Erin Holland no terminaba de creer que Ryan Wes, un reputado playboy, fuera el hombre de su vida. Aceptó ir con él de crucero por un único motivo: el sexo. Pero sus planes iban a cambiar de un modo misterioso… y apasionante.
—¿Sabes que me han echado una maldición?
Sentada en un Jeep Grand Cherokee, Erín Holland soltó una risita, miró a su acompañante y se volvió para mirar por la ventana. Afuera, el océano Pacífico se extendía contra un cielo nublado. El calor que había hecho en el sur de California durante la semana anterior había terminado, dejando paso al típico clima de febrero.
Al cabo de un instante, miró a su acompañante de nuevo. No estaba segura de por qué le estaba contando lo que le había dicho la adivina la semana pasada.
—¿Alguna vez has ido a visitar a una adivina?
Wes Ryan sonrió y la miró:
—Pues no, nunca —continuó conduciendo—. ¿Qué maldición te ha echado?
—En realidad, no me echó ninguna. Sólo me dijo que necesitaba... —Erin hizo una pausa, dudando si debía de contárselo todo. ¿Por qué había sacado el tema? —Dudé de sus predicciones y me dijo que si no me dejaba llevar, mi negatividad haría que estuviera maldita. Eso es todo.
Mientras Wes analizaba sus palabras, Erin aprovechó para mirarlo detenidamente.
La primera vez que vio a Wes Ryan, un hombre con fama de tener una mujer distinta para desayunar, comer y cenar, se quedó prendada de él. Estaban en una fiesta y ella estaba hablando con unas amigas cuando vio que él la miraba, apoyado en una pared con una cerveza en la mano.
Quizá fue porque era el hombre perfecto para su situación. Era de los que no querían compromisos y sólo estaban interesados en aventuras esporádicas. O quizá, Erin había sido mujer de un solo hombre durante mucho tiempo y la idea de tener relaciones sexuales sin compromiso la excitaba. En cualquier caso, decidió seguirle el juego de las miradas hasta que le quemara la piel.
No había sido un caso de amor a primera vista, ya que no estaba dispuesta a enamorarse de nadie durante al menos dos años, pero sí un caso de puro deseo. Él era un chico atractivo, con el cabello un poco largo y alborotado. La piel color aceituna, los ojos oscuros, la nariz afilada, los labios generosos y un hoyuelo en la barbilla.
Exótico. Suave. Masculino.
Erin sintió que empezaba a excitarse. Le cosquilleaba la entrepierna y decidió mirar por la ventana para evitar la tentación. Aunque hubiera decidido pasar el fin de semana con él.
Una escapada romántica. Un crucero de tres días, hasta Ensenada, en México.
Se movió en el asiento con nerviosismo.
—Entonces —dijo Wes—, ¿cómo se supone que debes dejarte llevar? ¿Cuál es la predicción que no te creíste?
Erin hizo un esfuerzo para relajarse. «Disfruta», se dijo.
—Bueno, me dijo que el negocio iba a prosperar. Que eso era la primera parte.
—¿Y por qué no ibas a creer eso? La tienda de golosinas te va bien.
Durante las veces que se habían visto durante las dos semanas anteriores, Erin le había contado que había abierto una tienda de golosinas con su mejor amiga de la universidad. Pero al pensar en el negocio se ponía nerviosa, y quería disfrutar del fin de semana. Se suponía que debía olvidarse de todo, y divertirse todo lo que no se había divertido.
—Pero entonces Madame Karma me dijo que tendría una vida larga —añadió Erin.
—Supongo que tendré que mirarte la palma de la mano para contrastar esa opinión.
Erin notó que él metía el dedo debajo de la mano que ella tenía sobre el regazo. Era una caricia inocente; sin embargo, se excitó aún más.
—¿No deberías concentrarte en el volante? —murmuró, con el pulso acelerado.
—¿Cómo puedo hacerlo? —fiel a su reputación, retiró la mano y la llevó a la parte interna del muslo de Erin.
Ella sintió que se le humedecía la entrepierna.
—Eh —le dijo mientras llevaba su mano hasta su lado del coche y le señalaba el cartel que indicaba que el puerto de Long Beach estaba un poco más adelante—. No queremos saltarnos la salida porque no seas capaz de mantener las manos en su sitio.
Notó que él la estaba mirando, pero no volvió la cabeza. Wes era capaz de seducirla con sólo una mirada y ella había estado a punto de ceder muchas veces, pero...Suponía que cedería en breve.
Para eso había ido allí, para pasar un buen rato con un hombre que tenía fama de garantizar que las mujeres salieran contentas del dormitorio. Erin necesitaba un poco de variedad después de haber estado tanto tiempo con el mismo hombre.
—¿Qué más te dijo la adivina? —preguntó él, mirando hacia la carretera como un niño bueno—. Hasta el momento, no parece difícil de creer. Y menos para una chica que es lo bastante abierta de mente como para ir a visitar a Madame Karma.
—De hecho, ella fue al complejo Fairfax, donde está mi tienda. Había montado un puesto para la fiesta de San Valentín que se celebró allí, aprovechando la inauguración después de la reforma. Asistió mucha gente e hicimos buena caja.
—Pero aun así, tú te acercaste a ella, ¿no es cierto?
—Cheryl prácticamente me obligó a ir. Dijo que sería divertido que nos leyeran la mano —al ver que Wes no decía nada, añadió—: Cheryl. La chica que conociste el martes en la tienda, cuando viniste a recogerme.
—Lo siento, no caía en quién era. Cheryl. Con el cabello rubio y largo, pecas y una gran sonrisa. Tu mejor amiga. Y tu socia. Sí, la recuerdo.
Erin hizo una pausa. Cheryl era muy importante para ella, y el hecho de que Wes no cayera en quién era indicaba que ellos apenas se conocían.
«Y voy a pasar el fin de semana con él», pensó, con el corazón acelerado.
—Y no te dijo nada más emocionante, algo sobre una aventura apasionante en el océano...
—Ya te gustaría que hubiera dicho algo sobre eso —Erin se rió, pero en realidad no quería hablar de ello.
Porque, antes de que la tormenta cayera sobre el complejo empresarial, Madame Karma le había hecho otra predicción: —Debe de ser que hoy hay mucho amor en el ambiente, porque he dicho esto varias veces... Puedes dejar de buscar al hombre de tus sueños. Ya lo has encontrado.
Desde la silla de al lado, Cheryl le había dado la enhorabuena a Erin.
—Enhorabuena. Espero que el hombre de tu vida encuentre su camino al altar antes de que pasen seis años —con picardía, se había dirigido a Madame Karma—. El último se tomó su tiempo.
—William y yo no llegamos a enviar las invitaciones de boda, y por eso nos separamos —le había dicho Erin a la adivina—. Nuestro compromiso era como un interminable recorrido por el desierto. Escucha, sé que todo el mundo desea escuchar buenas noticias sobre el amor, y que te sientes obligada a decirlo, pero...
—Oh, no —le había dicho la adivina—. No estoy equivocada.,
—No lo comprendes —le había dicho Erin—. No estoy buscando al hombre de mi vida. Y no voy a hacerlo, al menos, hasta dentro de un par de años.
Cuando hubiera superado lo que pasó con William, su amor de la universidad. El hombre que había dado por hecho que se casarían cuando él estuviera preparado. Y resultó que nunca lo estuvo.
Pero no pasaba nada. Cinco meses atrás, Erin se había dado cuenta de que William no era el chico de su vida y se había separado de él, pero eso no significaba que estuviera buscando al próximo candidato. Se había hecho la promesa de experimentar la vida de soltera por primera vez. Había estado tan unida a William durante tanto tiempo que echaba de menos salir y hacer todas las cosas misteriosas que hacían las mujeres sin pareja.
También quería evitar la posibilidad de sufrir otra vez, y sabía que Wes podía ofrecérselo. Tener una aventura corta le permitiría recuperar su espacio y olvidar la angustia que acababa de pasar.
Capítulo 1
—¿Sabes que me han echado una maldición?
Sentada en un Jeep Grand Cherokee, Erín Holland soltó una risita, miró a su acompañante y se volvió para mirar por la ventana. Afuera, el océano Pacífico se extendía contra un cielo nublado. El calor que había hecho en el sur de California durante la semana anterior había terminado, dejando paso al típico clima de febrero.
Al cabo de un instante, miró a su acompañante de nuevo. No estaba segura de por qué le estaba contando lo que le había dicho la adivina la semana pasada.
—¿Alguna vez has ido a visitar a una adivina?
Wes Ryan sonrió y la miró:
—Pues no, nunca —continuó conduciendo—. ¿Qué maldición te ha echado?
—En realidad, no me echó ninguna. Sólo me dijo que necesitaba... —Erin hizo una pausa, dudando si debía de contárselo todo. ¿Por qué había sacado el tema? —Dudé de sus predicciones y me dijo que si no me dejaba llevar, mi negatividad haría que estuviera maldita. Eso es todo.
Mientras Wes analizaba sus palabras, Erin aprovechó para mirarlo detenidamente.
La primera vez que vio a Wes Ryan, un hombre con fama de tener una mujer distinta para desayunar, comer y cenar, se quedó prendada de él. Estaban en una fiesta y ella estaba hablando con unas amigas cuando vio que él la miraba, apoyado en una pared con una cerveza en la mano.
Quizá fue porque era el hombre perfecto para su situación. Era de los que no querían compromisos y sólo estaban interesados en aventuras esporádicas. O quizá, Erin había sido mujer de un solo hombre durante mucho tiempo y la idea de tener relaciones sexuales sin compromiso la excitaba. En cualquier caso, decidió seguirle el juego de las miradas hasta que le quemara la piel.
No había sido un caso de amor a primera vista, ya que no estaba dispuesta a enamorarse de nadie durante al menos dos años, pero sí un caso de puro deseo. Él era un chico atractivo, con el cabello un poco largo y alborotado. La piel color aceituna, los ojos oscuros, la nariz afilada, los labios generosos y un hoyuelo en la barbilla.
Exótico. Suave. Masculino.
Erin sintió que empezaba a excitarse. Le cosquilleaba la entrepierna y decidió mirar por la ventana para evitar la tentación. Aunque hubiera decidido pasar el fin de semana con él.
Una escapada romántica. Un crucero de tres días, hasta Ensenada, en México.
Se movió en el asiento con nerviosismo.
—Entonces —dijo Wes—, ¿cómo se supone que debes dejarte llevar? ¿Cuál es la predicción que no te creíste?
Erin hizo un esfuerzo para relajarse. «Disfruta», se dijo.
—Bueno, me dijo que el negocio iba a prosperar. Que eso era la primera parte.
—¿Y por qué no ibas a creer eso? La tienda de golosinas te va bien.
Durante las veces que se habían visto durante las dos semanas anteriores, Erin le había contado que había abierto una tienda de golosinas con su mejor amiga de la universidad. Pero al pensar en el negocio se ponía nerviosa, y quería disfrutar del fin de semana. Se suponía que debía olvidarse de todo, y divertirse todo lo que no se había divertido.
—Pero entonces Madame Karma me dijo que tendría una vida larga —añadió Erin.
—Supongo que tendré que mirarte la palma de la mano para contrastar esa opinión.
Erin notó que él metía el dedo debajo de la mano que ella tenía sobre el regazo. Era una caricia inocente; sin embargo, se excitó aún más.
—¿No deberías concentrarte en el volante? —murmuró, con el pulso acelerado.
—¿Cómo puedo hacerlo? —fiel a su reputación, retiró la mano y la llevó a la parte interna del muslo de Erin.
Ella sintió que se le humedecía la entrepierna.
—Eh —le dijo mientras llevaba su mano hasta su lado del coche y le señalaba el cartel que indicaba que el puerto de Long Beach estaba un poco más adelante—. No queremos saltarnos la salida porque no seas capaz de mantener las manos en su sitio.
Notó que él la estaba mirando, pero no volvió la cabeza. Wes era capaz de seducirla con sólo una mirada y ella había estado a punto de ceder muchas veces, pero...Suponía que cedería en breve.
Para eso había ido allí, para pasar un buen rato con un hombre que tenía fama de garantizar que las mujeres salieran contentas del dormitorio. Erin necesitaba un poco de variedad después de haber estado tanto tiempo con el mismo hombre.
—¿Qué más te dijo la adivina? —preguntó él, mirando hacia la carretera como un niño bueno—. Hasta el momento, no parece difícil de creer. Y menos para una chica que es lo bastante abierta de mente como para ir a visitar a Madame Karma.
—De hecho, ella fue al complejo Fairfax, donde está mi tienda. Había montado un puesto para la fiesta de San Valentín que se celebró allí, aprovechando la inauguración después de la reforma. Asistió mucha gente e hicimos buena caja.
—Pero aun así, tú te acercaste a ella, ¿no es cierto?
—Cheryl prácticamente me obligó a ir. Dijo que sería divertido que nos leyeran la mano —al ver que Wes no decía nada, añadió—: Cheryl. La chica que conociste el martes en la tienda, cuando viniste a recogerme.
—Lo siento, no caía en quién era. Cheryl. Con el cabello rubio y largo, pecas y una gran sonrisa. Tu mejor amiga. Y tu socia. Sí, la recuerdo.
Erin hizo una pausa. Cheryl era muy importante para ella, y el hecho de que Wes no cayera en quién era indicaba que ellos apenas se conocían.
«Y voy a pasar el fin de semana con él», pensó, con el corazón acelerado.
—Y no te dijo nada más emocionante, algo sobre una aventura apasionante en el océano...
—Ya te gustaría que hubiera dicho algo sobre eso —Erin se rió, pero en realidad no quería hablar de ello.
Porque, antes de que la tormenta cayera sobre el complejo empresarial, Madame Karma le había hecho otra predicción: —Debe de ser que hoy hay mucho amor en el ambiente, porque he dicho esto varias veces... Puedes dejar de buscar al hombre de tus sueños. Ya lo has encontrado.
Desde la silla de al lado, Cheryl le había dado la enhorabuena a Erin.
—Enhorabuena. Espero que el hombre de tu vida encuentre su camino al altar antes de que pasen seis años —con picardía, se había dirigido a Madame Karma—. El último se tomó su tiempo.
—William y yo no llegamos a enviar las invitaciones de boda, y por eso nos separamos —le había dicho Erin a la adivina—. Nuestro compromiso era como un interminable recorrido por el desierto. Escucha, sé que todo el mundo desea escuchar buenas noticias sobre el amor, y que te sientes obligada a decirlo, pero...
—Oh, no —le había dicho la adivina—. No estoy equivocada.,
—No lo comprendes —le había dicho Erin—. No estoy buscando al hombre de mi vida. Y no voy a hacerlo, al menos, hasta dentro de un par de años.
Cuando hubiera superado lo que pasó con William, su amor de la universidad. El hombre que había dado por hecho que se casarían cuando él estuviera preparado. Y resultó que nunca lo estuvo.
Pero no pasaba nada. Cinco meses atrás, Erin se había dado cuenta de que William no era el chico de su vida y se había separado de él, pero eso no significaba que estuviera buscando al próximo candidato. Se había hecho la promesa de experimentar la vida de soltera por primera vez. Había estado tan unida a William durante tanto tiempo que echaba de menos salir y hacer todas las cosas misteriosas que hacían las mujeres sin pareja.
También quería evitar la posibilidad de sufrir otra vez, y sabía que Wes podía ofrecérselo. Tener una aventura corta le permitiría recuperar su espacio y olvidar la angustia que acababa de pasar.