¿Por qué ser arpía?
Porque convertirse en arpía es la única manera de ser una mujer feliz del siglo XXI.
Porque eso de ser una Martha Stewart, esclava de la cocina, lavandera profesional, amamantadora sin salario, barbie de tiempo completo y sobretodo una romántica solitaria sin remedio, ya no funciona, no con los hombres actuales.
Ser una santa no funciona en estos tiempos en que todo tiene un precio y el tiempo es billete perdido o invertido. Tampoco funciona porque los cuentos de hadas ya no son relevantes y porque es mejor acabar con esa gran fuente de desilusión que es la fantasía.
Por todo esto, una mujer realista, emocionalmente madura, que conoce sus límites y escoge sus batallas, tiene mucho para ganar si realiza la transición de víctima a arpía.
Convertirse porque hay unas pocas mujeres privilegiadas, que fueron criadas por las madres cuerdas que entendieron que la crianza era para enseñarlas a defenderse en el mundo, una verdad demasiado lejos del conocimiento del resto de nuestras madres, que más bien acolitaron más y más el melodrama en nuestras vidas, porque querían que nosotras si encontráramos al príncipe de las novelas, en vez de encontrar a las princesas en nosotras…
Como ya sabemos, a lo largo de la historia la mujer se ha vuelto una fuente de sufrimiento, porque a causa de tanta sensibilidad, tiene más capacidad de resistir al dolor que el hombre, de hecho es más fácil que un hombre conozca sus límites emocionales y se aleje antes de tocar fondo, mientras que la mujer a veces resiste y resiste hasta probarse definitivamente en la cara y con evidencias irrefutables que eso no le iba a funcionar.
Lo maravilloso de ser mujer es que no importa el tamaño de la pena, ni el daño sufrido, porque el día que se olvida, se borra para siempre; es más, es tan conveniente el sistema de defensa, que es una amnesia total en que el cerebro solito desecha todos los recuerdos, para que no regresen a perseguirnos.
Pero…
Pese a ello, hay mujeres que nunca encuentran ese pasadizo milagroso de la recuperación, porque primeramente, no están conectadas a sus sentimientos, de modo que siguen la vida como mártires sin detectar la raíz del sufrimiento, ni la llave de la recuperación, porque simplemente no maduran emocionalmente, por eso… siguen cometiendo los mismos errores emocionales, el resto de la vida, y sí finalmente se casan, se quedan de víctimas, quejándose el resto de la vida de todas las cosas banales del cotidiano, para evadir el encuentro consigo misma y la raíz de su propia infelicidad, que más que todo proviene de no valorarse como mujer de vivir atada a sus miles de complejos de inferioridad.
Estas son las mujeres que pretendieron encontrar alivio en el hombre antes que estar consigo mismas, evitar tener que conocerse de verdad y aprenderse a amar. Siguieron por el resto de sus vidas, buscando en sus relaciones lo que ellas carecían, y por eso nunca sienten la libertad total de ser felices, ni gozan de las compañías, ni disfrutan el presente, porque viven estancadas en el pasado y los recuerdos idealizados, y se les va el presente. Si trabajan sufren a diario, y si se quedan en casa también porque ninguno de los dos estilos de vida las llena, tampoco se disfrutan las amistades porque todo lo ven con ojos de responsabilidad y compromiso, no se divierten criando a los hijos porque en vez de una aventura, lo ven como un sacrificio y tampoco toman responsabilidad de sus acciones porque viven culpando al resto del mundo de sus desgracias, pero sobretodo, viven en negación conveniente, porque les encanta decir “yo soy así y ya estoy muy vieja para cambiar”.
El gran problema de una mujer que no madura emocionalmente, es que no aprendió a ser CONSCIENTE Y CONSECUENTE…
Pero esa es precisamente la llave a la recuperación:
1. El ser consciente de un problema es lo que nos da la iniciativa de cambiarlo.
2. Y el ser consecuente es lo que nos da control sobre nuestra propia vida, de evitar las tragedias y de tomar responsabilidad de nuestro sufrimiento, por ende, ¡voila! dejar de suicidarse por pendejadas, aceptar el dolor como empleado de la transformación y finalmente, dejar de SUFRIR, y aprender a DISFRUTAR.
Y además no es para que malentienda:
Ser arpía no es ser una femme fatale, ni una insensible, una manipuladora camuflada, ni de esas que se casa por el billete nada más… no, totalmente lo opuesto.
Ser arpía es precisamente SER SI MISMA, de todos los colores, de todas las maneras y en todas las ocasiones, con su curvatura, sus lunares y su linaje… sólo que sin esos miedos ridículos, esas inhibiciones, esas inseguridades, esa noción falsa de que “se le está haciendo tarde” que no sirve más para acosarla a atentar contra lo que la vida le tiene planeado y sobretodo sin ese pánico tóxico de “perder a los hombres”, porque uno no PIERDE nada en este mundo, porque ni la vida misma le pertenece a la hora de la muerte, y lo que no es, no es, no hay que matar a la autoestima de aprendratadas por su propia voluntad.
Pero para poder tener este coraje de SER SI MISMA, hay que aprender a dejar ir el pasado, para poder recrearse como mujer, y fundar las bases de su nuevo “ser si misma” tranquila y feliz. Es abrazar su feminidad como un regalo y aceptarse con sus mil millones de estados anímicos. Es dejar que la diva y la niña, la diosa y la diabla, habiten juntas armoniosamente dentro de si, sin culpas ni necesidad de dar explicaciones.
Hoy día, para ser una arpía, no se necesita sufrir lo mismo que nosotras las que sí vivimos en carne propia y quienes lo aprendimos de los intentos fallidos, y de los fracasos sentimentales. Ni tiene que tener padres divorciados (es más si en su casa hubo estabilidad ambiental y sus padres eran una pareja que no perdió el fuego con la rutina, o que simplemente se supieron llevar aún después de tantos años, lo más probable es que usted ya sea una arpía inconscientemente porque en su crianza tuvo influencias positivas de apreciarse como mujer y de las relaciones que son gratas) pero para nosotras las que vimos el amor fracasar ante nuestros ojos, despreciamos a aquel que plantó la semilla y se largó, perdimos nuestro sentido de pertenencia y hogar, tuvimos que salir con los canallas y sobrevivimos tanto desamor, y nos cansamos de llorar tantas lágrimas sin sentido, de cultivarnos de autoayuda colectiva, que era más bien una capacitación para el pesar propio y de ser tan patéticamente víctimas permanentes, no nos quedó más remedio que llenarnos de valor y aprender por nuestra propia cuenta a valorarnos, a respetarnos a asegurarnos de estar lejos de lo que no convenía y dejar de confundir el amor con una fantasía en que la vida no existe ni antes, ni después de ellos.
Para nosotras fue un camino novelesco y primitivo, un calvario, dado que crecimos confundidas con las imágenes opuestas (la mujer florero que ahogaba hasta al mar vs. la trabajoalcohólica que no lloró ni el funeral de la que la parió) que decidimos que mejor ser un rico intermedio, establecer la estabilidad en la fe en sí mismo y dejarse llevar por la vida, en una corriente sorprendente, fluida y tranquila. Es más, somos precisamente las que no tenemos más resentimiento a los hombres porque ya sabemos lo que nos conviene y lo que no, y porque sabemos que ¡si no existieran los canallas, las desahuciadas no tendrían con quien juguetear! Entonces qué bueno, que ¡tal para cual! Y así los dejamos ir, deseándoles la mejor de las suertes, lejos de nosotras. Para que desechando a los opuestos y una vez destruida la ilusión del oro falso, podamos aparearnos con ese fruto maduro de nuestra especie, con el que valga la pena salvar la raza humana.
Por eso hoy hago esta sencilla invitación:
Una invitación a ser una mujer más tranquila, sin tantos tapujos, con más libertad y sobretodo con el poder de controlar su propia vida, por ende ser más feliz que infeliz, pues después de todo, nosotras las arpías: somos ese rico intermedio, esa sabrosura de autenticidad, ese refresco del drama, esa mujer que ya no invierte más segundos en los equivocados, la sabia paloma que sabe que mejor sola, que mal acompañada, pero que en compañía no volverá a tener miedo de amar de verdad.