Esté físicamente o no en el cuerpo, nuestro útero es una sagrada vasija en la que se gesta la vida en sus diversas manifestaciones. Seamos mamás o no, en cualquiera de las lunas que transitemos (de acuerdo con nuestra edad cronológica), el útero representa ese poder interior que la madre luna infunde en nosotros. Somos seres de ciclos. ¡Hay divinidad en el cuerpo femenino! ¡Venerémoslo!
La luna tiene 9 ciclos, que se manifiestan en 28 días. Igual las mujeres. También crecemos, nos sentimos plenas y menguamos, como ella. Somos lunas crecientes, llenas y menguantes. Lo que pasa es que no nos damos cuenta.
Cuando la niña crece y presenta su primera menstruación, solemos sentir, erróneamente por cierto, inquietud por ella. Creemos que se avecina una época de dolor y tristeza. No nos ponemos a pensar en el misterio de la vida que se gesta ya en su interior. Aunque decida no ser madre, en ella ya existe ese poder. Aquel que algunos llaman intuición. Yo le llamaría ternura, compasión y, mejor aún, fuerza creativa.
En tiempos inmemoriales solían festejar en grupo cuando las niñas menstruaban por primera vez. Era una época de alegría. Por lo tanto, también de salud. En ese tiempo las mujeres se conectaban con la fuerza creativa y sanadora que residía en ellas. Ni por asomo existía la idea de dolor que las mujeres hemos ido acumulando con el tiempo. Esa idea que ahora genera estados de poca salud y que debemos transformar ya.
Pasa el tiempo y el útero sigue adquiriendo poder. Llega el momento de luna llena. Las mujeres que deciden ser madres ocupan su útero en esta creativa y hermosa tarea. Las que no somos madres nos convertimos, de otro modo, en cuidadoras, sanadoras y dadoras de vida. Siempre guardando en nuestro útero amor y protección hacia los demás. Como un divino caldero lleno de pociones mágicas para otorgar bienestar. ¡Ese es nuestro don!
El círculo de la vida sigue girando y llega la luna menguante: el climaterio. En ese momento, el líquido sagrado que nos conectaba con el exterior se queda dentro y nos da sabiduría. Así es, una mujer en el climaterio se convierte, para los pueblos sabios y antiguos, en la consejera. Ellos sabían que la sangre de su caldero sagrado, su útero, se queda dentro y le da la capacidad de discernir más allá de lo visible. Por eso, se convierte en una sacerdotisa. Alguien para venerar.
Darnos cuenta de este proceso nos ayuda, como mujeres, a entender que cada una de nuestras etapas es sagrada y venerable. Ninguna es más importante que otra, pero todas lo son por sí mismas. El útero, aunque haya sido extirpado, existe espiritualmente y sigue siendo objeto de veneración y respeto por todas nosotras.
Te invito a que veneres tus ciclos, que los festejes, que entiendas que cada proceso tiene su razón de ser y te hace mejor persona: más sabia, más creativa, más amada por ti y por todos los que te rodean. Ser mujer es un misterio. Un misterio de luna perfecto y cierto.
Georgina Illien Cárdenas Corona
La luna tiene 9 ciclos, que se manifiestan en 28 días. Igual las mujeres. También crecemos, nos sentimos plenas y menguamos, como ella. Somos lunas crecientes, llenas y menguantes. Lo que pasa es que no nos damos cuenta.
Cuando la niña crece y presenta su primera menstruación, solemos sentir, erróneamente por cierto, inquietud por ella. Creemos que se avecina una época de dolor y tristeza. No nos ponemos a pensar en el misterio de la vida que se gesta ya en su interior. Aunque decida no ser madre, en ella ya existe ese poder. Aquel que algunos llaman intuición. Yo le llamaría ternura, compasión y, mejor aún, fuerza creativa.
En tiempos inmemoriales solían festejar en grupo cuando las niñas menstruaban por primera vez. Era una época de alegría. Por lo tanto, también de salud. En ese tiempo las mujeres se conectaban con la fuerza creativa y sanadora que residía en ellas. Ni por asomo existía la idea de dolor que las mujeres hemos ido acumulando con el tiempo. Esa idea que ahora genera estados de poca salud y que debemos transformar ya.
Pasa el tiempo y el útero sigue adquiriendo poder. Llega el momento de luna llena. Las mujeres que deciden ser madres ocupan su útero en esta creativa y hermosa tarea. Las que no somos madres nos convertimos, de otro modo, en cuidadoras, sanadoras y dadoras de vida. Siempre guardando en nuestro útero amor y protección hacia los demás. Como un divino caldero lleno de pociones mágicas para otorgar bienestar. ¡Ese es nuestro don!
El círculo de la vida sigue girando y llega la luna menguante: el climaterio. En ese momento, el líquido sagrado que nos conectaba con el exterior se queda dentro y nos da sabiduría. Así es, una mujer en el climaterio se convierte, para los pueblos sabios y antiguos, en la consejera. Ellos sabían que la sangre de su caldero sagrado, su útero, se queda dentro y le da la capacidad de discernir más allá de lo visible. Por eso, se convierte en una sacerdotisa. Alguien para venerar.
Darnos cuenta de este proceso nos ayuda, como mujeres, a entender que cada una de nuestras etapas es sagrada y venerable. Ninguna es más importante que otra, pero todas lo son por sí mismas. El útero, aunque haya sido extirpado, existe espiritualmente y sigue siendo objeto de veneración y respeto por todas nosotras.
Te invito a que veneres tus ciclos, que los festejes, que entiendas que cada proceso tiene su razón de ser y te hace mejor persona: más sabia, más creativa, más amada por ti y por todos los que te rodean. Ser mujer es un misterio. Un misterio de luna perfecto y cierto.
Georgina Illien Cárdenas Corona