La soledad es una percepción de ti mismo donde crees que no tienes compañía, donde crees que no tienes a nadie, donde crees sentirte mal. Pero eso crees, porque no es verdad. Lo único que sucede es que crees muy fuerte y por eso te sientes mal sola. Es la fuerza de una creencia negativa operando en ti. Al terminar de leer esta nota, espero favorecer el que comprendas que el tan común miedo a la soledad no es un miedo a quedarse solos, sino un pavor que se experimenta al no saber quién eres en verdad y de lo que eres capaz por ti mismo, independientemente de estar sola o no.
El desafío consiste en darse cuenta. Además, la soledad, lo que yo identifico metafóricamente como edad del sol (sol-edad), ahí donde llegas a ver en ti la luz radiante de tu verdadero ser, donde sientes el calor de la divina y constante compañía de Dios, ahí donde siempre hay crecimiento interior ¡no puede ser mala!
La percepción de la soledad como algo debilitante, deprimente o angustiante ¡solo es percepción! Y suele ser una percepción debilitante cuando la persona tiene una franca pobreza interior, un vació existencial, una mediocridad en su alma.
Aunque quizá suene fuerte, el problema no es la soledad sino la percepción que tenemos de ella por la miserable pobreza autogenerada de nuestro interior, por lo poco que hace el ser humano en pro de su propio desarrollo como persona, por leer tan poco (o nada) de desarrollo humano y superación personal, por no buscar y así no poder saber la verdad, por no meditar, por miseria interior autoprovocada dejándose llevar por las circunstancias de su vida que observa a través de su propia ignorancia automantenida, y claro, con todas estas debilitantes emociones, la persona sale huyendo de sí misma en busca de gente, en ansiosa búsqueda de una pareja o compañía para no sentirse mal.
Lástima que aún rodeado de gente o endosándose a una pareja, la persona con pobreza interior sigue sintiendo su triste y debilitante soledad, pero insisto, el problema no es la soledad, sino la persona con su propia miseria interior automantenida, misma que le acompaña a donde quiera que vaya por más gente que haya ahí, por más amor que crea sentir con su pareja a la que se endosó. Afirmo esto en virtud también de que lo contrario es tremendamente valedero, he observado –y vivido— que las personas con una gran riqueza interior autogenerada, con una abundancia espiritual exprofesamente buscada y encontrada, con una plenitud existencial producto de su genuino interés por buscar su sentido en la vida sabiendo que ellos, y solo ellos, lo pueden encontrar, personas con esa abundante riqueza interior son las que precisamente gozan e incluso se procuran con toda intención la soledad. Se tienen tanto consigo mismos, que los demás solo resultan en divinos accesorios para breves momentos donde también disfrutan el compartir.
Estas personas no son unas cuantas elegidas, no son aquellas que corren con suerte en la vida, son simples, comunes y corrientes seres humanos pero con un franco deseo y constante actividad haciendo algo por su propio crecimiento y riqueza interior. La soledad es una hermosisisísima oportunidad para estar con uno mismo y ahí sentir más profundamente a Dios. ¡Así la vivo todos los días que quiero!
Saludos
Mel.
El desafío consiste en darse cuenta. Además, la soledad, lo que yo identifico metafóricamente como edad del sol (sol-edad), ahí donde llegas a ver en ti la luz radiante de tu verdadero ser, donde sientes el calor de la divina y constante compañía de Dios, ahí donde siempre hay crecimiento interior ¡no puede ser mala!
La percepción de la soledad como algo debilitante, deprimente o angustiante ¡solo es percepción! Y suele ser una percepción debilitante cuando la persona tiene una franca pobreza interior, un vació existencial, una mediocridad en su alma.
Aunque quizá suene fuerte, el problema no es la soledad sino la percepción que tenemos de ella por la miserable pobreza autogenerada de nuestro interior, por lo poco que hace el ser humano en pro de su propio desarrollo como persona, por leer tan poco (o nada) de desarrollo humano y superación personal, por no buscar y así no poder saber la verdad, por no meditar, por miseria interior autoprovocada dejándose llevar por las circunstancias de su vida que observa a través de su propia ignorancia automantenida, y claro, con todas estas debilitantes emociones, la persona sale huyendo de sí misma en busca de gente, en ansiosa búsqueda de una pareja o compañía para no sentirse mal.
Lástima que aún rodeado de gente o endosándose a una pareja, la persona con pobreza interior sigue sintiendo su triste y debilitante soledad, pero insisto, el problema no es la soledad, sino la persona con su propia miseria interior automantenida, misma que le acompaña a donde quiera que vaya por más gente que haya ahí, por más amor que crea sentir con su pareja a la que se endosó. Afirmo esto en virtud también de que lo contrario es tremendamente valedero, he observado –y vivido— que las personas con una gran riqueza interior autogenerada, con una abundancia espiritual exprofesamente buscada y encontrada, con una plenitud existencial producto de su genuino interés por buscar su sentido en la vida sabiendo que ellos, y solo ellos, lo pueden encontrar, personas con esa abundante riqueza interior son las que precisamente gozan e incluso se procuran con toda intención la soledad. Se tienen tanto consigo mismos, que los demás solo resultan en divinos accesorios para breves momentos donde también disfrutan el compartir.
Estas personas no son unas cuantas elegidas, no son aquellas que corren con suerte en la vida, son simples, comunes y corrientes seres humanos pero con un franco deseo y constante actividad haciendo algo por su propio crecimiento y riqueza interior. La soledad es una hermosisisísima oportunidad para estar con uno mismo y ahí sentir más profundamente a Dios. ¡Así la vivo todos los días que quiero!
Saludos
Mel.