Existe una gran diferencia entre el sentido de culpa y el arrepentimiento. Quienes se sienten culpables lloran amargamente, pero no cambian su conducta. La culpa les lleva a la tristeza más profunda, pero no aceptan responsabilidad por sus propios errores. La soledad les mata, pero no tienen la más mínima disposición para enmendar sus errores.
El arrepentimiento verdadero va mucho más allá del sentimiento de culpa. Quien se arrepiente, comprende que ha actuado mal. El arrepentimiento sincero nos lleva a cambiar nuestra forma de pensar, desechando los antivalores y abrazando valores positivos. Por eso, el arrepentimiento verdadero siempre implica un cambio en la conducta, en ocasiones, un cambio radical. Y en la mayor parte de los casos, el arrepentimiento nos lleva a enmendar los errores de ayer, retribuyendo a quien le robamos y en subsanando el daño que hayamos podido hacer a quienes nos amaron.
Desgraciadamente, hay ocasiones cuando no podemos enmendar debidamente nuestros malos actos pasados. Hay personas a quien ya no le podemos pedir perdón. Del mismo modo, hay consecuencias nefastas que ya no podemos corregir. No obstante, en el corazón de la persona arrepentida hay un verdadero deseo de cambio, una ardiente pasión por un nuevo futuro.
Por eso, llorar no es suficiente. Aunque una persona se arrastre por el piso bañada en llanto, si no acepta responsabilidad, cambia sus valores y toma acciones concretas para remediar los efectos de sus errores, no hay arrepentimiento sincero.
El arrepentimiento verdadero va mucho más allá del sentimiento de culpa. Quien se arrepiente, comprende que ha actuado mal. El arrepentimiento sincero nos lleva a cambiar nuestra forma de pensar, desechando los antivalores y abrazando valores positivos. Por eso, el arrepentimiento verdadero siempre implica un cambio en la conducta, en ocasiones, un cambio radical. Y en la mayor parte de los casos, el arrepentimiento nos lleva a enmendar los errores de ayer, retribuyendo a quien le robamos y en subsanando el daño que hayamos podido hacer a quienes nos amaron.
Desgraciadamente, hay ocasiones cuando no podemos enmendar debidamente nuestros malos actos pasados. Hay personas a quien ya no le podemos pedir perdón. Del mismo modo, hay consecuencias nefastas que ya no podemos corregir. No obstante, en el corazón de la persona arrepentida hay un verdadero deseo de cambio, una ardiente pasión por un nuevo futuro.
Por eso, llorar no es suficiente. Aunque una persona se arrastre por el piso bañada en llanto, si no acepta responsabilidad, cambia sus valores y toma acciones concretas para remediar los efectos de sus errores, no hay arrepentimiento sincero.