En la película Mi estación Preferida el director francés André Techiné retrata de forma magistral el paso del tiempo. En un momento de la cinta, una fantástica Catherine Deneuve en el papel de Emilie, una mujer madura inmersa en una complicada relación familiar, confiesa que su estación preferida es el otoño, el momento en el que empieza todo.
El otoño evoca a la infancia, cuando los niños regresan a la escuela después de un excesivo verano y se zambullen en un frenético aprendizaje. Esa misma sensación la experimentan los adultos cuando se incorporan de nuevo al trabajo.
Y en ese momento de la vida, con las hojas de los árboles amarilleando y la lozanía de la juventud languideciendo, la mujer alcanza su momento álgido. Los años de formación profesional e intelectual vividos, la experiencia laboral y la sabiduría acumuladas permiten que en ese estadio de la vida las féminas estén preparadas para asumir sus mayores retos.
Sin embargo, en una sociedad en la que el papel de las mujeres se reduce todavía a su función reproductora y a la dictadura del aspecto físico, la mujer pasa de ser demasiado joven a ser, de repente, demasiado vieja, sin un estadio intermedio.
No existe una estación preferida para ellas. Cuando son jóvenes se las mira con desconfianza para ocupar determinados puestos de responsabilidad, como eternas hijas. Un temor que no inspiran los hombres jóvenes, que mandan antes y siempre se encuentran plenamente preparados para ello, a cualquier edad.
Cuando la juventud femenina se desvanece, las mujeres son de repente demasiado mayores para ser promocionadas. El binomio juventud y belleza juega en contra cuando se tiene y también cuando se pierde. Igual que la fertilidad de la mujer. Y el triste intento de borrar el paso del tiempo a golpe de bisturí, como las estrellas de Hollywood para lograr papeles que no sean de abuelas o de suegras, las convierte en blanco de mofas y escarnios, como ha ocurrido con la falsa operación de estética de la bella Uma Thurman. En el celuloide, en cambio, ellos siguen corriendo aventuras y seduciendo a jovencitas a edades muy avanzadas.
Las mujeres están claramente relegadas de los puestos de mando en la sociedad. Apenas el 17,32% de los sillones de los consejos de administración del Ibex 35 están ocupados por mujeres, mientras que la media europea se sitúa en el 20,2%. Y lo están porque los que deciden las promociones de las mujeres son hombres y, porque la sociedad reproduce constantemente mensajes que inhiben la ambición femenina. Para ellos, las féminas nunca están en la estación adecuada para llegar arriba. Tan jóvenes y tan viejas.
(articulo extraído de Internet)
El otoño evoca a la infancia, cuando los niños regresan a la escuela después de un excesivo verano y se zambullen en un frenético aprendizaje. Esa misma sensación la experimentan los adultos cuando se incorporan de nuevo al trabajo.
Y en ese momento de la vida, con las hojas de los árboles amarilleando y la lozanía de la juventud languideciendo, la mujer alcanza su momento álgido. Los años de formación profesional e intelectual vividos, la experiencia laboral y la sabiduría acumuladas permiten que en ese estadio de la vida las féminas estén preparadas para asumir sus mayores retos.
Sin embargo, en una sociedad en la que el papel de las mujeres se reduce todavía a su función reproductora y a la dictadura del aspecto físico, la mujer pasa de ser demasiado joven a ser, de repente, demasiado vieja, sin un estadio intermedio.
No existe una estación preferida para ellas. Cuando son jóvenes se las mira con desconfianza para ocupar determinados puestos de responsabilidad, como eternas hijas. Un temor que no inspiran los hombres jóvenes, que mandan antes y siempre se encuentran plenamente preparados para ello, a cualquier edad.
Cuando la juventud femenina se desvanece, las mujeres son de repente demasiado mayores para ser promocionadas. El binomio juventud y belleza juega en contra cuando se tiene y también cuando se pierde. Igual que la fertilidad de la mujer. Y el triste intento de borrar el paso del tiempo a golpe de bisturí, como las estrellas de Hollywood para lograr papeles que no sean de abuelas o de suegras, las convierte en blanco de mofas y escarnios, como ha ocurrido con la falsa operación de estética de la bella Uma Thurman. En el celuloide, en cambio, ellos siguen corriendo aventuras y seduciendo a jovencitas a edades muy avanzadas.
Las mujeres están claramente relegadas de los puestos de mando en la sociedad. Apenas el 17,32% de los sillones de los consejos de administración del Ibex 35 están ocupados por mujeres, mientras que la media europea se sitúa en el 20,2%. Y lo están porque los que deciden las promociones de las mujeres son hombres y, porque la sociedad reproduce constantemente mensajes que inhiben la ambición femenina. Para ellos, las féminas nunca están en la estación adecuada para llegar arriba. Tan jóvenes y tan viejas.
(articulo extraído de Internet)