Todo el amor de otros tiempos, el aroma de las rosas en el jarrón,
la música romántica, la ropa lavada, planchada o doblada en el armario, la recámara nupcial impecable de limpia y las suculentas comidas decoradas para él se han terminado, ya no hay más caricias ni palabras amables y bonitas: “Qué linda te ves hoy”, “Amaneciste muy hermosa”, “Qué rica te quedó la comida”, “Te ves muy sexy con ese vestido”, “Qué rico hueles mujer”,etc.
Les llegó la monotonía de la vida cotidiana y por supuesto que todo se acabó, ya no tienen nada que hacer juntos y deciden que ha llegado el momento de solicitar el divorcio.
Pero lo curioso de todo esto; es que no todo termina con el divorcio, por el contrario… Cuando ya el juez ha dictado su sentencia, cuando ya se ha firmado de conformidad en el juzgado, cuando ya incluso la resolución de anulación de matrimonio llegó al magistrado del registro civil para dar de baja el contrato, empiezan a resurgir en ambos, los mejores recuerdos de la relación, empiezan los inventarios de lo bueno y lo malo, quisieran retroceder o detener el tiempo porque no lo pueden creer que el matrimonio que se realizó con tanta ilusión, se haya convertido en un fracaso.
Cada quien sale por su lado, y si bien les va, ambos se dan la mano en señal de gracias y de despedida. Pero esa despedida les duele, algo pasa en el alma de esas personas que se divorcian que duele la separación y algunas parejas quisieran detener los trámites antes de seguir adelante, pero otros que llegan al final, firman con el pesar más grande en su alma, como si fuera una renuncia en la que se les va lo mejor de su vida.
Y algunos otros firman de manera rápida y segura pero para salir corriendo pronto de allí y desaparecer, porque no soportan haber sido convocados para firmar su anuencia de divorcio.