El amor de pareja tiene distintos significados según la persona que lo experimenta.
Para algunos es sentir una emoción hacia una persona, diferente de otras emociones que ha sentido por otras, que lo renueva, lo reconcilia con la vida, lo revive y le da un sentido a su existencia.
Para otros, es un sentimiento de atracción y poder hacia otra persona para satisfacción propia.
Puede también consistir en una relación de dependencia unilateral o mutua, cuando la otra persona se convierte en la prolongación de ellos mismos.
La mayoría de las veces para muchos es una palabra que no pueden llegar a comprender.
Tener lo que tiene otro es un incentivo, un valor agregado a la experiencia del amor, y este factor interviene muchas veces en la elección de una pareja.
La persona que quiere ser feliz, buscando una relación para compartir la vida, para brindar su amor y también recibirlo, no puede poner sus ojos en alguien que está comprometido de alguna manera con otra pareja, porque esto representa la garantía de futuros sufrimientos.
Además, deberá emitir las señales correctas y no ambiguas que puedan significar otras intenciones, diferentes de las que desea.
Aunque puede ocurrir llegar a ser embaucado involuntariamente, y resultar engañado por alguien que finge ser libre; pero también esta situación se puede prever con anticipación informándose adecuadamente. Hoy en día los medios de comunicación brindan información detallada sobre la vida de casi todos y se hace difícil vivir una doble vida o pretender ser otro.
Las personas depresivas, con baja autoestima, suelen establecer vínculos de segunda, con impedimentos, contratiempos, trabas y dificultades, como si sintieran que no se merecen alguien para ellas solas.
Apuestan al fracaso, se entregan a quienes generalmente tienen compromisos de larga data sin ninguna posibilidad de llegar a concretar sus deseos de tener algo propio.
Todos podemos conocer el futuro de alguien que se decide a compartir una relación de pareja. Con el tiempo se convierte en una persona posesiva que detesta esa situación y que desea una definición en su favor, que por supuesto no logra.
Tampoco quieren darse cuenta, que si esa persona se atreve engañar a alguien también hará lo mismo más adelante con otras parejas, de modo que si buscan la estabilidad esa búsqueda estará condenada al fracaso.
Las estadísticas nos informan que los hombres son más infieles que las mujeres y que no necesitan enamorarse para serlo. En tanto que a la mujer le resulta más difícil disociar el amor con el sexo, por eso cuando se enamora de otra persona estando ya comprometida, puede llegar a terminar con su antigua relación.
El hombre infiel que cambia constantemente de pareja, según la teoría psicoanalítica, no busca a una mujer, en realidad está buscando a un hombre; y el análisis psicoanalítico realizado al personaje novelesco de Don Juan Tenorio comprueba esta afirmación.
El amor prohibido tiene el sabor del deseo imposible de una felicidad perfecta, que se pretende permanezca oculta en la intimidad de una habitación, hasta que ambos descubran su mutuo aburrimiento.
Porque todo lo que se edifica sobre una base movediza y endeble a costa del sufrimiento de otros, en el momento menos pensado se derrumba, dejando como secuela un mayor vacío interior y una nueva desilusión.
El hombre inestable emocionalmente puede estar casado mucho tiempo con la misma mujer quien suele tener en su haber una larga cadena de infidelidades.
Esta mujer, quien atiende todas sus necesidades hogareñas y cuida a sus hijos, en realidad adopta el rol de madre de su marido quien para ella es un hijo más que también hace travesuras.
Por otro lado, estas escapadas extramatrimoniales a algunas mujeres pueden servirle para liberarse de los requerimientos sexuales de su esposo, que nunca la han satisfecho, manteniéndose concentrada en sus otras funciones hogareñas que pueden brindarle subjetivamente muchas más satisfacciones.
Son mujeres que renuncian voluntariamente a una parte de su vida afectiva en pos de otros ideales menos frustrantes.
Es así como toda la familia se amolda a la situación cambiante y atípica de los progenitores, adoptando una actitud indiferente frente al engaño, que se incorpora en la personalidad de los hijos como un valor moral.
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