Hay días en que los niños lloran continuamente, se enojan con frecuencia, no quieren jugar con sus amigos o se desconcentran a la hora de estudiar.
Muy pocos padres se preocupan porque saben que puede deberse a un simple resfrío que se está incubando, o al cansancio de un día muy agitado.
Sin embargo, cuando estos estados de ánimo se perpetúan más allá de un par de semanas y se unen a otros síntomas como la disminución de la vitalidad y alteraciones en el sueño y la alimentación, puede tratarse de una enfermedad: la depresión infantil.
Si bien su origen puede obedecer a múltiples factores, lo que no varía -según explica la psiquiatra infantil Constanza Recart- es que se trata de niños que lo están pasando muy mal, porque tienen una pena o dolor tan grande, que inhibe su desarrollo y altera alguna de las áreas de su conducta habitual, sea social o familiar.
Por esto, una de las señales que no se puede manipular es la mirada. Es una mirada que transmite esa tristeza. Depresión infantil: Niños de mirada triste.
Por su parte, la sicóloga Claudia Cambiaso explica que los síntomas van variando dependiendo de la etapa de desarrollo. En los lactantes y hasta los tres años, se producen trastornos en los ritmos básicos, es decir la alimentación y el sueño que pueden aumentar o disminuir.
También se observa apagamiento del pequeño y evitación de la mirada, junto a una mayor irritabilidad y agresividad.
Cuando ya se encuentra en etapa escolar, se agregan otros cambios como el aislamiento, no juega con sus pares; disminución de la concentración y rendimiento; baja autoestima, aparición de enuresis (hacerse pipí) y conductas fóbicas como no querer salir de la casa o no soportar despegarse de la mamá.
Pérdida o abandono
La aparición de la depresión puede obedecer tanto a factores individuales como sociales. Vivimos un tipo de vida que facilita el desencadenamiento de esta enfermedad.
Colegios cada vez más competitivos y exigentes. Familias menos extensas con ambos padres trabajando fuera, debilitándose los vínculos afectivos y la comunicación. Mayor individualismo que se traduce en falta de grupos o redes de apoyo.
Esto no significa que todos los niños se enfermen de depresión. Son factores de riesgo que aumentan sus probabilidades, pero no la determinan.
La depresión de uno de los padres o familiar directo eleva las posibilidades de sufrirla, puesto que el menor está inserto en un sistema que tiende a ella.
También la falta de contacto afectivo, que se puede traducir en sensación de abandono y baja autoestima ya que el niño siente que no es digno de cariño.
Tanto en adultos como en niños, generalmente está asociada a pérdidas o abandonos. La muerte o alejamiento de una persona significativa, como el abuelo, hermano o su mascota, así como la separación de los padres, pueden detonar este trastorno. Los cambios de ciudad, colegio o casa también representan pérdidas.
A juicio de la sicóloga Cambiaso, poder deprimirse como un proceso donde se elaboran las pérdidas es un logro, pues éstas deben ser experimentadas por el niño. Si a un menor se le muere su abuelo del que era muy regalón, sería preocupante que no manifestara su tristeza. Es lo que se llama depresión adaptativa.
Aquí la actitud de los padres es clave para que el niño pueda superar su condición. Si lo acogen, comprenden y empatizan con su dolor y pérdida, no será necesario recurrir a una psicoterapia. Por el contrario, si lo critican, ridiculizan o castigan, la enfermedad se agudizará.
En general los niños depresivos suelen ser detallistas, perfeccionistas y exigentes. Esto los lleva a agotarse y frustrarse más, lo que unido a otros factores puede detonar una depresión.
Existe también la depresión mayor o severa en la cual los niños muestran prácticamente todos los síntomas y no pueden ser modificados fácilmente.
En general son patologías que se arrastran por bastante tiempo y el tratamiento incluye sico-fármacos, además de la terapia individual y familiar.
Cuando el niño está muy deprimido, los remedios son fundamentales porque levantan el ánimo, bajan el nivel de angustia, comienzan a tener una perspectiva más positiva de sí mismos y de su entorno.
En opinión de la psiquiatra Recart, la recuperación de esta patología es completa. Sin embargo, aumenta el riesgo de reincidencia debido a una forma adaptativa de reaccionar frente a situaciones adversas que ya está incorporada en la biografía del niño. Lo que no quiere decir que será depresivo toda la vida.
Algunos autores afirman que no hay continuidad entre la patología infantil y la adulta.
Cariño protector
La depresión no aparece porque sí, sino que se inserta en una red de relaciones que la hacen posible. Si se abarca esta red y se realizan transformaciones puede mejorarse.
La sicóloga Cambiaso recomienda a los padres y profesores bajar el nivel de exigencia y aumentar los refuerzos positivos, porque el menor requiere otro tipo de contacto, más acogedor y amoroso. Realizar actividades recreativas es una buena idea para incentivar el contacto afectivo. A veces sólo basta estar presente en sus juegos o deportes.
También es muy importante expresar abiertamente el cariño, decir y demostrarles lo mucho que se los quiere y lo importantes que son.
Aunque es difícil hablar de prevención en una enfermedad tan compleja, sí hay elementos que protegen frente a situaciones adversas. Una buena armonía familiar, un clima positivo de confianza y acogimiento que estimule la comunicación, son elementos que facilitan la resolución exitosa de conflictos a todos sus miembros. Y lo más importante, que los padres estén atentos a las distintas señales que envíe el niño. Ellos son el factor más relevante en el tratamiento de la depresión infantil, y si buscan ayuda van a poder desarrollar las herramientas que necesitan para sacar de este estado anímico a su hijo.
Muy pocos padres se preocupan porque saben que puede deberse a un simple resfrío que se está incubando, o al cansancio de un día muy agitado.
Sin embargo, cuando estos estados de ánimo se perpetúan más allá de un par de semanas y se unen a otros síntomas como la disminución de la vitalidad y alteraciones en el sueño y la alimentación, puede tratarse de una enfermedad: la depresión infantil.
Si bien su origen puede obedecer a múltiples factores, lo que no varía -según explica la psiquiatra infantil Constanza Recart- es que se trata de niños que lo están pasando muy mal, porque tienen una pena o dolor tan grande, que inhibe su desarrollo y altera alguna de las áreas de su conducta habitual, sea social o familiar.
Por esto, una de las señales que no se puede manipular es la mirada. Es una mirada que transmite esa tristeza. Depresión infantil: Niños de mirada triste.
Por su parte, la sicóloga Claudia Cambiaso explica que los síntomas van variando dependiendo de la etapa de desarrollo. En los lactantes y hasta los tres años, se producen trastornos en los ritmos básicos, es decir la alimentación y el sueño que pueden aumentar o disminuir.
También se observa apagamiento del pequeño y evitación de la mirada, junto a una mayor irritabilidad y agresividad.
Cuando ya se encuentra en etapa escolar, se agregan otros cambios como el aislamiento, no juega con sus pares; disminución de la concentración y rendimiento; baja autoestima, aparición de enuresis (hacerse pipí) y conductas fóbicas como no querer salir de la casa o no soportar despegarse de la mamá.
Pérdida o abandono
La aparición de la depresión puede obedecer tanto a factores individuales como sociales. Vivimos un tipo de vida que facilita el desencadenamiento de esta enfermedad.
Colegios cada vez más competitivos y exigentes. Familias menos extensas con ambos padres trabajando fuera, debilitándose los vínculos afectivos y la comunicación. Mayor individualismo que se traduce en falta de grupos o redes de apoyo.
Esto no significa que todos los niños se enfermen de depresión. Son factores de riesgo que aumentan sus probabilidades, pero no la determinan.
La depresión de uno de los padres o familiar directo eleva las posibilidades de sufrirla, puesto que el menor está inserto en un sistema que tiende a ella.
También la falta de contacto afectivo, que se puede traducir en sensación de abandono y baja autoestima ya que el niño siente que no es digno de cariño.
Tanto en adultos como en niños, generalmente está asociada a pérdidas o abandonos. La muerte o alejamiento de una persona significativa, como el abuelo, hermano o su mascota, así como la separación de los padres, pueden detonar este trastorno. Los cambios de ciudad, colegio o casa también representan pérdidas.
A juicio de la sicóloga Cambiaso, poder deprimirse como un proceso donde se elaboran las pérdidas es un logro, pues éstas deben ser experimentadas por el niño. Si a un menor se le muere su abuelo del que era muy regalón, sería preocupante que no manifestara su tristeza. Es lo que se llama depresión adaptativa.
Aquí la actitud de los padres es clave para que el niño pueda superar su condición. Si lo acogen, comprenden y empatizan con su dolor y pérdida, no será necesario recurrir a una psicoterapia. Por el contrario, si lo critican, ridiculizan o castigan, la enfermedad se agudizará.
En general los niños depresivos suelen ser detallistas, perfeccionistas y exigentes. Esto los lleva a agotarse y frustrarse más, lo que unido a otros factores puede detonar una depresión.
Existe también la depresión mayor o severa en la cual los niños muestran prácticamente todos los síntomas y no pueden ser modificados fácilmente.
En general son patologías que se arrastran por bastante tiempo y el tratamiento incluye sico-fármacos, además de la terapia individual y familiar.
Cuando el niño está muy deprimido, los remedios son fundamentales porque levantan el ánimo, bajan el nivel de angustia, comienzan a tener una perspectiva más positiva de sí mismos y de su entorno.
En opinión de la psiquiatra Recart, la recuperación de esta patología es completa. Sin embargo, aumenta el riesgo de reincidencia debido a una forma adaptativa de reaccionar frente a situaciones adversas que ya está incorporada en la biografía del niño. Lo que no quiere decir que será depresivo toda la vida.
Algunos autores afirman que no hay continuidad entre la patología infantil y la adulta.
Cariño protector
La depresión no aparece porque sí, sino que se inserta en una red de relaciones que la hacen posible. Si se abarca esta red y se realizan transformaciones puede mejorarse.
La sicóloga Cambiaso recomienda a los padres y profesores bajar el nivel de exigencia y aumentar los refuerzos positivos, porque el menor requiere otro tipo de contacto, más acogedor y amoroso. Realizar actividades recreativas es una buena idea para incentivar el contacto afectivo. A veces sólo basta estar presente en sus juegos o deportes.
También es muy importante expresar abiertamente el cariño, decir y demostrarles lo mucho que se los quiere y lo importantes que son.
Aunque es difícil hablar de prevención en una enfermedad tan compleja, sí hay elementos que protegen frente a situaciones adversas. Una buena armonía familiar, un clima positivo de confianza y acogimiento que estimule la comunicación, son elementos que facilitan la resolución exitosa de conflictos a todos sus miembros. Y lo más importante, que los padres estén atentos a las distintas señales que envíe el niño. Ellos son el factor más relevante en el tratamiento de la depresión infantil, y si buscan ayuda van a poder desarrollar las herramientas que necesitan para sacar de este estado anímico a su hijo.