Por lo general existe un distanciamiento emocional progresivo que culmina con el hecho del divorcio. También puede existir algún caso en el que algún detonante (por ejemplo una infidelidad), lo precipite, pero suele ser poco común si la pareja goza de una buena relación.
La mayoría de los cónyuges recuerdan la última etapa de su matrimonio como infeliz y, en la mayoría de los casos, es la mujer la que se decide a proponer un fin para este malestar.
Tanto en las parejas jóvenes como en las adultas la decisión se toma porque se busca algo más en la relación que no se encuentra. La separación parece lo más indicado a esta situación desdichada. Muchas de estas expectativas no cumplidas se deben a la mala información que sobre el matrimonio existe o se pretende dar, tanto a nivel religioso, como social como de una pretendida autorealización personal.
La comparación con la realidad pone de manifiesto tales diferencias.
En el caso de las personas adultas cuyos hijos ya se han independizado, el hecho de no tener que "mantener" la estructura familiar les da vía libre para tomar la decisión de la ruptura si su relación no era buena. No sienten ninguna atracción por pasar el resto de sus vidas juntos y creen la separación lo más conveniente.
Es frecuente que en el primer año de divorcio los ex-cónyuges sientan más rabia hacia su ex-pareja que durante los últimos meses de matrimonio. Las disputas legales por la custodia de los hijos, la pensión alimenticia, los bienes…contribuyen de la misma forma en que lo hace el instinto de cada persona de conservar su autoestima; se culpabiliza a la otra parte.
También el círculo de amistades de la pareja se reduce (les es difícil el relacionarse con ambos miembros de la pareja), mientras que el apoyo de los parientes políticos suele ser escaso.
Los problemas en el trabajo también pueden surgir debido a la inestabilidad emocional del trabajador. Por todo ello, estas personas son más propensas a la soledad, al desequilibrio, a las pautas inadecuadas a la hora de dormir, comer, trabajar, consumir alcohol y drogas e incluso a la promiscuidad sexual.
Esto suele desaparecer con el paso de algunos años, pero en algunos casos, sobre todo en aquellas personas que no vuelven a casarse, pueden permanecer.
La depresión es más alta en este tipo de individuos según los estudios, sobre todo si se han divorciado en más de una ocasión.
La presencia de hijos también contribuye a la dificultad de adaptación, especialmente cuando aumenta la carga financiera sobre uno o dos de los cónyuges y les obliga a seguir manteniendo contacto. Su actitud, además, suele volverse más irrespetuosa, exigente o deprimida para con los padres, volviéndose en muchos casos celosa e intolerante ante el desarrollo de nuevas relaciones por parte de ellos.
En el caso del padre puede decirse que, por regla general, se distancia su relación con el hijo año tras año, no sólo física sino psíquicamente.
No siempre está en sus manos el tener acceso a este contacto frecuentemente, a veces las imposiciones de la madre lo dificultan, por lo que en ocasiones, y con el paso de los años, un padre divorciado que no se ha vuelto a casar ni ha creado una nueva familia puede correr el riesgo de pasar una vejez solitaria