¿Te ha sucedido que estás a punto de conquistar una nueva meta, iniciar un nuevo proyecto o lograr un cambio importante en tu vida y de pronto haces algo que no debías ni necesitabas hacer que te lleva completamente de retroceso?
¿Conoces gente que no es feliz a pesar de que lo sueñan todos los días?
¿Por qué las personas siguen en crisis una y otra vez aunque claman todos los días para que esto no pase? ¿Por qué muchos no pueden dar ese salto que necesitan a un nuevo nivel de vida, más estable, más armonioso y trascendente por más que lo intentan? ¿Es su destino o habrá algo que estén haciendo mal?
Definitivamente nosotros mismos nos ponemos límites y definimos nuestra realidad con cada decisión que tomamos. Cada vez lo tengo más claro, lo escucho en muchísimas personas que me hacen el honor de platicarme aquellas cosas que les suceden, lo que les inquieta, les molesta o simplemente aquello que no las deja avanzar.
He escuchado de todo: Divorcios, relaciones tóxicas, crisis económicas, depresión, intentos de suicidio, fallecimientos, inseguridad, baja autoestima y mil cosas más que están en las mentes de millones de personas en el mundo y que aunque algunas de ellas parecen de lo más común, para muchos es la razón central de su intranquilidad y desasosiego. Pero hay algo, existe algo único que circula alrededor de estos problemas. Han descubierto (confieso que no fui yo) que existe un enemigo silencioso que hace que todos esos planes aparentemente extraordinario de cambio se vayan a la basura y al olvido.
Esta trampa es el autosaboteo. Es silenciosa porque calladamente nos va atacando en nuestra mente como un juego de caricatura entre el diablo y el ángel, en donde libramos una lucha verdaderamente desgastante. Se disfraza inteligentemente porque protege una necesidad profunda de la persona. Se vuelve nuestro enemigo porque está en contra de nuestra felicidad, y aunque de entrada sabemos que nunca nos dejará ganar tampoco es bueno siquiera ponértele al “tú por tú”. A él no le importa si lo quieres destruir porque siempre estará cuando lo llames; al contrario, quiere hacer hasta lo imposible por verte caer, por aplastarte y que no puedas siquiera respirar.
¿Conoces gente que no es feliz a pesar de que lo sueñan todos los días?
¿Por qué las personas siguen en crisis una y otra vez aunque claman todos los días para que esto no pase? ¿Por qué muchos no pueden dar ese salto que necesitan a un nuevo nivel de vida, más estable, más armonioso y trascendente por más que lo intentan? ¿Es su destino o habrá algo que estén haciendo mal?
Definitivamente nosotros mismos nos ponemos límites y definimos nuestra realidad con cada decisión que tomamos. Cada vez lo tengo más claro, lo escucho en muchísimas personas que me hacen el honor de platicarme aquellas cosas que les suceden, lo que les inquieta, les molesta o simplemente aquello que no las deja avanzar.
He escuchado de todo: Divorcios, relaciones tóxicas, crisis económicas, depresión, intentos de suicidio, fallecimientos, inseguridad, baja autoestima y mil cosas más que están en las mentes de millones de personas en el mundo y que aunque algunas de ellas parecen de lo más común, para muchos es la razón central de su intranquilidad y desasosiego. Pero hay algo, existe algo único que circula alrededor de estos problemas. Han descubierto (confieso que no fui yo) que existe un enemigo silencioso que hace que todos esos planes aparentemente extraordinario de cambio se vayan a la basura y al olvido.
Esta trampa es el autosaboteo. Es silenciosa porque calladamente nos va atacando en nuestra mente como un juego de caricatura entre el diablo y el ángel, en donde libramos una lucha verdaderamente desgastante. Se disfraza inteligentemente porque protege una necesidad profunda de la persona. Se vuelve nuestro enemigo porque está en contra de nuestra felicidad, y aunque de entrada sabemos que nunca nos dejará ganar tampoco es bueno siquiera ponértele al “tú por tú”. A él no le importa si lo quieres destruir porque siempre estará cuando lo llames; al contrario, quiere hacer hasta lo imposible por verte caer, por aplastarte y que no puedas siquiera respirar.