Un viejo proverbio judío dice: “cuando no tenga alternativa, encienda el espíritu del coraje”. En otras palabras: hacer frente a la adversidad, sacar lo positivo y descubrir habilidades innatas para afrontar adecuadamente situaciones de estrés alto y situaciones riesgosas. Ser resiliente.
Cuando se cierran todas las puertas, cuando te sientas entre la espada y la pared. Hasta cuando la muerte, simbólica o directa, te parece la única salida, cuando llegas al punto de tomar una decisión en total soledad, tienes miedo y pánico de dar el próximo paso, ahí es cuando sientes que has llegado a un punto en el que debes escoger hacia dónde vas: a la izquierda o a la derecha. No hay más. No hay stand by cuando la inmovilidad tiene que convertirse en movilidad. Cuando llegas al punto máximo de supervivencia y tienes que crecer desde la adversidad, es el “si o si”, caso contrario te lleva al abismo.
Crecer siempre es un proceso doloroso, desde el momento del nacimiento, cuando físicamente comenzamos a estirarnos, hasta el decrecimiento físico al final de un ciclo de vida, cuando nos achicarnos de nuevo. Pero no ocurre lo mismo con el crecimiento en experiencia mental, emocional, espiritual, psicológica, social y cultural, que nos lleva al estiramiento constante, culminando en el momento de la muerte.
Se crece superando obstáculos, percances o eventos traumáticos. Además del desarrollo del potencial de ajuste y afrontamiento individual, ya sea innato o adquirido. A medida que se crece, se va reconociendo y capitalizando las fuerzas del individuo, generando respuestas adaptativas frente a situaciones de crisis y así se refuerzan los factores de protección y reduciendo la vulnerabilidad frente a situaciones riesgosas como el abuso de drogas, abuso sexual, embarazo temprano, abandono de hogar, delincuencia, bullying o suicidio.
Ser resiliente no significa ser un superhéroe, ni tampoco que no deba sentir malestar, miedo o dolor emocional. Ser resiliente significa ser valiente. Saber enfrentar y superar sus miedos.
La muerte de un ser querido, una enfermedad grave, la pérdida de trabajo, problemas financieros, quiebras, fusiones o crisis mundial, son sucesos que tienen un gran impacto en las personas, produciendo una sensación de inseguridad, desequilibrio, incertidumbre, dolor y miedo. Aun así, los seres humanos logran sobreponerse a esos momentos y adaptarse a lo largo del tiempo. Nosotros tenemos la capacidad innata de hacer las cosas bien y de manera correcta, pese a las condiciones adversas y, a veces, trágicas de la vida. Podemos convertirnos en una especie de Transformers y fortalecernos, sin perder nuestra esencia.
La resiliencia tiene, como todo, dos caras. La una muestra la resistencia frente a la destrucción: proteger su integridad bajo presión. La otra cara, complementaria, muestra la capacidad de crecer desde la adversidad, con una conducta positiva pese a circunstancias difíciles, tener una vida ‘sana’, viviendo en un medio ‘insano’.
Las personas resilientes poseen tres características principales:
1. Aceptan la realidad tal cual es.
2. Creen en la vida.
3. Tienen la capacidad inquebrantable para mejorar.
La resiliencia es congénita, pero también es un recurso natural que necesita ser cultivado. Eso implica tomar la decisión de desarrollarla y hacer un compromiso consigo mismo para toda la vida.
Cuando se cierran todas las puertas, cuando te sientas entre la espada y la pared. Hasta cuando la muerte, simbólica o directa, te parece la única salida, cuando llegas al punto de tomar una decisión en total soledad, tienes miedo y pánico de dar el próximo paso, ahí es cuando sientes que has llegado a un punto en el que debes escoger hacia dónde vas: a la izquierda o a la derecha. No hay más. No hay stand by cuando la inmovilidad tiene que convertirse en movilidad. Cuando llegas al punto máximo de supervivencia y tienes que crecer desde la adversidad, es el “si o si”, caso contrario te lleva al abismo.
Crecer siempre es un proceso doloroso, desde el momento del nacimiento, cuando físicamente comenzamos a estirarnos, hasta el decrecimiento físico al final de un ciclo de vida, cuando nos achicarnos de nuevo. Pero no ocurre lo mismo con el crecimiento en experiencia mental, emocional, espiritual, psicológica, social y cultural, que nos lleva al estiramiento constante, culminando en el momento de la muerte.
Se crece superando obstáculos, percances o eventos traumáticos. Además del desarrollo del potencial de ajuste y afrontamiento individual, ya sea innato o adquirido. A medida que se crece, se va reconociendo y capitalizando las fuerzas del individuo, generando respuestas adaptativas frente a situaciones de crisis y así se refuerzan los factores de protección y reduciendo la vulnerabilidad frente a situaciones riesgosas como el abuso de drogas, abuso sexual, embarazo temprano, abandono de hogar, delincuencia, bullying o suicidio.
Ser resiliente no significa ser un superhéroe, ni tampoco que no deba sentir malestar, miedo o dolor emocional. Ser resiliente significa ser valiente. Saber enfrentar y superar sus miedos.
La muerte de un ser querido, una enfermedad grave, la pérdida de trabajo, problemas financieros, quiebras, fusiones o crisis mundial, son sucesos que tienen un gran impacto en las personas, produciendo una sensación de inseguridad, desequilibrio, incertidumbre, dolor y miedo. Aun así, los seres humanos logran sobreponerse a esos momentos y adaptarse a lo largo del tiempo. Nosotros tenemos la capacidad innata de hacer las cosas bien y de manera correcta, pese a las condiciones adversas y, a veces, trágicas de la vida. Podemos convertirnos en una especie de Transformers y fortalecernos, sin perder nuestra esencia.
La resiliencia tiene, como todo, dos caras. La una muestra la resistencia frente a la destrucción: proteger su integridad bajo presión. La otra cara, complementaria, muestra la capacidad de crecer desde la adversidad, con una conducta positiva pese a circunstancias difíciles, tener una vida ‘sana’, viviendo en un medio ‘insano’.
Las personas resilientes poseen tres características principales:
1. Aceptan la realidad tal cual es.
2. Creen en la vida.
3. Tienen la capacidad inquebrantable para mejorar.
La resiliencia es congénita, pero también es un recurso natural que necesita ser cultivado. Eso implica tomar la decisión de desarrollarla y hacer un compromiso consigo mismo para toda la vida.