En 1970 surgieron las primeras pruebas serias de la importancia de la fibra, con los trabajos del doctor Dennis Burkitt. En 1980 un informe del Real Colegio de
Medicina de Gran Bretaña reconoció todos esos esfuerzos declarando que el consumo diario de fibra dietética no sólo es necesario, sino que debería aumentarse.
Por ello existe un consenso que indica que deberíamos ingerir al menos 25 gramos diarios de fibra. Es decir, una cantidad comparable con la que
consumían nuestros abuelos con su alimentación no procesada de antaño.
En la actualidad un habitante común sólo recibe unos 7 gramos de fibra al día debido a la industrialización de los alimentos y a la alimentación desordenada que llevamos.
Esto se pude considerar como poco. Algunos investigadores señalan que 30, 35 y 40 gramos diarios serían mejores, pero esto resulta muy complicado para la dieta actual. Un ejemplo es que el pan integral de cinco granos usualmente contiene 8.5% de fibra. Un pan de harina integral de trigo ya sólo ofrece 2.3% y el pan blanco que se consume en mayor medida, apenas aporta 0.3%
Debemos de agregar más fibra a nuestra dieta porque si se recibe en cantidad suficiente, nos protege contra diversas enfermedades. La abundante evidencia
científica reunida hasta la fecha respalda que la fibra es útil para prevenir problemas del tracto digestivo como el estreñimiento, los cálculos biliares, el síndrome del intestino irritable, la apendicitis, la diverticulosis y las hemorroides.
La fibra dietética también resulta muy valiosa contra la obesidad, la diabetes, diversas formas de cáncer, la alta presión arterial, el colesterol y los
triglicéridos elevados. Por estas razones debemos aumentar el consumo
de fibra. Para lograrlo podemos encontrar fibra dietética en numerosos
alimentos, como en frutas, verduras, semillas integrales y sus
derivados.
Existen dos tipos de fibras: las insolubles en agua y las solubles en agua. Las
primeras son de tipo fibroso, que se resisten ha ser reducidas a
papilla, como la cascarilla de los cereales y el bagazo de las frutas.
Las segundas son de tipo gomoso y suelen tomar consistencia pegajosa
cuando se hierven, como la avena y los nopales.
Ambos tipos de fibra pueden ayudar a controlar el colesterol y los triglicéridos de manera leve sin embargo es importante tomar en cuenta las indicaciones del médico si necesitamos tomar medicamentos para reducir el colesterol.
El doctor James Anderson, de la universidad de Kentucky (EUA), pionero en
la investigación de los efectos corporales de la fibra dietética; en la
década de 1980 reportó notables hallazgos sobre la capacidad de las
fibras presentes en los alimentos para ayudar a regular diversas
funciones del organismo.
Estos o resultados similares, también se pueden lograr con otro tipo de
fibras. Las más beneficiosas para el organismo son aquellas que se
obtienen aisladas y concentradas (en forma de complemento alimenticio)
y entre ellas están el salvado de trigo, el salvado de arroz, las
semillas molidas de Psyllum, la linaza molida, la goma guar y la
pectina. De acuerdo con un estudio publicado en 1994, esas fibras
resultaron efectivas has en 88% de los voluntarios que las probaron y
los efectos dependieron de la dosis: a mayor cantidad consumida, más
reducción de colesterol.
El salvado de arroz puede ser tan eficaz como el de avena. El problema es
que no es fácil de conseguir. También puede recurrirse a la cebada.
Consumir diariamente durante 5 semanas media taza de cebada hervida
llega a bajar el colesterol total en 9%, pero debe de ser cebada
integral, no cebada perlada. Otra fibra muy útil es la de las semillas
molidas de Psyllum plantago.
Esta fibra se usa comúnmente como laxante, existen numerosas marcas y
presentaciones que podemos encontrar en el mercado. Sin embargo,
utilizarla exclusivamente para acelerar intestinos perezosos es
desperdiciar su mayor beneficio que es proteger nuestro corazón y
arterias.
No lo pienses más incluye en tu dieta más fibra para ti y para tus seres queridos.