2. Disfrutar la soledad. Haz las paces con la soledad. Ya no le tengas
tanto miedo. Ella no muerde, acaricia. Incluso puede hacerte cosquillas. Es
verdad que a veces nos sobresalta, pero nos enseña. Quédate con ella unos
días. Pruébala, a ver a qué sabe. Puedes empezar por salir solo. Sin
compañías de ningún tipo, ni parientes ni amigos. Ve un día al cine, a la hora
pico, cuando todo el mundo va acompañado, y haz la fila con cara de ermitaño
despechado. Muéstrate solitario. Deja que algunos te miren con pesar
(“Pobre, no tiene con quién venir”) ¡Y qué importa! ¿Acaso necesitas tener un
bulto al lado para ver la película? Un sábado por la noche, reserva lugar en el
restaurante de moda de la ciudad. Ponte tu mejor gala y llega sin compañía.
Acércate a la mesa sin más séquito que el camarero, y cuando te pregunten si
esperas a alguien más, contesta con un lacónico “no” (como diciendo “hoy no
necesito a nadie”). Pide un buen vino y degusta la comida como si fuera la
mayor exquisitez. Compórtate como un epicúreo. Ignora las miradas.
Descubrirás que, afortunadamente, no eres tan importante. A los cinco minutos
nadie se fijará en ti. Pasarás totalmente desapercibido hasta para los más
chismosos. Saca a pasear tu soledad con garbo y decoro. Airéala. No la
escondas como si fuera un acto de mal gusto. No te avergüences de andar
con ella. Muéstrate como un ser independiente. A la hora de la verdad, no
eres más que un ser humano al que a veces le gusta estar a solas.
Busca el silencio. Contémplalo. Acércate a él sin mucho ruido. Saboréalo.
Cuando llegues a tu casa, no corras a conectarte al televisor, la radio, la
computadora o el equipo de música. Primero relájate. Quédate un rato
incomunicado con el mundo. ¿No te has dado cuenta de que tu cerebro está
sobreestimulado? Desagótalo. Intérnate unas horas en el sosiego de la falta
de noticias. Elimina toda nueva información por un tiempo. No hables con
nadie. Enciérrate por dos o tres días. Descuelga el teléfono. Aíslate. Practica
la mudez.
También puedes quedarte unas horas sin estímulos visuales. Tápate los
ojos y juega a ser novidente. Desplázate por tu casa y trata de hacer algunas
actividades sin mirar. Utiliza los sentidos silenciosos como el tacto, el olor y el
movimiento.
Busca un lugar apartado, donde la naturaleza esté presente. Escápate por
unos días. Aléjate del bullicio artificial y busca el sonido natural. Deja que tu
atiborrada mente se oiga a sí misma sin tanta interferencia. Medita y mírate
por dentro en la calma de una quebrada, o en el concierto de los animales
nocturnos (no discutas con los grillos). Disfruta del “tic tac” de la lluvia.
Reposa bajo un árbol y deja que la brisa se insinúe. Esto no es sensiblería de
segunda, sino ganas de vivir intensamente los sonidos del silencio.
Si eres una persona que no tiene pareja y se siente sola, no te apresures a
buscar a alguien con la desesperación del adicto. No te pegues de la primera
opción. La experiencia me ha enseñado que cuando menos se busque el
amor, más se encuentra. El deseo descontrolado asusta a los candidatos de
cualquier sexo. Si la ansiedad se nota y las ganas te salen por las orejas,
espantarás a cuanto ser humano se te acerque. Borra el cartel de tu frente:
“Busco pareja”, y cambia su contenido por uno más decente: “Estoy bien así”.
Declárate en estado de soledad por un año. Pero no porque eres de malas,
sino porque tú lo decidiste: “No voy a tener a nadie durante un tiempo” (claro
que si aparece el amor de tu vida la cosa cambia). Cuando hagas las paces
con la soledad, los apegos dejarán de molestar.