ENCONTRE ESTE TEMA Y AUCH ME LLEGO, SE LOS COMPARTO:
Si la buena voluntad de ayuda se convierte en necesidad de controlar, es momento de reflexionar y preguntarnos: ¿Qué está pasando en esta relación? Desde nuestra personalidad rescatadora podemos estar enredándonos con personas disfuncionales, que no tienen límites personales ni asumen responsabilidad por sus acciones.
Queremos controlar porque la conducta de esa persona nos afecta adversamente. Equivocadamente hemos asumido que es nuestra misión controlarlos, cambiarlos y "enderezarlos". Este amor cargante, aunque comienza lleno de buenas intenciones, acaba por ser una tendencia auto destructiva.
Dejamos a un lado nuestras metas tratando de cambiar a personas con dependencias químicas, emocionalmente necesitadas, con conciencia de víctima, egocéntricas, con necesidades neuróticas e infelices. Estas relaciones de vivir en función de controlar la conducta de otra persona, tienen como consecuencia una vida de muchos sacrificios. En los dramas de control, de parte de la mujer o del hombre, pierden ambos.
Suena fuerte y difícil de aceptar, pero no hay pareja dispareja. Invitamos a bailar a nuestra pareja al ritmo que vibra nuestra personalidad. Esta dinámica de hacerse cargo de cambiar a otra persona es, aunque parezca increíble, fuente de identidad altruista para algunas mujeres.
Es su manera de restaurar pérdidas emocionales de afecto y sentido de pertenencia de la niñez. Llenan el vacío interno de baja auto estima por falta de desarrollo personal, con relaciones cargadas de dependencias. Necesitan que alguien tenga necesidad de ellas para darle sentido a sus vidas. Generalmente, detrás de estos apegos, hay inseguridades y miedo a la soledad.
Estar a cargo de la disfuncionalidad de otra persona por mucho tiempo nos puede llevar a padecer el síndrome emocional de la codependencia. Algunos síntomas son:
Melody Bertie en su libro: The Language of Letting Go dice: "A veces necesitamos darnos el permiso para crecer, aunque las personas que nos importan no estén listas para crecer. Aún podríamos necesitar abandonar a las personas en sus sufrimientos disfuncionales porque es imposible para nosotras tomar su lugar en su recuperación. No necesitamos sufrir con ellos. No es de utilidad para nadie".
Descubrir en nosotras la capacidad de amar con madurez a otra persona es el proceso de individuación Para dar amor a otro es importante conocer la experiencia de amar, en la relación intra-psíquica hacia uno misma. Las relaciones de codependencias basadas en la necesidad de control acaban en déficit espiritual, sin amor.
El amor de pareja no es un juego de niños grandes que no saben quiénes son, lo que quieren ni para qué están juntos. El amor es fruto de la identidad espiritual, que libre y gozosamente, se compromete conscientemente con el bienestar total de ambas partes. En el proceso de madurar juntos como pareja, ambos superan dolores y asimilan desilusiones, por el bien común.
En la rutina diaria experimentamos la realidad de lo que es el amor nuestro de cada día en: el diálogo auténtico, los límites de privacidad y acercamiento, los ajustes de prioridades, las dinámicas de perdón y la diversión juntos. Sobre todo, en la confianza que dure hasta que la muerte nos separe...siempre y cuando sea una relación responsable, querida, valorada y respetada por ambos.
Si la buena voluntad de ayuda se convierte en necesidad de controlar, es momento de reflexionar y preguntarnos: ¿Qué está pasando en esta relación? Desde nuestra personalidad rescatadora podemos estar enredándonos con personas disfuncionales, que no tienen límites personales ni asumen responsabilidad por sus acciones.
Queremos controlar porque la conducta de esa persona nos afecta adversamente. Equivocadamente hemos asumido que es nuestra misión controlarlos, cambiarlos y "enderezarlos". Este amor cargante, aunque comienza lleno de buenas intenciones, acaba por ser una tendencia auto destructiva.
Dejamos a un lado nuestras metas tratando de cambiar a personas con dependencias químicas, emocionalmente necesitadas, con conciencia de víctima, egocéntricas, con necesidades neuróticas e infelices. Estas relaciones de vivir en función de controlar la conducta de otra persona, tienen como consecuencia una vida de muchos sacrificios. En los dramas de control, de parte de la mujer o del hombre, pierden ambos.
Suena fuerte y difícil de aceptar, pero no hay pareja dispareja. Invitamos a bailar a nuestra pareja al ritmo que vibra nuestra personalidad. Esta dinámica de hacerse cargo de cambiar a otra persona es, aunque parezca increíble, fuente de identidad altruista para algunas mujeres.
Es su manera de restaurar pérdidas emocionales de afecto y sentido de pertenencia de la niñez. Llenan el vacío interno de baja auto estima por falta de desarrollo personal, con relaciones cargadas de dependencias. Necesitan que alguien tenga necesidad de ellas para darle sentido a sus vidas. Generalmente, detrás de estos apegos, hay inseguridades y miedo a la soledad.
Estar a cargo de la disfuncionalidad de otra persona por mucho tiempo nos puede llevar a padecer el síndrome emocional de la codependencia. Algunos síntomas son:
- Necesidad de ser aceptada más de lo saludable.
- Sensación de pérdida de identidad y de metas personales.
- Poca o ninguna capacidad de auto-observación, vacío interno.
- Represión de sentimientos o reacciones desmedidas
- Pérdida de la noción de tiempo, todos los días son iguales.
- Preocupación exagerada, angustia e inseguridad.
- Miedo al futuro, depende de la conducta del otro.
- Hipervigilancia, estrés crónico, drama de control
Melody Bertie en su libro: The Language of Letting Go dice: "A veces necesitamos darnos el permiso para crecer, aunque las personas que nos importan no estén listas para crecer. Aún podríamos necesitar abandonar a las personas en sus sufrimientos disfuncionales porque es imposible para nosotras tomar su lugar en su recuperación. No necesitamos sufrir con ellos. No es de utilidad para nadie".
Descubrir en nosotras la capacidad de amar con madurez a otra persona es el proceso de individuación Para dar amor a otro es importante conocer la experiencia de amar, en la relación intra-psíquica hacia uno misma. Las relaciones de codependencias basadas en la necesidad de control acaban en déficit espiritual, sin amor.
El amor de pareja no es un juego de niños grandes que no saben quiénes son, lo que quieren ni para qué están juntos. El amor es fruto de la identidad espiritual, que libre y gozosamente, se compromete conscientemente con el bienestar total de ambas partes. En el proceso de madurar juntos como pareja, ambos superan dolores y asimilan desilusiones, por el bien común.
En la rutina diaria experimentamos la realidad de lo que es el amor nuestro de cada día en: el diálogo auténtico, los límites de privacidad y acercamiento, los ajustes de prioridades, las dinámicas de perdón y la diversión juntos. Sobre todo, en la confianza que dure hasta que la muerte nos separe...siempre y cuando sea una relación responsable, querida, valorada y respetada por ambos.