A veces me llegan a mi consulta parejas, bien avenidas, sin especiales problemas, que no obstante están metidas en una situación difícil de solucionar.
Uno de ellos quiere tener un hijo (más frecuentemente la mujer) y el otro no.
Ambas posturas son legítimas. Están influenciadas por la filosofía de vida de cada cual, por los proyectos de futuro, por la experiencia más o menos feliz, más o menos traumática que cada cual haya cosechado en lo que lleva vivido... Ambas posturas entran dentro de la libertad personal, son legales, moralmente no rechazables.
A veces esta discrepancia adopta la forma de “mejor adoptar que tener un hijo propio”. En algunos casos se complica al tener alguno de los dos protagonistas hijos de anteriores parejas.
Evidentemente el psicólogo no puede tomar la decisión por ellos. Máxime cuando no hay posturas “intermedias” (o se tiene o no se tiene un hijo).
En algunos casos sí es verdad que la polémica está artificialmente creada por alguno de los protagonistas, es decir, que en algunos casos no es demasiado cierto que uno tenga tanto empeño en tener un hijo, o que el otro tenga tantas pegas en tenerlo, y que más bien las posturas se extreman como consecuencia de otros conflictos larvados, no demasiado graves, que el profesional sí puede ayudar a evidenciar.
Pero cuando no es así, cuando sólo hay una diferencia en la filosofía de vida ¿qué se puede hacer?
Hay una serie de ingredientes que si bien no son suficientes sí son imprescindibles en estas situaciones:
. Mucho diálogo
. Exponer abierta y asertivamente las emociones que despierta este conflicto.
. Ponerse en el lugar del otro con mucha empatía.
He visto parejas que tras un tiempo, y sin faltar estos ingredientes, llegan a confluir en la postura a tomar. También he conocido alguna que han roto a pesar de valorar al otro, de quererlo, pero al verle incompatible con el proyecto de vida.
Lo que es una soberana tontería es hacer de estos conflictos una historia de buenos y malos, de tontos y de listos, de egoístas y de generosos… pues ambas posturas son igualmente legítimas. Ni hay obligación de tener hijos, ni hay obligación de renunciar a tenerlos.
Esteban Cañamares
Psicólogo clínico y sexólogo