El egoísmo es lo que me hace pretenciosamente tratar de ser distinto, diferente, autónomo, y esto es siempre frustrado, ya que soy parte integrante de un todo y como tal no soy ni autónomo ni independiente, tengo una completa interdependencia de todo, de la naturaleza, de la sociedad.
Existe un catalizador que facilita al Alma la extinción del egoísmo y este es el sufrimiento.
El sufrimiento en sí es la prueba indispensable que el alma necesita para borrar el egoísmo, el orgullo, la soberbia; porque aun cuando alguien crea que no tiene soberbia u orgullo, ahí la tiene escondida en un repliegue del Alma, y cuando se presenta una situación desagradable, humillante, entonces surge el egoísmo, lo que le llaman muchos el “amor propio”, surge esa inconformidad.
Si algo te hace sufrir y tú reaccionas negativamente, con agresión, entonces no te sirve de mucho, significa que no estás superando la prueba. Se necesita tener magnanimidad, nobleza y saber perdonar; eso es indispensable para que podamos asimilar la prueba, trascenderla, servirnos de ese sufrimiento para allanar el camino que conduce hacia arriba.
Las penas son pasajeras, pertenecen al mundo de las apariencias. La Felicidad Divina es eterna, entonces no te apegues a lo aparente, a lo transitorio, conduce tu Alma hacia la Eternidad.
Si tu orgullo o tu soberbia se han desecho y sientes luto en el Alma, debes saber entonces que estás en la ruta precisa, no hay necesidad de que reestructures tu orgullo despedazado; déjalo, sigue para delante, puesto que si has muerto, en ese momento has muerto dentro de la ruta que conduce a Dios, eres bienaventurado porque “bienaventurados son los que mueren en Dios”. Es decir los que mueren en su defecto y renacen a una virtud