Cuanto más inteligente es un niño y mayor su dominio del lenguaje, más furiosos resultan sus berrinches.
Supongo que un berrinche es todo ataque de llanto y gritos al cual no puedes encontrarle ninguna explicación razonable. Nadie acusa a un niño de “caprichoso” si grita asustado ante el ataque de un perro, o llora de dolor por una caída o por haber sufrido un accidente.
El problema es que algunos niños toman cualquier pequeña contrariedad como si fuera una combinación de ser perseguido por lobos y de estar encadenados en el sótano.
Hay dos corrientes de pensamiento respecto a los berrinches. Una, liderada por Penélope Leach, sostiene que uno debería descender hasta su nivel y tomarlos en brazos para darles seguridad hasta que se les pase. La otra, encabezada por un cierto pediatra australiano fanfarrón, propone encerrarles en su habitación hasta que se les pase la furia. El primer sistema se basa en el hecho de que los niños pueden asustarse ante la intensidad de su propia furia y que lo que necesitan es amor más que cualquier otra cosa. El segundo se basa en el hecho, igualmente cierto, de que los padres también se frustran y se ponen tensos cuando estalla un berrinche, y necesitan un período para calmarse. Además, cuando se trata de un niño más crecido, la falta de público a menudo hace acabar con el asunto más rápidamente. Por cierto, el peor tratamiento posible es una habitación llena de gente pendiente del niño, ofreciendo a coro sobornos, golosinas, entretenimientos, admoniciones y amenazas.
Pero, en tu lugar, no adoptaría un sistema demasiado rígido. Como en el asunto de dejar a los niños, lo más positivo es que conozcas a tu pequeño lo mejor posible y te hagas cargo de su estado emocional al máximo. Si puedes detenerle, no dejes que se produzca el ataque de furia: presta atención a la vocecita gimoteante cuando empieza a subir de volumen.
Si te es posible, hazle reír apenas empieza, para que se olvide del asunto. Las siguientes palabras, pronunciadas fuerte y deliberadamente, lograron más de una vez transformar la rabia de una criatura voluble en risitas incontenibles: “¡No seas ESTROPAJOSO!” “Cállate, GALLINOTA!” “¿Quién es una BOLSA DE GATOS LOCOS?” “¡Pero, SOMORMUJITO!”
Puedes ganar tiempo para inventar algo que le distraiga. A algunos niños se les puede calmar con un firme “¡BASTA YA!”, pero, por lo general, no ocurre así hasta que son lo suficientemente mayores -alrededor de los tres años- como para darse cuenta claramente de lo que están haciendo.
Antes de esa edad son criaturas puramente emocionales y necesitan desternillarse de risa, sorprenderse con algo que les interese. Lamento decir que también la fuerza física es efectiva: no hablo de darles cachetadas (no sirve), sino simplemente cogerles en brazos y levantarles rápidamente, hacerles dar vueltas y hacerles cosquillas hasta que se pongan histéricos.
El hecho de que esto dé resultado destruye mis teorías favoritas acerca de que “los niños son permeables a la razón y tienen su propia dignidad, la cual debe ser siempre respetada”; pero la fuerza física, en dosis pequeñas, cura berrinches incipientes como en un sueño.
Una paciente decía: Una estrategia que nos ayudó mucho durante nuestro perído más crítico fue -antes de que estallara la verdadera furia- hacer que el niño delegara el berrinche en uno de sus muñecos. Tenemos un conejo de patas y brazos largos, blandito que es ideal. Yo lo cogía, sacudía sus brazos y patas y gritaba en voz alta y furibunda: “¡No quiero, no me gusta, no quiero, buhaha, aaah!”. Mi hijo estaba encantado ante esta prueba de que alguien más sufriera sus mismos ataques y rápidamente decía, en un tono bajo y gruñón : “¡Conejo! ¡Pó-tate bien!”. Desde entonces, cada vez que empezaba el lloriqueo o el griterío, mirábamos ansiosamente hacia todos lados, fingiendo creer que era el conejo. La mitad de las veces mi hijo caía en el juego y se iba contentísimo a pelearse con el conejo.
Si la furia se desata, aquí tienes algunos tratamientos (una vez más, varios son contradictorios, pero todos han sido probados) utilizados por las madres. En el momento indicado, con la criatura indicada, todos restablecen la calma:
.-”No reconozcas ni admitas que está en pleno berrinche.”
.-”¡Imítale, hazle reír!.”
.-”Rápido a la cuna, cuanto antes, mejor; la falta de público significa el final del berrinche.”
.-”Desciende hasta su nivel: cara a cara funciona mejor.”
.-”Cambia de escena; rápido, salgamos fuera, a ver los patitos.”
.-”Tenemos una caja de botones de colores y simplemente los vamos sacando de la caja uno por uno, lentamente, hasta que el niño se interesa lo suficiente como para jugar con ellos.”
.-”Mantente tranquila, simpática y no cedas. Hablar con tranquilidad, como si el ensordecedor escándalo no existiera, me ha resultado muy efecivo.”
.-”Levántale rápidamente y ve al baño (dicho por una maestra); abre varios grifos: el agua corriente es un antídoto de las lágrimas y los gritos.”
.-”Haz algo inusual para impresionar su mente curiosa. Ponte un almohadón en la cabeza, o chilla como un ratón.”
.-”Pega un alarido (dicho por un padre), cárgate al niño en el hombro y corre. Algunas criaturas no gritarán ni se moverán mientras estés en movimiento; es un instinto primitivo.”
.-”Ríete de manera desagradable.” (Cuidado, ¡esto ofende mortalmente a los que ya son grandecitos!)
.-”Aléjate con decisión.”
.-”Siéntate cerca del niño con un biberón y una galleta de chocolate, que serán rechazados con alaridos de furia y desprecio si se los ofreces, pero serán tomados con timidez y ojos llenos de lágrimas diez o quince minutos más tarde.”
.-”Corre por todas partes cantando a voz en grito y saltando. Se quedan tan sorprendidos que se olvidan.” ( jaja, supongo que te sentirás ridícula haciendo esto, pero en verdad funciona!)
.- Dile: “Ahí viene otro grito; puedo ver cómo sale de tu frente. Rápido, miremos en el espejo para ver cómo sale; Dios mío, parece que se fue, inténtalo otra vez, da otro grito, así lo vemos salir…”
.-”Ponle en el suelo, en un lugar donde no pueda hacerse daño, y espera a cierta distancia. Apenas termine el ruido, entra rápidamente y demuéstrale que le quieres.”
.- Dile: “Puedes volver cuando te comportes civilizadamente”, y sácale fuera del cuarto. (Sólo si es mayorcito y siempre que puedas ver y oír las horribles cosas que hace fuera.)
.-”Nunca, nunca, nunca cedas. Ignora con firmeza a esa personita rígida y ponla fuera de tu vista hasta que pare de gritar.”
.-”Siéntate en el suelo, abrázale fuerte y sóplale suavemente en el oído.”
Algo que me ayuda a mantener el buen humor es una observación casual que una vez hizo Clemente, padre de cinco niños, años atrás, cuando todos los suyos eran pequeños. “¡Son tan valientes!”, dijo con admiración. “Somos muchísimo más fuertes y grandes que ellos, pero mira cómo esas criaturitas se plantan ahí, desafiándonos.” Si por un momento puedes verte como Goliat enfrentada con los pequeños y tensos rasgos de David desafiándote, quizá puedas reunir el amor y la paciencia que te hacen falta para no azotarlo.
Pero, sobre todo, lo que debes recordar es que los niños pequeños no son adultos. En consecuencia, pasado el enfado, no guardan rencor alguno hacia ti ni hacia sí mismos. El sol sale muy pronto: debes aprender a igualar su rapidez para recuperarse y fingir que no ha ocurrido nada. Un día llegará la hora de ir a la cama y te darás cuenta de que nunca ocurrió.
Saludos
Mel.
Supongo que un berrinche es todo ataque de llanto y gritos al cual no puedes encontrarle ninguna explicación razonable. Nadie acusa a un niño de “caprichoso” si grita asustado ante el ataque de un perro, o llora de dolor por una caída o por haber sufrido un accidente.
El problema es que algunos niños toman cualquier pequeña contrariedad como si fuera una combinación de ser perseguido por lobos y de estar encadenados en el sótano.
Hay dos corrientes de pensamiento respecto a los berrinches. Una, liderada por Penélope Leach, sostiene que uno debería descender hasta su nivel y tomarlos en brazos para darles seguridad hasta que se les pase. La otra, encabezada por un cierto pediatra australiano fanfarrón, propone encerrarles en su habitación hasta que se les pase la furia. El primer sistema se basa en el hecho de que los niños pueden asustarse ante la intensidad de su propia furia y que lo que necesitan es amor más que cualquier otra cosa. El segundo se basa en el hecho, igualmente cierto, de que los padres también se frustran y se ponen tensos cuando estalla un berrinche, y necesitan un período para calmarse. Además, cuando se trata de un niño más crecido, la falta de público a menudo hace acabar con el asunto más rápidamente. Por cierto, el peor tratamiento posible es una habitación llena de gente pendiente del niño, ofreciendo a coro sobornos, golosinas, entretenimientos, admoniciones y amenazas.
Pero, en tu lugar, no adoptaría un sistema demasiado rígido. Como en el asunto de dejar a los niños, lo más positivo es que conozcas a tu pequeño lo mejor posible y te hagas cargo de su estado emocional al máximo. Si puedes detenerle, no dejes que se produzca el ataque de furia: presta atención a la vocecita gimoteante cuando empieza a subir de volumen.
Si te es posible, hazle reír apenas empieza, para que se olvide del asunto. Las siguientes palabras, pronunciadas fuerte y deliberadamente, lograron más de una vez transformar la rabia de una criatura voluble en risitas incontenibles: “¡No seas ESTROPAJOSO!” “Cállate, GALLINOTA!” “¿Quién es una BOLSA DE GATOS LOCOS?” “¡Pero, SOMORMUJITO!”
Puedes ganar tiempo para inventar algo que le distraiga. A algunos niños se les puede calmar con un firme “¡BASTA YA!”, pero, por lo general, no ocurre así hasta que son lo suficientemente mayores -alrededor de los tres años- como para darse cuenta claramente de lo que están haciendo.
Antes de esa edad son criaturas puramente emocionales y necesitan desternillarse de risa, sorprenderse con algo que les interese. Lamento decir que también la fuerza física es efectiva: no hablo de darles cachetadas (no sirve), sino simplemente cogerles en brazos y levantarles rápidamente, hacerles dar vueltas y hacerles cosquillas hasta que se pongan histéricos.
El hecho de que esto dé resultado destruye mis teorías favoritas acerca de que “los niños son permeables a la razón y tienen su propia dignidad, la cual debe ser siempre respetada”; pero la fuerza física, en dosis pequeñas, cura berrinches incipientes como en un sueño.
Una paciente decía: Una estrategia que nos ayudó mucho durante nuestro perído más crítico fue -antes de que estallara la verdadera furia- hacer que el niño delegara el berrinche en uno de sus muñecos. Tenemos un conejo de patas y brazos largos, blandito que es ideal. Yo lo cogía, sacudía sus brazos y patas y gritaba en voz alta y furibunda: “¡No quiero, no me gusta, no quiero, buhaha, aaah!”. Mi hijo estaba encantado ante esta prueba de que alguien más sufriera sus mismos ataques y rápidamente decía, en un tono bajo y gruñón : “¡Conejo! ¡Pó-tate bien!”. Desde entonces, cada vez que empezaba el lloriqueo o el griterío, mirábamos ansiosamente hacia todos lados, fingiendo creer que era el conejo. La mitad de las veces mi hijo caía en el juego y se iba contentísimo a pelearse con el conejo.
Si la furia se desata, aquí tienes algunos tratamientos (una vez más, varios son contradictorios, pero todos han sido probados) utilizados por las madres. En el momento indicado, con la criatura indicada, todos restablecen la calma:
.-”No reconozcas ni admitas que está en pleno berrinche.”
.-”¡Imítale, hazle reír!.”
.-”Rápido a la cuna, cuanto antes, mejor; la falta de público significa el final del berrinche.”
.-”Desciende hasta su nivel: cara a cara funciona mejor.”
.-”Cambia de escena; rápido, salgamos fuera, a ver los patitos.”
.-”Tenemos una caja de botones de colores y simplemente los vamos sacando de la caja uno por uno, lentamente, hasta que el niño se interesa lo suficiente como para jugar con ellos.”
.-”Mantente tranquila, simpática y no cedas. Hablar con tranquilidad, como si el ensordecedor escándalo no existiera, me ha resultado muy efecivo.”
.-”Levántale rápidamente y ve al baño (dicho por una maestra); abre varios grifos: el agua corriente es un antídoto de las lágrimas y los gritos.”
.-”Haz algo inusual para impresionar su mente curiosa. Ponte un almohadón en la cabeza, o chilla como un ratón.”
.-”Pega un alarido (dicho por un padre), cárgate al niño en el hombro y corre. Algunas criaturas no gritarán ni se moverán mientras estés en movimiento; es un instinto primitivo.”
.-”Ríete de manera desagradable.” (Cuidado, ¡esto ofende mortalmente a los que ya son grandecitos!)
.-”Aléjate con decisión.”
.-”Siéntate cerca del niño con un biberón y una galleta de chocolate, que serán rechazados con alaridos de furia y desprecio si se los ofreces, pero serán tomados con timidez y ojos llenos de lágrimas diez o quince minutos más tarde.”
.-”Corre por todas partes cantando a voz en grito y saltando. Se quedan tan sorprendidos que se olvidan.” ( jaja, supongo que te sentirás ridícula haciendo esto, pero en verdad funciona!)
.- Dile: “Ahí viene otro grito; puedo ver cómo sale de tu frente. Rápido, miremos en el espejo para ver cómo sale; Dios mío, parece que se fue, inténtalo otra vez, da otro grito, así lo vemos salir…”
.-”Ponle en el suelo, en un lugar donde no pueda hacerse daño, y espera a cierta distancia. Apenas termine el ruido, entra rápidamente y demuéstrale que le quieres.”
.- Dile: “Puedes volver cuando te comportes civilizadamente”, y sácale fuera del cuarto. (Sólo si es mayorcito y siempre que puedas ver y oír las horribles cosas que hace fuera.)
.-”Nunca, nunca, nunca cedas. Ignora con firmeza a esa personita rígida y ponla fuera de tu vista hasta que pare de gritar.”
.-”Siéntate en el suelo, abrázale fuerte y sóplale suavemente en el oído.”
Algo que me ayuda a mantener el buen humor es una observación casual que una vez hizo Clemente, padre de cinco niños, años atrás, cuando todos los suyos eran pequeños. “¡Son tan valientes!”, dijo con admiración. “Somos muchísimo más fuertes y grandes que ellos, pero mira cómo esas criaturitas se plantan ahí, desafiándonos.” Si por un momento puedes verte como Goliat enfrentada con los pequeños y tensos rasgos de David desafiándote, quizá puedas reunir el amor y la paciencia que te hacen falta para no azotarlo.
Pero, sobre todo, lo que debes recordar es que los niños pequeños no son adultos. En consecuencia, pasado el enfado, no guardan rencor alguno hacia ti ni hacia sí mismos. El sol sale muy pronto: debes aprender a igualar su rapidez para recuperarse y fingir que no ha ocurrido nada. Un día llegará la hora de ir a la cama y te darás cuenta de que nunca ocurrió.
Saludos
Mel.