¿Quieres reaccionar a este mensaje? Regístrate en el foro con unos pocos clics o inicia sesión para continuar.

UN LUGAR PARA COMPARTIR TUS INQUIETUDES, PROBLEMAS, DUDAS, CONSEJOS, TEMAS DE ACTUALIDAD, BELLEZA, MODA, SALUD, SUPERACIÓN PERSONAL Y AYUDA MUTUA.


No estás conectado. Conéctate o registrate

Mujeres de ojos grandes, Angeles Mastreta

+4
CRISALIDA
Camila
angelica
Martha.
8 participantes

Ir abajo  Mensaje [Página 1 de 1.]

Martha.

Martha.
staff del foro
staff del foro

La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota. Lo Había visto llegar una mañana, caminando con los hombros erguidos sobre un paso sereno y había pensado: "Este hombre se cree Dios". Pero al rato de oírlo decir historias sobre mundos desconocidos y pasiones extrañas, se enamoró de él y de sus brazos como si desde niña no hablara latín, no supiera lógica, ni hubiera sorprendido a media ciudad copiando los juegos de Góngora y Sor Juana como quien responde a una canción en el recreo.
Era tan sabia que ningún hombre quería meterse con ella, por más que tuviera los ojos de miel y una boca brillante, por más que su cuerpo acariciara la imaginación despertando las ganas de mirarlo desnudo, por más que fuera hermosa como la virgen del Rosario. Daba temor quererla porque algo había en su inteligencia que sugería siempre un desprecio por el sexo opuesto y sus confusiones.
Pero aquel hombre que no sabía nada de ella y sus libros, se le acercó como a cualquiera. Entonces la tía Daniela lo dotó de una inteligencia deslumbrante, una virtud de ángel y un talento de artista. Su cabeza lo miró de tantos modos que en doce días creyó conocer a cien hombres.
Lo quiso convencida de que Dios puede andar entre mortales, entregada hasta las uñas a los deseos y las ocurrencias de un tipo que nunca llegó para quedarse y jamás entendió uno solo de todos los poemas que Daniela quiso leerle para explicar su amor.
Un día, así como había llegado, se fue sin despedir siquiera. Y no hubo entonces en la redonda inteligencia de la tía Daniela un solo atisbo de entender qué había pasado.
Hipnotizada por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas. Perderlo fue una larga pena como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno.
Por unos días de luz, por un indicio, por los ojos de hierro y súplica que le prestó una noche, la tía Daniela enterró las ganas de estar viva y fue perdiendo el brillo de la piel, la fuerza de las piernas, la intensidad de la frente y las entrañas.
Se quedó casi ciega en tres meses, una joroba le creció en la espalda, y algo le sucedió a su termostato que a pesar de andar hasta en el rayo del sol con abrigo y calcetines, tiritaba de frío como si viviera en el centro mismo del invierno. La sacaban al aire como a un canario. Cerca le ponían fruta y galletas para que picoteara, pero su madre se llevaba las cosas intactas mientras ella seguía muda a pesar de los esfuerzos que todo el mundo hacía por distraerla.
Al principio la invitaban a la calle para ver si mirando las palomas o viendo ir y venir a la gente, algo de ella volvía a dar muestras de apego a la vida. Trataron todo. Su madre se la llevó de viaje a España y la hizo entrar y salir de todos los tablados sevillanos sin obtener de ella más que una lágrima la noche que el cantador estuvo alegre. A la mañana siguiente le puso un telegrama a su marido diciendo: "Empieza a mejorar, ha llorado un segundo". Se había vuelto un árbol seco, iba para donde la llevaran y en cuanto podía se dejaba caer en la cama como si hubiera trabajado veinticuatro horas recogiendo algodón. Por fin las fuerzas no le alcanzaron más que para echarse en una silla y decirle a su madre: "Te lo ruego, vámonos a casa".
Cuando volvieron, la tía Daniela apenas podía caminar y desde entonces no quiso levantarse. Tampoco quería bañarse, ni peinarse, ni hacer pipí. Una mañana no pudo siquiera abrir los ojos.
-¡Está muerta! - oyó decir a su alrededor y no encontró las fuerzas para negarlo.
Alguien le sugirió a su madre que ese comportamiento era un chantaje, un modo de vengarse en los otros, una pose de niña consentida que si de repente perdiera la tranquilidad de la casa y la comida segura, se las arreglaría para mejorar de un día para el otro. Su madre hizo el esfuerzo de abandonarla en el quicio de la puerta de la Catedral.
La dejaron ahí una noche con la esperanza de verla regresar al día siguiente, hambrienta y furiosa, como había sido alguna vez. A la tercera noche la recogieron de la puerta de la Catedral con pulmonía y la llevaron al hospital entre lágrimas de toda la familia.
Ahí fue a visitarla su amiga Elidé, una joven de piel brillante que hablaba sin tregua y que decía saber las curas del mal de amores. Pidió que la dejaran hacerse cargo del alma y del estómago de aquella náufraga. Era una creatura alegre y ávida. La oyeron opinar. Según ella el error en el tratamiento de su inteligente amiga estaba en los consejos de que olvidara. Olvidar era un asunto imposible. Lo que había que hacer era encauzarle los recuerdos, para que no la mataran, para que la obligaran a seguir viva.
Los padres oyeron hablar a la muchacha con la misma indiferencia que ya les provocaba cualquier intento de curar a su hija. Daban por hecho que no serviría de nada y sin embargo lo autorizaban como si no hubieran perdido la esperanza que ya habían perdido.
Las pusieron a dormir en el mismo cuarto. Siempre que alguien pasaba frente a la puerta oía a la incansable voz de Elidé hablando del asunto con la misma obstinación con que un médico vigila a un moribundo. No se callaba. No le daba tregua. Un día y otro, una semana y otra.
-¿Cómo dices que eran sus manos? - preguntaba. Si la tía Daniela no le contestaba, Elidé volvía por otro lado.
-¿Tenía los ojos verdes? ¿Cafés? ¿Grandes?
-Chicos - le contestó la tía Daniela hablando por primera vez en treinta días.
-¿Chicos y turbios?- preguntó la tía Elidé.
- Chicos y fieros - contestó la tía Daniela y volvió a callarse otro mes.
- Seguro que era Leo. Así son los de Leo - decía su amiga sacando un libro de horóscopos para leerle. Decía todos los horrores que pueden caber en un Leo. - De remate, son mentirosos. Pero no tienes que dejarte, tú eres de Tauro. Son fuertes las mujeres de Tauro.
- Mentiras sí que dijo - le contestó Daniela una tarde.
-¿Cuáles? No se te vayan a olvidar. Porque el mundo no es tan grande como para que no demos con él, y entonces le vas a recordar sus palabras. Una por una, las que oíste y las que te hizo decir.
-No quiero humillarme.
-El humillado va a ser él. Si no todo es tan fácil como sembrar palabras y largarse.
-Me iluminaron -defendió la tía Daniela.
- Se te nota iluminada - decía su amiga cuando llegaban a puntos así.
Al tercer mes de hablar y hablar la hizo comer como Dios manda. Ni siquiera se dio cuenta cómo fue. La llevó a una caminata por el jardín. Cargaba una cesta con fruta, queso, pan, mantequilla y té. Extendió un mantel sobre el pasto, sacó las cosas y siguió hablando mientras empezaba a comer sin ofrecerle.
- Le gustaban las uvas - dijo la enferma.
- Entiendo que lo extrañes.
Sí - dijo la enferma acercándose un racimo de uvas -. Besaba regio. Y tenía suave la piel de los hombros y la cintura.
-¿Cómo tenía? Ya sabes - dijo la amiga como si supiera siempre lo que la torturaba.
- No te lo voy a decir - contestó riéndose por primera vez en meses. Luego comió queso y té, pan y mantequilla.
- ¿Rico? - le preguntó Elidé.
- Sí - le contestó la enferma empezando a ser ella.
Una noche bajaron a cenar. La tía Daniela con un vestido nuevo y el pelo brillante y limpio, libre por fin de la trenza polvorosa que no se había peinado en mucho tiempo.
Veinte días después ella y su amiga habían repasado los recuerdos de arriba para abajo hasta convertirlos en trivia. Todo lo que había tratado de olvidar la tía Daniela forzándose a no pensarlo, se le volvió indigno de recuerdo después de repetirlo muchas veces. Castigó su buen juicio oyéndose contar una tras otra las ciento veinte mil tonterías que la había hecho feliz y desgraciada.
- Ya no quiero ni vengarme - le dijo una mañana a Elidé -. Estoy aburridísima del tema.
- ¿Cómo? No te pongas inteligente - dijo Elidé-. Éste ha sido todo el tiempo un asunto de razón menguada. ¿Lo vas convertir en algo lúcido? No lo eches a perder. Nos falta lo mejor. Nos falta buscar al hombre en Europa y África, en Sudamérica y la India, nos falta
encontrarlo y hacer un escándalo que justifique nuestros viajes. Nos falta conocer la galería Pitti, ver Florencia, enamorarnos en Venecia, echar una moneda en la fuente de Trevi. ¿Nos vamos a perseguir a ese hombre que te enamoró como a una imbécil y luego se fue?
Habían planeado viajar por el mundo en busca del culpable y eso de que la venganza ya no fuera trascendente en la cura de su amiga tenía devastada a Elidé. Iban a perderse la India y Marruecos, Bolivia y el Congo, Viena y sobre todo Italia. Nunca pensó que podría convertirla en un ser racional después de haberla visto paralizada y casi loca hacía cuatro meses.
- Tenemos que ir a buscarlo. No te vuelvas inteligente antes de tiempo - le decía.
- Llegó ayer - le contestó la tía Daniela un mediodía.
- ¿Cómo sabes?
- Lo vi. Tocó en el balcón como antes.
- ¿Y qué sentiste?
- Nada.
-¿Y qué te dijo?
- Todo.
- ¿Y qué le contestaste?
- Cerré.
-¿Y ahora? - preguntó la terapista.
- Ahora sí nos vamos a Italia: los ausentes siempre se equivocan.
Y se fueron a Italia por la voz del Dante: "Piovverà dentro a l'alta fantasía."



Última edición por Maratha el Miér 17 Dic 2008, 12:51, editado 1 vez

angelica


COLABORADOR ESPECIAL.
COLABORADOR ESPECIAL.

Hay este relato me gusto

Camila

Camila
COLABORADOR ESPECIAL.
COLABORADOR ESPECIAL.

Que bonita historia, me tenia super intrigada la Tia Daniela y Elidé

Y es vd, cuando una persona te ha lastimado tanto, es un proceso, pero cuando llega el momento de darte cuenta lo que has sufrido por esa persona sientes que tanto te ha lastimado que no vale la pena estar asi por alguien al que no le importas.

Me dio mucha fuerza esta historia.
Gracias Martha porque la necesitaba nuevamente.

Saludos
Camila

Martha.

Martha.
staff del foro
staff del foro

Angelica y Camila es un libro muy bonito, son varios relatos. Si tienen la oportunidad lenalo, pues "Mujeres de ojos grandes relata la vida de una serie de mujeres educadas para el matrimonio y sus servidumbres tradicionales: marido, hijos, casa, cocina. el centro de su vida se reduce a la familia, y toda posibilidad de realización de su persona está sujeta al marco estricto de dicha institución. Sin embargo, la anécdota misma de tales vidas no resulta dramática, cino que muestra con gracia, sentido del humor y ágil economía expresiva a tales mujeres en cuanto depositarias de una sabiduría femenina anterior a toda revolución emancipadora, que revela personalidades particulares vigorosas y que a menudo, eclipsan a los hombres"



Martha :D

Martha.

Martha.
staff del foro
staff del foro

Paulina Traslosheros tenía veinte años cuando conoció a Isaak Webelman, un músico que se detuvo en Puebla a esperar noticias de sus parientes judíos en Nueva York.
Venía de Polonia y Sudamérica y era un hombre distinto al común de los hombres entre los que creció Paulina. Un hombre con sonrisa de mujer y ojos de anciano, con voz de adolescente y manos de pirata. Capaz de convocar al entusiasmo como lo hacen los niños y de ahuyentar la dicha como separa el agua la quilla de un barco. Era inasible y atractivo como su música preferida, a la que él atribuía un sinnúmero de virtudes, más la principal: llamarse y ser Inconclusa.
—En realidad —le dijo a Paulina, al poco tiempo de conocerla—, los finales son indignos del arte. Las obras de arte son siempre inconclusas. Quienes las hacen, no están seguros nunca de que las han terminado. Sucede lo mismo con las mejores cosas de la vida. En eso, aunque fuera alemán, tenía razón Goethe: “Todo principio es hermoso pero hay que detenerse en el umbral”.
—¿Y cómo se sabe dónde termina el umbral? —le preguntó Paulina pensando que, si era cosa de ponerse pesados, ella no tenía por qué ir atrás. Luego, mientras caminaba hacia el piano, empezó a silbar la tonada principal de la Séptima Sinfonía de Schubert.
Webelman tenía fama de ser un gran músico, y en cuanto llegó a Puebla se hizo de una cantidad de alumnos sólo comparable al tamaño que tenía en cada poblano la veneración por lo extranjero. Cada vez que llegaba un maestro de fuera, obtenía decenas de alumnos durante los primeros tres días de estancia. Conservarlos era lo difícil.
El músico Webelman se presentó como maestro de piano, violín, flauta, percusiones y chelo. Tuvo alumnos para todo, hasta uno de nombre Victoriano Alvarez que intentó aprender percusiones antes de convertirse en político como un modo más eficaz de hacer ruido.
Paulina Traslosheros tocaba el piano con mucho más conocimiento y elegancia que cualquier de las otras alumnas, no en balde su padre la había encerrado todas las tardes de su infancia en la sala de arriba. Primero, era una obligación estarse ahí dos horas practicando escalas hasta morirse de tedio, pero después le tomó cariño a ese lugar. Se acostumbró a los muebles brillantes y tiesos que se acomodaban en aquella sala, esperando visitas que nunca llegarían. Se acostumbró al mantón de manila sobre la cola del piano, a los abanicos enmarcados, al San Juan Bautista que la miraba desde la puerta y a los cuadros de paisajes remotos que presidían las paredes. Le gustó pasar el tiempo ahí, lejos del trajín de toda la casa, sumida en aquel ambiente que olía al siglo antepasado y en el que se permitía las más modernas elucubraciones y fantasías.
Hasta ahí llegaba Isaak Webelman con su Inconclusa todas las tardes, de seis a ocho. Le gustaba hacer discursos y a la tía le gustaba escucharlos. A veces se reían en mitad de una tesis sobre las causas por las que Mozart había puesto un Mi bemol mayor, en lugar de un Re menor, para regir la Sinfonía Concertante.
—Eres un fantasioso —dijo Paulina agradecida.
Tanto tiempo había vivido rodeada de verdades contundentes o irrefutables, que las odiaba.
—Mejor dicho, tú eres una incrédula —contestó Isaak Webelman—. Vuelve a darme ese Re que sonó a brinco.
La tía Paulina obedeció.
—No, así no. Así estás demostrándome cuán virtuosa puedes ser, cuán hábil, pero no cuán artista. Una cosa es hacer sonar un instrumento y otra muy distinta hacer música. La música tiene que tener magia y la magia depende de algunos trucos, pero más que nada de los buenos impulsos. Mira —dijo, pasando un brazo por la cintura de la tía—: Tú quieres dar este Re con más énfasis, no sabes cómo. En apariencia no tienes más que un dedo y una tecla para hacerlo, pero con el dedo y la tecla no haces más que un ruido, lo demás tienes que sacarlo de tu cabeza, de tu corazón, de tus entrañas. Porque ahí es donde está, con toda exactitud, el sonido que deseas. Cuando lo sabes, no tienes más que sacarlo. ¡Sácalo!
La tía Paulina obedeció hipnotizada. El piano de la abuelita sonó como nunca antes con el mismo Para Elisa de toda la vida.
—Aprendes —dijo Webelman sentado junto a ella. Luego se la quedó mirando como si ella misma fuera Elisa.
Por la espalda de Paulina Traslosheros corrió un escalofrío. Ese hombre era un horror, un exceso, un desafuero. Para exorcizarlo, ella cometería una hilera de pecados de los que nunca pudo arrepentirse. Ni siquiera cuando él decidió volver a Nueva York, porque ahí estaba el éxito y el éxito no podía cedérsele a la furia que sería la vida de un gran músico atorado en una sala poblana por culpa de algo tan etéreo como el amor.
—Tú supiste desde siempre cuál es mi sinfonía predilecta —dijo Webelman, al recorrer por última vez la espalda de Paulina Traslosheros con el conjunto de su mano audaz y hereje.
—Hasta siempre lo voy a saber —contestó ella, mientras se abrochaba el corpiño empezando a vestirse.
El músico se fue y tuvo el éxito que buscaba. Tanto éxito, que era imposible ir por la vida sin escuchar su nombre en boca de cualquier extraño. Paulina Traslosheros se casó, tuvo hijos y nietos. Cruzó más de un umbral durante la vida, pero nunca pudo evitar el frío bajando por su espalda cada vez que alguien mencionaba aquel nombre.
—¿Qué te pasa abuela? — le preguntó una de sus nietas cuando la vio estremecerse con los primeros acordes de la Séptima de Schubert saliendo del tocadiscos. Cuarenta años después de la tarde en que había conocido a Isaak Webelman.
—Lo de siempre mi vida, pero ahora debe ser culpa de un virus, porque ahora todo es viral.
Después cerró los ojos y tarareó, febril y adolescente, la música inconclusa de toda su vida.

CRISALIDA

CRISALIDA
COLABORADOR ESPECIAL.
COLABORADOR ESPECIAL.

Que lindos relatos maratha, y me identifico con la esencia del primero, no es que haya llegado a ese extremo de la tia, pero con mi primer novio solo fueron 3 meses y andaba estupidizada x el, cuando me dejo tuve el mal tino de guardarme todas las emociones para mi, en lugar de expresarlas, dolor rabia, tristza, y asi anduve penando muuucho tiempo. Con otro de mis ex cuando me dejo ya habia aprendido la leccion, asi que lo que sentia lo exteriorizaba, llore muchisimo pero las lagrimas limpiaron todo lo mi dolor y al poco tiempo la herida estaba cerrada. Es mas lo veia y lo trataba sin problemas y hoy trabajamos juntos y sin ningun rencor, puedo hablar de cualquier tema con el y tengo una excelente relacion laboral y eso que es mi jefe. un beso flor

STYLO

STYLO
staff del foro
staff del foro

Excelente recomendación, voy a buscar el libro para leerlo completo...

Gracias Martha.

8Mujeres de ojos grandes, Angeles Mastreta Empty Mujeres de ojos grandes, Angeles Matreta Miér 17 Dic 2008, 12:33

Andys

Andys
MEJOR POSTEADORA
MEJOR POSTEADORA

ESTAN MUY PADRES LOS RELATOS MARTHA!!!!!

OYE Y LOS DOS RELATOS VIENEN EN EL MISMO LIBRO?? Y ASI SE LLAMA EL LIBRO, MUJERES DE OJOS GRANDES??? ES SI ME GUSTARIA ADQUIRIRLO PORQUE ESTAN PADRES LOS RELATOS.

Martha.

Martha.
staff del foro
staff del foro

Si Andy estan en el libro que se llama así, son varias historias sobre la mujer de esa época Mujeres de ojos grandes, Angeles Mastreta 134901 Mujeres de ojos grandes, Angeles Mastreta 134901

Kena

Kena
COLABORADOR ESPECIAL.
COLABORADOR ESPECIAL.

Martha:

Estan padrisimos, me encantaron gracias por publicarlos Mujeres de ojos grandes, Angeles Mastreta 134901


Saludos

Martha.

Martha.
staff del foro
staff del foro

Cuando la tía Carmen se enteró de que su marido había caído preso de otros perfumes y otros abrazos, sin más ni más lo dio por muerto. Porque no en balde había vivido con él quince años, se lo sabía al derecho y al revés, y en la larga y ociosa lista de sus cualidades y defectos nunca había salido a relucir su vocación de mujeriego. La tía estuvo siempre segura de que antes de tomarse la molestia de serlo, su marido tendría que morirse. Que volviera a medio aprender las manías, los cumpleaños, las precisas aversiones e ineludibles adicciones de otra mujer, parecía más que imposible. Su marido podía perder el tiempo y desvelarse fuera de la casa jugando cartas y recomponiendo las condiciones políticas de la política mismas, pero gastarlo en entenderse con otra señora, en complacerla, en oírla, eso era tan increíble como insoportable. De todos modos, el chisme es el chisme y a ella le dolió como una maldición aquella verdad incierta. Así que tras ponerse de luto y actuar frente a él como si no lo viera, empezó a no pensar más en sus camisas, sus trajes, el brillo de sus zapatos, sus pijamas, su desayuno, y poco a poco hasta sus hijos. Lo borró del mundo con tanta precisión, que no solo su suegra y su cuñada, sino hasta su misma madre estuvieron de acuerdo en que debían de llevarla a un manicomio.

Y allá fue a dar, sin oponerse demasiado. Los niños se quedaron en casa de su prima Fernanda quien por esas épocas tenía tantos líos en el corazón que para ventilarlo dejaba las puertas abiertas y todo mundo podía meterse a pedirle favores y cariño sin tocar siquiera.

La tía Fernanda era la única visita de tía carmen en el manicomio. La única, aparte de su madre, quien por lo demás hubiera podido quedarse ahí también porque no dejaba de llorar por sus nietos y se comía las uñas, a los sesenta y cinco años, desesperad porque su hija no había tenido el valor y la razón necesarios para quedarse junto a ellos, como si no hicieran lo mismo todos los hombres.

La tía Fernanda, que por esa época vivía en el trance de amar a dos señores al mismo tiempo, iba al manicomio segura de que con un tornillito que se le moviera podría quedarse ahí por más de cuatro razones suficientes. Así que para no correr el riesgo llevaba siempre muchos trabajos manuales con los que entretenerse y entretener a su infeliz prima Carmen.

Al principio, como la tía Carmen estaba ida y torpe, lo único que hacían era meter cien cuentas en un hilo y cerrar el collar que después de vendería en la tienda destinada a ganar dinero para las locas de San Cosme. Era un lugar horrible en el que ningún cuerdo seguía siéndolo más de diez minutos. Contando cuentas fue que la tía Fernanda no soportó más y le dijo ala tía carmen de su pesar también espantoso.

-Se pena porque faltan o porque sobran. Lo que devasta es la norma. Se ve mal tener menos de un marido, pero para tu consuelo se ve peor tener más de uno. Como si el cariño se gastara. El cariño no se gasta, Carmen –dijo la tía Fernanda-. Y tú no estás más loca que yo. Así que vámonos yendo de aquí.

La sacó es misma tarde del manicomio.

Fue así como la tía carmen quedó instalada en casa de su prima Fernanda y volvió a la calle y a sus hijos. Habían crecido tanto en seis meses, que sólo verlos recuperó la mitad de su cordura. ¿Cómo había podido perderse tantos días de esos niños? Jugó con ellos a ser caballo, vaca, reina, perro, hada madrina, toro u huevo podrido. Se le olvidó que eran hijos del difunto, como llamaba al marido, y en la noche durmió por primera vez igual que una adolescente.

Ella y tía Fernanda conversaban en las mañanas. Poco a poco fue recordando cómo guisar un arroz colorado y cuántos dientes de ajo lleva la salsa de spaghetti. Un día pasó horas bordando la sentencia que aprendió de una loca en el manicomio y a la que hasta esa mañana le encontró el sentido: “No arruines el presente lamentándote por el pasado ni preocupándote por el futuro”. Se la regalo a su prima con un beso en el que había más compasión que agradecimiento puro.

-Debe ser extenuante querer doble –pensaba, cuando veía a Fernanda quedarse dormida como un gato en cualquier rincón y a cualquier hora del día. Una de esas veces, mirándola dormir, como quien por fin respira para sí, revivió a su marido y se encontró murmurando:

-Pobre Manuel.

Al día siguiente, amaneció empeñada en cantar Para quererte a ti, y tras vestir y peinar a los niños, con la misma eficiencia de sus buenos tiempos, los mandó al colegio y dedicó tres horas a encremarse, cepillar su pelo, enchinarse las pestañas, escoger un vestido entre diez de los que Fernanda le opresión.

-Tienes razón –le dijo-. El cariño no se gasta. No se gasta el cariño. Por eso Manuel me dijo que a mí me quería tanto como a la otra. ¡Qué horror! Pero también: que me importa, qué hago yo vuelta loca con los chismes, si estaba yo en mi casa haciendo buenos ruidos, ni uno, más ni uno menos de los que me asignó la Divina Providencia. Si Manuel tiene para más. Dios lo bendiga. Yo no quería más, Fernanda. Pero tampoco menos. Ni uno menos.

Echó todo ese discurso mientras Fernanda le recogía el cabello y le ensartaba un hilo de oro en cada oreja. Luego se fue a buscar a Manuel para avisarle que en su casa había sopa al mediodía y a cualquier hora de la noche. Manuel conoció entonces la bocas más ávida y la mirada más cuerda que había visto jamás.

Comieron sopa.

Lauren

Lauren
staff del foro
staff del foro

Martha, excelentes relatos, me tienen absorta!!!


Voy a buscar ese libro!!!

Contenido patrocinado



Volver arriba  Mensaje [Página 1 de 1.]

Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.