Aún cuando intentamos vivir conectados con nuestra espiritualidad, hay una decisión que hace que el ego tenga dominio sobre nuestros pensamientos: querer tener la razón.
Buscar que nuestra razón tenga valor frente a los otros, se manifiesta cuando queremos salir triunfantes de una discusión, lograr acertar en un pronóstico o dar a conocer que tenemos más capacidad que otros para saber lo que es correcto.
Muchas veces, creemos que nuestro consejo es el más acertado y esperamos que sea tomado de esa manera, o defendemos un punto de vista que es “más espiritual” y caemos en la tentación de, en nombre del servicio, de la amistad o del amor, aferrarnos al ego para conseguir la razón.
Detrás de la búsqueda de la razón, está la necesidad de sentir que estamos
haciendo lo correcto.
¿Y que es lo correcto sino lo que nuestro propio ego ha determinando que lo es?
Cuando demos una opinión, veremos que detrás de ella se encuentra un juicio que hemos creído correcto en base a nuestras experiencias.
Así, estaremos buscando hacer algo “bueno” para sentirnos útiles, en función de confirmar que nuestras maneras son las mejores.
Y éste es el laberinto que nos distrae y nos aleja de la paz.
Si queremos vivir en paz, debemos renunciar a que nuestras razones sean
aceptadas. Sin dudas, en las relaciones humanas debemos aspirar al respeto de nuestras ideas, pero no a la aprobación. Tanto con nuestra pareja, como con nuestra familia, nuestros amigos o compañeros de trabajo.
Nuestro ego nos hará saber de muchas razones que defenderán nuestra razón, pero aún así, podemos decidir a favor de la paz, aceptando que cada ser merece vivir su experiencia de la manera que elija.
Ésta siempre será perfecta para ese momento y esa persona, más allá de que podamos entenderlo.
Nuestra evolución es una decisión personal que nadie, aunque lo quisiera, puede realmente afectar. Podemos inspirar a otros con una actitud amorosa, pero eso no significa convencer a nadie ni defender nuestras maneras.
Cuando decidamos tener razón o defendamos una forma de vivir una experiencia, escuchémonos.
Así, podremos apreciar que ese consejo era para nosotros y esas palabras, eran las que necesitábamos escuchar.
Y luego, recuperaremos la paz.
Buscar que nuestra razón tenga valor frente a los otros, se manifiesta cuando queremos salir triunfantes de una discusión, lograr acertar en un pronóstico o dar a conocer que tenemos más capacidad que otros para saber lo que es correcto.
Muchas veces, creemos que nuestro consejo es el más acertado y esperamos que sea tomado de esa manera, o defendemos un punto de vista que es “más espiritual” y caemos en la tentación de, en nombre del servicio, de la amistad o del amor, aferrarnos al ego para conseguir la razón.
Detrás de la búsqueda de la razón, está la necesidad de sentir que estamos
haciendo lo correcto.
¿Y que es lo correcto sino lo que nuestro propio ego ha determinando que lo es?
Cuando demos una opinión, veremos que detrás de ella se encuentra un juicio que hemos creído correcto en base a nuestras experiencias.
Así, estaremos buscando hacer algo “bueno” para sentirnos útiles, en función de confirmar que nuestras maneras son las mejores.
Y éste es el laberinto que nos distrae y nos aleja de la paz.
Si queremos vivir en paz, debemos renunciar a que nuestras razones sean
aceptadas. Sin dudas, en las relaciones humanas debemos aspirar al respeto de nuestras ideas, pero no a la aprobación. Tanto con nuestra pareja, como con nuestra familia, nuestros amigos o compañeros de trabajo.
Nuestro ego nos hará saber de muchas razones que defenderán nuestra razón, pero aún así, podemos decidir a favor de la paz, aceptando que cada ser merece vivir su experiencia de la manera que elija.
Ésta siempre será perfecta para ese momento y esa persona, más allá de que podamos entenderlo.
Nuestra evolución es una decisión personal que nadie, aunque lo quisiera, puede realmente afectar. Podemos inspirar a otros con una actitud amorosa, pero eso no significa convencer a nadie ni defender nuestras maneras.
Cuando decidamos tener razón o defendamos una forma de vivir una experiencia, escuchémonos.
Así, podremos apreciar que ese consejo era para nosotros y esas palabras, eran las que necesitábamos escuchar.
Y luego, recuperaremos la paz.