Ahora sé que no soy la princesa del cuento de hadas
y que no necesito que me venga a salvar un príncipe azul
en su caballo blanco, porque ni soy una princesa, ni vivo en una torre,
ni tengo a un dragón que me esté custodiando.
Hoy me reconozco mujer, capaz de amar. Sé que puedo dar, sin pedir,
pero también sé que no tengo que hacer nada,
ni dar nada que no me haga sentir bien.
Por fin encontré, hasta ahora, al ser humano que sencillamente soy,
con sus miserias y sus grandezas.
Descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser perfecta,
de estar llena de defectos, de tener debilidades, y de equivocarme;
de no responder a las expectativas de los demás y hasta hacer algunas cosas indebidas: y, a pesar de ello, sentirme bien.
Y por si fuera poco, saberme querida por muchas personas
que me respetan y me quieren por lo que soy.
Sí, así: un poco loca, mandona y muchas veces terca.
También cariñosa, platicadora, besadora, abrasadora y,
a veces por algún motivo, triste,
porque también tengo mis momentos tristes,
ésos en que pongo mi cara larga con un aire de pensante y me da por llorar.
Cuando me miro al espejo ya no busco a la que fui en el pasado.
Sonrío a la que soy hoy; me alegro del camino andado, y asumo mis errores.
¡Qué bien no sentir ese desosiego permanente que produce correr tras los sueños!
¡Qué bien! Ya aprendí a tener paciencia.
El ser humano tarda mucho en madurar… ¿Verdad?
Hoy sé, por ejemplo, que no puedo retener el mar,
aunque cuando estoy “con él”, quisiera nunca tener que dejarlo.
Hoy sólo lo contemplo, llenándome “de él”.
Y cuando llega el momento de partir, me despido diciéndole: ¡Hasta pronto!
También hoy sé que mis amigos y amigas
son peregrinos del mismo camino y que, en cualquier momento,
nos encontramos y nos queremos.
Hoy sé que nadie es responsable de mi felicidad: ¡Sólo yo!
Hoy sé que el viento extiende sus brazos
cuando camino por la calle.
Y que sólo depende de mí sentirlo.
Hoy sé que la vida es bella, porque la he visto partir ya muchas veces.
Hoy vivo la vida así como es: hermosa; con su ir y venir, con sus amores y desamores, con sus ratos de marea baja, con sus puestas de sol, con su ruido incesante.
Sólo quiero dejarla correr. No quiero pedirle nada.
Sólo quiero tener lo que yo me busque, sólo quiero lo que yo merezca.
Hoy me doy cuenta que no soy una mujer invisible.
y que no necesito que me venga a salvar un príncipe azul
en su caballo blanco, porque ni soy una princesa, ni vivo en una torre,
ni tengo a un dragón que me esté custodiando.
Hoy me reconozco mujer, capaz de amar. Sé que puedo dar, sin pedir,
pero también sé que no tengo que hacer nada,
ni dar nada que no me haga sentir bien.
Por fin encontré, hasta ahora, al ser humano que sencillamente soy,
con sus miserias y sus grandezas.
Descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser perfecta,
de estar llena de defectos, de tener debilidades, y de equivocarme;
de no responder a las expectativas de los demás y hasta hacer algunas cosas indebidas: y, a pesar de ello, sentirme bien.
Y por si fuera poco, saberme querida por muchas personas
que me respetan y me quieren por lo que soy.
Sí, así: un poco loca, mandona y muchas veces terca.
También cariñosa, platicadora, besadora, abrasadora y,
a veces por algún motivo, triste,
porque también tengo mis momentos tristes,
ésos en que pongo mi cara larga con un aire de pensante y me da por llorar.
Cuando me miro al espejo ya no busco a la que fui en el pasado.
Sonrío a la que soy hoy; me alegro del camino andado, y asumo mis errores.
¡Qué bien no sentir ese desosiego permanente que produce correr tras los sueños!
¡Qué bien! Ya aprendí a tener paciencia.
El ser humano tarda mucho en madurar… ¿Verdad?
Hoy sé, por ejemplo, que no puedo retener el mar,
aunque cuando estoy “con él”, quisiera nunca tener que dejarlo.
Hoy sólo lo contemplo, llenándome “de él”.
Y cuando llega el momento de partir, me despido diciéndole: ¡Hasta pronto!
También hoy sé que mis amigos y amigas
son peregrinos del mismo camino y que, en cualquier momento,
nos encontramos y nos queremos.
Hoy sé que nadie es responsable de mi felicidad: ¡Sólo yo!
Hoy sé que el viento extiende sus brazos
cuando camino por la calle.
Y que sólo depende de mí sentirlo.
Hoy sé que la vida es bella, porque la he visto partir ya muchas veces.
Hoy vivo la vida así como es: hermosa; con su ir y venir, con sus amores y desamores, con sus ratos de marea baja, con sus puestas de sol, con su ruido incesante.
Sólo quiero dejarla correr. No quiero pedirle nada.
Sólo quiero tener lo que yo me busque, sólo quiero lo que yo merezca.
Hoy me doy cuenta que no soy una mujer invisible.