Cosas de hombres y mujeres
Una mirada hacia los prejuicios que nos separan.
• Ellos son: Infieles, mentirosos, vagos, indiferentes, apáticos y más…
• Ellas son: Difíciles de entender, posesivas, celosas, histéricas…
Tanto los hombres como las mujeres tenemos prejuicios el uno acerca del otro, y eso puede estar jugando en nuestra contra, haciendo que nuestra relación sea más complicada de lo que debiera ser…
En un sueño nocturno me ha legado una visión del mundo que no tenía; he visto que la vida de los seres humanos se divide por el género, que hay un sinfín de situaciones a las que asignamos un carácter masculino y otras tantas, una pincelada de femineidad. Entre tanto revuelo, nuestro planeta tiene dos grandes bandos: Mujeres y Hombres.
En mi quimera un observador intergaláctico me decía:
Cada grupo ha sabido tejer una tela de araña de juicios negativos y tóxicos sobre el otro; que se entrelazan consciente e inconscientemente en las relaciones que entablan. Cuando las cosas no funcionan, recurren a esta tóxica carga emocional, buscan la emoción que se adecua mejor al hecho incriminador y se dicen a si mismos con voz de pesar: “¡Lo sabía, era de esperarse!”.
En ese instante mi perro escuchó un ruido en la calle y lanzó un ladrido al aire con lo que yo desperté. Pero me quedé con ese reproche que me había contado el observador. ¿Qué significaría? -Pensé–
¿Significa que iniciamos las relaciones con un supuesto de lo que puede llegar a hacer u omitir el otro? ¿Que tenemos preconceptos sobre lo que implica ser hombre o mujer? ¿Qué nos vinculamos desde esos prejuicios? Es evidente –me dije a mi misma– pero surgió una nueva duda: ¿Cómo podemos esperar resultados exitosos si partimos con esa carga emocional de desaprobación? Si nosotras creemos que ellos, “son infieles”, ¿cómo podremos entregarnos al devenir de un encuentro con la confianza necesaria? Acaso, ¿apostamos a si por las dudas?
Indudablemente todas las creencias que cargamos nos constituyen como particulares observadores de la vida, desde ella miramos lo que sucede. Si sostenemos que los hombres son mentirosos, iniciaremos algo con alguien y al menor error buscaremos evidencia de que lo que pensamos es certero, para decirnos una y otra vez “tenía razón, no podía confiar en él”. Quiero decir que todos hemos sido amamantados por una cultura que nos condiciona y predispone en nuestro actuar, sentir y pensar.
La vasta realidad que se acontece ante nuestro ojos, proporciona una amplia información que el cerebro percibe y suprime según nuestros intereses o filtros perceptivos; si mi experiencia personal –la que responde a mi mundo– o la de mi familia o amigos es nefasta, por ejemplo con hombres o mujeres; lo distinguido, lo discriminado del todo, estará en función de esas experiencias, que vendrán a corroborar la exactitud de mis pensamientos. Y aun cuando los hechos podrían ser observados con “otra explicación” siempre elegiremos la que se acomode a nuestro sistema de creencias.
Lo cierto es, que deberíamos aprender a mirar más allá de los anclajes o al menos intentar darnos la oportunidad de llegar a un coincidir con un comodín, más limpios, con mayores esperanzas, sin juicios totalizadores que siempre son infundados, siempre hay una excepción a toda regla.
Y podríamos disfrutar de esos hombres o esas mujeres con una liviandad propia de vivir en el presente, sin levantar fuertes muros que nos protejan del que vendrá.
Tal vez haya algunos hombres infieles, inmaduros y hasta mentirosos y también mujeres celosas, histéricas y mal humoradas, pero sesgar la vida a estas connotaciones nos hace perder de vista, que también en el universo abundante que habitamos, hay hombres y mujeres vigorosos, alegres, comprometidos, amorosos, valientes; dispuestos a intercambiar sueños, proyectos, experiencias.
Muchas veces creemos que los prejuicios son los que nos separan del mundo y no advertimos que son los propios prejuicios los que nos separan de las cosas que más queremos. Aun cuando ellos surgen para “protegernos” de eventuales dolores, nos crean otros porque estamos iniciando situaciones con los fantasmas de lo que podría llegar a suceder.
Defendernos de un mañana que no ha llegado nos genera pérdida de energía y habla de nuestra falta de seguridad. Atrévete a vivir sin armaduras, que los raspones que el sol te haga sean las marcas de saberte vivo.
Una mirada hacia los prejuicios que nos separan.
• Ellos son: Infieles, mentirosos, vagos, indiferentes, apáticos y más…
• Ellas son: Difíciles de entender, posesivas, celosas, histéricas…
Tanto los hombres como las mujeres tenemos prejuicios el uno acerca del otro, y eso puede estar jugando en nuestra contra, haciendo que nuestra relación sea más complicada de lo que debiera ser…
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En mi quimera un observador intergaláctico me decía:
- Los hombres, o la mayoría de ellos, piensa o ha pensado que las mujeres son: Difíciles de entender, posesivas, compulsivas, obsesivas, celosas, inseguras, histéricas, absorbentes, rencorosas, analíticas, cursis, malhumoradas, fastidiosas, inquisidoras, recurrentes.
- Pero por otro lado, las mujeres también han tejido sus pensares sobre ellos, y la mayoría piensa o ha pensado que los hombres son: un mal necesario, infieles, mentirosos, vagos, desordenados, aburridos, callados, egoístas, indiferentes, soberbios, anti-románticos, apáticos, descuidados, inmaduros e infantiles.
Cada grupo ha sabido tejer una tela de araña de juicios negativos y tóxicos sobre el otro; que se entrelazan consciente e inconscientemente en las relaciones que entablan. Cuando las cosas no funcionan, recurren a esta tóxica carga emocional, buscan la emoción que se adecua mejor al hecho incriminador y se dicen a si mismos con voz de pesar: “¡Lo sabía, era de esperarse!”.
En ese instante mi perro escuchó un ruido en la calle y lanzó un ladrido al aire con lo que yo desperté. Pero me quedé con ese reproche que me había contado el observador. ¿Qué significaría? -Pensé–
¿Significa que iniciamos las relaciones con un supuesto de lo que puede llegar a hacer u omitir el otro? ¿Que tenemos preconceptos sobre lo que implica ser hombre o mujer? ¿Qué nos vinculamos desde esos prejuicios? Es evidente –me dije a mi misma– pero surgió una nueva duda: ¿Cómo podemos esperar resultados exitosos si partimos con esa carga emocional de desaprobación? Si nosotras creemos que ellos, “son infieles”, ¿cómo podremos entregarnos al devenir de un encuentro con la confianza necesaria? Acaso, ¿apostamos a si por las dudas?
Indudablemente todas las creencias que cargamos nos constituyen como particulares observadores de la vida, desde ella miramos lo que sucede. Si sostenemos que los hombres son mentirosos, iniciaremos algo con alguien y al menor error buscaremos evidencia de que lo que pensamos es certero, para decirnos una y otra vez “tenía razón, no podía confiar en él”. Quiero decir que todos hemos sido amamantados por una cultura que nos condiciona y predispone en nuestro actuar, sentir y pensar.
La vasta realidad que se acontece ante nuestro ojos, proporciona una amplia información que el cerebro percibe y suprime según nuestros intereses o filtros perceptivos; si mi experiencia personal –la que responde a mi mundo– o la de mi familia o amigos es nefasta, por ejemplo con hombres o mujeres; lo distinguido, lo discriminado del todo, estará en función de esas experiencias, que vendrán a corroborar la exactitud de mis pensamientos. Y aun cuando los hechos podrían ser observados con “otra explicación” siempre elegiremos la que se acomode a nuestro sistema de creencias.
Lo cierto es, que deberíamos aprender a mirar más allá de los anclajes o al menos intentar darnos la oportunidad de llegar a un coincidir con un comodín, más limpios, con mayores esperanzas, sin juicios totalizadores que siempre son infundados, siempre hay una excepción a toda regla.
Y podríamos disfrutar de esos hombres o esas mujeres con una liviandad propia de vivir en el presente, sin levantar fuertes muros que nos protejan del que vendrá.
Tal vez haya algunos hombres infieles, inmaduros y hasta mentirosos y también mujeres celosas, histéricas y mal humoradas, pero sesgar la vida a estas connotaciones nos hace perder de vista, que también en el universo abundante que habitamos, hay hombres y mujeres vigorosos, alegres, comprometidos, amorosos, valientes; dispuestos a intercambiar sueños, proyectos, experiencias.
Muchas veces creemos que los prejuicios son los que nos separan del mundo y no advertimos que son los propios prejuicios los que nos separan de las cosas que más queremos. Aun cuando ellos surgen para “protegernos” de eventuales dolores, nos crean otros porque estamos iniciando situaciones con los fantasmas de lo que podría llegar a suceder.
Defendernos de un mañana que no ha llegado nos genera pérdida de energía y habla de nuestra falta de seguridad. Atrévete a vivir sin armaduras, que los raspones que el sol te haga sean las marcas de saberte vivo.