María Cicuéndez, periodista y maestra de reiki, nos habla del poder de los alimentos y la cocina, con respecto a la autoestima y al equilibrio emocional. Un precioso artículo que se puede percibir con los cinco sentidos. Cuerpo
Decía Teresa de Jesús, con su natural gracia, que “entre pucheros andaba Dios”, como ensalzando la magia y alquimia que encierra el mezclar alimentos entre especias, aromas y salsas que nutren el cuerpo y el alma acercándonos al misterio que entraña la propia existencia.
No tenemos respuestas para muchas preguntas, pero lo que todos sabemos es que cuando disfrutamos de buenas comidas algo sonríe por dentro, como si nuestro Ser, o Esencia más profunda viviera un momento de conexión con nosotros mismos mediante los frutos de la tierra.
Entre los pucheros, mientras preparamos recetas, si los hados lo permiten, puede darse que se cree un momento mágico, alquímico, y que entre el borboteo de las ollas, alcancemos a escuchar el murmullo de nuestros ancestros preparando los mismos platos que ahora hacemos nosotros. Mismos manjares, distintas sensaciones…
¿Les preocuparía a ellos también ganarse “el pan de cada día”? ¿Sufrirían por estar demasiado gordos o demasiado delgados?... ¿Pesaría un “siempre demasiado algo”… en sus vidas?... ¿Cuál sería la motivación de nuestros ancestros al cocinar?... ¿Además de subsistir, ganarse el cariño y aprobación de otros?... ¿Mejorar su autoestima?... ¿Hacer lo que se esperaba de ellos?...
Mientras la salsa espesa se pueden escuchar voces de mujeres que asienten en cuanto a responder a las expectativas de la sociedad sobre ellas, como “proveedoras”, como esposas, como madres, como “las que nutren... las que tienen que hacerlo”… Suspiros de mujeres y ojos llorosos al pelar cebollas, mientras los hijos crecen, mientras el esposo trabaja…mientras la vida pasa…en soledad o en compañía… Voces en la lejanía de hombres cocineros, los menos, los que disfrutan de la caza y de las recetas de su tierra, de los buenos vinos.
Y siempre el mismo mensaje de cuidar a otros a través del alimento, de amamantarles mediante la energía que esconde cada semilla. Pero ¿conseguiremos sustentar a otros si no empezamos por nutrirnos a nosotros mismos?
¿Sabríamos transmutar el “mira lo que te he cocinado para cuidarte y para que me quieras y consideres valiosa” por la satisfacción de guisar para nosotros mismos y que nuestro propio paladar nos dé la aprobación de proveernos de salud? ¿Podríamos aprender a incorporar en nuestras vidas el concepto de darnos comida sana para sentirnos en armonía y por tanto en sintonía con nosotros mismos?
Dicen los ancestros que “Sí”, que por encima de estar guapos para otros y de conseguir su aprobación a través de nuestros guisos y caldos, existe la necesidad vital de aprender a cuidarnos, también a través de la alimentación que elegimos para nosotros mismos a lo largo del año, cuando la madre tierra, a través de sus ciclos, nos provee los frutos de sus entrañas.
Decía Teresa de Jesús, con su natural gracia, que “entre pucheros andaba Dios”, como ensalzando la magia y alquimia que encierra el mezclar alimentos entre especias, aromas y salsas que nutren el cuerpo y el alma acercándonos al misterio que entraña la propia existencia.
No tenemos respuestas para muchas preguntas, pero lo que todos sabemos es que cuando disfrutamos de buenas comidas algo sonríe por dentro, como si nuestro Ser, o Esencia más profunda viviera un momento de conexión con nosotros mismos mediante los frutos de la tierra.
Entre los pucheros, mientras preparamos recetas, si los hados lo permiten, puede darse que se cree un momento mágico, alquímico, y que entre el borboteo de las ollas, alcancemos a escuchar el murmullo de nuestros ancestros preparando los mismos platos que ahora hacemos nosotros. Mismos manjares, distintas sensaciones…
¿Les preocuparía a ellos también ganarse “el pan de cada día”? ¿Sufrirían por estar demasiado gordos o demasiado delgados?... ¿Pesaría un “siempre demasiado algo”… en sus vidas?... ¿Cuál sería la motivación de nuestros ancestros al cocinar?... ¿Además de subsistir, ganarse el cariño y aprobación de otros?... ¿Mejorar su autoestima?... ¿Hacer lo que se esperaba de ellos?...
Mientras la salsa espesa se pueden escuchar voces de mujeres que asienten en cuanto a responder a las expectativas de la sociedad sobre ellas, como “proveedoras”, como esposas, como madres, como “las que nutren... las que tienen que hacerlo”… Suspiros de mujeres y ojos llorosos al pelar cebollas, mientras los hijos crecen, mientras el esposo trabaja…mientras la vida pasa…en soledad o en compañía… Voces en la lejanía de hombres cocineros, los menos, los que disfrutan de la caza y de las recetas de su tierra, de los buenos vinos.
Y siempre el mismo mensaje de cuidar a otros a través del alimento, de amamantarles mediante la energía que esconde cada semilla. Pero ¿conseguiremos sustentar a otros si no empezamos por nutrirnos a nosotros mismos?
¿Sabríamos transmutar el “mira lo que te he cocinado para cuidarte y para que me quieras y consideres valiosa” por la satisfacción de guisar para nosotros mismos y que nuestro propio paladar nos dé la aprobación de proveernos de salud? ¿Podríamos aprender a incorporar en nuestras vidas el concepto de darnos comida sana para sentirnos en armonía y por tanto en sintonía con nosotros mismos?
Dicen los ancestros que “Sí”, que por encima de estar guapos para otros y de conseguir su aprobación a través de nuestros guisos y caldos, existe la necesidad vital de aprender a cuidarnos, también a través de la alimentación que elegimos para nosotros mismos a lo largo del año, cuando la madre tierra, a través de sus ciclos, nos provee los frutos de sus entrañas.