Cuando la mujer, adulta o adolescente, queda embarazada y lleva la gestación hasta el final sin la presencia del padre, porqué “emigró”, se “dio a la fuga” o se “estresó”, siempre queda un vacío que duele.
En conclusión: el hijo tiene un papá, pero éste, porque no estaba preparado, o era muy joven, o no existía una relación lo bastante sólida con mamá, se alejó de su vida. Vive en otro lugar. Son cosas de mayores, difíciles de entender, pero no se pueden cambiar.
Envolver al hijo en una atmósfera irreal, en que todo es perfecto, no contribuye a prepararle para afrontar los problemas que se van a suceder en su vida. Si no tiene un papá que asuma su paternidad, es necesario que lo sepa.
Frases evasivas tales como: “tu padre murió” (sin que sea cierto), “tu papá trabaja muy lejos, pero alguna vez vendrá a verte” (aturden al niño, porque intuye que su madre le miente), le desconciertan y le hacen sentir inseguro, peor que antes de preguntar por su papá.
Ahora bien, expresiones como “tu padre no te quiere y por esa razón nos abandonó” o “tu padre es una hijo de p… y por su culpa vivimos como vivimos”, no favorecen el crecimiento y el equilibrio de un hijo. Sólo tú y el padre del niño son responsables de lo que pasó. Es una cuestión de adultos. Aún así, aunque lo pienses en alguna ocasión, aunque el cuerpo te pida venganza, intenta frenarte y no dar rienda suelta a tu ira. La ira no cura, ni fortalece, ni aporta beneficios. Solo destroza tu presente. ¡Y la persona objeto de tus iras vive tan satisfecha!
La intervención de familiares próximos insultando al padre biológico aún hace sentir peor al niño. Debe evitarse, para que éste no se sienta inferior a otros niños que tal vez viven peores situaciones familiares (violencia o abandono).
Él solo tiene que saber que nació de ti y fue un niño deseado.
Por supuesto, hay que hablar a los hijos de la verdad. Por dura que sea, la verdad acaba doliendo menos que la mentira.
Si el niño conoce la verdad desarrollará mecanismos para adaptarse a su situación real. Si se la escondemos, se verá inseguro, despreciado. No menospreciemos a los niños. Éstos pueden ser más fuertes que las personas adultas.
Hay que hablarles con tacto, con palabras que ellos puedan comprender. Si lo hacemos con cariño, seguro que sale bien. Nadie como una madre conoce el modo de acomodarse a la edad y las necesidades del niño. Todo acompañado de besos, de mimos, de caricias, de juegos. Los niños son muy listos, sin dobleces, y pronto captan si nuestra exposición es sincera, si les mentimos, si les falseamos el pasado.