TELEADICTOS, POR ANSIEDAD Y SOLEDAD
Juan Fernando González G.
Existen innumerables críticas respecto a la televisión y su influencia en la niñez, pero lo cierto es que este invento permanece ahí, en lugar muy importante dentro de nuestra casa y en la vida de los pequeños. ¿Cómo incorporar este artefacto sin que afecte la socialización y proceso de aprendizaje?
Algunos intelectuales han establecido que la televisión es un mal que impide que los seres humanos se relacionen entre sí, un medio que cierra la puerta a la reflexión y que se ha convertido en una especie de conciencia colectiva que nos guía para definir lo bueno y malo en torno a los asuntos públicos. Otros analistas van más allá y apuntan que el maravilloso invento es un intruso que ha roto la estructura familiar.
El asunto, como se ve, podría desatar una polémica infinita, pero donde podríamos pactar un consenso es en que una conducta compulsiva ligada a la televisión es poco deseable porque va de la mano de una tendencia involuntaria, irrefrenable, reiterativa e irreflexiva que nos hace apartarnos de las actividades normales que como todo individuo debemos desempeñar.
Así lo considera el Dr. José de Jesús González Núñez, presidente honorario del Instituto de Investigación en Psicología Clínica y Social, A.C. (IIPCS), quien afirma que una persona que vea televisión diariamente durante seis horas o más, aunque lo haga en forma intermitente, debe considerarse teleadicta.
La televisión induce al individuo a un estado parecido a la hipnosis, dice el especialista, “debido a que altera la atención y hace que se omita lo que sucede alrededor del sujeto; esto es muy común entre las parejas, ya que se ignora la presencia del otro y suele quejarse de ello al decir que su marido no la escucha mientras ve una serie o deporte. En el caso de los niños es igual: los padres se desesperan y le gritan a sus hijos para que coman, hagan la tarea, se bañen o se vistan, pero los chicos en verdad no oyen por el estado hipnoide en el que se encuentran”.
Educación y televisión
Algunos padres se vanaglorian de la capacidad de sus hijos para realizar varias actividades simultáneamente, y son felices porque los pequeños pueden hacer la tarea mientras disfrutan de su programa favorito. Sin embargo, el presidente del IIPCS enfatiza que “no es posible dividir la atención para hacer las dos cosas, y lo más común es que hagan mal sus labores escolares, pues la conciencia del pequeño se encuentra alterada y, seguramente, un poco más tarde no recordará nada de lo que estudió. Esto sucederá independientemente del tipo de emisión (caricatura, documental, película o de concurso), porque de cualquier forma hay interferencia”.
Es frecuente, asimismo, que los adultos pensemos que la conducta de los niños o adolescentes es normal, incluso admirable, si pasan muchas horas frente al televisor viendo producciones culturales o científicas, y no los tradicionales programas infantiles. Sin embargo, dice el entrevistado, “no importa el tipo de contenidos que vea el niño para que se le considere adicto a la televisión. Tenemos que pensar que un niño debe aprender la mayoría de las cosas en un espacio académico formal, con un ritmo de aprendizaje conveniente”.
Así, aunque no podemos negar que la televisión puede ser un medio muy efectivo para la enseñanza, “tiene que armonizarse con el ritmo escolar tradicional o, de lo contrario, se desfasa a los niños y se les crea otro tipo de problema emocional, como tensión, desesperación o sentimiento de minusvalía. Esto se debe a que el niño aparentemente sabrá mucho por aquello que ve en la pantalla, pero lo reprobarán en la escuela porque no cumple con su programa de estudios”. De tal suerte, caerá en estado paradójico y angustiante por no aprobar, aunque tenga muchos datos y conocimientos en la cabeza.
“El cerebro es muy amplio y es capaz de aceptar mucha información, pero también es cierto que en ocasiones existe una especie de saturación en la que este órgano ‘se intoxica’, por decirlo de algún modo, y deja de asimilar datos”, aclara el experto.
Ni tanto que queme al santo…
Hace algunos años, un libro llamado Desde el jardín, de Jerzy Kosinsky, se convirtió en best seller. La obranarra la historia de “Chauncey Gardiner”, un individuo que trabaja en una gran mansión, pero que nunca ha salido de ella. La única manera de comunicarse con su entorno externo es la televisión, mediante la cual “sabe” cómo dar un beso, cómo saludar o cómo vestir para una fiesta de gala.
El protagonista de la novela debe abandonar la residencia cuando su protector muere, y ello lo obliga a enfrentar los problemas cotidianos de cualquier otra persona. Tras una serie de vicisitudes, “Chauncey” soluciona todas las adversidades gracias a las enseñanzas televisivas y termina por convertirse en presidente de los Estados Unidos.
Sirva la referencia para decir que, en efecto, muchos de nosotros aprendimos a comportarnos en sociedad con la ayuda de la televisión, pero esta “ventaja”, la de ser autodidacta, puede ser una arma de doble filo. Así lo plantea el Dr. González Núñez: “Hay algunos empleos que necesitan gente con habilidad para autoaprender, pero son los menos. Resolver los problemas a partir de lo que se ve en la televisión puede, incluso, catalogarse como positivo, porque significaría que alguien es autosuficiente.
“Sin embargo, resulta que en la realidad existen otros mecanismos y engranajes que llevan un ritmo y un proceso muy particular, y si los niños no comprenden eso quedarán fuera de ese estilo, sin posibilidad de adaptarse a la vida en sociedad.”
Por el contrario, expresa el especialista en psicoterapia psicoanalítica por la Universidad Intercontinental, “irse hacia el otro extremo también crea niños inadaptados. Un chico sin televisión sería raro, estaría fuera de lugar porque llegaría a su salón de clases y no hablaría con sus compañeros de ciertos temas. A esta edad no es común que se hable de los padres; es más frecuente que se hagan comentarios sobre los hermanos, sus peleas o juegos pero, sobre todo, de los programas y personajes que ven. Esa es una manera de conectarse con los demás, por lo que no ver este medio también los aislaría”.
Madre sustituta
En opinión del entrevistado, la televisión juega en muchas ocasiones el papel de “madre”, lo que puede percibirse porque “el niño entra en un estado de relajación parecido al que siente un bebé cuando acaban de amamantarlo. De hecho, la televisión tiene la capacidad de regresarnos a edades infantiles, lo cual es muy común en adultos adictos, pero no sólo eso: regresa a las personas a un estado de dependencia en el que este artefacto representa a la madre, y ésta nos da lo que queremos”.
A todo esto habrá que agregar que “los seres humanos seguimos la ley del menor esfuerzo, y por eso nos instalamos frente a la pantalla. En contraparte, algunas empresas han intentado desarrollar videojuegos en los que los niños tienen que realizar alguna actividad física para que haya un esfuerzo, pero parece que no han sido los más exitosos”.
Romper el círculo
Aunque pudiera parecer que la batalla está pérdida, la verdad es que hay ciertas estrategias para cambiar la situación de nuestros hijos, sobre todo si los consideramos adictos a la televisión. En primer lugar, dice el Dr. Núñez González, hay que asimilar que la responsabilidad es compartida y que hay que poner todo nuestro empeño como padres para acabar con el problema.
“Todo estriba en crear cierto tipo de motivaciones hacia otras cosas. Papa y mamá tienen que ser muy hábiles y estar dispuestos a esforzarse, al mismo tiempo que deben tener una postura firme y cariñosa para no permitir que se vea tanta televisión. Hay que decir: ‘vas a verla una hora, pero luego harás la tarea’, y habrá que cumplir con la sentencia en forma decidida, aunque afectivamente”.
El psicólogo aclara que “la terapia con estos niños es complicada porque hay que crear nuevas motivaciones e intereses que le agraden para que modifiquen su conducta. Hay que entender que dejar algo malo no se puede lograr si no se ofrece algo bueno a cambio”, como mayor atención, actividades familiares, realización de juegos o conversaciones.
Concluye el especialista: “Es evidente que el niño piensa que sus características, buenas o malas, le pertenecen, y esa es la razón por la que no quiere perderlas. Por ello, debemos estar disponibles para que el niño se sienta acompañado y querido, y la televisión deje de ser el sustituto del padre, la madre o los hermanos
Juan Fernando González G.
Existen innumerables críticas respecto a la televisión y su influencia en la niñez, pero lo cierto es que este invento permanece ahí, en lugar muy importante dentro de nuestra casa y en la vida de los pequeños. ¿Cómo incorporar este artefacto sin que afecte la socialización y proceso de aprendizaje?
Algunos intelectuales han establecido que la televisión es un mal que impide que los seres humanos se relacionen entre sí, un medio que cierra la puerta a la reflexión y que se ha convertido en una especie de conciencia colectiva que nos guía para definir lo bueno y malo en torno a los asuntos públicos. Otros analistas van más allá y apuntan que el maravilloso invento es un intruso que ha roto la estructura familiar.
El asunto, como se ve, podría desatar una polémica infinita, pero donde podríamos pactar un consenso es en que una conducta compulsiva ligada a la televisión es poco deseable porque va de la mano de una tendencia involuntaria, irrefrenable, reiterativa e irreflexiva que nos hace apartarnos de las actividades normales que como todo individuo debemos desempeñar.
Así lo considera el Dr. José de Jesús González Núñez, presidente honorario del Instituto de Investigación en Psicología Clínica y Social, A.C. (IIPCS), quien afirma que una persona que vea televisión diariamente durante seis horas o más, aunque lo haga en forma intermitente, debe considerarse teleadicta.
La televisión induce al individuo a un estado parecido a la hipnosis, dice el especialista, “debido a que altera la atención y hace que se omita lo que sucede alrededor del sujeto; esto es muy común entre las parejas, ya que se ignora la presencia del otro y suele quejarse de ello al decir que su marido no la escucha mientras ve una serie o deporte. En el caso de los niños es igual: los padres se desesperan y le gritan a sus hijos para que coman, hagan la tarea, se bañen o se vistan, pero los chicos en verdad no oyen por el estado hipnoide en el que se encuentran”.
Educación y televisión
Algunos padres se vanaglorian de la capacidad de sus hijos para realizar varias actividades simultáneamente, y son felices porque los pequeños pueden hacer la tarea mientras disfrutan de su programa favorito. Sin embargo, el presidente del IIPCS enfatiza que “no es posible dividir la atención para hacer las dos cosas, y lo más común es que hagan mal sus labores escolares, pues la conciencia del pequeño se encuentra alterada y, seguramente, un poco más tarde no recordará nada de lo que estudió. Esto sucederá independientemente del tipo de emisión (caricatura, documental, película o de concurso), porque de cualquier forma hay interferencia”.
Es frecuente, asimismo, que los adultos pensemos que la conducta de los niños o adolescentes es normal, incluso admirable, si pasan muchas horas frente al televisor viendo producciones culturales o científicas, y no los tradicionales programas infantiles. Sin embargo, dice el entrevistado, “no importa el tipo de contenidos que vea el niño para que se le considere adicto a la televisión. Tenemos que pensar que un niño debe aprender la mayoría de las cosas en un espacio académico formal, con un ritmo de aprendizaje conveniente”.
Así, aunque no podemos negar que la televisión puede ser un medio muy efectivo para la enseñanza, “tiene que armonizarse con el ritmo escolar tradicional o, de lo contrario, se desfasa a los niños y se les crea otro tipo de problema emocional, como tensión, desesperación o sentimiento de minusvalía. Esto se debe a que el niño aparentemente sabrá mucho por aquello que ve en la pantalla, pero lo reprobarán en la escuela porque no cumple con su programa de estudios”. De tal suerte, caerá en estado paradójico y angustiante por no aprobar, aunque tenga muchos datos y conocimientos en la cabeza.
“El cerebro es muy amplio y es capaz de aceptar mucha información, pero también es cierto que en ocasiones existe una especie de saturación en la que este órgano ‘se intoxica’, por decirlo de algún modo, y deja de asimilar datos”, aclara el experto.
Ni tanto que queme al santo…
Hace algunos años, un libro llamado Desde el jardín, de Jerzy Kosinsky, se convirtió en best seller. La obranarra la historia de “Chauncey Gardiner”, un individuo que trabaja en una gran mansión, pero que nunca ha salido de ella. La única manera de comunicarse con su entorno externo es la televisión, mediante la cual “sabe” cómo dar un beso, cómo saludar o cómo vestir para una fiesta de gala.
El protagonista de la novela debe abandonar la residencia cuando su protector muere, y ello lo obliga a enfrentar los problemas cotidianos de cualquier otra persona. Tras una serie de vicisitudes, “Chauncey” soluciona todas las adversidades gracias a las enseñanzas televisivas y termina por convertirse en presidente de los Estados Unidos.
Sirva la referencia para decir que, en efecto, muchos de nosotros aprendimos a comportarnos en sociedad con la ayuda de la televisión, pero esta “ventaja”, la de ser autodidacta, puede ser una arma de doble filo. Así lo plantea el Dr. González Núñez: “Hay algunos empleos que necesitan gente con habilidad para autoaprender, pero son los menos. Resolver los problemas a partir de lo que se ve en la televisión puede, incluso, catalogarse como positivo, porque significaría que alguien es autosuficiente.
“Sin embargo, resulta que en la realidad existen otros mecanismos y engranajes que llevan un ritmo y un proceso muy particular, y si los niños no comprenden eso quedarán fuera de ese estilo, sin posibilidad de adaptarse a la vida en sociedad.”
Por el contrario, expresa el especialista en psicoterapia psicoanalítica por la Universidad Intercontinental, “irse hacia el otro extremo también crea niños inadaptados. Un chico sin televisión sería raro, estaría fuera de lugar porque llegaría a su salón de clases y no hablaría con sus compañeros de ciertos temas. A esta edad no es común que se hable de los padres; es más frecuente que se hagan comentarios sobre los hermanos, sus peleas o juegos pero, sobre todo, de los programas y personajes que ven. Esa es una manera de conectarse con los demás, por lo que no ver este medio también los aislaría”.
Madre sustituta
En opinión del entrevistado, la televisión juega en muchas ocasiones el papel de “madre”, lo que puede percibirse porque “el niño entra en un estado de relajación parecido al que siente un bebé cuando acaban de amamantarlo. De hecho, la televisión tiene la capacidad de regresarnos a edades infantiles, lo cual es muy común en adultos adictos, pero no sólo eso: regresa a las personas a un estado de dependencia en el que este artefacto representa a la madre, y ésta nos da lo que queremos”.
A todo esto habrá que agregar que “los seres humanos seguimos la ley del menor esfuerzo, y por eso nos instalamos frente a la pantalla. En contraparte, algunas empresas han intentado desarrollar videojuegos en los que los niños tienen que realizar alguna actividad física para que haya un esfuerzo, pero parece que no han sido los más exitosos”.
Romper el círculo
Aunque pudiera parecer que la batalla está pérdida, la verdad es que hay ciertas estrategias para cambiar la situación de nuestros hijos, sobre todo si los consideramos adictos a la televisión. En primer lugar, dice el Dr. Núñez González, hay que asimilar que la responsabilidad es compartida y que hay que poner todo nuestro empeño como padres para acabar con el problema.
“Todo estriba en crear cierto tipo de motivaciones hacia otras cosas. Papa y mamá tienen que ser muy hábiles y estar dispuestos a esforzarse, al mismo tiempo que deben tener una postura firme y cariñosa para no permitir que se vea tanta televisión. Hay que decir: ‘vas a verla una hora, pero luego harás la tarea’, y habrá que cumplir con la sentencia en forma decidida, aunque afectivamente”.
El psicólogo aclara que “la terapia con estos niños es complicada porque hay que crear nuevas motivaciones e intereses que le agraden para que modifiquen su conducta. Hay que entender que dejar algo malo no se puede lograr si no se ofrece algo bueno a cambio”, como mayor atención, actividades familiares, realización de juegos o conversaciones.
Concluye el especialista: “Es evidente que el niño piensa que sus características, buenas o malas, le pertenecen, y esa es la razón por la que no quiere perderlas. Por ello, debemos estar disponibles para que el niño se sienta acompañado y querido, y la televisión deje de ser el sustituto del padre, la madre o los hermanos