Tener claro que, el pesimismo se puede evitar, es importantísimo para cambiar esa tendencia a amargarse la vida a uno mismo y a los que le rodean.
. ¿El pesimismo es cuestión de nacimiento o sólo una opción de vida?
Es relativamente frecuente toparse con personas instaladas perpetuamente en la amargura, en la tristeza, el pesimismo y el desinterés. La primera pregunta que nos asalta cuando nos encontramos con estas actitudes es si son el resultado de una insistente acumulación de disgustos, mala suerte, decepciones, desengaños y fracasos a lo largo de toda una vida o si más bien se trata de una opción voluntariamente elegida, una posición ante uno mismo y ante los demás que responde a percepciones muy subjetivas, opiniones o incluso a un cierto modo ético-estético de entender las cosas. Todos conocemos a personas empeñadas en encontrar el lado negativo de todo lo que acontece a su alrededor: son los pesimistas tenaces.
Motivos para el pesimismo hay de sobra
Cualquiera de nosotros tiene motivos, casi cada día, para preocuparse o entristecerse. Pero estropearse la vida a propósito es una habilidad que se aprende, no es suficiente con sufrir experiencias negativas.
Lo peor es que quienes se empeñan en ver el lado negativo de las cosas, además de convertirse en personas infelices, tienen una penosa facilidad para amargar la vida de quienes tienen al lado, especialmente si las víctimas son niños o jóvenes, o dependen emocionalmente de la persona siempre insatisfecha.
Las experiencias desagradables tienden a amarrarnos al pasado y a inhibirnos el futuro, porque nos condicionan y atemorizan. Simplificando un poco, dará igual cómo nos vayan las cosas realmente, porque si mostramos una predisposición negativa y pesimista, los momentos dichosos los tamizaremos en exceso y los percibiremos con desconfianza y reservas, sin anotarlos a nuestro "haber".
Diferentes roles que puede adoptar el amargado
Normalmente, los amargados tienden a desempeñar el papel de víctima y asumen uno varios de estos roles para justificar su pesimismo:
El de perseguidor: que hace de malo, interroga y es percibido como un listo que lo sabe todo y castiga o humilla a quienes cree que se equivocan.
El de salvador: que busca que le reconozcan su papel bondadoso pero que a la vez nos pasa constantemente facturas de cuanto hace.
El de víctima: cuyo planteamiento de supervivencia y comunicación es dar lástima a los demás, captando su atención mediante la exhibición de su sufrimiento.
Ocasionalmente "circunstancias nos sobran para ello" todos podemos interpretar estos roles y ello no es negativo. Lo que hace peligrar nuestro bienestar emocional y el de quienes nos rodean es que esos papeles los desempeñemos habitualmente.
Paul Watzlawick, en su libro "El arte de amargarse la vida" (Herder, 1989, Barcelona), nos ayuda a reconocer nuestro estilo personal frente a determinadas situaciones y nos brinda una excelente oportunidad para reflexionar sobre los procedimientos por los que una persona va construyéndose una vida desdichada.
Ejemplos de como vivir en la amargura y el pesimismo total
Créate problemas: y si no tienes bastante con los tuyos asume como propios los de los demás. Llena tu vida de complicaciones reales o ficticias, y concede gran importancia a todos los sucesos negativos.
Piensa que siempre tienes la razón: todo es blanco o negro, y sólo existe una verdad absoluta: la tuya. Rechaza de entrada lo que digan los demás, incluso cuando pueda aportarte algo positivo. Si la idea o propuesta no es 100% tuya, deséchala, seguro que no merece la pena.
Vive obsesionado: elige un acontecimiento suficientemente negativo de tu memoria, conviértelo en recuerdo imborrable y tráelo a tu mente una y otra vez, hasta que sólo vivas para pensar en ello. Así, las dificultades cotidianas no absorberán tu atención y continuarás con tu pesimismo o infelicidad.
El presente no merece la pena, piensa siempre en el futuro: aplaza el disfrute de los placeres de este o aquel momento, porque no puedes saber lo que te deparará el futuro. Confórmate con lo malo conocido y no te arriesgues ante lo bueno por conocer. Tortúrate pensando en todo lo negativo que te podría ocurrir dentro de unos años.
Jamás te perdones: llegarás a un punto en el que tan sólo sentirás autocompasión. Piensa que tú eres el único responsable de lo que te ocurre, y nunca creas que hay situaciones que escapan a tu control.
Estas recomendaciones se plantean en un tono irónico con la intención de despertar la autocrítica y de que nos veamos un poco ridiculizados ante este tipo de pensamientos que nos invaden y determinan nuestra conducta hasta el punto de amargarnos la vida. El pesimismo requiere, para que no desaparezca, un duro esfuerzo.
Una alternativa interesante
La psicología científica propone sistemas para abordar este tipo de situaciones. Uno de ellos es la reestructuración cognitiva, una técnica cuyo objetivo es identificar, analizar y modificar las interpretaciones o pensamientos erróneos que los sujetos experimentan en determinadas situaciones o tienen acerca de otras personas.
Un pensamiento es un diálogo con nosotros mismos, que contiene afirmaciones sobre situaciones, circunstancias, temas y personas. Cada una de esas afirmaciones es un pensamiento, que podemos clasificar en dos grandes grupos: los positivos, que nos ayudan a alcanzar nuestros objetivos y tienden a crear emociones positivas y nos hacen sentirnos bien; y los negativos, que obstaculizan el logro de nuestros objetivos y generan emociones negativas que hacen que nos sintamos mal y veamos la vida siempre con pesimismo.
Qué hacer para no dejarnos invadir por los pensamientos negativos
Reflexionar sobre la influencia que nuestros pensamientos o interpretaciones tienen sobre nuestras emociones y conductas y que nos pueden llevar al pesimismo.
Identificar los pensamientos que nos hacen sentirnos mal en una situación determinada. La señal que nos avisa que quizá sea conveniente identificar nuestros pensamientos es la percepción de estados emocionales negativos como ira, angustia, pesimismo, miedo, tristeza... Una vez identificados, debemos controlarlos, objetivarlos, anotarlos en un papel y, en la medida de lo posible, asociarlos a las circunstancias que los crearon, para después reflexionar sobre ellas
Analizar estos pensamientos para ver hasta qué punto se corresponden con la realidad y en qué grado nos afectan.
Finalmente, busquemos pensamientos alternativos a los que nos hacen sentir mal. Los pensamientos alternativos deben ser más racionales y positivos.
. ¿El pesimismo es cuestión de nacimiento o sólo una opción de vida?
Es relativamente frecuente toparse con personas instaladas perpetuamente en la amargura, en la tristeza, el pesimismo y el desinterés. La primera pregunta que nos asalta cuando nos encontramos con estas actitudes es si son el resultado de una insistente acumulación de disgustos, mala suerte, decepciones, desengaños y fracasos a lo largo de toda una vida o si más bien se trata de una opción voluntariamente elegida, una posición ante uno mismo y ante los demás que responde a percepciones muy subjetivas, opiniones o incluso a un cierto modo ético-estético de entender las cosas. Todos conocemos a personas empeñadas en encontrar el lado negativo de todo lo que acontece a su alrededor: son los pesimistas tenaces.
Motivos para el pesimismo hay de sobra
Cualquiera de nosotros tiene motivos, casi cada día, para preocuparse o entristecerse. Pero estropearse la vida a propósito es una habilidad que se aprende, no es suficiente con sufrir experiencias negativas.
Lo peor es que quienes se empeñan en ver el lado negativo de las cosas, además de convertirse en personas infelices, tienen una penosa facilidad para amargar la vida de quienes tienen al lado, especialmente si las víctimas son niños o jóvenes, o dependen emocionalmente de la persona siempre insatisfecha.
Las experiencias desagradables tienden a amarrarnos al pasado y a inhibirnos el futuro, porque nos condicionan y atemorizan. Simplificando un poco, dará igual cómo nos vayan las cosas realmente, porque si mostramos una predisposición negativa y pesimista, los momentos dichosos los tamizaremos en exceso y los percibiremos con desconfianza y reservas, sin anotarlos a nuestro "haber".
Diferentes roles que puede adoptar el amargado
Normalmente, los amargados tienden a desempeñar el papel de víctima y asumen uno varios de estos roles para justificar su pesimismo:
El de perseguidor: que hace de malo, interroga y es percibido como un listo que lo sabe todo y castiga o humilla a quienes cree que se equivocan.
El de salvador: que busca que le reconozcan su papel bondadoso pero que a la vez nos pasa constantemente facturas de cuanto hace.
El de víctima: cuyo planteamiento de supervivencia y comunicación es dar lástima a los demás, captando su atención mediante la exhibición de su sufrimiento.
Ocasionalmente "circunstancias nos sobran para ello" todos podemos interpretar estos roles y ello no es negativo. Lo que hace peligrar nuestro bienestar emocional y el de quienes nos rodean es que esos papeles los desempeñemos habitualmente.
Paul Watzlawick, en su libro "El arte de amargarse la vida" (Herder, 1989, Barcelona), nos ayuda a reconocer nuestro estilo personal frente a determinadas situaciones y nos brinda una excelente oportunidad para reflexionar sobre los procedimientos por los que una persona va construyéndose una vida desdichada.
Ejemplos de como vivir en la amargura y el pesimismo total
Créate problemas: y si no tienes bastante con los tuyos asume como propios los de los demás. Llena tu vida de complicaciones reales o ficticias, y concede gran importancia a todos los sucesos negativos.
Piensa que siempre tienes la razón: todo es blanco o negro, y sólo existe una verdad absoluta: la tuya. Rechaza de entrada lo que digan los demás, incluso cuando pueda aportarte algo positivo. Si la idea o propuesta no es 100% tuya, deséchala, seguro que no merece la pena.
Vive obsesionado: elige un acontecimiento suficientemente negativo de tu memoria, conviértelo en recuerdo imborrable y tráelo a tu mente una y otra vez, hasta que sólo vivas para pensar en ello. Así, las dificultades cotidianas no absorberán tu atención y continuarás con tu pesimismo o infelicidad.
El presente no merece la pena, piensa siempre en el futuro: aplaza el disfrute de los placeres de este o aquel momento, porque no puedes saber lo que te deparará el futuro. Confórmate con lo malo conocido y no te arriesgues ante lo bueno por conocer. Tortúrate pensando en todo lo negativo que te podría ocurrir dentro de unos años.
Jamás te perdones: llegarás a un punto en el que tan sólo sentirás autocompasión. Piensa que tú eres el único responsable de lo que te ocurre, y nunca creas que hay situaciones que escapan a tu control.
Estas recomendaciones se plantean en un tono irónico con la intención de despertar la autocrítica y de que nos veamos un poco ridiculizados ante este tipo de pensamientos que nos invaden y determinan nuestra conducta hasta el punto de amargarnos la vida. El pesimismo requiere, para que no desaparezca, un duro esfuerzo.
Una alternativa interesante
La psicología científica propone sistemas para abordar este tipo de situaciones. Uno de ellos es la reestructuración cognitiva, una técnica cuyo objetivo es identificar, analizar y modificar las interpretaciones o pensamientos erróneos que los sujetos experimentan en determinadas situaciones o tienen acerca de otras personas.
Un pensamiento es un diálogo con nosotros mismos, que contiene afirmaciones sobre situaciones, circunstancias, temas y personas. Cada una de esas afirmaciones es un pensamiento, que podemos clasificar en dos grandes grupos: los positivos, que nos ayudan a alcanzar nuestros objetivos y tienden a crear emociones positivas y nos hacen sentirnos bien; y los negativos, que obstaculizan el logro de nuestros objetivos y generan emociones negativas que hacen que nos sintamos mal y veamos la vida siempre con pesimismo.
Qué hacer para no dejarnos invadir por los pensamientos negativos
Reflexionar sobre la influencia que nuestros pensamientos o interpretaciones tienen sobre nuestras emociones y conductas y que nos pueden llevar al pesimismo.
Identificar los pensamientos que nos hacen sentirnos mal en una situación determinada. La señal que nos avisa que quizá sea conveniente identificar nuestros pensamientos es la percepción de estados emocionales negativos como ira, angustia, pesimismo, miedo, tristeza... Una vez identificados, debemos controlarlos, objetivarlos, anotarlos en un papel y, en la medida de lo posible, asociarlos a las circunstancias que los crearon, para después reflexionar sobre ellas
Analizar estos pensamientos para ver hasta qué punto se corresponden con la realidad y en qué grado nos afectan.
Finalmente, busquemos pensamientos alternativos a los que nos hacen sentir mal. Los pensamientos alternativos deben ser más racionales y positivos.