Tarde de otoño, tarde de lluvia, conversación de mujeres entorno al té, ritual asiático que los ingleses incorporaron a sus vidas para darles un toque de exotismo y de calor...
Mujeres dolidas porque sus madres no aceptan, ni aprueban sus decisiones vitales. Hijas doblegadas o expulsadas de sus entornos familiares si no pasan por el aro al que se sometieron casi todas sus ancestras, si no agachan la cabeza y asumen también que lo que deberían hacer como mujeres es formar una familia y tener hijos, cuidarles para el resto de sus vidas. Tareas del hogar a lo que actualmente se añade la carga profesional para además de ayudar económicamente en casa, realizarse en el ámbito laboral. Conciliación de una vida cargada de responsabilidades que elegida es una dicha y sometida a ella puede resultar una cárcel y motivo de múltiples depresiones, enfermedades del alma que no curan las pastillas.
Conversación de mujeres de diferentes perfiles y un mismo conflicto: ser lo que sus madres, padres, entorno espera de ellas, o ser valientes y consecuentes y decidir qué es lo que ellas quieren para si mismas, lo que siempre implica pasar por el laberinto de los espejismos, de la durísima “Búsqueda de Visión”, a través de la cual, romper con las creencias de lo que un día pensamos queríamos para nuestra vida y que llegado un momento dejó de cobrar sentido. ¿Realmente queríamos casarnos y tener hijos?... ¿Fue una elección o simplemente lo que se esperaba de nosotras?... ¿Amábamos a nuestra pareja con el corazón o era un buen partido, alguien aceptado por nuestro entorno?... La princesa que debe casarse de blanco o la mujer que simplemente ama a un hombre sin necesidad de mayor contrato que el sello del amor sincero.
Los caminos del laberinto del viaje iniciático son múltiples y angulosos, pudiendo quedar una atrapada en espejismos más complacientes que el anhelo de “dar con la salida”… En la búsqueda de la aceptación y el reconocimiento ajeno es fácil caer en roles de “madres corajes” o “feministas reivindicativas” como si en la vida actual hubiera que decantarse bien por ser “conservadora” o ser “progre”… cuando la opción más sabia sería no caer en compartimentos estanco, en clasificar a las personas con etiquetas como si fueran “bichos raros” a los que estudia un biólogo y simplemente comprender que cada persona es libre por derecho propio y que debería poder elegir cómo quisiera vivir su vida sin juicios propios o ajenos.
Tarde de lluvia, las mujeres parecen encontrar refugio en la conversación en el calor humano en el reflejo en cada una de ellas. Mujeres que por pasar de los 35 años ya están consideradas en otra categoría de cara a tener hijos, reloj biológico que marca unas horas malditas para las mujeres que se enfrentan a si mismas ante la terrible decisión entre desarrollar su vida personal o profesional. Mujeres que lloran porque supuestamente les queda poco tiempo para concebir, un tema tratado, normalmente, con poca delicadeza entre los ginecólogos. Mujeres que quieren abortar y mujeres que desean tener hijos y no pueden. Enfermedades de transmisión sexual que progresivamente son más frecuentes en adolescentes cada vez más jóvenes. Falta de información sexual, tabú religioso, pecado, en los entornos más conservadores y concienciación en los sectores más vinculados a los derechos humanos.
Mujeres con títulos universitarios o sin ellos, mujeres que han viajado por el mundo o no han salido de su provincia, o incluso de su pueblo, diferentes e iguales en cuanto a la decisión de cómo quieren vivir su vida, le pese a quién le pese.
A pesar de la oscuridad del camino laberíntico, si perseveramos, encontraremos nuestras respuestas en el silencio… siguiendo nuestro instinto como guía fiel en los engaños y comodidades de la vida. Ha dejado de llover y brilla el sol. Las mujeres sonríen liberándose de la culpabilidad por ser fieles a ellas mismas.
María Cicuéndez