Mujeres enamoradas del amor, que se han quedado fijadas a personajes que alguna vez formaron parte de un capítulo de sus vidas; y otras, que no pueden dejar de pensar, a pesar del paso del tiempo, en hombres de quienes se enamoraron, sin haberles hablado nunca, y sin siquiera haberse encontrado con ellos ni siquiera con la mirada, pero que sin embargo han logrado dejar una profunda huella en sus corazones.
El amor no es una emoción pasajera que nos envuelve quitándonos la capacidad de razonar, es un sentimiento que debe nacer con la voluntad de dos seres que se encuentran con los ojos, primer lazo que requiere una pareja para unirse; y sólo así, como cuando nace un niño, nacerá el amor y crecerá sano, con el deseo de los dos.
Cuando una pareja se separa y rompe su vínculo amoroso es por alguna razón de peso porque no es fácil que puedan separarse dos personas que se aman, por cosas intrascendentes.
Sin embargo, luego de una separación es común que ambos comiencen a evaluar en forma cada vez más difusa la causa que los separó y hasta la nieguen, cuando comienzan a extrañarse. Se convencerán que realmente se aman, que no pueden permanecer separados aunque se hagan sufrir mutuamente, y tratarán de reconciliarse para empezar de nuevo.
Pero pronto comenzarán a aparecer los negros nubarrones que transformará su amor en odio, con las agresiones, los desencuentros y las recriminaciones, y el antiguo sufrimiento conocido y tan temido surgirá renovado y fortalecido para volverlos a separar.
Somos seres de hábitos y costumbres; y así como nos acostumbramos a las cosas también nos habituamos a las personas; porque el amor es un fenómeno curioso, que hace que podamos recordar con afecto los defectos.
Ese recuerdo del amor perdido que se vuelve insidioso, molesto y perturbador y que puede llegar a perseguir a una persona aún cuando haya formalizado felizmente otra pareja, se construye con un tipo de pensamiento perseverante, que intenta desandar el camino transitado, para recrear la experiencia idealizada no vivida, como la única capaz de proporcionar la paz del goce perfecto.
Los seres humanos son capaces de construir verdaderos castillos en el aire, imaginar personas que no existen, fantasear experiencias supuestamente felices que creen haberse perdido por el error imperdonable cometido de haber dejado pasar la oportunidad del que creen fue su verdadero amor.
Y así, no disfrutan de las circunstancias presentes, viven divagando y convenciéndose que se han equivocado, que lo mejor es lo que ya fue y no lo de ahora, que merecen buscar esa quimera y brindarse esa añorada oportunidad.
Entonces, viven la vida mirando el pasado con añoranza sin poder distinguir lo que les ofrece el presente, que es la única verdad, anestesiados con el recuerdo de lo que pudo haber sido.
A veces un amor del pasado es como una enfermedad crónica que recrudece cuando aparece la posibilidad de otro amor y en lugar de ser una experiencia más, ya superada e integrada, se transforma en una condición para disfrutar y seguir viviendo.
El amor no es una emoción pasajera que nos envuelve quitándonos la capacidad de razonar, es un sentimiento que debe nacer con la voluntad de dos seres que se encuentran con los ojos, primer lazo que requiere una pareja para unirse; y sólo así, como cuando nace un niño, nacerá el amor y crecerá sano, con el deseo de los dos.
Cuando una pareja se separa y rompe su vínculo amoroso es por alguna razón de peso porque no es fácil que puedan separarse dos personas que se aman, por cosas intrascendentes.
Sin embargo, luego de una separación es común que ambos comiencen a evaluar en forma cada vez más difusa la causa que los separó y hasta la nieguen, cuando comienzan a extrañarse. Se convencerán que realmente se aman, que no pueden permanecer separados aunque se hagan sufrir mutuamente, y tratarán de reconciliarse para empezar de nuevo.
Pero pronto comenzarán a aparecer los negros nubarrones que transformará su amor en odio, con las agresiones, los desencuentros y las recriminaciones, y el antiguo sufrimiento conocido y tan temido surgirá renovado y fortalecido para volverlos a separar.
Somos seres de hábitos y costumbres; y así como nos acostumbramos a las cosas también nos habituamos a las personas; porque el amor es un fenómeno curioso, que hace que podamos recordar con afecto los defectos.
Ese recuerdo del amor perdido que se vuelve insidioso, molesto y perturbador y que puede llegar a perseguir a una persona aún cuando haya formalizado felizmente otra pareja, se construye con un tipo de pensamiento perseverante, que intenta desandar el camino transitado, para recrear la experiencia idealizada no vivida, como la única capaz de proporcionar la paz del goce perfecto.
Los seres humanos son capaces de construir verdaderos castillos en el aire, imaginar personas que no existen, fantasear experiencias supuestamente felices que creen haberse perdido por el error imperdonable cometido de haber dejado pasar la oportunidad del que creen fue su verdadero amor.
Y así, no disfrutan de las circunstancias presentes, viven divagando y convenciéndose que se han equivocado, que lo mejor es lo que ya fue y no lo de ahora, que merecen buscar esa quimera y brindarse esa añorada oportunidad.
Entonces, viven la vida mirando el pasado con añoranza sin poder distinguir lo que les ofrece el presente, que es la única verdad, anestesiados con el recuerdo de lo que pudo haber sido.
A veces un amor del pasado es como una enfermedad crónica que recrudece cuando aparece la posibilidad de otro amor y en lugar de ser una experiencia más, ya superada e integrada, se transforma en una condición para disfrutar y seguir viviendo.