Ilumina con tu existencia
Debemos detenernos para buscar la grandeza que ilumina
nuestro interior y desde ahí, desde lo más profundo de nuestro ser compartirla con quienes nos miran, con quienes nos aman, con quienes nos rodean. Detenernos a mirar no sólo las marcas del tiempo, el tono del maquillaje o las medidas de un cuerpo. Detenernos, observarnos y buscar a profundidad… ¿Qué tan cargada de amor es nuestra mirada? ¿Qué tan marcadas de surcos de trabajo por el bien de los demás están nuestras manos…? ¿Qué tanta huella han dejado las lagrimas de compasión por el dolor ajeno o las sonrisas empapadas de alegría en nuestro diario vivir…? Debemos buscar reflejos de seguridad, de sensatez, de sencillez.
Debemos buscar iluminar con nuestra existencia la vida de quienes nos rodean, contagiar alegría, fuerza, pasión.
Una mujer consciente de su dignidad y su trascendencia como ser humano es un pozo inagotable de ternura y felicidad para los suyos cuando decide asumir con gracia, con elegancia y categoría, aquellas tareas propias de su destino. El porte, la prudencia, el recato adornan su feminidad. Las palabras que elige para comunicar sus sentimientos y pensamientos revelan el misterio de su interioridad. Sus juicios sobre los de otros terminan por ser juicios sobre sí misma. Para brillar debemos primero pulir nuestra personalidad, limar las asperezas de nuestro carácter, limpiar nuestras intenciones, sanar nuestros rencores, anular nuestros deseos de venganza.
Debemos luchar por tener control sobre lo que pensamos, lo que decimos y cómo actuamos. Para lucir, para gustar, para encantar, busquemos enriquecer nuestra cultura, reforzar nuestra naturaleza y reducir las medidas de nuestro egoísmo en busca de un tonificado equilibrio.
Medidas del alma
Como mujeres, es verdad que debemos adornar esta humanidad hambrienta de comprensión, de compañía, de consuelo, de amor. Es verdad que debemos embellecer la vida en familia, en pareja, el trajo, el hogar. No estamos aquí para se imagen barata de sensualidad ni para ajustar el cuerpo a unas ridículas medidas y unas tendencias distadas desde el exterior. Estamos aquí para vivir con sentido y plenitud, dejando huella con base en apostar el alma en aquello que hacemos, heredando un legado de altura envuelto en elegancia y dignidad. Qué feo es ver una mujer desaliñada, desarreglada, olvidada de sí. Su imagen deja mucho que desear, la envilece. Qué patético es encontrar a una mujer descuidada de su interior, con ideas revueltas y sentimientos sin lavar, con pasiones desbordadas y un aroma agrio en sus palabras. A ti mujer, te invita a que nos miremos más profundamente ene el espejo, ya no buscando medidas en nuestro cuerpo, sino dar la medida en nuestra alma. No para elegir el tono de la ropa, sino la tonalidad de nuestro espíritu. Nos sólo para diseñar una imagen superflua, sino para convertirnos en imagen profunda de la bondad, la nobleza y la capacidad de amar que contiene nuestra esencia.
Un gran reto
Debemos cuidar nuestro físico, debemos cultivar nuestra inteligencia, debemos pulir nuestro espíritu, así reflejaremos lo que somos, lo que pensamos y cómo lucimos en un concierto de gracia y virtud, en una trilogía que se acompañe con acordes de serenidad, de elegancia, de calidad humana. Cada marca de expresión en el rostro, cada accesorio elegido para cierta ocasión, pero ante todo, cada actitud frente a los embates de la vida, se reflejarán abiertamente, no en los ojos, sino en la mirada; y no en los labios, sino en la sonrisa, la calidad de ser humano que somos. Aceptemos el reto. Si la imagen que reflejamos está vieja o anticuada, si le falta frescura, luz o alegría, vayamos al estilista de la reflexión, con el diseñador de la inteligencia y con el modisto de la voluntad para volver a sacar lo mejor que llevamos dentro y adornar con nuestra grandeza
femenina los vacíos de amor que hieren a la humanidad.
Debemos detenernos para buscar la grandeza que ilumina
nuestro interior y desde ahí, desde lo más profundo de nuestro ser compartirla con quienes nos miran, con quienes nos aman, con quienes nos rodean. Detenernos a mirar no sólo las marcas del tiempo, el tono del maquillaje o las medidas de un cuerpo. Detenernos, observarnos y buscar a profundidad… ¿Qué tan cargada de amor es nuestra mirada? ¿Qué tan marcadas de surcos de trabajo por el bien de los demás están nuestras manos…? ¿Qué tanta huella han dejado las lagrimas de compasión por el dolor ajeno o las sonrisas empapadas de alegría en nuestro diario vivir…? Debemos buscar reflejos de seguridad, de sensatez, de sencillez.
Debemos buscar iluminar con nuestra existencia la vida de quienes nos rodean, contagiar alegría, fuerza, pasión.
Una mujer consciente de su dignidad y su trascendencia como ser humano es un pozo inagotable de ternura y felicidad para los suyos cuando decide asumir con gracia, con elegancia y categoría, aquellas tareas propias de su destino. El porte, la prudencia, el recato adornan su feminidad. Las palabras que elige para comunicar sus sentimientos y pensamientos revelan el misterio de su interioridad. Sus juicios sobre los de otros terminan por ser juicios sobre sí misma. Para brillar debemos primero pulir nuestra personalidad, limar las asperezas de nuestro carácter, limpiar nuestras intenciones, sanar nuestros rencores, anular nuestros deseos de venganza.
Debemos luchar por tener control sobre lo que pensamos, lo que decimos y cómo actuamos. Para lucir, para gustar, para encantar, busquemos enriquecer nuestra cultura, reforzar nuestra naturaleza y reducir las medidas de nuestro egoísmo en busca de un tonificado equilibrio.
Medidas del alma
Como mujeres, es verdad que debemos adornar esta humanidad hambrienta de comprensión, de compañía, de consuelo, de amor. Es verdad que debemos embellecer la vida en familia, en pareja, el trajo, el hogar. No estamos aquí para se imagen barata de sensualidad ni para ajustar el cuerpo a unas ridículas medidas y unas tendencias distadas desde el exterior. Estamos aquí para vivir con sentido y plenitud, dejando huella con base en apostar el alma en aquello que hacemos, heredando un legado de altura envuelto en elegancia y dignidad. Qué feo es ver una mujer desaliñada, desarreglada, olvidada de sí. Su imagen deja mucho que desear, la envilece. Qué patético es encontrar a una mujer descuidada de su interior, con ideas revueltas y sentimientos sin lavar, con pasiones desbordadas y un aroma agrio en sus palabras. A ti mujer, te invita a que nos miremos más profundamente ene el espejo, ya no buscando medidas en nuestro cuerpo, sino dar la medida en nuestra alma. No para elegir el tono de la ropa, sino la tonalidad de nuestro espíritu. Nos sólo para diseñar una imagen superflua, sino para convertirnos en imagen profunda de la bondad, la nobleza y la capacidad de amar que contiene nuestra esencia.
Un gran reto
Debemos cuidar nuestro físico, debemos cultivar nuestra inteligencia, debemos pulir nuestro espíritu, así reflejaremos lo que somos, lo que pensamos y cómo lucimos en un concierto de gracia y virtud, en una trilogía que se acompañe con acordes de serenidad, de elegancia, de calidad humana. Cada marca de expresión en el rostro, cada accesorio elegido para cierta ocasión, pero ante todo, cada actitud frente a los embates de la vida, se reflejarán abiertamente, no en los ojos, sino en la mirada; y no en los labios, sino en la sonrisa, la calidad de ser humano que somos. Aceptemos el reto. Si la imagen que reflejamos está vieja o anticuada, si le falta frescura, luz o alegría, vayamos al estilista de la reflexión, con el diseñador de la inteligencia y con el modisto de la voluntad para volver a sacar lo mejor que llevamos dentro y adornar con nuestra grandeza
femenina los vacíos de amor que hieren a la humanidad.