Quien no se siente agradecido por las cosas buenas que tiene, tampoco se sentirá satisfecho con las cosas que desearía tener.
El que no aprende el idioma de la gratitud no podrá dialogar con la felicidad.
La felicidad empieza cuando uno deja de lamentarse por los problemas que tiene, y agradece por los problemas que no tiene.
El Dr. Alexander Whyte, de Edimburgo, era famoso por sus oraciones en el púlpito. Siempre encontraba algo por lo cual agradecer a Dios, aún en las épocas más difíciles.
Un día tormentoso, un feligrés se puso a pensar: “No creo que el pastor tenga nada que agradecer a Dios en un día como éste”.
Pero Whyte empezó su oración de la siguiente manera: “Te damos gracias, Señor, que no todos los días son como éste.”
Las bendiciones más hermosas son las que se obtienen con oración y se lucen con gratitud.
“He aprendido a contentarme cualquiera sea mi situación.”
Esta frase no significaría tanto si no hubiese sido dicha por un hombre que fue tratado injustamente, encarcelado sin razón y que, finalmente, murió a manos del verdugo: El apóstol San Pablo.
Nuestros ancestros se las arreglaron
sin azúcar hasta el siglo XIII,
sin carbón hasta el siglo XIV,
sin pan batido hasta el siglo XV,
sin papas hasta el siglo XVI,
sin pudín hasta el siglo XVIII,
sin huevos, fósforos ni electricidad hasta el siglo XIX
y sin productos enlatados hasta el siglo XX.
Entonces, ¿de qué nos quejamos?
Imagina que sólo contarás con este momento presente.
Muy pocas cosas son aburridas en sí mismas. Somos nosotros que, con el correr de los años, dejamos de apreciarlas como se debe.
El que está agradecido por lo poco, disfruta lo mucho.
La mejor evidencia de qué clase de persona somos es nuestra capacidad para expresar gratitud.