En el interior de cada persona hay un niño que anhela alcanzar sus sueños infantiles, lo que nos distingue como adultos es si hemos perdido la ilusión sobre lo que nos motiva y emociona o si mantenemos esa conexión con las estrellas que ilumina y da sentido a la existencia.
Perseverar, como adultos, en el intento de ser positivos, poniendo “al mal tiempo buena cara” y siendo conscientes de que todo en la vida es aprendizaje y que las situaciones más duras probablemente estén cargadas de lecciones para madurar, sería la clave para enfocar los reveses de la vida de una manera más saludable.
En muchas ocasiones, la escuela de la vida no pone nada fácil, el mantener el frescor y la vitalidad juvenil de cara a afrontar, como adultos, determinadas situaciones muy conflictivas que se suelen presentar, además sin avisar. Crecer en un mundo de competitividad insana donde conceptos como “el éxito” y “el fracaso” nos ponen la desdeñable etiqueta de “ganadores” o de “perdedores” es un peso más a la hora de encontrar nuestro camino en la vida.
Esta escuela vitalicia a veces imparte asignaturas muy duras que nos marcan para siempre, quedando clasificadas en el apartado de “asuntos pendientes”. Al hilo de este asunto, me llamó la atención un documental que pusieron en la televisión, donde mostraban el tremendo contraste entre la forma de vivir de personas millonarias y la de gente que sufría el desamparo del desempleo en plena crisis económica.
A pesar de que “poderoso caballero es Don Dinero” y que dicen que no da la felicidad, pero que ayuda a conseguirla… hay actitudes ante la vida que no están relacionadas con el capital que uno posea, sino con la ilusión que uno mantenga para continuar “vivo” en todos los aspectos de la palabra. Muchos millonarios continúan trabajando diariamente por mantener sus proyectos y verlos crecer, aunque podrían prescindir de esa lucha para rendirse ante la comodidad. Para el pesimista hay sueños frustrados, mientras que para el optimista sólo hay sueños pendientes…
Para reflexionar sobre este asunto, la vida nos obliga a pasar, con mayor o menor fortuna, por la puerta estrecha de la famosa “Crisis de los 40” que conlleva hacer una parada para la introspección de lo que ha sido nuestra vida hasta el momento. “Cómo nos deje el cuerpo esta experiencia”, dependerá, de nuevo, del enfoque que le demos a nuestra vida. Mirarla con cariño, agradecimiento, amabilidad y coraje serían las claves para una reflexión sanadora, sin comparaciones ni victimismos. Nuestra vida pasada no va a cambiar, nos guste o no, pero si que podemos transmutar el enfoque que hagamos de los sueños frustrados, abandonados con el paso de los años y la monotonía, por el afán de aferrarnos a una “seguridad ilusoria”, que se hace cada vez más patente en el frenético ritmo de vida actual, donde todo es efímero…
“Aquella pareja que se rompió o nunca se consiguió, aquel trabajo que no nos dieron o no pudimos mantener, aquel hijo que no tuvimos o aquella familia que perdimos, aquel familiar que falleció o esa soledad que nos acompaña sin saber cómo llenarla”. Todas esas realidades que guardamos en una caja de pandora, en un lugar del subconsciente y que no solemos querer abrir al menos que un día nos sorprenda a través de recuerdos.
Cuando esto ocurra y la pena nos invada quizás sea el momento de cambiar la sintonía mental para reconocer todo lo positivo que hay en nuestras vidas y recordar dar gracias por ello. Dicen que una misma historia puede enfocarse de maneras muy diferentes, en el caso de las trágicas desgracias sobrenaturales también despiertan la compasión y la solidaridad humana. Toda experiencia negativa tiene una polaridad positiva, aunque muchas veces nos cueste reconocerla.
En la dualidad de la danza de la vida donde la tristeza y la alegría se cogen de la mano, somos nosotros los que tenemos la capacidad de decidir cómo queremos vivir si desde la negación de la vida o desde la aceptación de la misma. El niño que se hace adulto tiene que llegar a un consenso consigo mismo en cuanto a cómo asumir las responsabilidades de la madurez, si enterrando su magia interior como algo infantil o manteniendo su fe en la luz de las estrellas… y esperando que su lluvia púrpura le bañe de ilusión de por vida.