Rayven estaba en la ventana de la torre del este, clavando los ojos en el cielo. Podía sentir el amanecer acercándose, sentir el sueño cadavérico tratando de alcanzarle, sentirse traspasado por la oscuridad que pronto le envolvería como un sudario.
Tocó su capa, sintió como se enroscaba más fuertemente a su alrededor, envolviéndolo como si fuera un capullo en vueltas de seda y terciopelo.
Rhianna le había visto en forma de lobo en el campo, el pelo erizado en su lomo, sus colmillos dejados al descubierto y ensangrentados. La imagen de su horror, su asco, había quedado grabada en su mente, y cada vez que cerraba los ojos la veía de nuevo.
Pues bien, meditó, volviendo la espalda a la ventana, eso era lo que había. Ahora no querría casarse con él. Sin duda abandonaría el castillo tan pronto como se despertara y no la detendría.
Sabiendo que nunca volvería a verla, abandonó la torre y logró llegar gracias a su tesón hasta su habitación.
Bevins se levantó de inmediato cuando su señor entró en el cuarto.
-“¿Cómo está?”. Preguntó Rayven.
-"Durmiendo tranquilamente, su Señoría".
Rayven asintió. -"Cuando hoy le pida salir de aquí, quiero que la ayude a empacar sus cosas, luego llévela a su casa, a donde pertenece".
-“¿Su señoría?”.
-"Fui un estúpido al pensar que podría haber algo entre nosotros".
-"Ella lo ama, su Señoría, estoy seguro de eso".
Rayven negó con la cabeza. -" Ella tiene un corazón blando. Me temo que solo es piedad lo que siente por a mí y no puedo vivir con eso. No me casaría con ella, sabiendo que solo siente lástima por mí, o teme lastimarme". Negó con la cabeza otra vez. -"Es hora de seguir adelante. Me iré de aquí la próxima semana”.
-“¿Va a marcharse?”.
-"Ya he permanecido aquí durante demasiado tiempo. Comience a empacar sus cosas, y las mías, también”.
-"Como Ud. desee, su Señoría, pero... "
La cabeza de Rayven se alzó rápidamente, mirando fijamente hacia la ventana. –“Esta amaneciendo" dijo, con voz apremiante. -"Hablaremos más tarde".
Bevins suspiró mientras veía a su señor abandonando la habitación. Era una pena, que esa horrible maldición le negara la única cosa que anhelaba lo único que podía hacerlo feliz. Y nunca había habido felicidad en la vida de su señor ni en la suya. Y probablemente, nunca la habría, filosofó tristemente.
-"Nunca quise hacerle daño”.
Bevins se giró abruptamente. -"Creí que estaba dormida, señorita".
-"Sentí su presencia y me desperté. Por qué él... ¿El lobo, era él? Me dijo que podía transformarse en un lobo, pero realmente no lo creí".
-"Sí, señorita, es la pura verdad".
Rhianna se incorporó y sujetó las mantas bajo sus brazos. –“¿Por qué lo hizo? ¿Matar a esas ovejas, quiero decir?”.
-"Es en esta forma en lo que se convierte cuando todo se vuelve demasiado doloroso para soportarlo. Hubo un tiempo en el que descargaba su cólera contra los mortales, pero no ha matado a nadie desde que estoy con él".
-"No quise lastimarle" dijo Rhianna de nuevo. -"Había olvidado que podía leer mi mente".
-"Es natural que le cause repulsión lo que él es".
-"Supongo que sí”.
-“¿Se marchará esta mañana?”.
-"No lo sé". Se quedó mirando hacia fuera de la ventana. Las cortinas estaban abiertas, y podía ver el comienzo de un nuevo día. El cielo era azul claro, salpicado con matices vívidos de oro, rosa y carmesí.
Él no había visto el sol desde hacía cuatrocientos años...
-"Bevins, necesitaría que me llevara al pueblo. Necesito algunos pinceles nuevos.
Ése despertó como siempre lo hacia., instaneamente, sus sentidos alerta explorando el castillo. Bevins estaba preparando la cena en la cocina. Un estofado condimentado con cebollas y tomillo.
¿Se había marchado? Incorporándose, buscó su presencia. Su fuerza vital le atrajo como una vela brillando en la oscuridad. Durante un momento, cerró sus ojos, sintiendo un alivio casi doloroso por su intensidad al saber que todavía estaba allí. Perversamente, se preguntó por qué no se había ido cuando tuvo la oportunidad.
Levantándose, se vistió rápidamente, luego bajó las escaleras apresuradamente, no siendo su paso más que un borrón de movimiento en la oscura escalera.
Cuando llegó abajo, hizo una pausa y aspiró profundamente.
Estaba en el comedor.
Sujetó su capa, frotando el suave terciopelo entre su pulgar y su dedo índice, preguntarse cómo podría enfrentarla después de lo de anoche. Aún no le había visto derrotado, cuándo la lujuria por la sangre le vencía, cuándo sus ojos estaban hundidos y ardiendo por la necesidad. No le había visto después cuando se parecía más a monstruo que a un hombre, cuándo su piel estaba estirada en capas delgadas y el hambre arañaba sus órganos vitales, pidiendo ser saciada.
Pero lo que había visto la pasada noche ya era suficientemente malo. Con sus emociones heridas a flor de piel y su profundo anhelo había tomado la forma de un lobo y había matado una de las ovejas. Había arrancado la garganta del animal, esperando así aliviar su frustración en un despliegue de violencia y derramamiento de sangre. En toda su vida, hasta esa anoche, nadie, salvo Bevins, le había visto hacer eso.
Aspiró profundamente, regañándose a sí mismo por su cobardía. En algún momento tenía que enfrentarla.
Alzó la vista cuando él entro en el cuarto. Su sonrisa era forzada y sus ojos reflejaron un tumulto de emociones: miedo, lástima, compasión, ansiedad.
-"Buenas noches, señor" dijo Bevins, quebrando el pesado silencio.
Rayven saludó con la cabeza de manera concisa, y Bevins salió del cuarto. Volvió un momento después llevando una pesada jarra de plata y una copa de cristal.
La mirada de Rhianna fue atraída hacia el grueso líquido rojo mientras Bevins llenaba la copa y la dejaba frente a su señor.
Rayven la miró mientras lentamente levantaba el vaso, deliberadamente, tomó un largo trago, saboreando el grueso sabor, ligeramente salobre del líquido caliente.
Aunque lo intentó, Rhianna no podo dejar de sentir un estremecimiento de repulsión mientras él bebía de golpe el contenido de la copa y depositaba el vaso vacío sobre la mesa.
Sin pronunciar una sola palabra, Bevins alzó la jarra y rellenó la copa.
Rayven levantó su vaso, su mirada atrapando la de Rhianna mientras clavaba sus ojos en ella sobre el cristal tallado.-“¿Por qué estás todavía aquí?”. Preguntó intempestivamente.
-"Porque deseo estar aquí, mi Señor" contestó, con voz apenas audible. -"Porque tu me necesitas”.
-"No te necesito a ti, ni a tu piedad" dijo, con voz afilada. -"No necesito a nadie".
-“¿No lo necesitas?”.
Él levantó la copa y consumió el contenido en un largo trago. –“Vete de aquí" dijo intempestivamente. -"Retirate de mi presencia. ¡Fuera de mi casa!”.
Rhianna se lo quedó mirando durante un momento, asombrada por la dureza en el tono de su voz, por la furia apenas reprimida que resplandecía en las profundidades de sus ojos de ébano. No se detuvo a preguntarse si su cólera estaba dirigida a ella o a sí mismo. Asustada y confundida, se levanto y huyo del cuarto.
El leve sonido de sus pasos subiendo rápidamente las escaleras resonó en sus oídos como si fuera un trueno.
-“¿Qué he hecho? murmuró roncamente.-” ¿Qué he hecho?”
-"Su Señoría, la boda tendrá lugar mañana por la noche".
Rayven se quedó mirando absorto su copa vacía. Unas pocas gotas del brillante líquido se habían quedado adheridas al cristal, recordándole a las lágrimas ensangrentadas. -"No puedo casarme con ella" dijo tristemente. -"No puedo permitirle que se case conmigo".
-"Su familia va a venir esta tarde".
-"Ocúpate de que se vaya con ellos".
-"Como Ud. desee, Señor".
Lentamente, Rayven se levantó y se dirigió hacia la ventana. Apartando a un lado las pesadas cortinas, miró con atención hacia fuera, a la oscuridad. Nunca la noche le había parecido tan oscura, tan vacía.
-"No puedo seguir sin ella". En respuesta a la pena en su voz, su capa se enroscó más apretadamente a su alrededor, pero por esta vez, la suave caricia de la prenda no logró calmarlo. –“¿Bevins, qué debo hacer?”.
-"Sobreviva, Señor, como siempre".
Lentamente, Rayven negó con la cabeza. -"No puedo". El recuerdo del único día en que ella había dormido junto él, emergió en su mente atormentándolo. Recordó que cuando se despertó, fue su dulce y sereno rostro lo primero que había visto. No podía soportar el pensar que nunca volvería e experimentar esa felicidad de nuevo.
Se giro. Con su capa formando remolinos a su alrededor y luego posándose suavemente sobre él de nuevo.
-"No puedo" murmuró roncamente, y salió del cuarto.
Mezclándose con las sombras, buscó abrigo en la oscuridad de la noche, y supo que nunca más volvería a encontrar refugio en las sombras.
Viajando a velocidad sobrenatural, dejó Millbrae Valley atrás, dirigiéndose hacia la ciudad. Vago en la oscuridad durante horas. Errando entre las calles de Londres llenas de niebla, se torturó observando a las parejas paseando. Escuchó su risa, se asomó a la ventana de una acogedora casa para ver a una madre cuidar a su bebé, vio a un padre consolando a un niño lloroso.
Siguiendo adelante, vio una joven pareja abrazarse a la luz de la luna. El perfume de su sangre, su pasión naciente, enardeció sus sentidos.
Paseó a lo largo de una tranquila calle residencial, haciendo pausas delante de una casa tras otra para escuchar las conversaciones de sus habitantes. Escuchó a niños riendo, a un marido riñendo con su esposa por el precio de una nueva gorra, oyó a una madre cantando una dulce nana a su hijita recién nacida.
Sonidos comunes.
Sonidos ordinarios.
Sonidos humanos.
Y sobre todo y por encima de todo, vio el rostro de Rhianna, oyó el suave tono de su voz.
Nunca antes había anhelado tanto ser mortal como esta noche. Nunca su existencia le había parecido tan vacía.
Paseó por las calles del East End, las fosas nasales llenas del perfume de seres humanos, el perfume empalagoso de una ramera, el hedor de cuerpos sin lavar cerca del muelle, la fragancia a polvo, jabón y tabaco fino mientras caminaba hasta la parte rica de la ciudad.
Fue a Park Lane, odiando a los ricos habitantes que comían y dormían en sus mansiones, esos miembros de la alta sociedad que pasaban sus días en la caza del zorro o yendo de compras por Bond Street. Despreciándose por ello, envidió a los jóvenes ricos que se levantaban por la mañana temprano para ir a pasear a caballo por Hyde Park, pasaban la tarde en sus clubs, y sus noches en la ópera en compañía de otros jóvenes igualmente ricos y mimados y bellas mujeres.
Tocó su capa, sintió como se enroscaba más fuertemente a su alrededor, envolviéndolo como si fuera un capullo en vueltas de seda y terciopelo.
Rhianna le había visto en forma de lobo en el campo, el pelo erizado en su lomo, sus colmillos dejados al descubierto y ensangrentados. La imagen de su horror, su asco, había quedado grabada en su mente, y cada vez que cerraba los ojos la veía de nuevo.
Pues bien, meditó, volviendo la espalda a la ventana, eso era lo que había. Ahora no querría casarse con él. Sin duda abandonaría el castillo tan pronto como se despertara y no la detendría.
Sabiendo que nunca volvería a verla, abandonó la torre y logró llegar gracias a su tesón hasta su habitación.
Bevins se levantó de inmediato cuando su señor entró en el cuarto.
-“¿Cómo está?”. Preguntó Rayven.
-"Durmiendo tranquilamente, su Señoría".
Rayven asintió. -"Cuando hoy le pida salir de aquí, quiero que la ayude a empacar sus cosas, luego llévela a su casa, a donde pertenece".
-“¿Su señoría?”.
-"Fui un estúpido al pensar que podría haber algo entre nosotros".
-"Ella lo ama, su Señoría, estoy seguro de eso".
Rayven negó con la cabeza. -" Ella tiene un corazón blando. Me temo que solo es piedad lo que siente por a mí y no puedo vivir con eso. No me casaría con ella, sabiendo que solo siente lástima por mí, o teme lastimarme". Negó con la cabeza otra vez. -"Es hora de seguir adelante. Me iré de aquí la próxima semana”.
-“¿Va a marcharse?”.
-"Ya he permanecido aquí durante demasiado tiempo. Comience a empacar sus cosas, y las mías, también”.
-"Como Ud. desee, su Señoría, pero... "
La cabeza de Rayven se alzó rápidamente, mirando fijamente hacia la ventana. –“Esta amaneciendo" dijo, con voz apremiante. -"Hablaremos más tarde".
Bevins suspiró mientras veía a su señor abandonando la habitación. Era una pena, que esa horrible maldición le negara la única cosa que anhelaba lo único que podía hacerlo feliz. Y nunca había habido felicidad en la vida de su señor ni en la suya. Y probablemente, nunca la habría, filosofó tristemente.
-"Nunca quise hacerle daño”.
Bevins se giró abruptamente. -"Creí que estaba dormida, señorita".
-"Sentí su presencia y me desperté. Por qué él... ¿El lobo, era él? Me dijo que podía transformarse en un lobo, pero realmente no lo creí".
-"Sí, señorita, es la pura verdad".
Rhianna se incorporó y sujetó las mantas bajo sus brazos. –“¿Por qué lo hizo? ¿Matar a esas ovejas, quiero decir?”.
-"Es en esta forma en lo que se convierte cuando todo se vuelve demasiado doloroso para soportarlo. Hubo un tiempo en el que descargaba su cólera contra los mortales, pero no ha matado a nadie desde que estoy con él".
-"No quise lastimarle" dijo Rhianna de nuevo. -"Había olvidado que podía leer mi mente".
-"Es natural que le cause repulsión lo que él es".
-"Supongo que sí”.
-“¿Se marchará esta mañana?”.
-"No lo sé". Se quedó mirando hacia fuera de la ventana. Las cortinas estaban abiertas, y podía ver el comienzo de un nuevo día. El cielo era azul claro, salpicado con matices vívidos de oro, rosa y carmesí.
Él no había visto el sol desde hacía cuatrocientos años...
-"Bevins, necesitaría que me llevara al pueblo. Necesito algunos pinceles nuevos.
Ése despertó como siempre lo hacia., instaneamente, sus sentidos alerta explorando el castillo. Bevins estaba preparando la cena en la cocina. Un estofado condimentado con cebollas y tomillo.
¿Se había marchado? Incorporándose, buscó su presencia. Su fuerza vital le atrajo como una vela brillando en la oscuridad. Durante un momento, cerró sus ojos, sintiendo un alivio casi doloroso por su intensidad al saber que todavía estaba allí. Perversamente, se preguntó por qué no se había ido cuando tuvo la oportunidad.
Levantándose, se vistió rápidamente, luego bajó las escaleras apresuradamente, no siendo su paso más que un borrón de movimiento en la oscura escalera.
Cuando llegó abajo, hizo una pausa y aspiró profundamente.
Estaba en el comedor.
Sujetó su capa, frotando el suave terciopelo entre su pulgar y su dedo índice, preguntarse cómo podría enfrentarla después de lo de anoche. Aún no le había visto derrotado, cuándo la lujuria por la sangre le vencía, cuándo sus ojos estaban hundidos y ardiendo por la necesidad. No le había visto después cuando se parecía más a monstruo que a un hombre, cuándo su piel estaba estirada en capas delgadas y el hambre arañaba sus órganos vitales, pidiendo ser saciada.
Pero lo que había visto la pasada noche ya era suficientemente malo. Con sus emociones heridas a flor de piel y su profundo anhelo había tomado la forma de un lobo y había matado una de las ovejas. Había arrancado la garganta del animal, esperando así aliviar su frustración en un despliegue de violencia y derramamiento de sangre. En toda su vida, hasta esa anoche, nadie, salvo Bevins, le había visto hacer eso.
Aspiró profundamente, regañándose a sí mismo por su cobardía. En algún momento tenía que enfrentarla.
Alzó la vista cuando él entro en el cuarto. Su sonrisa era forzada y sus ojos reflejaron un tumulto de emociones: miedo, lástima, compasión, ansiedad.
-"Buenas noches, señor" dijo Bevins, quebrando el pesado silencio.
Rayven saludó con la cabeza de manera concisa, y Bevins salió del cuarto. Volvió un momento después llevando una pesada jarra de plata y una copa de cristal.
La mirada de Rhianna fue atraída hacia el grueso líquido rojo mientras Bevins llenaba la copa y la dejaba frente a su señor.
Rayven la miró mientras lentamente levantaba el vaso, deliberadamente, tomó un largo trago, saboreando el grueso sabor, ligeramente salobre del líquido caliente.
Aunque lo intentó, Rhianna no podo dejar de sentir un estremecimiento de repulsión mientras él bebía de golpe el contenido de la copa y depositaba el vaso vacío sobre la mesa.
Sin pronunciar una sola palabra, Bevins alzó la jarra y rellenó la copa.
Rayven levantó su vaso, su mirada atrapando la de Rhianna mientras clavaba sus ojos en ella sobre el cristal tallado.-“¿Por qué estás todavía aquí?”. Preguntó intempestivamente.
-"Porque deseo estar aquí, mi Señor" contestó, con voz apenas audible. -"Porque tu me necesitas”.
-"No te necesito a ti, ni a tu piedad" dijo, con voz afilada. -"No necesito a nadie".
-“¿No lo necesitas?”.
Él levantó la copa y consumió el contenido en un largo trago. –“Vete de aquí" dijo intempestivamente. -"Retirate de mi presencia. ¡Fuera de mi casa!”.
Rhianna se lo quedó mirando durante un momento, asombrada por la dureza en el tono de su voz, por la furia apenas reprimida que resplandecía en las profundidades de sus ojos de ébano. No se detuvo a preguntarse si su cólera estaba dirigida a ella o a sí mismo. Asustada y confundida, se levanto y huyo del cuarto.
El leve sonido de sus pasos subiendo rápidamente las escaleras resonó en sus oídos como si fuera un trueno.
-“¿Qué he hecho? murmuró roncamente.-” ¿Qué he hecho?”
-"Su Señoría, la boda tendrá lugar mañana por la noche".
Rayven se quedó mirando absorto su copa vacía. Unas pocas gotas del brillante líquido se habían quedado adheridas al cristal, recordándole a las lágrimas ensangrentadas. -"No puedo casarme con ella" dijo tristemente. -"No puedo permitirle que se case conmigo".
-"Su familia va a venir esta tarde".
-"Ocúpate de que se vaya con ellos".
-"Como Ud. desee, Señor".
Lentamente, Rayven se levantó y se dirigió hacia la ventana. Apartando a un lado las pesadas cortinas, miró con atención hacia fuera, a la oscuridad. Nunca la noche le había parecido tan oscura, tan vacía.
-"No puedo seguir sin ella". En respuesta a la pena en su voz, su capa se enroscó más apretadamente a su alrededor, pero por esta vez, la suave caricia de la prenda no logró calmarlo. –“¿Bevins, qué debo hacer?”.
-"Sobreviva, Señor, como siempre".
Lentamente, Rayven negó con la cabeza. -"No puedo". El recuerdo del único día en que ella había dormido junto él, emergió en su mente atormentándolo. Recordó que cuando se despertó, fue su dulce y sereno rostro lo primero que había visto. No podía soportar el pensar que nunca volvería e experimentar esa felicidad de nuevo.
Se giro. Con su capa formando remolinos a su alrededor y luego posándose suavemente sobre él de nuevo.
-"No puedo" murmuró roncamente, y salió del cuarto.
Mezclándose con las sombras, buscó abrigo en la oscuridad de la noche, y supo que nunca más volvería a encontrar refugio en las sombras.
Viajando a velocidad sobrenatural, dejó Millbrae Valley atrás, dirigiéndose hacia la ciudad. Vago en la oscuridad durante horas. Errando entre las calles de Londres llenas de niebla, se torturó observando a las parejas paseando. Escuchó su risa, se asomó a la ventana de una acogedora casa para ver a una madre cuidar a su bebé, vio a un padre consolando a un niño lloroso.
Siguiendo adelante, vio una joven pareja abrazarse a la luz de la luna. El perfume de su sangre, su pasión naciente, enardeció sus sentidos.
Paseó a lo largo de una tranquila calle residencial, haciendo pausas delante de una casa tras otra para escuchar las conversaciones de sus habitantes. Escuchó a niños riendo, a un marido riñendo con su esposa por el precio de una nueva gorra, oyó a una madre cantando una dulce nana a su hijita recién nacida.
Sonidos comunes.
Sonidos ordinarios.
Sonidos humanos.
Y sobre todo y por encima de todo, vio el rostro de Rhianna, oyó el suave tono de su voz.
Nunca antes había anhelado tanto ser mortal como esta noche. Nunca su existencia le había parecido tan vacía.
Paseó por las calles del East End, las fosas nasales llenas del perfume de seres humanos, el perfume empalagoso de una ramera, el hedor de cuerpos sin lavar cerca del muelle, la fragancia a polvo, jabón y tabaco fino mientras caminaba hasta la parte rica de la ciudad.
Fue a Park Lane, odiando a los ricos habitantes que comían y dormían en sus mansiones, esos miembros de la alta sociedad que pasaban sus días en la caza del zorro o yendo de compras por Bond Street. Despreciándose por ello, envidió a los jóvenes ricos que se levantaban por la mañana temprano para ir a pasear a caballo por Hyde Park, pasaban la tarde en sus clubs, y sus noches en la ópera en compañía de otros jóvenes igualmente ricos y mimados y bellas mujeres.