Pasamos tanto tiempo queriendo dar gusto a los demás con nuestro comportamiento que así es como generamos nuestro propio paredón donde nos exponemos para ser atacados por los comentarios que esperamos de los otros. El colmo es que uno mismo prepara el campo de ataque y uno mismo se coloca en el blanco, y así es como un ser humano se hace vulnerable, al conferirle importancia a los comentarios que los demás hacen de uno. Y es que nada ni nadie tiene importancia, salvo la que uno mismo decide darle. ¡He ahí nuestro poder, para bien o para mal! La vulnerabilidad que permitimos es la cualidad elegida de ser vulnerables, es decir, otorgar permiso para ser herido o recibir lesión, física o moral. Mi invitación el día de hoy es a elegir precisamente lo contrario, opción que en todo momento existe, optar por tu propia invulnerabilidad, elegir que nada ni nadie te hiera o lesione física o moralmente, y te diré cómo.
Llega un momento en la vida en que necesitamos darnos cuenta de algo: gran parte de nuestro malestar, de nuestros momentos de desdicha o infelicidad, suelen ser porque nos sentimos desacreditados o no queridos por lo que alguien dijo de nosotros, y siendo ese alguien una persona a la que nosotros le conferimos importancia. Aquí lo más trascendente es entender que “nosotros le conferimos” el poder a una persona para afectarnos. Ninguna persona en absoluto, ninguna, ya sea tu esposo, esposa, novio, novia, jefe, padre, madre, hijo, quien sea, tiene el más mínimo poder para afectarnos si nosotros no se lo conferimos.
La gente que se preocupa mucho por su imagen pública automáticamente está esclavizada a lo que digan los demás de él. Y esa esclavitud genera vulnerabilidad. Es el ego del ser humano que está sediento de aprobación constante.
Ahora bien, ¿Cómo lograr la invulnerabilidad? ¿Cómo hacer para que no nos afecte lo que los demás dicen de uno? ¿Se podrá alcanzar un estado así? ¿Se podrá ser independiente de lo que los demás opinen de uno? Respuesta: Sí, un categórico y rotundo sí. Ahora bien, si ya sabemos que sí, sí se puede lograr la invulnerabilidad, la pregunta que se antoja sería ¿Cómo?
El primer gran paso para confiar en uno mismo es saber quién se es.
He observado que el ser humano que no confía en sí mismo, aún así necesita confiar en algo, y es entonces cuando elige confiar, más fácil y cómodamente, en lo que digan los demás de él: lo que diga su familia, los amigos, la sociedad, los clientes, los medios, la religión, etc. Grave error surgido de la ignorancia de no saber quién se es y que genera vulnerabilidad por creer que se es lo que dicen los demás que es uno; ahí tu vulnerabilidad la CREAS al decidir confiar en que eres lo que los otros piensan que eres, ahí tú te desacreditas y eres víctima constante de los juicios ajenos, donde tu opinión es menos importante que la que tienen los demás de ti, o peor aún, donde tu no tienes opinión siquiera, por eso ahí eres víctima, e irónicamente al conferir importancia a la opinión de los demás, eres también el victimario.
La ignorancia de no saber quién eres, a su vez, suele ser consecuencia de tu apatía, de tu falta de interés en querer buscar, por querer investigar, por querer saber quién eres realmente, y es ahí cuando la gente elige no vivir, sino tan solo durar, “ir pasándola”. Pero si decides vivir realmente, has de emprender el viaje en búsqueda de ti mismo, y ese viaje lo debes realizar tú solo, el acceso a la respuesta es privilegio exclusivo de quien decide lanzarse a tan divino encuentro, el de sí mismo. Ese gran viaje es hacia dentro, donde reside la gran respuesta y el mundo exterior solo nos sirve poderosamente como mero reflejo para saber por donde vamos, la percepción que tengas del mundo exterior tan solo es una brújula que te indica hacia dónde has decidido ver en tu interior, ya que lo que halles dentro de ti será lo que alcances a ver afuera. Por eso, busca bien y busca el bien que reside en ti. ¿Quién eres realmente? Nadie podrá darte la respuesta, tú solo la debes encontrar. ¡Pero date tiempo para buscarla! Por ello he insistido tanto en lo valioso que resultan los momentos de soledad, de total aislamiento, porque esos momentos suelen ser la puerta de entrada al camino que te llevará a tan valiosa respuesta: saber quién eres, para así, ¡confiar en ti mismo! No es mera coincidencia que los grandes maestros espirituales dedicaran tanto tiempo a estar solos. En esos momentos del viaje, en esos momentos de soledad, en el silencio que les acompaña cuando decides buscar, ahí se suele escuchar la respuesta que buscamos. Intenta y lo verás. La confianza en ti mismo se incrementa grandemente en estos momentos.
La aprobación de los demás nos importa por dos razones, una material y otra psicológica. Materialmente porque el abandono por parte de la comunidad puede traer incomodidades y riesgos de índole física, al no dar gusto a quien nos provee de algo, corremos el riesgo de perder ese algo; se trata de la funesta consecuencia de negociar con el amor y donde nos hacemos tan vulnerables: “yo me comporto como a ti te gusta haciendo como que te amo pero a cambio de ganar merecidamente que me mantengas”. Es ahí cuando la convivencia diaria con alguien que nos mantiene resulta en la debilitante y continuamente vulnerable exposición dependiente de la tan variable apreciación del otro hacia nuestro comportamiento.
Y la segunda razón por que la aprobación de los demás nos importa, la psicológica, es porque quizá después de que los demás dejen de mostrarnos signos de respeto y admiración nos resulte muy difícil seguir confiando en nosotros mismos, es cuando llegamos a creer que no merecemos el amor de nadie porque tan solo alguien nos dejó de apreciar. Es cuando uno se pregunta en intimidad, luego de ver hacia donde caminan “los demás”: ¿Estaré bien o mejor voy para el otro lado, aquel a donde uno lo quieren?
Por salud mental y amor propio hay que detener ese proceso masoquista que consiste en buscar la aprobación ajena preguntándonos antes si sus puntos de vista merecen ser escuchados.
Yo siempre me he sorprendido tremendamente al tiempo que guardo silencio por prudencia, ante comentarios de familiares míos que se quejan amargamente de un maltrato que recibieron por ir a determinada comida o reunión con otros de sus familiares y que, por cierto, no es la primera vez que lo tratan así. Mi manifiesto talento para escuchar me ha mantenido para atender su queja completa a manera de respetuoso momento de convivencia. Pero en mi interior, mientras escucho, siempre surge imponente la pregunta: “Y si ya sabía que lo tratan así, ¿por qué volvió a ir? ¿A qué fue?”. No cabe duda que, nadie sufre el tiempo suficiente sin que él mismo tenga la culpa; uno decide hacerse vulnerable, uno elige ser víctima por iniciativa propia. Esto es cierto. Lo veo constantemente en mis pacientes. Eso es algo que les caracteriza a la gente que tiene miedo a crecer y liberarse, creer que el destino los llevó a convivir con determinadas personas y han de hacerlo para siempre.
Cuanto menos te veas “obligado” a establecer contacto con los demás, mejor será para ti. Tengo la idea de que elegir estar con alguien nunca debe ser un acto obligado ni por las más finas normas del protocolo social. ¡Al diablo con el protocolo social cuando está en juego tu felicidad o tu integridad o tu paz interior! Si no te sientes bien con quien estás, levántate y vete. Así de simple, así de inmediato y así de inteligente. Si todavía optas por la cortesía de despedirte de quien te maltrata, quizá eso te sirva a ti, pero ten la certeza de que tu cortesía no es en lo más mínimo reconocida por quien te despediste. No la entienden.
Dicho lo anterior, debo precisar que la inteligentísima decisión de evitar a las personas que no nos tratan con moralidad, virtud y de forma razonable y veraz, no debe entenderse como carencia absoluta del deseo de estar acompañado, eso va en contra de la naturaleza misma del ser humano como un ser social, sino que tan solo pongo de manifiesto el error de elegir la insatisfacción de estar con quien no se desea por el mero accidente de no haber otra compañía disponible; en esos casos, la mejor y más sana opción es la soledad. En esencia, a lo que me refiero es que hay que saber elegir con quién convive uno y ahí sí, ¡a disfrutar del encuentro!, incluso si la elección ha sido tan sólo contigo mismo.
Con cariño
Mel.
Llega un momento en la vida en que necesitamos darnos cuenta de algo: gran parte de nuestro malestar, de nuestros momentos de desdicha o infelicidad, suelen ser porque nos sentimos desacreditados o no queridos por lo que alguien dijo de nosotros, y siendo ese alguien una persona a la que nosotros le conferimos importancia. Aquí lo más trascendente es entender que “nosotros le conferimos” el poder a una persona para afectarnos. Ninguna persona en absoluto, ninguna, ya sea tu esposo, esposa, novio, novia, jefe, padre, madre, hijo, quien sea, tiene el más mínimo poder para afectarnos si nosotros no se lo conferimos.
La gente que se preocupa mucho por su imagen pública automáticamente está esclavizada a lo que digan los demás de él. Y esa esclavitud genera vulnerabilidad. Es el ego del ser humano que está sediento de aprobación constante.
Ahora bien, ¿Cómo lograr la invulnerabilidad? ¿Cómo hacer para que no nos afecte lo que los demás dicen de uno? ¿Se podrá alcanzar un estado así? ¿Se podrá ser independiente de lo que los demás opinen de uno? Respuesta: Sí, un categórico y rotundo sí. Ahora bien, si ya sabemos que sí, sí se puede lograr la invulnerabilidad, la pregunta que se antoja sería ¿Cómo?
Confía en ti mismo
El primer gran paso para confiar en uno mismo es saber quién se es.
He observado que el ser humano que no confía en sí mismo, aún así necesita confiar en algo, y es entonces cuando elige confiar, más fácil y cómodamente, en lo que digan los demás de él: lo que diga su familia, los amigos, la sociedad, los clientes, los medios, la religión, etc. Grave error surgido de la ignorancia de no saber quién se es y que genera vulnerabilidad por creer que se es lo que dicen los demás que es uno; ahí tu vulnerabilidad la CREAS al decidir confiar en que eres lo que los otros piensan que eres, ahí tú te desacreditas y eres víctima constante de los juicios ajenos, donde tu opinión es menos importante que la que tienen los demás de ti, o peor aún, donde tu no tienes opinión siquiera, por eso ahí eres víctima, e irónicamente al conferir importancia a la opinión de los demás, eres también el victimario.
La ignorancia de no saber quién eres, a su vez, suele ser consecuencia de tu apatía, de tu falta de interés en querer buscar, por querer investigar, por querer saber quién eres realmente, y es ahí cuando la gente elige no vivir, sino tan solo durar, “ir pasándola”. Pero si decides vivir realmente, has de emprender el viaje en búsqueda de ti mismo, y ese viaje lo debes realizar tú solo, el acceso a la respuesta es privilegio exclusivo de quien decide lanzarse a tan divino encuentro, el de sí mismo. Ese gran viaje es hacia dentro, donde reside la gran respuesta y el mundo exterior solo nos sirve poderosamente como mero reflejo para saber por donde vamos, la percepción que tengas del mundo exterior tan solo es una brújula que te indica hacia dónde has decidido ver en tu interior, ya que lo que halles dentro de ti será lo que alcances a ver afuera. Por eso, busca bien y busca el bien que reside en ti. ¿Quién eres realmente? Nadie podrá darte la respuesta, tú solo la debes encontrar. ¡Pero date tiempo para buscarla! Por ello he insistido tanto en lo valioso que resultan los momentos de soledad, de total aislamiento, porque esos momentos suelen ser la puerta de entrada al camino que te llevará a tan valiosa respuesta: saber quién eres, para así, ¡confiar en ti mismo! No es mera coincidencia que los grandes maestros espirituales dedicaran tanto tiempo a estar solos. En esos momentos del viaje, en esos momentos de soledad, en el silencio que les acompaña cuando decides buscar, ahí se suele escuchar la respuesta que buscamos. Intenta y lo verás. La confianza en ti mismo se incrementa grandemente en estos momentos.
La aprobación de los demás nos importa por dos razones, una material y otra psicológica. Materialmente porque el abandono por parte de la comunidad puede traer incomodidades y riesgos de índole física, al no dar gusto a quien nos provee de algo, corremos el riesgo de perder ese algo; se trata de la funesta consecuencia de negociar con el amor y donde nos hacemos tan vulnerables: “yo me comporto como a ti te gusta haciendo como que te amo pero a cambio de ganar merecidamente que me mantengas”. Es ahí cuando la convivencia diaria con alguien que nos mantiene resulta en la debilitante y continuamente vulnerable exposición dependiente de la tan variable apreciación del otro hacia nuestro comportamiento.
Y la segunda razón por que la aprobación de los demás nos importa, la psicológica, es porque quizá después de que los demás dejen de mostrarnos signos de respeto y admiración nos resulte muy difícil seguir confiando en nosotros mismos, es cuando llegamos a creer que no merecemos el amor de nadie porque tan solo alguien nos dejó de apreciar. Es cuando uno se pregunta en intimidad, luego de ver hacia donde caminan “los demás”: ¿Estaré bien o mejor voy para el otro lado, aquel a donde uno lo quieren?
Por salud mental y amor propio hay que detener ese proceso masoquista que consiste en buscar la aprobación ajena preguntándonos antes si sus puntos de vista merecen ser escuchados.
Yo siempre me he sorprendido tremendamente al tiempo que guardo silencio por prudencia, ante comentarios de familiares míos que se quejan amargamente de un maltrato que recibieron por ir a determinada comida o reunión con otros de sus familiares y que, por cierto, no es la primera vez que lo tratan así. Mi manifiesto talento para escuchar me ha mantenido para atender su queja completa a manera de respetuoso momento de convivencia. Pero en mi interior, mientras escucho, siempre surge imponente la pregunta: “Y si ya sabía que lo tratan así, ¿por qué volvió a ir? ¿A qué fue?”. No cabe duda que, nadie sufre el tiempo suficiente sin que él mismo tenga la culpa; uno decide hacerse vulnerable, uno elige ser víctima por iniciativa propia. Esto es cierto. Lo veo constantemente en mis pacientes. Eso es algo que les caracteriza a la gente que tiene miedo a crecer y liberarse, creer que el destino los llevó a convivir con determinadas personas y han de hacerlo para siempre.
Cuanto menos te veas “obligado” a establecer contacto con los demás, mejor será para ti. Tengo la idea de que elegir estar con alguien nunca debe ser un acto obligado ni por las más finas normas del protocolo social. ¡Al diablo con el protocolo social cuando está en juego tu felicidad o tu integridad o tu paz interior! Si no te sientes bien con quien estás, levántate y vete. Así de simple, así de inmediato y así de inteligente. Si todavía optas por la cortesía de despedirte de quien te maltrata, quizá eso te sirva a ti, pero ten la certeza de que tu cortesía no es en lo más mínimo reconocida por quien te despediste. No la entienden.
Dicho lo anterior, debo precisar que la inteligentísima decisión de evitar a las personas que no nos tratan con moralidad, virtud y de forma razonable y veraz, no debe entenderse como carencia absoluta del deseo de estar acompañado, eso va en contra de la naturaleza misma del ser humano como un ser social, sino que tan solo pongo de manifiesto el error de elegir la insatisfacción de estar con quien no se desea por el mero accidente de no haber otra compañía disponible; en esos casos, la mejor y más sana opción es la soledad. En esencia, a lo que me refiero es que hay que saber elegir con quién convive uno y ahí sí, ¡a disfrutar del encuentro!, incluso si la elección ha sido tan sólo contigo mismo.
Con cariño
Mel.