Dedicamos toda nuestra vida a entrenar nuestra mente: adquirimos conocimientos y nos enseñan a pensar, pero en el territorio emocional, en cambio, somos todos autodidactas, en mayor o menor medida.
Hay quien considera las emociones como obstáculos que interfieren en nuestra dimensión racional.
La Ecología Emocional sostiene que no es así y que las emociones son un lenguaje distinto y complementario.
Una mente inteligente pero desconectada de las emociones construiría mapas de decisión equivocados y peligrosos.
Las emociones dan color al paisaje y sirven para orientarnos en el mundo: nos indican si la ruta que hemos elegido es adaptativa o destructiva.
1. Principio de la autonomía personal.
“Ayúdate a ti mismo y los demás te ayudarán”.
2. Principio de la prevención de dependencias.
“No hagas por los demás aquello que ellos pueden hacer por sí mismos”
3. Principio del boomerang.
“Todo lo que haces a los demás, también te lo haces a ti”
4. Principio del reconocimiento de la individualidad y la diferencia.
“No hagas a los demás aquello que quieres para ti. Pueden tener gustos diferentes”.
5. Principio de la moralidad natural.
“No hagas a los demás aquello que no quieres que te hagan a ti”.
6. Principio de la auto-aplicación previa.
“No podrás hacer y dar a los demás aquello que no eres capaz de hacer ni darte a ti mismo”
7. Principio de la limpieza relacional.
“Tener el deber de hacer limpieza de las relaciones que son ficticias, insanas y no nos dejan crecer como personas”.
No somos responsables de lo que sentimos (las emociones no se eligen ni se planifican) pero sí de aquello que hacemos con lo que sentimos.
Lo que importa es cómo se gestionan, lo que se hace con ellas.
Escogemos nuestra actitud y nuestra conducta.
“Pensar que algo nos será dado sin que hagamos algo por ello y quejarnos por no recibirlo, contribuye a la contaminación emocional”.
Basado en un artículo de Sergio Sinay publicado en la Revista de La Nación.
Investigaciones de Mercé Conangia y Jaume Soler