deseosos de tener buena suerte, pero conscientes de que es más seguro buscar el éxito.
Hoy, tomo control de mi vida, fijo bien mis objetivos, establezco con inteligencia mis estrategias y busco día a día la oportunidad por mejorar mis posibilidades de lograrlas. Estoy pendiente de oportunidades, mismas que, seguramente, serán bien aprovechadas.
Hoy en día también deseo la suerte, pero al estar bien preparado, prefiero el éxito.
Jaime Leal. Cambias tu, cambias el mundo.
