Las grandes pasiones de los primeros años no constituyen garantía de una unión durable
Casi todas las parejas suelen tener los mismos conflictos
Casi el 70% de los problemas de pareja no tienen solución
Los problemas no disminuyen con el tiempo, sino que se agravan
Las parejas discuten por los mismos temas a través de los años
Las parejas que se divorcian tienen la misma cantidad de dificultades que las que permanecen juntas
La similitud de caracteres o de opiniones no son garantía para una relación estable
No existen parejas que sean incompatibles
Estas son algunos de los hallazgos de investigaciones realizadas en países tan disímiles como Australia, Alemania, Países Bajos y Nueva Zelanda llevadas a cabo, entre otros, por John Gottman y Clifford Notarius.
Por su parte, Ted Huston, en sus estudios de seguimiento a parejas recién casadas, encuentra que aquellas que se divorcian no se diferencian en casi ninguna categoría de las que permanecen casadas. La probabilidad de separación no se relaciona ni con la cantidad de desacuerdos ni con los tópicos conflictivos. Lo que distingue a las relaciones sólidas de las frágiles es la forma cómo se manejan los conflictos y la capacidad de aceptación de aquello que no se puede modificar.
Según Gottman, el problema no radica en las diferencias o conflictos mismos, pues son comunes e inevitables en la inmensa mayoría de las relaciones; sino que aquellas parejas que acaban separándose suelen quedar entrampadas dentro de intensas emociones negativas y caen en una espiral autodestructiva consistente en emplear sistemáticamente cuatro mecanismos comunicacionales que son altamente dañinas dado que dificultan solucionar lo enmendable o bien aceptar lo incambiable. Estando presentes en las interacciones de una pareja, se puede predecir el divorcio con un 85% o más de seguridad, especialmente si ellos no efectúan acciones reparatorias. Debido a su gravedad los denominó como Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis y se constituyen en los principales predictores del divorcio, a saber: Defensividad, Indiferencia, Crítica y Desprecio.
Defensividad: rígida actitud de defensa automática ante lo que es percibido como ataque, eludiendo nuestra cuota de responsabilidad en la construcción del conflicto y desconfirmando las percepciones del otro. Se recurre a las tácticas de negación, no admitir estar equivocado, buscar excusas, inventar explicaciones, responder con otra queja y/o contraatacar. Con todo lo anterior se está implícitamente culpando en forma indirecta a nuestra pareja e invalidando su queja. El mensaje que emitimos es: “El problema no soy yo”. Al tratar de anticipar ataques potenciales, podemos caer en un estado hipersensible y de moderada paranoia, sintiendo que el responsable del malestar es el otro.
Indiferencia: en vez de emitir señales de estar atentos a la conversación, asumimos una postura evasiva de distanciamiento y superioridad consistente en desconectarse y replegarse en uno mismo, ignorando al otro como si no nos importara. Se recurre a las maniobras de poner cara inexpresiva, apartar la mirada, responder lacónicamente o mantenerse en total silencio. Con ello estamos implicando que hemos efectuado una condena previa en contra de nuestra pareja, desvirtuando su queja. Si sentimos que una situación es insoluble, probablemente creamos que la insensibilidad es la única salida o la menos destructiva. Usada de vez en cuando, esta táctica puede constituir una última defensa para no atacar. No obstante, empleada como norma, está reflejando un deseo de escapar más que un intento de aplacar los ánimos.
Critisismo: a diferencia de una queja, la crítica consiste en descalificaciones o ataques personales implacables y/o excesivos. Implica mucho más que una simple protesta por una conducta específica. Se trata de un atentado en contra de la otra persona, puesto que en el fondo es un juicio dirigido a su carácter y no a sus actos. Generalmente incluye las acciones de culpar y difamar, así como el uso del nunca y del siempre. Las críticas tienen un impacto emocional muy corrosivo, dejando al receptor avergonzado, disgustado, ultrajado y humillado.
Desprecio:[] implica una ostensible falta de respeto, de mirar en menos al otro y/o de sentir aversión. Incluye el uso del sarcasmo y del humor hostil, poner cara de desprecio o los ojos en blanco en un gesto de resignación o bien fruncir el labio, señal universal de disgusto. La forma más evidente consiste en la ridiculización mediante la burla remedando y en el insulto directo («idiota», «puta»), aunque el lenguaje corporal puede reflejar grados aun peores de menosprecio. Similar al odio, el desprecio puede relacionarse con la indignación y la amargura, creciendo a medida que vamos almacenando y alimentando durante largo tiempo pensamientos negativos acerca de nuestra pareja. Fuera del rencor, también refleja un sentimiento de superioridad, donde se mira al otro con condescendencia, devaluándolo y considerándolo indigno.
Estos cuatro mecanismos se van gestando desde los inicios de la relación, agudizándose en períodos más vulnerables (como la llegada del primer hijo) y cada una de ellas sienta las bases para la siguiente, siendo el desprecio el más destructivo de todos. Se trata de factores que actúan como causa-efecto y que, en el fondo, implican que se ha efectuado un mudo veredicto de culpabilidad en contra del otro y lo que se le transmite es una sensación de rechazo, lo cual atenta contra la necesidad básica de sentirnos aprobados, aceptados y valorados por nuestra pareja. Si bien en ciertos momentos casi todos podemos habernos sentido rechazados y podemos haber incurrido ocasionalmente en algunos de ellos, la forma como se maneje esta situación determinará el nivel de daño que puede ocasionar.
En otras palabras, las disputas no son negativas en sí mismas y dentro de una relación funcional nos deberíamos sentir lo suficientemente seguros como para discutir o protestar abiertamente. No obstante, si no nos sentimos escuchados ni considerados, algo que partió como una queja concreta puede transformarse en un ataque. Pero una pareja se tornará disfuncional y estará en riesgo de divorcio solamente cuando recurre sistemáticamente a dichas maniobras comunicacionales, si predominan las interacciones negativas al no ser capaces de salirse de la espiral de agresiones, si no logran manejar el enojo sin menospreciar al otro y cuando no se intentan acciones reparatorias.
Los investigadores han identificado 5 tipos de matrimonios, cada uno con distintos riesgos de divorcio:
Uno busca y el otro elude: es el tipo que tiene el riesgo más alto de fracaso. Generalmente es la mujer la que plantea los problemas y el hombre los desestima.
Desprendidos (desapegados): riesgo alto. Se trata de personas emocionalmente distantes que parecen no necesitar intimidad; reflejan falta de interés mutuo.
Inestables: riesgo alto. Se trata de personas volátiles y que se exaltan fácilmente. Su relación se caracteriza por ciclos de peleas y de acercamiento sexual.
Unidos: riesgo bajo. Esta pareja comparte las responsabilidades y al mismo tiempo gozan de autonomía. El matrimonio es para ellos un refugio.
Tradicionales: es el de menor riesgo. La pareja comparte una interpretación tradicional del papel preestablecido para cada género.
Según Gottman, las parejas que se mantienen juntas pueden ser clasificadas en tres grupos:
Inestables: algunas veces pelean y otras están apasionadamente involucradas
Sólidas: se aprecian y apoyan, son funcionales y satisfactorias
Evasivas: viven vidas paralelas pero continúan casados
Las parejas de los dos primeros grupos se declaran satisfechas con su vida matrimonial, mientras que los últimos estarían insatisfechas, pero por una serie de razones como el temor a estar solo, la dependencia mutua o sus ideales de familia, prefieren permanecer viviendo juntos.
Autor resumen: Alejandra Godoy Haeberle
Casi todas las parejas suelen tener los mismos conflictos
Casi el 70% de los problemas de pareja no tienen solución
Los problemas no disminuyen con el tiempo, sino que se agravan
Las parejas discuten por los mismos temas a través de los años
Las parejas que se divorcian tienen la misma cantidad de dificultades que las que permanecen juntas
La similitud de caracteres o de opiniones no son garantía para una relación estable
No existen parejas que sean incompatibles
Estas son algunos de los hallazgos de investigaciones realizadas en países tan disímiles como Australia, Alemania, Países Bajos y Nueva Zelanda llevadas a cabo, entre otros, por John Gottman y Clifford Notarius.
Por su parte, Ted Huston, en sus estudios de seguimiento a parejas recién casadas, encuentra que aquellas que se divorcian no se diferencian en casi ninguna categoría de las que permanecen casadas. La probabilidad de separación no se relaciona ni con la cantidad de desacuerdos ni con los tópicos conflictivos. Lo que distingue a las relaciones sólidas de las frágiles es la forma cómo se manejan los conflictos y la capacidad de aceptación de aquello que no se puede modificar.
Según Gottman, el problema no radica en las diferencias o conflictos mismos, pues son comunes e inevitables en la inmensa mayoría de las relaciones; sino que aquellas parejas que acaban separándose suelen quedar entrampadas dentro de intensas emociones negativas y caen en una espiral autodestructiva consistente en emplear sistemáticamente cuatro mecanismos comunicacionales que son altamente dañinas dado que dificultan solucionar lo enmendable o bien aceptar lo incambiable. Estando presentes en las interacciones de una pareja, se puede predecir el divorcio con un 85% o más de seguridad, especialmente si ellos no efectúan acciones reparatorias. Debido a su gravedad los denominó como Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis y se constituyen en los principales predictores del divorcio, a saber: Defensividad, Indiferencia, Crítica y Desprecio.
Defensividad: rígida actitud de defensa automática ante lo que es percibido como ataque, eludiendo nuestra cuota de responsabilidad en la construcción del conflicto y desconfirmando las percepciones del otro. Se recurre a las tácticas de negación, no admitir estar equivocado, buscar excusas, inventar explicaciones, responder con otra queja y/o contraatacar. Con todo lo anterior se está implícitamente culpando en forma indirecta a nuestra pareja e invalidando su queja. El mensaje que emitimos es: “El problema no soy yo”. Al tratar de anticipar ataques potenciales, podemos caer en un estado hipersensible y de moderada paranoia, sintiendo que el responsable del malestar es el otro.
Indiferencia: en vez de emitir señales de estar atentos a la conversación, asumimos una postura evasiva de distanciamiento y superioridad consistente en desconectarse y replegarse en uno mismo, ignorando al otro como si no nos importara. Se recurre a las maniobras de poner cara inexpresiva, apartar la mirada, responder lacónicamente o mantenerse en total silencio. Con ello estamos implicando que hemos efectuado una condena previa en contra de nuestra pareja, desvirtuando su queja. Si sentimos que una situación es insoluble, probablemente creamos que la insensibilidad es la única salida o la menos destructiva. Usada de vez en cuando, esta táctica puede constituir una última defensa para no atacar. No obstante, empleada como norma, está reflejando un deseo de escapar más que un intento de aplacar los ánimos.
Critisismo: a diferencia de una queja, la crítica consiste en descalificaciones o ataques personales implacables y/o excesivos. Implica mucho más que una simple protesta por una conducta específica. Se trata de un atentado en contra de la otra persona, puesto que en el fondo es un juicio dirigido a su carácter y no a sus actos. Generalmente incluye las acciones de culpar y difamar, así como el uso del nunca y del siempre. Las críticas tienen un impacto emocional muy corrosivo, dejando al receptor avergonzado, disgustado, ultrajado y humillado.
Desprecio:[] implica una ostensible falta de respeto, de mirar en menos al otro y/o de sentir aversión. Incluye el uso del sarcasmo y del humor hostil, poner cara de desprecio o los ojos en blanco en un gesto de resignación o bien fruncir el labio, señal universal de disgusto. La forma más evidente consiste en la ridiculización mediante la burla remedando y en el insulto directo («idiota», «puta»), aunque el lenguaje corporal puede reflejar grados aun peores de menosprecio. Similar al odio, el desprecio puede relacionarse con la indignación y la amargura, creciendo a medida que vamos almacenando y alimentando durante largo tiempo pensamientos negativos acerca de nuestra pareja. Fuera del rencor, también refleja un sentimiento de superioridad, donde se mira al otro con condescendencia, devaluándolo y considerándolo indigno.
Estos cuatro mecanismos se van gestando desde los inicios de la relación, agudizándose en períodos más vulnerables (como la llegada del primer hijo) y cada una de ellas sienta las bases para la siguiente, siendo el desprecio el más destructivo de todos. Se trata de factores que actúan como causa-efecto y que, en el fondo, implican que se ha efectuado un mudo veredicto de culpabilidad en contra del otro y lo que se le transmite es una sensación de rechazo, lo cual atenta contra la necesidad básica de sentirnos aprobados, aceptados y valorados por nuestra pareja. Si bien en ciertos momentos casi todos podemos habernos sentido rechazados y podemos haber incurrido ocasionalmente en algunos de ellos, la forma como se maneje esta situación determinará el nivel de daño que puede ocasionar.
En otras palabras, las disputas no son negativas en sí mismas y dentro de una relación funcional nos deberíamos sentir lo suficientemente seguros como para discutir o protestar abiertamente. No obstante, si no nos sentimos escuchados ni considerados, algo que partió como una queja concreta puede transformarse en un ataque. Pero una pareja se tornará disfuncional y estará en riesgo de divorcio solamente cuando recurre sistemáticamente a dichas maniobras comunicacionales, si predominan las interacciones negativas al no ser capaces de salirse de la espiral de agresiones, si no logran manejar el enojo sin menospreciar al otro y cuando no se intentan acciones reparatorias.
Los investigadores han identificado 5 tipos de matrimonios, cada uno con distintos riesgos de divorcio:
Uno busca y el otro elude: es el tipo que tiene el riesgo más alto de fracaso. Generalmente es la mujer la que plantea los problemas y el hombre los desestima.
Desprendidos (desapegados): riesgo alto. Se trata de personas emocionalmente distantes que parecen no necesitar intimidad; reflejan falta de interés mutuo.
Inestables: riesgo alto. Se trata de personas volátiles y que se exaltan fácilmente. Su relación se caracteriza por ciclos de peleas y de acercamiento sexual.
Unidos: riesgo bajo. Esta pareja comparte las responsabilidades y al mismo tiempo gozan de autonomía. El matrimonio es para ellos un refugio.
Tradicionales: es el de menor riesgo. La pareja comparte una interpretación tradicional del papel preestablecido para cada género.
Según Gottman, las parejas que se mantienen juntas pueden ser clasificadas en tres grupos:
Inestables: algunas veces pelean y otras están apasionadamente involucradas
Sólidas: se aprecian y apoyan, son funcionales y satisfactorias
Evasivas: viven vidas paralelas pero continúan casados
Las parejas de los dos primeros grupos se declaran satisfechas con su vida matrimonial, mientras que los últimos estarían insatisfechas, pero por una serie de razones como el temor a estar solo, la dependencia mutua o sus ideales de familia, prefieren permanecer viviendo juntos.
Autor resumen: Alejandra Godoy Haeberle