ESTE ES UN POST DEDICADO A CADA UNA DE USTEDES AMIGAS, QUE HAN LLEVADO UNA LAMPARA PAR ALUMBRAR EL CAMINO QUE AVECES SE PRESENTA OSCURO ANTE MI-: [b][u]GRACIAS!!
EL CIEGO Y LA LAMPARA
Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, allá en el Viejo Mundo, un hombre que, en una noche de negrura casi total, caminaba por las calles llevando una lámpara de aceite encendida. Sí, aquella ciudad era, en las noches sin luna, completamente oscura.
Caminaba aparentemente sin rumbo, pues de un momento a otro retornaba por la misma ruta, daba la vuelta, y otra vez en esa calle, para luego emprender una caminata larga, como si buscara algo esa noche. En determinado momento, se encuentra con alguien. Esa persona lo mira y lo reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. - ¿Qué hacés Guno, vos ciego, con una lámpara en la mano? Si vos no ves... El ciego le respondió:
- Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí.
Y allí, parados, en la oscura noche; luego le dio esta lección.
- No sólo es importante la luz que me sirve, sino también la que uso para que otros puedan también servirse de ella. Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para sí mismo y para ser visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.
Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil. Muchas veces, en vez de alumbrar, oscurecemos el camino de los demás. ¿Cómo? A través del desaliento, la crítica, el egoísmo, el desamor, el odio y el resentimiento. ¡Qué hermoso sería sí todos ilumináramos los caminos de los demás!
EL CIEGO Y LA LAMPARA
Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, allá en el Viejo Mundo, un hombre que, en una noche de negrura casi total, caminaba por las calles llevando una lámpara de aceite encendida. Sí, aquella ciudad era, en las noches sin luna, completamente oscura.
Caminaba aparentemente sin rumbo, pues de un momento a otro retornaba por la misma ruta, daba la vuelta, y otra vez en esa calle, para luego emprender una caminata larga, como si buscara algo esa noche. En determinado momento, se encuentra con alguien. Esa persona lo mira y lo reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. - ¿Qué hacés Guno, vos ciego, con una lámpara en la mano? Si vos no ves... El ciego le respondió:
- Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí.
Y allí, parados, en la oscura noche; luego le dio esta lección.
- No sólo es importante la luz que me sirve, sino también la que uso para que otros puedan también servirse de ella. Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para sí mismo y para ser visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.
Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil. Muchas veces, en vez de alumbrar, oscurecemos el camino de los demás. ¿Cómo? A través del desaliento, la crítica, el egoísmo, el desamor, el odio y el resentimiento. ¡Qué hermoso sería sí todos ilumináramos los caminos de los demás!