Divorciarse no es un paseo
Si vemos las altísimas estadísticas actuales nos queda la impresión de que en poco tiempo divorciarse va a ser obligatorio. Cada vez son más quienes lo hacen y, en tiempos de amores líquidos y relaciones descartables, manejan el casarse y separarse casi como si fuera un juego. No me gustó la sopa, me separo. Discutimos dos veces, me divorcio. No me agrada como me hablas, nos divorciamos. Todo sucede rápido y como si fuera fácil.
Sin embargo, separarse o divorciarse es difícil. Con cada divorcio queda detrás un proyecto roto, una montaña de ilusiones frustradas, una familia deshecha y personas que, aunque en algún lugar sientan alivio, sufren. Son adultos y niños que deberán ajustarse a situaciones nuevas y casi siempre poco agradables.
Hasta hace unos cincuenta años las parejas se mantenían sobre una alta dosis de hipocresía, tolerando engaños y otras ofensas por salvar las apariencias o porque las mujeres no tenían una independencia económica que les permitiera irse. Era un extremo absurdo y difícil de tolerar; lo de hoy parece ser lo opuesto: no se tolera casi nada. A menudo las crisis y los desajustes no se discuten ni se intenta superarlos sino que se evaden y se ejerce una intolerancia total por los inevitables momentos difíciles que cualquier relación tiene. Además, lamentablemente, no siempre se mide cuánto influyen las decisiones que se toman sobre quienes rodean a la pareja en cuestión.
Antes del divorcio
Una actitud saludable, antes de tomar la determinación definitiva, es evaluar en detalle las posibles y lógicas consecuencias. Conviene tener muy en claro que sufrirán los niños por ver la familia desarmada, la mujer que quedará a cargo de los hijos la mayor parte del tiempo, el hombre que, por ser quien habitualmente se va del hogar familiar, estará alejado de sus hijos y, además, habrán mayores gastos para sostener dos casas.
Por eso y más, antes de decidir, hay que evaluar la posibilidad de que la crisis pueda ayudar a la pareja a crecer en vez de destruirse; para saberlo conviene buscar ayuda profesional con un consejero matrimonial o un psicólogo especializado.
Después del divorcio
Finalmente, si el divorcio resulta ser la salida más sana de una relación nociva, y si realmente es inevitable llegar a este punto, la prioridad son siempre los niños porque ellos, sin excepción, verán amenazada su seguridad, dudaran del amor de los padres, se sentirán abandonados.
Más allá de situaciones y conflictos personales, odios o rencores, por ellos el divorcio debe ser lo más amistoso posible. Uno no se divorcia de los hijos y queda relacionado con el ex esposo a través de ellos. Usarlos como rehenes, hablar mal del padre o la madre ausente, no cumplir con las obligaciones económicas es perverso por el daño que ocasiona a los hijos.
Volver al ruedo
No es fácil. Cuando se ha estado casado por algunos años, conocer gente, seducir o enamorarse de nuevo no es sencillo como aparece en las películas. Los lugares de encuentro no abundan, uno ha quedado desactualizado frente a los nuevos códigos y, además, uno de los dos (la mayor parte de las veces el hombre...) siempre arma una nueva pareja antes del otro. Aceptar de buen modo la nueva pareja del ex cónyuge es tan inteligente como inevitable.
La autoestima tan alabada
El concepto de autoestima es muy relativo pero se puede decir que, ante un conflicto serio como el divorcio, se pierde la confianza en uno mismo, aparecen culpas, autorreproches e incluso críticas de familiares que no ayudan a sentirse bien. Se pierde la identidad y el apellido, se deja de ser parte de una pareja y de una familia ante el mundo externo por lo que se siente una mezcla de alivio, libertad, confusión y depresión, temor por el futuro y culpa ante los hijos.
Lo que queda por aprender
A consultar con abogados y psicólogos.
A trabajar si no se lo ha hecho antes.
A manejar nuevos problemas económicos.
A adquirir nuevas responsabilidades económicas, domésticas, laborales y administrativas.
A cubrir los dos roles -de madre y padre- muy a menudo.
A manejarse con el ex sin encolerizarse cada vez que hay que hablarle.
A ponerle límites a los hijos que intentarán estirarlos y manipular.
A no sentirse culpable por todo.
A que cuando no hay hijos es mucho más fácil divorciarse.
A que a veces los hijos acusarán recibo con problemas de estudio, de conducta o de salud.
A que, inevitablemente, se perderá una parte de los amigos y de la familia política porque tomarán partido.
A que cuanto mejor se resuelva el divorcio menos dañado quedará cada uno para la próxima oportunidad.
Por: Daniela Di Segni
Si vemos las altísimas estadísticas actuales nos queda la impresión de que en poco tiempo divorciarse va a ser obligatorio. Cada vez son más quienes lo hacen y, en tiempos de amores líquidos y relaciones descartables, manejan el casarse y separarse casi como si fuera un juego. No me gustó la sopa, me separo. Discutimos dos veces, me divorcio. No me agrada como me hablas, nos divorciamos. Todo sucede rápido y como si fuera fácil.
Sin embargo, separarse o divorciarse es difícil. Con cada divorcio queda detrás un proyecto roto, una montaña de ilusiones frustradas, una familia deshecha y personas que, aunque en algún lugar sientan alivio, sufren. Son adultos y niños que deberán ajustarse a situaciones nuevas y casi siempre poco agradables.
Hasta hace unos cincuenta años las parejas se mantenían sobre una alta dosis de hipocresía, tolerando engaños y otras ofensas por salvar las apariencias o porque las mujeres no tenían una independencia económica que les permitiera irse. Era un extremo absurdo y difícil de tolerar; lo de hoy parece ser lo opuesto: no se tolera casi nada. A menudo las crisis y los desajustes no se discuten ni se intenta superarlos sino que se evaden y se ejerce una intolerancia total por los inevitables momentos difíciles que cualquier relación tiene. Además, lamentablemente, no siempre se mide cuánto influyen las decisiones que se toman sobre quienes rodean a la pareja en cuestión.
Antes del divorcio
Una actitud saludable, antes de tomar la determinación definitiva, es evaluar en detalle las posibles y lógicas consecuencias. Conviene tener muy en claro que sufrirán los niños por ver la familia desarmada, la mujer que quedará a cargo de los hijos la mayor parte del tiempo, el hombre que, por ser quien habitualmente se va del hogar familiar, estará alejado de sus hijos y, además, habrán mayores gastos para sostener dos casas.
Por eso y más, antes de decidir, hay que evaluar la posibilidad de que la crisis pueda ayudar a la pareja a crecer en vez de destruirse; para saberlo conviene buscar ayuda profesional con un consejero matrimonial o un psicólogo especializado.
Después del divorcio
Finalmente, si el divorcio resulta ser la salida más sana de una relación nociva, y si realmente es inevitable llegar a este punto, la prioridad son siempre los niños porque ellos, sin excepción, verán amenazada su seguridad, dudaran del amor de los padres, se sentirán abandonados.
Más allá de situaciones y conflictos personales, odios o rencores, por ellos el divorcio debe ser lo más amistoso posible. Uno no se divorcia de los hijos y queda relacionado con el ex esposo a través de ellos. Usarlos como rehenes, hablar mal del padre o la madre ausente, no cumplir con las obligaciones económicas es perverso por el daño que ocasiona a los hijos.
Volver al ruedo
No es fácil. Cuando se ha estado casado por algunos años, conocer gente, seducir o enamorarse de nuevo no es sencillo como aparece en las películas. Los lugares de encuentro no abundan, uno ha quedado desactualizado frente a los nuevos códigos y, además, uno de los dos (la mayor parte de las veces el hombre...) siempre arma una nueva pareja antes del otro. Aceptar de buen modo la nueva pareja del ex cónyuge es tan inteligente como inevitable.
La autoestima tan alabada
El concepto de autoestima es muy relativo pero se puede decir que, ante un conflicto serio como el divorcio, se pierde la confianza en uno mismo, aparecen culpas, autorreproches e incluso críticas de familiares que no ayudan a sentirse bien. Se pierde la identidad y el apellido, se deja de ser parte de una pareja y de una familia ante el mundo externo por lo que se siente una mezcla de alivio, libertad, confusión y depresión, temor por el futuro y culpa ante los hijos.
Lo que queda por aprender
A consultar con abogados y psicólogos.
A trabajar si no se lo ha hecho antes.
A manejar nuevos problemas económicos.
A adquirir nuevas responsabilidades económicas, domésticas, laborales y administrativas.
A cubrir los dos roles -de madre y padre- muy a menudo.
A manejarse con el ex sin encolerizarse cada vez que hay que hablarle.
A ponerle límites a los hijos que intentarán estirarlos y manipular.
A no sentirse culpable por todo.
A que cuando no hay hijos es mucho más fácil divorciarse.
A que a veces los hijos acusarán recibo con problemas de estudio, de conducta o de salud.
A que, inevitablemente, se perderá una parte de los amigos y de la familia política porque tomarán partido.
A que cuanto mejor se resuelva el divorcio menos dañado quedará cada uno para la próxima oportunidad.
Por: Daniela Di Segni