La vida está llena de frustraciones. Llena de situaciones que no son como quisiéramos. La realidad a veces es tan cruelmente real que no hace ninguna concesión con nuestros deseos infantiles de que el mundo se vea como nosotros lo queremos.
Y también cabría preguntar qué es la realidad. Mi respuesta es que es una interpretación de lo que ocurre en nuestra vida, a través de nuestra percepción. La realidad, está en la interpretación, no en los hechos concretos que vivimos.
Por ejemplo, en las relaciones de pareja, la "realidad" nos dice que el cerebro masculino es mucho más desapegado, capaz de separar el sexo de los sentimientos, más práctico, más egoísta y pragmático. Y que el cerebro de la mujer tiende más a la cercanía, a la construcción del nido, a la entrega incondicional de lo que tiene a los que quiere.
Estas descripciones vienen de las neurociencias y están teñidas obviamente, de cultura. De usos y costumbres que hacen que en cada tiempo y lugar sean más o menos ciertas.
El hecho es que este discurso de que los hombres y las mujeres somos tan diferentes es sumamente popular y, tal vez, origen de muchos desencuentros amorosos. Parecería incluso trágico que siguiéramos neceando con emparejarnos, cuando ellos no nos entienden ni nosotras a ellos. Ellos se quejan de que las mujeres armamos drama por todo, que tenemos memoria fotográfica y que somos incapaces de olvidar un problema. Nosotras solemos quejarnos de su egoísmo, individualismo, practicidad extrema que a veces nos hace sentir poco queridas o importantes.
Hasta aquí, nada que hacer. Podríamos decir que así es la realidad y que más nos valdría aceptarla. Por un lado, sí, parece que así es. Por el otro, la necesidad de conciliar, negociar, abrir el corazón y la mente a lo diferente o generar la capacidad de tolerar lo que no nos gusta, es indispensable, no sólo cuando de amor se trata, sino en cualquier encuentro humano, alimento del alma y del corazón. Ese "encontrarse" sólo para conversar, para estar, para mirarse a los ojos y para sentir que somos parte de algo más que nosotros mismos.
Moraleja: cada quien elige su realidad. Cada quien interpreta lo que le pasa de la forma que mejor le acomode. Somos libres hasta en las condiciones más adversas. Puedo elegir luchar por una relación amorosa más sana y plena, aunque hombres y mujeres no terminemos de comprendernos ni de aceptarnos. Puedo elegir respetar las diferencias individuales y volverme más tolerante. Puedo elegir amar libremente y no presionar para que me quieran como yo quiero. Puedo elegir no claudicar y ser un ciudadano ejemplar en la microrealidad de la que sí soy responsable. Soy libre, a pesar de la realidad.
Mel.
Y también cabría preguntar qué es la realidad. Mi respuesta es que es una interpretación de lo que ocurre en nuestra vida, a través de nuestra percepción. La realidad, está en la interpretación, no en los hechos concretos que vivimos.
Por ejemplo, en las relaciones de pareja, la "realidad" nos dice que el cerebro masculino es mucho más desapegado, capaz de separar el sexo de los sentimientos, más práctico, más egoísta y pragmático. Y que el cerebro de la mujer tiende más a la cercanía, a la construcción del nido, a la entrega incondicional de lo que tiene a los que quiere.
Estas descripciones vienen de las neurociencias y están teñidas obviamente, de cultura. De usos y costumbres que hacen que en cada tiempo y lugar sean más o menos ciertas.
El hecho es que este discurso de que los hombres y las mujeres somos tan diferentes es sumamente popular y, tal vez, origen de muchos desencuentros amorosos. Parecería incluso trágico que siguiéramos neceando con emparejarnos, cuando ellos no nos entienden ni nosotras a ellos. Ellos se quejan de que las mujeres armamos drama por todo, que tenemos memoria fotográfica y que somos incapaces de olvidar un problema. Nosotras solemos quejarnos de su egoísmo, individualismo, practicidad extrema que a veces nos hace sentir poco queridas o importantes.
Hasta aquí, nada que hacer. Podríamos decir que así es la realidad y que más nos valdría aceptarla. Por un lado, sí, parece que así es. Por el otro, la necesidad de conciliar, negociar, abrir el corazón y la mente a lo diferente o generar la capacidad de tolerar lo que no nos gusta, es indispensable, no sólo cuando de amor se trata, sino en cualquier encuentro humano, alimento del alma y del corazón. Ese "encontrarse" sólo para conversar, para estar, para mirarse a los ojos y para sentir que somos parte de algo más que nosotros mismos.
Moraleja: cada quien elige su realidad. Cada quien interpreta lo que le pasa de la forma que mejor le acomode. Somos libres hasta en las condiciones más adversas. Puedo elegir luchar por una relación amorosa más sana y plena, aunque hombres y mujeres no terminemos de comprendernos ni de aceptarnos. Puedo elegir respetar las diferencias individuales y volverme más tolerante. Puedo elegir amar libremente y no presionar para que me quieran como yo quiero. Puedo elegir no claudicar y ser un ciudadano ejemplar en la microrealidad de la que sí soy responsable. Soy libre, a pesar de la realidad.
Mel.